por Julia Merodio | May 20, 2018 | Rincón de Julia
“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hechos 2, 1-4)
La semana pasada nos introdujimos en la liturgia de la iglesia, al ponernos ante nuestras celebraciones, pero si hay alguien importante en la liturgia de la iglesia esa es: María.
María, es la agente de evangelización que nos enseña, nos guía y nos ayuda en esta gran tarea. Por eso, no puede haber ningún evangelizador que intente hacer su tarea sin estar al lado de la Madre.
En ella descubrimos:
- La Virgen oyente. Escuchando siempre con atención el mensaje de Dios y las plegaria de sus hijos.
- La Virgen orante recordándonos que si queremos amar a los demás tenemos que sentirnos amados por el Señor. Pues el que no se siente amado le resulta difícil amar.
- La Virgen Madre que con su disponibilidad nos enseña a ser cauce por donde puedan ir otros a Dios.
- La Virgen oferente que nos estimula a ser signos. A presentar a Cristo como luz que ilumina nuestro mundo.
Pero nos falta dar un paso más. Nos falta llegar con ella hasta el Cenáculo, para contemplar a los apóstoles unidos -perseverando en la oración- esperando a su lado el Don del Espíritu, imprescindible para comenzar la obra evangelizadora que tanto los apóstoles, como ahora nosotros tendremos que llevar a cabo.
¡Qué gran lección para realizar bien nuestra tarea! ¡Cuántas veces nos ponemos ante cualquier obra evangelizadora sin acordarnos ni de la Madre ni del Espíritu Santo!
Me parece que hoy sería un gran momento para recordar de nuevo, las palabras de San Juan Pablo II que decía:
“Es necesario iniciar la evangelización invocando el Espíritu y buscándolo allí donde sopla”
Y nosotros, cada uno:
- ¿Invocamos al Espíritu ante los retos que se nos van presentando en la nueva Evangelización?
REUNIDOS EN EL CENÁCULO
A mí me gusta imaginarme el Cenáculo con los apóstoles y María en oración, sin embargo quizá nos detenemos menos a ver que ahí donde adoramos, alabamos, damos gracias, suplicamos… al Señor, ahí hay un pequeño cenáculo que ora con la Palabra de Dios y que además, como los apóstoles, invita a María a compartirla con ellos. Un Cenáculo donde se acoge la vida, donde –como Iglesia- queremos recibir los dones del Espíritu y dar fruto de ellos con nuestro testimonio de vida.
Los apóstoles, que lo habían vivido en primera persona, escucharon de Jesús estas palabras que nos dejan plasmadas de manera admirable:
“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19)
¡Con qué claridad lo expresa Mateo! ¡Con qué fuerza pronuncia la palabra “todos”! Llevad el mensaje, a todos los pueblos, a todas las personas, todos los días, con todo el impulso, con toda la misericordia… Anunciad la potencia salvadora de Dios, su presencia extendida por todo el universo.
“Y enseñadles a guardar todo lo que yo os he mandado” ¡Qué significativo! Mateo recuerda que nada de lo que Jesús les ha enseñado puede ser silenciado o alterado. Gran reto para los que tenemos la misión de evangelizar anunciando lo que Jesús nos ha mandado.
De ahí que no podamos dejar de preguntarnos:
- ¿Y yo de que manera evangelizo?
- ¿Dónde?
- ¿Cuándo?
- ¿Cómo?
- ¿Silencio o distorsiono el Mensaje de Jesús?
SALID A LAS PERIFERIAS
Desde el comienzo de la Iglesia, la misión de los apóstoles consiste, en anunciar la Palabra –no sólo a los judíos, sino también a los gentiles- hoy diríamos hacia los que no son cristianos.
El anuncio es para todos. Y el anuncio de la fe es algo que ha de dejar huella, no puede ser indiferente ni abstracto. La dimensión pública de los evangelizadores se ha de caracterizar por signos: de fe, de amor, de unidad…
Nuestro ser cristiano no puede limitarse a creer, rezar y esperar; nos exige comunicar, difundir, compartir… todo lo que tenemos con los demás –también la Palabra de Dios-y todo eso… dando vida.
La misión cristina es un compromiso permanente e irrenunciable, nada puede alterarla o detenerla –por muy adversas que sean las condiciones que se nos den para realizarlo- al contrario habremos de intensificar nuestro esfuerzo ante estos desafíos modernos que tan difícil nos lo van poniendo.
Por eso hemos de venir una y otra vez a nuestro “Cenáculo” –bien sea el Sagrario, la parroquia, el grupo…” para dejarnos llenar por el Señor, para pedirle que nos envíe su Espíritu, que nos de fortaleza, valentía, sosiego, coraje…
Y, de vez en cuando, volvamos a revisar la encíclica Redemptoris missio de S. Juan pablo II en la que se nos dice:
«Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo con “María, la madre de Jesús” (Hechos 1, 14), para implorar el Espíritu y obtener fuerza y valor para cumplir el mandato misionero. Porque, también nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu»
por Julia Merodio | May 10, 2018 | Rincón de Julia
Al detenernos en el tema de la oración nos hemos dado cuenta de que hay mucha gente que no hace oración pero, que sin embargo sigue la liturgia y asiste a las celebraciones de la iglesia, de ahí que me parezca oportuno que dediquemos un tiempo a revisar cómo son nuestras celebraciones y qué ofrecemos en ellas, ya que esas personas –que solamente van a las celebraciones- lo único que tendrán, es el alimento que de ellas reciban.
Por eso, será bueno que al revisarlas nos hagamos estas preguntas:
- ¿Qué celebraciones ofrecemos?
- ¿Tienen vida?
- ¿Creemos que llevan a algún compromiso concreto?
Entrar en este tema tan apasionante y de manera tan general, es arriesgado y muy reducido -dado el amplio abanico que abarca- pero aunque tratemos cuestiones generales cada uno puede adaptarlas a su realidad e ir acrecentando la forma de hacer la celebración más cercana y comunicativa.
La verdad es que salvo en ciudades, -sobre todo donde hay comunidades religiosas- las celebraciones son escasas y los medios con que se cuenta insuficientes, pero la mayoría de los que dejan de asistir a ellas no es por esta situación sino, porque solamente van buscando espectáculo.
Cuando oímos hablar a la gente, los comentarios más corrientes son: no vamos a las celebraciones porque son aburridas, no me dicen nada, son demasiado largas, es que el “cura” es muy pesado… ¡Ah sí! Pues mira, nada de eso es cierto.
El que no saca nada de una celebración puede tener dos porqués: o porque a él le falta fe o porque a la celebración le falta vida; ya que a la celebración no se va porque nos gusta el “cura”, ni porque habla bien, ni porque el coro es fantástico…. A la celebración se va para tener un encuentro con Cristo; porque lo importante no está en los detalles –aunque también cuenten-, sino en saber juntar en ellas la Fe y la Vida, ya que solamente eso es lo que puede llevarnos a Dios.
Por tanto, una de las primeras indicaciones que quedan claras, es que nosotros necesitamos fe y nuestras celebraciones necesitan Vida. Una vida en la que, la Fe se halle velada como ese tesoro escondido del que habla el evangelio. Ese tesoro, que se encuentra encerrado en la gracia de todos los Sacramentos recibidos y compartidos con amor. Ese tesoro que tenemos que buscar con ahínco.
Y es aquí donde entra de lleno el trabajo del evangelizador. El evangelizador ha de tener en cuenta que: la Fe hay que trabajarla. La vida hay que vivirla. El camino hay que descubrirlo y la meta hay que alcanzarla… porque si esto no forma parte de la vida del evangelizador ¿cómo poder hacerlo llegar a los demás? Necesitamos convencernos de que, no habrá verdadera celebración si no tenemos una buena experiencia de Dios, pues solamente lo que, a base de experimentarlo se ha grabado en nuestro corazón, es lo que merece la pena ser celebrado. Pues la celebración es:
- Sentir en lo profundo.
- Esponjar el alma.
- Volver a vivir.
Sin embargo, en este momento de la historia, nos encontramos con la paradoja de que, crecen tanto las celebraciones lúdicas a lo largo del año, que lo de celebrar la fe, está pasando a un segundo plano.
Pero eso nos pasa porque hemos perdido los verdaderos motivos para celebrar, pues la clave de una celebración está en los motivos que haya para ser celebrada.
Cuántas veces decimos: ¿cómo nos gustaría encontrar en nuestras celebraciones una fiesta en la que todos participemos, en la que se nos note la alegría, en la que no se mire al reloj…? Y nos parece algo salido de la realidad. Pero no es así, el que nuestras celebraciones tengan esa condición, no es una utopía es algo posible y depende: de haber hecho una opción seria por el Señor, del tiempo que dediquemos a trabajarlas y, sobre todo de que hagamos una buena cimentación. (Cimentar en roca Mateo 7, 21)
Ahí está la verdadera clave en la cimentación que dependerá de que nuestra fe sea sólida para que merezca la pena ser celebrada.
Por eso creo que para ello, entre otras muchas cosas, en nuestras celebraciones y en especial en la celebración de la Eucaristía deberían darse unas condiciones básicas:
- En primer lugar, hacer todo lo posible, para que -las personas que acudimos a ellas- nos sintamos queridas y arropadas por el amor de Dios. Por ese amor que se entrega, que perdona, que se implica en la vida de cada uno personalmente… porque eso nos hará vivir confiados.
- Que al llegar nos sintamos aceptados, respetados, queridos, acogidos a compartir… Ya que esto, es algo que no podemos darlo por supuesto y menos en una sociedad en la que se está quedando en desuso.
- Que se nos ayude a ir abriéndonos, poco a poco, a ese Dios que es amor, comunicación, ternura… Padre. Porque esa imagen de Padre nos sugerirá: cercanía, cariño, sosiego…
- Necesitamos que nuestras celebraciones, lleven implícita una buena catequesis, que nos invite a ser coherentes a la hora de vivirlas, a la hora de expresarlas, a la hora de compartirlas… llevándonos a tomar conciencia de los hechos que en ellas se manifiestan.
- Necesitamos una celebración, que nos ayude a pasar de una fe individualista a una fe compartida, para que seamos capaces de celebrarla en familia, en comunidad, en iglesia…
- Necesitamos una celebración que nos ayude a acoger la diversidad de los demás. Cada uno con nuestra historia, nuestro corazón dolido, con nuestro bagaje acumulado en el camino… pero capaces de tener siempre los brazos abiertos en señal de acogida y las manos tendidas en señal de ayuda a los que lo están pasando mal.
Esto y mucho más, es celebrar. No busquemos cosas asombrosas. La celebración solamente necesita pequeños gestos y mucha entrega.
Ya que si miramos bien ¿qué nos muestra Jesús en las parábolas del Reino? Pues lo mismo que encontramos –normalmente- en nuestras celebraciones. Jesús nos muestra:
- La Luz. Vosotros sois la Luz del mundo, (Mateo 5, 13-16)
- La mesa. (Mateo 26, 20)
- Los alimentos. (Juan 3, 34)
- Los invitados. (Lucas 14, 16-25)
- Los servidores. (Mateo 25, 21)
- Los dones – regalos – gratuidad – (Juan 4, 10)
- La acción de gracias… (Mateo 11, 25)
¡Qué pena que de tanto verlos se nos hayan nublado los ojos y ya no seamos capaces de distinguirlos! ¡Cuántos sacramentos celebrados en nuestra vida sin ser conscientes de acoger la grandeza de sus gestos!
Por nosotros celebraron el Sacramento del Bautismo. Celebramos el Sacramento de la Eucaristía. Para ello, celebramos también el Sacramento de la Reconciliación. Muchos hemos recibido el Sacramento de la Confirmación. Algunos hemos recibido el Sacramento del Matrimonio, otros el del Sacerdocio… Pero ¿nos hemos parado a pensar lo que, la celebración de esos sacramentos, significó para nuestra vida de fe? ¿Salimos de ellas sabiendo a lo que nos comprometía recibir un Sacramento? ¿Nos hemos parado alguna vez a pensar en ello?
Quizá todo esto sea la causa de que no sean convincentes nuestras manifestaciones en la celebración. ¿O es que no manifestamos nada, ni celebramos nada?
Posiblemente este es el momento que Dios ha elegido para que nos paremos ante algo tan importante en nuestra vida y que quizá, tengamos velado sin ser conscientes de ello. Aprovechémoslo, reconozcamos esta oportunidad como un gran regalo de Dios.
Para terminar, y en pleno mes de Mayo, sólo deciros que no salgamos de nuestras celebraciones sin escuchar las palabras, que María nos dice a todos, desde esa gran celebración de las Bodas de Caná:
¡Haced lo que Él os diga!
¿Estaremos dispuestos a hacerlo?
por Julia Merodio | May 3, 2018 | Rincón de Julia
Cuando el evangelizador descubre la importancia de la oración, es lógico que se pregunte: pero ¿cómo he de orar?
Jesús nos lo dice así, por medio del texto de Mateo “cuando oréis no habléis mucho, no hagáis como los hipócritas que rezan en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para ser vistos, vosotros entrad en vuestra habitación, cerrar la puerta y mi padre que ve en lo escondido os recompensará” (Mateo 6, 5)
Todos sabemos que Jesús, era un buen conocedor del Antiguo Testamento y quizá estuviese pensando en las palabras del Eclesiastés 5, 2 que dicen: “No te precipites con tu boca ni se apresure tu corazón a proferir palabras ante Dios, porque Dios está en el cielo y tú en la tierra, por tanto que tus palabras sean contadas…” y a mí me parece que Jesús, con esas palabras quiso decirnos: mirad, en la relación con Dios, lo importante no es el ruido de tus palabras, ni de tus sentimientos, ni de tus pensamientos lo importante es escucharle a Él porque Él siempre tiene algo importante que decirnos.
Y claro que tenía algo importante que decirnos. Jesús –con estas palabras- quiere decirnos que a Dios no lo podemos abarcar, ni comprar, ni manejar… -como tantas veces nos gustaría hacerlo-, que a Dios le oímos.
Dios no viene a nosotros como pretendemos que lo haga. Nosotros querríamos controlarle, poseerle, dominarle… pero no, Él viene para que le escuchemos y por lo tanto hay que adentrarse en “ese, no saber todo sobre Dios” para evitar el deseo de manejarlo. Tenemos que dejar de ir a Dios, desde nuestra superficialidad, para ir con lo más hondo de nosotros mismos, que no son nuestros pensamientos, ni siquiera nuestros sentimientos; lo más hondo que está, en ese lugar escondido al que tratamos de acceder cuando nos disponemos a orar. “Cuando ores entra en lo escondido…”
Por eso, el evangelizador, tiene que orar y escuchar al Señor hasta convencerse de que, cualquier dificultad por grande que le parezca, a su lado podrá vencerla. Convencido de que, puede haber momentos en que fallará, pero persuadido de que Dios eso lo usará para su bien, aunque de momento no pueda verlo.
Sólo tenemos que hacer un recorrido por las vidas de los que optaron por el Señor, para comprobar que fueron capaces de vencer cualquier dificultad por difícil que les pareciese. ¿Qué hicieron los discípulos cuando se convirtieron en apóstoles? Y… ¿quiénes de nosotros no hemos tenido experiencias en este sentido? Recordémoslas y veamos lo grande que el Señor estuvo con nosotros en ese momento; porque entonces nos daremos cuenta de que vencimos la dificultad, cuando fuimos capaces de arrodillarnos ante Él y, en silencio, ponerla con humildad en sus manos rebosantes de misericordia.
Pero hay algo, que sorprende de manera especial, el en el texto de Mateo y es, que se hable de recompensa de Don.
¿Más de qué recompensa estamos hablando? Estamos hablando de la recompensa que encontraremos cuando decidamos salir de la obsesión por ser reconocidos, por ser tenidos en cuenta, por ser vistos; del temor, que nos produce la soledad, del miedo a ese silencio que habita dentro de nosotros… Pues cuando seamos capaces de desprendernos de lo exterior, para entrar en nuestro fondo podremos llegar a ver cómo es ese don del que nos habla el evangelio.
La interioridad, es algo que no suele entrar en nuestros planes; por eso, o la buscamos o se nos escapará de las manos, pues la mayoría de las veces tiran de nosotros otras opciones más seductoras.
Pero, por experiencia creo que, según se van cumpliendo años, nos vamos concienciando de que para llegar a la interioridad hay que ir renunciando a muchas cosas.
De ahí que, cuando nos demos cuenta de que somos atraídos por el silencio; cuando seamos capaces de quitar un rato la televisión, cuando al llegar ante el Señor dejemos los libros, las hojas, los papeles y seamos capaces de mirarle sin bajar la vista… comenzaremos a distinguir todo ese que se funde dentro de nosotros, eso a lo que S. Ignacio denomina mociones y que no es otra cosa, que el ir distinguiendo las proposiciones que el Señor nos hace y las iniciativas que quiere que tomemos.
Qué bien debía de entender esto Santa Teresa cuando nos dice que llegar a la interioridad es: “una determinación determinada de encontrar nuestro propio corazón”
Y es que ella descubrió que es allí, en lo secreto, sonde se halla la mirada que sosiega. Que es allí, en lo secreto, donde la persona ya no tiene que fingir, ni que representar papeles… porque ante Dios, no tenemos que hacer nada, ante Él somos.
Es, como llegar al lugar de la promesa donde ya no hay que hacer cosas para ganar, porque allí siempre se recibe. Ya no tiene uno que hacerse ver, porque allí se es visto.
Y basta abrir los ojos, para darse cuenta de que todo lo que allí sucede es auténtico, porque todo tiene como base el amor de Dios.
Qué voy a deciros a vosotros evangelizadores que sabéis todo esto mucho mejor que yo, solamente deciros que vayamos siempre por este camino, que aprendamos a descender, a entrar en lo escondido, en lo secreto, en el silencio… en ese fondo donde habita Dios. Pues como dice Lafrance:
Algunos han entendido las palabras de Jesús;
pero, muy pocos han entendido su silencio.
por Admin-Web-QC | Abr 26, 2018 | Montañeros NZRT
Sábado, 19 de mayo de 2018
Salida: 8:30 h -> Parking 3: Segundo aparcamiento ( a la izquierda) de Cantocochino (1027 m.)
Desnivel acumulado: 700 metros.
Distancia a recorrer: 15 km
Tiempo: unas 6 horas
Regreso: Hacia las 18 horas.
Material: Botas (obligatorias) mochila, bastones, macuto, ropa de abrigo, chubasquero, gorro/a, crema solar, comida, agua, gafas de sol…
Cómo llegar al punto de salida: Cantocochino (parking 3) es un punto muy conocido del Parque de la Pedriza cerca de Manzanares el Real. Calcular 1 hora de coche. Se puede comprar el pan en Manzaneres (en la plaza junto al Ayuntamiento).
- En la Plaza de Castilla se coge la carretera a Colmenar (C-607) y seguiremos las indicaciones a Miraflores y a Manzanares. Se pasa la cárcel de Soto del Real y en alguna rotonda tendremos que elegir entre seguir a Miraflores o torcer a Manzanares (famoso por su castillo) (Madrid-Manzanares son 42 km.).
- En Manzanares circunvalamos el pueblo por la izquierda (también se puede atravesar) y llegamos a una rotonda con un monumento al montañero. Hacemos la rotonda y seguimos de frente y a unos 500 metros está el desvío a la Pedriza (parque regional) que en 2 kilómetros nos pone en la entrada del Parque que tiene una barrera de control. Aviso.- Es restringido el número de vehículos que entra cada día. Cuando llega el tope no dejan entrar más. Por eso estar puntuales y normalmente antes de las 8,30 se tiene plaza.
- Por la carretera de entrada, dando curvas y subiendo y bajando cuestas a los 5,5 km se llega a un cruce que a la derecha nos llevaría al aparcamiento de otras veces de Canto Cochino. Nosotros hoy iremos a la izquierda otros 500 metros más y llegamos al segundo aparcamiento de este lado (junto a un restaurante). Ahí termina la carretera y no se puede seguir con el coche.
- En muy escasos sitios de la Pedriza hay cobertura Descripción de la ruta: Hasta el puente de los franceses el camino es conocido.
Desde allí seguiremos por la pista de las Z hasta el km 14.Torcemos a la derecha y cruzamos el arroyo siguiendo una cuesta empinada de piedras y con hitos llegamos al pluviómetro (Desde el km 14 al pluviómetro hay 0,30 minutos). Desde ahí descendemos a los Baños de Venus y otras pozas.
La torre de Francisco Caro destaca en la zona. Desde el pluviómetro y a la derecha de la torre se va al mirador del valle del que venimos. Desde allí se baja al vivac de los Gavilanes y a la cerca de los ungulados. En subir se tarda 3,30 horas y 2 horas en bajar pues acortaremos por atajos en las Z
La época para este itinerario es abril-mayo porque el deshielo hace más grandes las cascadas.
por Julia Merodio | Abr 26, 2018 | Rincón de Julia
Llevamos varias semanas viendo la manera de resucitar nuestra evangelización; llevamos meses hablando sobre ella. Nos hemos planteado evangelizar la familia, la sociedad, la navidad, la cuaresma… pero esto quedaría incompleto, si no nos lleva a un compromiso serio de entrega y donación y no nos compromete a entablar un diálogo con el Señor. Pues la proximidad al otro, nos compromete a la intimidad, a la interioridad, a la oración personal. De donde se deduce, que la oración deba ocupar un sitio muy primordial en un evangelizador.
Karl Rahner ya lo decía: “el cristiano del siglo veintiuno será místico o no será cristiano”
Por tanto hemos llegado a un punto muy importante. A la oración personal, al contacto con Dios -imprescindible en nuestra vida de evangelizadores-. No podemos engañarnos, si no encontramos a Dios en la oración, imposible encontrarlo en los hermanos, ni en los acontecimientos de la vida y mucho menos poder darlo a los demás.
Posiblemente lo haya dicho alguna vez más, pero no me importa repetirlo. El P. Larrañaga decía que: “el que no habla con Dios, no puede hablar de Él, porque no lo conoce, no sabe nada acerca de Él”
Es lo mismo que pasa en una familia, si no hablamos entre nosotros, solamente tenemos de los demás la idea que nos hemos fabricado de ellos, pero normalmente no tiene nada que ver con la realidad.
Si no hablamos con Dios, tendremos la idea que nos hemos hecho de Él, pero que rara vez, tiene algo que ver con la realidad.
Pero esto no es nada nuevo, nada que quiera decir yo. El Apocalipsis ya nos lo dice de esta manera:
“Eres tenaz, has sufrido por mí y no te has rendido a la fatiga; pero tengo en contra tuya que has abandonado el amor primero, la cercanía, la proximidad…” (Apocalipsis, 2 -3)
LA FUERZA DEL MUNDO
Todos hemos podido comprobar, que hay mucha más gente, dispuesta a “hacer cosas”, que a orar. Las personas de hoy tienen tiempo para casi todo, pero no tienen tiempo para orar.
Y es que lo queramos o no, la sociedad está montada para sacarnos de lo auténtico y llevarnos a lo efímero y, aunque lo haga de forma muy sutil, para que no nos demos demasiada cuenta, despliega sus armas y nos empuja a ello sin piedad.
Por eso, el primer ingenio que usa para conseguir su empeño es impedir el silencio. Y comprobamos con asiduidad el temor que la gente tiene al silencio. Vemos a cantidad de personas que, simplemente para ir un rato en el metro, o para andar hacía un sitio determinado llevan los cascos puestos oyendo, ese ruido que no les deje entrar en el silencio. Tenemos los móviles para no entrar en el silencio… Hoy da terror estar en silencio. La gente se cruza por la calle y no puede ni saludarse, van hablando por teléfono, necesitan estar conectados para no sentirse solos y para ello, se les proporcionan todos los aparatos necesarios que puedan evitar el contacto con Dios en la soledad.
Esa terrible decisión de hacernos caer en la superficialidad, indica el temor que nos produce la soledad, el miedo que tenemos a ese silencio que está dentro de nosotros; y veladamente a ese encuentro con el Señor.
Pero, solamente la cercanía al Señor produce sosiego, lo demás siempre nos deja desasosegados pidiéndonos algo más y mejor en la ocasión siguiente.
De ahí, la importancia de callarnos para poder sentir, que somos atraídos por el Señor, que el tender hacia Él no es cosa nuestra, que hemos de dejarnos atraer porque sabemos -que la iniciativa siempre la tiene Dios- y que a nosotros, solamente nos corresponde escucharle.
Por eso para esta semana, os propongo que nos pongamos un rato ante el Señor y en ese silencio permitamos que Dios nos pregunte:
- Y tú -evangelizador, que estás aquí, en mi presencia ¿Serías capaz de dar la cara por Mí si las cosas se pusieran difíciles?
- ¿Seguirías perseverando si encontrases las cosas más fáciles en otro lugar?
REZAR POR LOS EVANGELIZADORES
Además de todo lo expuesto, hay otra cosa muy importante: rezar por los evangelizadores para que crezcan –no sólo en número- sino también en valentía y audacia a la hora de llevar -el evangelio de Jesucristo- a los demás.
Sorprende ver, cómo no hace mucho tiempo en nuestra sociedad había tal número de evangelizadores que se iban fuera para evangelizar otras tierras, mientras que hoy esa cantidad ha disminuido tanto que no tendrá que pasar mucho tiempo para que tengan que venir a evangelizarnos a nosotros.
Y yo me preguntaba ¿no será, una de las causas, el que oramos poco por los evangelizadores?
¿No será que la evangelización desgasta y no sabemos dónde coger las fuerzas para seguir? Pues aquí encontramos la respuesta: Las fuerzas se nos multiplicarán: orando.
Es fundamental por tanto, que haya gente dispuesta a evangelizar, pero sin olvidarse de escuchar al Señor, sin cansarse de interceder por los evangelizadores, sin olvidar -el ponerse en Sus manos- antes de proclamar su Palabra. Pues es primordial vivir conectado a Dios si queremos dar testimonio, y todos sabemos que:
Que no se puede ser buen evangelizador,
si no se lleva a los demás
las auténticas enseñanzas del Maestro,
por Comunicacion NZRT | Abr 23, 2018 | Noticias Comunidad Nazaret
Continuando la serie de visitas a lugares ignacianos que iniciamos el curso pasado con la excursión a Loyola y Javier, visitaremos el próximo sábado 5 de mayo Alcalá de Henares.
Conoceremos tanto lo más significativo de la historia y del patrimonio artístico de esta Ciudad Patrimonio de la Humanidad, que tanto aportó a la cultura universal en los siglos XVI y XVII, cuando residió en ella San Ignacio, como las vicisitudes de Ignacio en ella y las posteriores fundaciones de la Compañía.
Visitaremos lugares como la Catedral Magistral (una de las dos únicas iglesias magistrales que hay en el mundo); el Hospital de Antezana (el hospital más antiguo de Europa), donde vivió y trabajó como enfermero y cocinero para los más pobres Ignacio mientras estudiaba en la Universidad; la Universidad creada por el cardenal Cisneros donde estudió (con sus patios y su Paraninfo); el Patio de Mataperros de la Ermita del Cristo de los Doctrinos, donde se fundó el colegio que sería el primer establecimiento de la Compañía de Jesús en España o el posterior Colegio Máximo de la Compañía.
Una jornada que conviviremos en familia y en Comunidad, compartiendo la comida que aporte cada familia, con un precio extraordinariamente reducido al acceder a los sitios a visitar.
Quienes podáis estar interesados debéis comunicarlo a través de mensaje a la dirección de correo electrónico de la Vocalía de Fiestas y Convivencias Familiares –Email en este enlace– desde la que se ofrecerá a quienes escriban información más detallada y a través de la que se formalizará, posteriormente, la inscripción definitiva.
Por razones de operatividad, dado que el tamaño del grupo no podrá ser ilimitado, tendrán preferencia las familias que antes comuniquen su interés.
por Julia Merodio | Abr 19, 2018 | Rincón de Julia
El próximo domingo la Iglesia celebra el día del Buen Pastor y lo hace con una Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Pero, esto, no es nada nuevo, la mayoría de vosotros ya lo sabréis, pues este año se celebra la número 55. Y, precisamente el lema elegido para este año es este: “Tienes una llamada” de ahí, que yo lo haya tomado para título de nuestro artículo.
Este lema, ha sido cogido de un mensaje del Papa en el que quería mostrar que Dios sigue llamando a los jóvenes; a la vez que nos anunciaba a todos, “que no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina”
Por tanto creo que, también nosotros estamos metidos en esta realidad, pues si la iglesia tiene escasez de sacerdotes, los seglares en especial los evangelizadores- tenemos una misión muy importante, que desarrollar junto a ellos.
De ahí que me haya parecido este, un momento muy oportuno para ponernos ante el Señor y pedirle que mueva nuestros corazones para que surjan vocaciones a la iglesia y evangelizadores capaces de llevar -a cualquier rincón del mundo- el Buena Nueva de Jesucristo.
Cuando se escucha al arzobispo de Madrid, monseñor Osoro hay una frase que repite, una y otra vez: “Nosotros, los que hemos sido -elegidos y bendecidos- para evangelizar” Me parece precioso. “Los que hemos sido elegidos y bendecidos…” Sin embargo, muchas de las veces, nos olvidamos de ello y nos refugiamos en lo fácil: no sé cómo hacerlo, no estoy preparado, esto no es para mí… excusas y más excusas para no hacer nada. Pero, en el fondo sabemos que eso no es cierto. Tenemos todo el apoyo del Buen Pastor que nos acompaña para poder realizar lo que se nos pide.
Lo que pasa es, que cuando descubrimos que: el esfuerzo depende de nosotros; que la preparación depende de nosotros; que el tener claros los conceptos, de lo que vamos a hacer –aunque como humanos, fallemos montones de veces- depende de nosotros… nos parece demasiado y preferimos instalarnos en la comodidad.
Pero, para llevarlo a cabo, hay tres directrices que marca el Papa para este año, en la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que creo deberíamos tener muy en cuenta: escucha, discernimiento y vida. No las pasemos por alto, incidamos en ellas una y otra vez.
Escuchar
Si el título propuesto para la jornada es: “Tienes una llamada” lo lógico será, que estemos a la escucha para ver cuando se produce.
Pero, para escuchar hay que hacer silencio y… ¡cómo nos cuesta hacer silencio a las personas de hoy!
De momento hay algo claro, -alguien nos busca-, pero ¿dónde? ¿Cómo?… Sabemos que lo hace por medio de una llamada, pero sin forzarnos. Su llamada, es una llamada que nos seduce, nos atrae, nos vence…
Y es significativo. Esa llamada no la escucharemos: en reuniones, en mesas redondas, viendo proyecciones preciosas, escuchando charlas formativas -donde todo el mundo habla-… Esa llamada la encontraremos en el silencio que nos lleva al encuentro personal con el Señor.
Y ¿cómo sabremos que alguien nos busca? Pues lo sabremos, interiorizando lo que la voz de Dios nos sugiere: en la comunicación con Él, en el encuentro con Él, en el conocimiento profundo, en la escucha, en la intimidad…
Aunque algunas veces, queriendo escuchar esa Voz, solamente hallemos “sordera” y desencuentro.
De ahí que os invite -a cada evangelizador- a preguntarnos:
· ¿Cómo se realiza, hoy, esa llamada en mi vida?
o ¿A qué me invita?
o ¿Cómo la recibo?
Discernir
La primera realidad que aparece cuando decidimos escuchar una llamada es, la Voz.
A veces pensamos, que discernir es ver de quién es la voz que nos habla, estar atentos a lo que nos propone, distinguirla de otras voces que no nos interesan… y eso es sumamente importante, pero eso antecede al discernimiento, eso es distinguir, diferenciar… ¡Dichosos los que saben hacerlo bien!
Pero el discernimiento que el Papa nos propone es mucho más que eso. El verdadero discernimiento consiste en observar el paso de Dios en nuestra vida y eso no se realiza desde fuera, sino desde dentro. Por tanto, no está solamente en deducir… sino: en sentir, en apreciar, en juzgar… En ver lo que se funde en lo hondo del corazón; pues el discernimiento consiste, en observar lo que se percibe en nuestro interior; lo que se experimenta en lo más profundo -ante la circunstancia que se nos presenta-… consiste, en ver a qué me lleva esa Voz. Si esa voz me produce desasosiego, exigencia, tristeza… esa voz no viene de Dios. La Voz de Dios siempre produce paz, sosiego, calma, alegría… la Voz de Dios es tierna, cordial, amorosa…
La Voz de Dios habla al corazón y como dice el profeta Oseas, quien escucha esa voz y la reconoce, ya nunca puede olvidarse de ella, porque se da cuenta del amor, de la dulzura, de la comprensión y de la compasión que hay en lo que Le dice.
Por eso los discípulos son capaces de decir: “Él tiene palabras de vida eterna”
· Y a mí, ¿qué me sugiere esa Voz?
o ¿La escucho desde lo más profundo?
o ¿La reconozco?
· ¿Cómo afecta, esa Voz, en mi vida?
Vida
A veces creemos, que vivir desde Dios consiste en: llenar nuestra vida de actividades, de trabajos, de acciones…; creemos que consiste en convertir a todos en oyentes de la Palabra de Dios y poseedores de esa “mejor parte” que es la suerte de quienes lo escuchan…
Pero, en aquella sobre mesa que vino después de la cena, Jesús dejo muy claro que, lo realmente importante, consistía en vivir en cada momento lo que el Padre quiere de cada uno y, eso, sólo se consigue escuchándole.
Lo que pasa es que nosotros preferimos seguir encerrados en nosotros mismos, en nuestras rutinas, en nuestra tranquilidad, en nuestra apatía… sin darnos cuenta de que, quien desprecia su vida reduciéndola al círculo de su propio yo, nunca podrá descubrir esa llamada especial y personal que Dios ha pensado para él.
Sin embargo, Dios nos da la libertad a la hora de vivir nuestra vida. Nos deja libres, para que permanezcamos cerrados u optemos por la apertura, la acogida, la hospitalidad, la confianza… nos da la libertad para amar y sobre todo, nos da la libertad para aceptar o para rechazar su propuesta.
Pero, realmente, esto nos asusta un poco, pues entrar en el plan de Dios, es entrar en el plano de lo desconocido. Y, ¿quién puede entrar en la mente de Dios?
De ahí que nos diga S. Agustín: “nadie puede tener la esperanza verdadera y cierta de vivir eternamente, si no reconoce la vida que es Cristo y no entra por la puerta en el redil”
· Y yo, ¿escucho a Dios para que me diga cómo quiere que viva mi vida?
Pues mirad:
Cuanto más cerca estemos del Pastor,
más a salvo estaremos de los lobos.
por Julia Merodio | Abr 12, 2018 | Rincón de Julia
Si la Pascua comienza mostrándonos la confirmación de los primeros testigos de la resurrección de Cristo, en esta segunda semana se nos invita a ampliar la mirada para fijarnos en los efectos que supuso -esta gran noticia- para los discípulos y cómo comenzaron la vida de resucitados, motivando desde su proceder, el que comenzaran a nacer los primeros cristianos.
De ahí, que me parezca realmente significativo que, esta segunda semana de Pascua dé comienzo con domingo de la Misericordia, asignación que nuestro querido S. Juan pablo II, le dio en el año 2000 al canonizar “a la mística religiosa polaca Faustina Kowalska”, pues fue durante la homilía cuando nombró oficialmente, al Segundo Domingo de Pascua, como “Domingo de la Divina Misericordia”
Y, Dios quiso que fuese, precisamente el 2 de abril de 2005, en la vigilia del Domingo de la Misericordia, a las 9:37 p.m. (hora de Roma) cuando Él murió.
Pero no termina todo ahí. También, el segundo domingo de Pascua, domingo de la Divina Misericordia, fue el elegido por el Papa Francisco para celebrar la ceremonia de canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II.
Por lo que no puede casual, que el Domingo de la Divina Misericordia, tenga una connotación muy especial para los que nos seguimos considerando discípulos de Jesús.
¡Qué realidad más admirable! Después de haberla conocido, ya nadie puede negar que estemos en una semana presidida por el amor, por ese amor que tanto necesita utilizar -en su apuesta- todo evangelizador.
Qué bueno sería por tanto, que, nos detuviésemos a observar que el poder del amor es el arma más grande y eficaz del mundo, y esa arma la poseemos todos. Aunque sea muy triste decir que nuestro mundo lo ignora.
Todos estamos sumergidos en esta sociedad, que baraja como esencial, de la mañana a la noche y por cualquier medio al que accedamos, que las diversas formas de poder: riqueza, fuerza, fortuna, autoridad… son lo más poderoso y substancial para nuestra vida, ofreciéndonoslo cómo un eficaz elixir que todo lo solucionará; pero nosotros sabemos que no es cierto, que el poder más grande, poderoso y eficaz, que reside en el universo es el poder del amor. El amor, que reside siempre, en nuestra capacidad de dar y darnos. ¿Cómo no va a entender esto un evangelizador que vive dándose a los demás?
Jesús, quiere reafirmarnos en esta realidad, lo mismo que lo hizo con los discípulos al mostrarles sus llagas.
“Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo y dirigiéndose a Tomás le invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Juan 20,28)
Y quizá esta, sea también una realidad que muchos evangelizadores quisiéramos sentir, la de tocar –como Tomás- las llagas de Jesús. Esas llagas que son un escándalo para los que no creen, pero la comprobación de la fe de los creyentes. Sin embargo, a veces huimos cuando vemos personas tan llagadas, porque nos da aprensión acercarnos a ellas. Nos da miedo acercarnos, tocarlas, acariciarlas. Queremos evangelizar, pero desde lo fácil, haciendo lo que nos gusta, lo que nos apetece… pero sin llegar a tocar las llagas que supuran dejando abatidos el cuerpo y el alma ¡yo no valgo para eso, nos decimos! Por eso, Cristo resucitado quiera mostrarnos hoy –de nuevo- las suyas, para que nos demos cuenta de que -en el cuerpo de Cristo resucitado- las llagas no desaparecen; permanecen, porque ellas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros. Qué importante sería, por tanto, que en este momento fuésemos capaces de arrodillarnos –como Tomás- ante ellas, para decir desde el fondo de nuestro corazón ¡Tú eres mi Señor y mi Dios!
¡Qué lección tan grande para un evangelizador! Pues ¿quién es un evangelizador, sino la persona que está llamada a mirar de frente y con amor, las heridas de los hermanos? ¿Quién es un evangelizador, sino el que está llamado a curar a los heridos por este mundo cruel e inhumano, que sangra por todas las partes? Es por ello, por lo que os invito a mirar –en esta semana tan especial- las manos y los pies llagados de Cristo.
No volvamos los ojos. No nos justifiquemos. No digamos: ¡es que, a mí estás cosas…! “Soy muy mío” y eso de ver llagas… porque eso es una trampa. Las heridas de Jesús que producen muerte, no son hechos sin importancia, son las que conducen a la verdadera vida. Pues en el rostro deshecho de Cristo es donde se contemplan esas vidas segadas por la injusticia, por la miseria, por la marginación, por la indiferencia, esas vidas a las que debemos intentar llegar cada evangelizador.
Pero que no nos paralice el contemplar, tanta injusticia. Que no nos detenga en observar tanta desigualdad, tanto dolor, tanto sufrimiento… Porque cuando Jesús resucita:
- La tiniebla pierde su rigor.
- El bien triunfa sobre el mal.
- Todo se recrea de nuevo.
- Todo recupera la luz primera.
- Y aparece el destello de la bondad divina que alberga todo cuanto existe.
Porque… cuando Jesús resucita:
- El pecado ya no es irreparable.
- Aparece ante nosotros, la oportunidad de renacer.
- Podemos comenzar de nuevo.
- Y, desde ese momento, la gracia sobrepasa cualquier adversidad.
Qué importante sería que, ahora, después de todo esto que hemos reflexionado, hiciésemos un rato de oración en silencio para preguntarnos ante el Señor:
- ¿Qué rostros –distorsionados- desfilan, en este momento, por mi mente?
- ¿Cómo me siento al encontrarme ante ellos?
- ¿Qué heridas me acusan?
- ¿Qué alegrías quito a los míos, a los que comparten mi vida?
- ¿Qué heridas produzco a los demás con mi indiferencia?
por Julia Merodio | Abr 5, 2018 | Rincón de Julia
¡Cristo ha Resucitado! ¡Aleluya!
¡Estad alegres! Os lo repito, estad alegres porque Jesús ha resucitado.
Estamos en Pascua, en pascua de Resurrección, pero no habrá Pascua de Resurrección en los demás, si no la hay también en nosotros.
Y no habrá Pascua en nosotros, si nuestra resurrección no es también la resurrección de los demás. Pues Cristo, no sólo resucita la mañana de Pascua, ni resucita para unos pocos… Resucita cada día al resurgir el Alba y para todos cuantos quieran resucitar con él.
Que mensaje tan importante para todos los que nos sentimos evangelizadores. No se puede ser un buen evangelizador sin haber tenido un encuentro con Cristo Resucitado, ni se puede ser un buen evangelizador, sin haber tenido una experiencia que nos haya hecho pasar de la muerte a la vida.
De ahí que os invite hoy, a hacernos una pregunta. ¿Creemos nosotros, los evangelizadores, los que compartimos la vida con los demás; los que formamos una familia, los que pertenecemos a una comunidad… que cualquier acontecimiento por arduo que sea, puede pasar de la muerte a la vida? Pues si de verdad lo creemos: ¡Alegrémonos!
Jesús resucitado, en este tiempo de Pascua, nos trae la alegría y quiere ponerla en nuestro corazón para que la contagiemos al mundo.
Pero ¿De qué alegría estamos hablando? ¿Cómo se puede llevar alegría a tanta gente sin casa, sin recursos, pasando hambre, carente hasta de lo más imprescindible…? ¿Cómo llevar alegría a tantos cómo se sienten solos, incomprendidos, marginados…? ¿Cómo se puede hablar de alegría a tantas familias desoladas por la incomprensión, la ruptura, los malos tratos…?
Pues se puede hablar de alegría, porque la alegría no nace de, hacernos nosotros el centro para, que todos giren en torno a nuestros caprichos.
La alegría nace:
- Cuando somos capaces de entregar nuestra vida, para que vivan mejor los demás.
- Cuando somos capaces de compartir su gozo, sin verificar si a nosotros nos aporta algún beneficio.
- Cuando aceptamos a cada uno con su realidad, sin temor a ser rechazado por no pensar como ellos.
- Cuando sembramos paz y tranquilidad, aunque los acontecimientos sean adversos.
- Cuando somos capaces de consolar a los demás, afrontando su realidad y ayudándoles a buscar soluciones.
Porque la alegría, no llega con palabras bonitas sino con hechos palpables. La alegría llegará cuando seamos capaces de ayudar a otros a resucitar de todo lo que les aprisiona, compartiendo nuestra vida con ellos; cuando seamos capaces de liberarlos de tantas esclavitudes como les acompañan, ayudándoles a ser personas nuevas, personas capaces de irse integrando poco a poco entre nosotros.
La alegría nos llegará y seremos capaces de compartirla, cuando seamos personas que cómo los apóstoles –después de haber visto a Cristo Resucitado- nos reunamos, nos alegremos y nos ayudemos a madurar y a crecer.
Por eso, el evangelizador, ha de tener claro que la alegría nace del misterio de la Cruz. No nace de lo que me gusta, sino de entregar la vida por los demás. Aceptando de verdad que, detrás de todas las cruces, siempre hay una resurrección.
La alegría brotará en nosotros, cuando alcancemos la capacidad de ver que Cristo resucitado Vive. Cuando oigamos que nos dice: “No temas, soy yo” Pues, aunque no podamos demostrarlo científicamente, sentiremos en lo más hondo que todo se crea y se renueva en Él.
Por eso, la alegría es el mejor regalo que un evangelizador puede hacer a los demás. Mas, de nuevo surge la dificultad, ¿cómo hablar hoy de regalo cuando todo se compra y se vende? Como hablar de regalo cuando se llega a pensar que el dinero puede comprar hasta las grandes realidades del ser humano. Pues para que veamos que todo es un regalo, que todo es un don, Jesús nos dice a cada uno en particular: no te amo por lo bueno que eres, sino porque eres tú. Pero, ¿acaso podemos repetir nosotros esas palabras con la mayor sinceridad? Pues cuando podamos repetirlas, podremos compartir la alegría de la resurrección con los otros y dejaremos de centrarnos en sí mismos para gozarnos con el gozo que nos trae el Resucitado.
Y todo esto es posible, porque Jesús ha dado la vida por nosotros. El nos lo dijo con claridad:”Si el grano de trigo cae en tierra y muere da mucho fruto” y aquí lo tenemos. Si nuestra tristeza, nuestra apatía, nuestra rutina… son tocadas por Cristo Resucitado, también se convertirán en Vida.
Por eso os invito a vivir, este tiempo tan especial, con la mirada puesta en el Señor resucitado, pues evangelizar cansa, desgasta, inquieta… De ahí que:
Cuando el cansancio nos invada, cuando parezca que ya no nos quedan recursos para seguir. Cuando a nuestro derredor sólo llegue la soledad y el desaliento y nuestros ojos no sean capaces de contemplar nada más que sepulcros vacíos, nos demos cuenta de que solamente Dios Es, que sólo Dios permanece, que sólo Dios… es la Vida, que solamente Él podrá hacernos Resucitar.
¡¡¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!!!
por Julia Merodio | Mar 27, 2018 | Rincón de Julia
Dentro de tres días comienza la Semana Grande, la semana Santa. Y para todo evangelizador, el Triduo Pascual, tiene que ser algo muy especial en su vida. Sin embargo el ambiente no nos lo pondrá fácil, allá donde nos encontremos la gente estará de vacaciones y no se acordará de lo que estos días suponen para un cristiano. Es más, posiblemente algunos podamos encontrarnos con gente que va en contra de todo ello.
Y ante esta realidad ¿qué hacer?
Primero evangelizar desde el testimonio.
Y después orar.
Orar mucho, incluyendo en nuestra oración a estas personas tan equivocadas, que quizá, además de no acercarse ellas a Dios, no tengan a nadie que rece por ellas.
Por eso el artículo de esta semana lo voy a mandar en clave de oración.
Momento de Oración
Jesús va llegando a la etapa final. Él lo sabe mejor que nadie. En sus entrañas se mezclan dos tipos antagónicos de abandono:
• El de sus seguidores: que lo abandonan, pasando por alto, la realidad que les presenta y sin importarles, lo más mínimo lo que les va diciendo.
• Y su propio abandono –totalmente distinto al anterior-: Su entrega voluntaria y total, en las manos del Padre ¡Qué se haga sólo tu voluntad, Padre!
Jesús se presenta como El siervo. Y en esta auto-presentación carga en sus hombros todos los dolores del mundo mientras su alma se llena de una esperanza capaz de iluminar el sufrimiento.
Jesús quiere llegar al abatido, al triste, al que sufre… Jesús quiere alentarnos, decirnos que Dios está con nosotros, que todo lo que está pasando tiene sentido, que a su lado podremos descubrirlo… Pero:
• ¿Será esta realidad la que marque nuestra Semana Santa o la viviremos como los que “están de vacaciones”?
Padre: Tú conoces mis decisiones y mis ansias.
Conoces los retos, a los que me enfrento cada día
y sabes que siempre quiero conseguirlos por mi cuenta,
sin contar en absoluto contigo.
Pero dentro de mí hay algo que no me deja satisfecho,
hay un vacío que no logro llenar ni aunque me ría a carcajadas
Por eso, hoy, quiero pedirte perdón Señor.
¡Perdóname! Pues sé que necesito tu espíritu
para que me de fuerza y sabiduría
a fin de saber acoger tu voluntad.
Y si lo que quiero que suceda en mi vida,
-no es tu voluntad que sea así-,
lo pondré en tus manos y, solamente, te pediré
la paz necesaria para no preocuparme más por ello.
TOMANDO LA CONDICIÓN DE ESCLAVO
Jesús, conociendo mejor que nadie esa realidad, se hace esclavo queriendo pasar “por uno de tantos”
Jesús podía haber vivido la gloria: Su Gloria; pero prefirió compartir la tragedia humana para salvarnos, aunque eso no nos guste demasiado.
Y, vemos con tristeza que, llegando al momento cumbre, al final… vamos siguiendo de cerca a Jesús -como los discípulos-, pero como ellos, no queremos saber nada de sufrimiento, ni de las expectativas que Jesús nos muestra; evitamos los problemas y huimos de la Cruz.
• Pero ¿todavía no hemos sido capaces de darnos cuenta, de que Jesús puede convertir nuestras muertes en Redención?
Escuchando al Profeta Isaías:
“Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento.
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he revelado ni me he echado atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, mi mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos ni salivazos. Mi Señor me ayudaba por eso no quedé confundido” (Isaías 50, 4 – 7)
Jesús no ha venido para que busquemos tragedias y las superemos, Jesús ha venido para enseñarnos y ayudarnos a vivir eso que, no nos gusta demasiado, para devolvernos la alegría que habíamos perdido y para enseñarnos a ser felices con nuestra, propia, historia de salvación.
Por eso:
“Cristo por nosotros se sometió, incluso a la muerte, y una muerte de Cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre” (Filipenses 2)
Aquí está la grandeza de Dios, que no consiste en eludir lo adverso sino en sublimarlo, no consiste en esquivar lo negativo sino en volverlo positivo, no consiste en quedarse en la muerte sino en convertirla en Resurrección.
Por eso, “ante el nombre de Jesús: toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo. Y toda lengua proclame ¡Jesucristo es Señor! Para gloria de Dios Padre”
• Y yo ¿soy capaz de doblar la rodilla ante Jesús?
• ¿Soy capaz de arrodillarme ante el hermano que sufre?
• ¿Soy capaz de hacer míos los sufrimientos de los demás?
Señor:
Pero yo confío en Ti,
porque sé que eres mi Dios y te amo.
En tus manos pongo mi pobre destino,
ábreme e indícame la senda por donde caminar.
Alumbra mi rostro con la luz
de tu amor y tu misericordia
y no te olvides de mí.
¡Qué grande es tu bondad, Señor,
¡qué maravillosa tu ternura!
Tú me brindas el perdón
y me siento lleno de gozo,
como un hijo tuyo que regresa
para entrar en la fiesta.
LA GRANDEZA DE DIOS
Jesús se ha negado a ser un “superhombre” lo acabamos de ver con claridad. Él se angustia ante la pasión, siente miedo, suda sangre, el tedio lo abarca… y, solamente podrá salir airoso de tanta angustia tras una prolongada oración.
Cuando uno llega aquí, sólo le cabe: Mirar Jesús en silencio, y hacer desfilar en su presencia: nuestras soledades, nuestras carencias, nuestro dolor.
Hagamos silencio.
Dios, desde siempre, ha puesto sus esperanzas en el ser humano; pero el ser humanos le ha fallado.
Nosotros le hemos fallado a Dios.
Dios tenía proyectos ambiciosos para todos. Nos creó en el amor, en la concordia, la justicia, la libertad, el perdón… y ahí está lo que cada día le devolvemos: injusticia, muerte y lamentos… porque no dudamos en volver a entregarlo si la cosa se pone mal.
Por eso este año, en esta semana Santa, vamos a suplicarle que siga haciendo previsiones para su Iglesia; que siga mandando operarios a su mies; que no se canse de volver a darnos su amor incondicional. Vamos a decirle que nosotros –sus evangelizadores- nos comprometemos a revisar nuestra vida, a cambiar nuestras actitudes y a morir con Él, a todo lo que nos aplasta, para poder resucitar con Él en la Vigilia Pascual.
PADRE TE NECESITO
¡Padre te necesito. Te necesito porque soy débil pero quiero resistir!
• Te necesito; no para que me ayudes a que mi vida sea fácil, sino para que me des facilidad para seguir adelante.
• Te necesito; no para que me ayudes a ganar la batalla, sino para que me des fuerza para buscar la paz.
• Te necesito; no para que me saques de los apuros, sino para que me des valor para afrontarlos.
• Te necesito; no para que la gente me apoye, sino para que me recuerdes que mi apoyo eres Tú.
• Por eso, Señor, no te pido tu mirada complacida en mi triunfo, sino tu mano apretada en mi fracaso.