por Julia Merodio | May 31, 2021 | Rincón de Julia
Después de lo que os he compartido, me parecía importante, terminar el mes de Mayo con esa invocación que hacemos a María, al rezar los misterios gloriosos y que tanto me gusta asignarle: La Coronación de María como Reina y Señora de Cielo y Tierra.
Soy consciente de que este epígrafe, cuando menos suena raro, pues si examinamos un currículum, lo primero que buscaremos serán: los títulos académicos, los masters realizados, los idiomas que se dominan… y, por supuesto, tratándose de una reina, los títulos nobiliarios que posee.
Sin embargo, sorprende observar que, la Reina a la que hoy nos referimos no ostentó ningún título, no recibió ningún Óscar, no le dieron el premio Cervantes, ni el premio Planeta… ni siquiera fue nombrada premio Nóbel de la Paz… y, sin embargo, en su vida se funden los más onerosos títulos que fueron apreciados, ni más ni menos que por el mismo Dios. Parece que, de nuevo, la realidad demuestra que, el concepto que tiene Dios de título difiere un poco del que tenemos nosotros.
¡Quién iba a pensar que, aquella muchacha de pueblo se convertiría en: “Reina y Señora de todo lo Creado”! pero, todavía es más asombroso descubrir la manera tan singular, por la que iba a llegar a serlo.
María era una muchacha alegre y bondadosa, cercana a todas las jóvenes de su edad y nada hacía presagiar en ella cosas sorprendentes. Sin embargo su interior albergaba algo singular, algo que la distinguía de todas las demás; era, su porte de gran dama; un porte que no lo da la alcurnia, ni las clases de etiqueta, ni las de protocolo…; era, esa manera de comportarse, que solamente la da el haber hecho una opción, seria, por el Señor y el haberle dejado entrar en su vida.
Y… así, desde la sencillez más absoluta, sin hacer nada extraordinario, sin tener pretensión alguna, sin esperar nada destacado… alguien aparece para entregarle: el Título más sublime, que jamás hubiera conocido ni podrá conocer la historia humana, ser: La Madre de Dios.
Pero este título no viene solo, con él trae: La Misión que María debería asumir en la historia de la salvación.
Porque esto es lo nuclear; esto es lo que nos lleva al centro del misterio. Todos los demás títulos, hasta llegar a ser Reina se derivarían de este; todos se fundamentarían en su vocación de ser: Madre del Redentor; todos emergerían de, este plan asombroso de Dios en el que: María, una criatura humana, fuese elegida para realizar el plan de salvación, centrado en ese gran misterio, de la Encarnación del Verbo.
De ahí que, desde ese crucial momento, las sorpresas se desatan. El currículum del que hablaba, se hace añicos. La mente humana se perturba y los planes de Dios aparecen con Luz propia, ante el gran desconcierto de los que van a contemplarlos.
MOMENTO DE ORACIÓN
Estamos en presencia del Señor. Vamos dejando que, el sosiego y la calma nos inunden.
Dejamos que, en este sosiego, la certeza nos haga ver -como lo vio María- que, Dios nos renueva y nos llena de fuerza en cada instante, para dar el siguiente paso. Aunque, sepamos que para ello, nuestra fe necesite renovarse.
Por eso estamos aquí, para que calladamente, la fortaleza y la paz se vayan adueñando de nuestra alma.
Y llenos de confianza, en el que todo lo puede, comenzamos nuestra oración.
MARÍA ES PROCLAMADA REINA
Si al entrar en el mundo de Dios todo se trastoca, para que se realizara esta situación tan especial, la cosa no iba a ser menos.
Así vemos que, las cosas de Dios vuelven a alterar nuestra realidad y resulta que María llega a ser Reina por ser la madre de un Rey y no al revés. Y, lo que es más, se convierte en la madre de un Rey sin trono, absurda situación. Pero como decía Martín Descalzo, Dios entra -la mayoría de las veces- por la puerta de atrás.
Esta reina, de la que hablamos, un día descubre que no tiene un lugar digno, donde pueda traer a su hijo al mundo. Todo está ocupado. Por lo que, un establo y un pesebre serán los primeros en recibirlo. Pero según vemos, esto estaba previsto en los planes de ese Dios, en el que ella había creído, la Reina no tiene posesiones y el Rey no tiene trono.
Sin embargo, esto no quedaría ahí. Aquella situación y aquel lugar que, se plasmaba entonces, sigue estando vigente en nuestra realidad.
No tenemos nada más que echar un vistazo para observar que Dios sigue sin tener sitio en nuestra sociedad, culta y glamorosa. Tenemos todas las estancias ocupadas con la moda y el estatus social. Imposible hacer hueco en nuestra historia, a alguien que viene cargado de pobres, marginados y excluidos ¿qué dirían de nosotros si nos encontrasen con esa clase de gente?
Si, al menos, la acompañasen los Magos quizá tuviera más aceptación, pues las personas relevantes parece que nos dan otra seguridad.
Nuestra sociedad no será nunca capaz de entender que para subir tenemos que descender, porque es bajando como se sube ¿o no es eso lo que, Jesús, hizo cuando quiso acercarse a nosotros?
Posiblemente, la Madre tendrá que presentarnos de nuevo a su Hijo ¡Sabemos tan poco de Él! ¡Se nos ha olvidado tanto lo que nos enseñaron! Es ciertamente triste comprobar que, muchos de los niños pequeños y de los que vayan naciendo en la actualidad no tendrán a nadie que les hable de Jesús porque, sus padres ¡tienen tanto que hacer, tanto que trabajar y tanto que descansar, que les es imposible ocuparse de estas cosas!
- Y, todo esto ¿qué dice a mi manera de vivir?
- ¿Me he planteado que para subir hay que descender?
EL IMPACTO DE UNA REINA
Sin pretenderlo María pasó a ser la referencia, lo mismo que lo son las reinas para su pueblo. Pero la referencia de María, ha quedado claro, que es distinta a la cualquier otra reina.
En el ambiente donde nos movemos observamos muchos tipos de reinas. Además de la reina que ocupa, merecidamente, el lugar prioritario en un país; tenemos la reina de la fiesta, la reina del carnaval, la reina de la belleza… Los reinados surgen, según las necesidades de unos cuantos y, normalmente, para generar beneficios. ¿Cómo entender desde esta perspectiva el que María sea Reina?
Si hablásemos de ello en una tertulia normal, la gente al irse a casa buscaría en Google, para ver de dónde había salido una Reina tan singular. Pero fijaos que tipo de Reina es María que no necesita aparecer en Internet para que todos la conozcan. Ella es:
¿Qué pueblo no tiene por patrona a María bajo una advocación?
- Ella es: la Reina de la familia.
Y a ella acudimos en cualquier adversidad.
- Ella es: la Reina de la paz.
- Es: La Reina de la Iglesia. El auxilio para todos sus hijos.
- Pero, también es: la Reina de los Ángeles y de los Apóstoles,
es… la Reina de los Mártires y es, la Reina de todos los Santos.
Sin embargo, a pesar de toda su grandeza, lo que más le gusta a la Madre es ser, Reina de cada corazón.
- ¿Le dejaremos reinar en el nuestro?
UNA REINA SIN CORONA
María no tenía coronas pero, coronada de bondades pasó a la vida plena. Ella no puso condiciones a los designios de Dios, puso su arcilla en manos del Señor y el amor, convirtió en milagro su barro.
Ella, lo mismo que Jesús, supo seguir amando en las horas oscuras, en las que, la luz no brilla y el sol se oscurece y, desde su gran generosidad, se encontró con la maravilla del amor resucitado:
- Personalizó su fe y experimentó a Dios.
- Interiorizó la Palabra y descubrió una nueva manera de vivir.
- Acogió el sufrimiento y encontró sublimada su esperanza.
- Descendió hasta su fondo y halló la reconciliación.
- Encontró que el Reino de los Cielos estaba dentro de Ella y fue testigo del gozo que supone poseer a su Señor.
Por eso, un día, pudo decir sin intimidarse: (Lucas 1, 52 – 57)
“Mi alma engrandece al Señor:
porque ha derribado a los potentados de sus tronos,
para ensalzar a los humildes;
porque llena de bienes a los hambrientos
y a los ricos los despide vacíos;
porque acoge a todos con misericordia,
según lo había prometido”
por Julia Merodio | Abr 9, 2021 | La Comunidad NZRT, Rincón de Julia
Estamos en el segundo domingo de Pascua; en el que, como todos sabéis, se celebra La Divina Misericordia.
Fue, el Papa Juan Pablo II, el promotor de tan magnífica iniciativa. Avalada por su sucesor Benedicto XVI, con su encíclica Deus Caritas est (Dios es amor) y por nuestro querido Papa Francisco que, la presentó en su primer Ángelus tras su nombramiento.
Y, es impresionante ver que, los tres hayan entendido que, el mundo de hoy, tiene una gran necesidad de contar con personas misericordiosas: personas que beban en la gran misericordia brotada del Corazón de Cristo, para ser capaces, después, de entregar su vida en favor de los demás.
Porque la persona de hoy necesita, más que nunca: que, le ayuden a aligerar su carga; a salir del virus que la circunda; a aumentarle su esperanza… A demostrarle que, el corazón de Dios camina siempre en el corazón del mundo.
Por eso, lo primero que haremos es decirle al Señor.-
Señor: Aquí estamos necesitados de tu misericordia.
Tú, mejor que nadie, conoces nuestros temores, nuestros desalientos, nuestras incertidumbres…
Tú sabes… que, aunque lo intentamos, nos cuesta saber cómo llegar a tu corazón misericordioso.
Por muy mal que os sintáis –nos dice Dios- lo importante está en no desanimaros.
Ya veis que, aquí estoy Yo esperándoos siempre.
Depositad todos vuestros problemas en mi corazón.
Decidme todo lo que os pasa, descubrid esas heridas que dañan vuestro interior; porque Yo las vendaré, las curaré, y convertiré vuestro sufrimiento en fuente de salvación.
Pero Señor… Tú sabes que somos frágiles y débiles; que nos cuesta salir del “pelotón” y dar la cara; que nos paralizan los condicionamientos…
Tú sabes… que, necesitamos que, seas Tú, el que insertes en nuestro corazón tu misericordia.
Sabes que nos proponemos ser más coherentes y que, sin darnos cuenta volvemos a la rutina cayendo en los mismos errores.
Conoces… todas las dudas que, nos acompañan ante cualquier decisión y estás al tanto de que, el trato con los demás, muchas veces nos irrita, nos desinstala y nos deprime.
Por eso, -Yo, vuestro Dios-, quiero deciros hoy -a vosotros- los que habéis optado por Mí, que el mayor obstáculo para seguir la senda que os he marcado es: el desánimo, el cansancio y la inquietud injustificada, pues ellos quitan la energía necesaria para lograr ponerse de nuevo en pie y seguir el camino encomendado.
Tened en cuenta que, el desasosiego quita la paz interior, a la vez que nos impide ver que, la agitación y el agobio, son frutos de nuestro amor propio.
Por eso, ¡no temáis! Confiad en la misericordia de mi corazón. Porque Yo estoy con vosotros.
Apoyaos en mis brazos, dejad que mi amor penetre vuestra alma y contad con que, mi bondad, en esos momentos duros, os protegerá como fuerte escudo.
MOMENTO DE ORACIÓN
“Jesús dijo: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mateo 11)
LA GRATUIDAD DE DIOS
Vivimos en el mundo de la compra-venta. Todo tiene un precio y por todo exigimos una recompensa. Tanto produces, tanto te vamos a pagar.
Este modo de pensar, nos hace difícil acercarnos a Alguien que habla de gratuidad, que regala sus dones sin esperar nada a cambio.
La persona de hoy hace las cosas pensando en la recompensa, desconfía de la gente y trata de asegurar su paga.
Por eso, nos cuesta tanto entender a Jesús Resucitado. También a Él le exigimos recompensas, le exigimos distinciones.
Somos incapaces de darnos cuenta de que, cuando nos acercamos al Señor Resucitado, cuando nos sentimos acogidos por Él… todo cambia.
Pues, ¿acaso a alguien que se siente acogido por el Señor, le puede quedar tiempo para pensar en recompensas? ¿Acaso, mientras nos sentimos abrazados por el Padre, podemos estar pensando en lo que nos dará a cambio?
Quizá sea aquí, donde radique el problema. Por eso, esto es lo que necesita saber el mundo de hoy y lo que nosotros necesitamos interiorizar. Que, lo que importa es Cristo y sólo Cristo y… que, lo demás es accesorio. Que, lo realmente importante es Él, como máximo DON, como único DON.
- ¿Qué podría decirle yo, personalmente, a Jesús Resucitado, sobre lo que significa para mí, su misericordia?
- ¿Qué podría decirle, de cómo vivo la misericordia en mi corazón y en mi manera de practicarla?
No nos cansemos nunca, de decirle al Señor, con las palabras de fray Miguel de Guevara:
“Señor, no me tienes que dar, porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera”
LA MISERICORDIA Y MARÍA
Cuando se habla de misericordia, no podemos olvidarnos de María, pues si hay alguien que aprendió, de manera primordial, lo que es la misericordia fue, precisamente ella.
María aprendió a ser: hija, madre, esposa, creyente, fiel… junto a la Gran Misericordia. Por eso cuando nos muestra a su Hijo, no lo hace porque nos vaya a dar algo o nos lo vaya a quitar, sino por lo que ES: Jesús, el hijo de Dios, la Misericordia Infinita.
Y, junto a su Hijo, aprendió de tal manera a practicarla, que hoy le seguimos diciéndole: “Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”
Por eso, para terminar, vamos a pedirle que nos preste sus ojos misericordiosos, para mirar a este mundo tan necesitado de amor y nos enseñe a amarlo como ella lo ama; pues cuando una persona se siente amada, es capaz de amar mucho más. Ya que,
La misericordia es la armonía del alma.
por Julia Merodio | Mar 9, 2021 | Rincón de Julia
“Te adoramos, ¡oh Cristo! y te bendecimos porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo “
Cuando se trata de juzgar a alguien es mejor elegir la noche, para no dar notoriedad. Tampoco importan las rencillas que haya, entre los que se erigen jueces, cuando lo que se busca es dictar una condena. Por eso encontramos a todos reunidos: Sumos sacerdotes, senadores y letrados; se trata de condenar a un “blasfemo” que, públicamente ha tenido la osadía de declararse Hijo de Dios.
Es cierto que la cosa no está demasiado clara, pero la condena tiene que prosperar, por lo que sin importarles lo más mínimo, han de buscar testigos falsos y pruebas inexistentes que corroboren su intento. Entonces me di cuenta de que, todos creían tener poder para juzgar a Jesús, aunque al encontrárselo de frente, tuviesen que hacer un gran esfuerzo para aparentar una tranquilidad que no poseían.
Al mirarle, les parecía imposible cuanto habían dicho de Él, ¿qué podría tener ese pobre campesino para imponer tanto respeto? ¿Qué podría haber hecho para darles miedo al ir a prenderlo?
Los informes que les habían llegado sobre el Nazareno hablaban de su buen conocimiento de las Escrituras y su hábil dialéctica pero ¿qué era, realmente lo que predicaba? ¿Dónde lo había aprendido? ¿Cuáles eran sus verdaderas intenciones?
La boca del gobernador se abrió para decirle:
“Si eres tú el Mesías dínoslo. Jesús les contestó: Si os lo dijese no me creeríais, pero sabed que el Hijo del hombre estará sentado a la diestra de Dios” (Lucas 22, 67 – 70)
HACEMOS SILENCIO
¡Qué gran lección se presenta en nuestra vida!
¡Qué necesario aprender que, antes de juzgar a los demás, hemos de juzgarnos a nosotros mismos!
No he venido a juzgar, dice Jesús, sino a salvar. Pero a Él lo están juzgando y no de manera limpia.
Sin embargo, es grandioso observar que, Jesús no juzga, pero tampoco pacta con el mal, Él enseña la manera de obrar claramente y con valentía. ¡Cuántas veces estamos recriminando nosotros, a la persona que juzga, sin darnos cuenta de que en ese momento la estamos juzgando nosotros a ella!
Por eso es importante que nos digamos con frecuencia ¿quién soy yo para juzgar? Yo no estoy aquí para juzgar, ni para criticar… yo estoy aquí, para construir, para regalar misericordia, para ofrecer compasión… y, como Jesús, para señalar lo que, creo que no está bien.
El mismo San Pablo nos lo dice de esta manera, en Romanos 14, 13: “Dejemos de juzgarnos mutuamente…” Sabiendo que, dejarnos de juzgar unos a otros, nunca debe conducir a la pasividad de quitarnos problemas de encima, sino a buscar una actividad y un compromiso en común.
“Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros”
(Lucas 6, 36-38)
MOMENTO DE ORACIÓN
Señor, tú sabes que somos muy dados a juzgar a los demás y que, a veces no nos importan las armas que usemos con tal de salirnos con la nuestra.
Pues… ¡qué fácil es juzgar! ¡Qué fácil es, hundir a una persona! También nosotros estamos juzgando a Jesucristo cuando lo hacemos con los que nos rodean.
Porque lo que realmente nos asusta es la verdadera vida, la existencia cimentada en el evangelio de Jesús, la gente que va contra corriente…
Por eso, quizá lo que en este momento deberíamos hacer, es preguntarnos como ellos ¿quién es, el Jesús en el que creo? ¿Qué significa en mi vida? ¿Soy realmente consciente, de que Jesús no vino a juzgar sino a salvar?
Ayúdanos, Señor, a ser misericordiosos, a aprender de Ti que, no viniste a juzgar sino a salvar; y, aunque a veces nos cueste, sigamos sin desfallecer las enseñanzas del evangelio, cuyo centro se basa en dignificar a la persona.
—– Padrenuestro, Avemaría y Gloria…
“Señor, pequé. Ten misericordia de mí y de todos los pecadores.
por Julia Merodio | Mar 5, 2021 | Rincón de Julia
“Te adoramos, ¡oh Cristo! y te bendecimos porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo “
Judas acudió a cenar pero se le veía como fuera de sí. En la mesa se puso lejos de Jesús. Con la bolsa en la mano y a medio sentar, daba la impresión de tener algo importante que hacer. Yo creo que todos nos dimos cuenta, pero ninguno pudo albergar en su cabeza lo que pasaba en realidad.
Cuando Jesús se puso a lavar los pies, el gesto de Judas fue de fastidio, -un rato más viéndolo cara a cara- pero como otro cualquiera se dejó lavar por Jesús.
Sin embargo, cuando Jesús beso su pie, la cara se le llenó de un rojo, tan intenso, que parecía le iba a estallar; aunque haciendo un esfuerzo sobrehumano intentó que todo siguiese con naturalidad.
No imaginaba Judas que, unos momentos después Jesús, se atreviese a decirnos:
“Uno de vosotros me va a entregar. Todos preguntamos ¿Señor, acaso soy yo?
Jesús, ajeno a los comentarios, siguió diciendo ¡ay de quién entregue al Hijo del Hombre! Más le valiera no haber nacido” (Marcos 14, 17-22)
HACEMOS SILENCIO
Me sitúo, ante las traiciones que hoy se siguen cometiendo impunemente –con el mismo desgarro que la traición de Judas- aunque, solamente, pongamos el énfasis en la de Judas, para tapar las repercusiones de las nuestras.
Observo, el dolor que produce una traición.
Observo las traiciones por promesas incumplidas.
Las traiciones, por falta de autenticidad.
Las traiciones, por querer sobresalir.
Las traiciones, por evitar un “qué dirán”…
Pienso en esas veces que, me he visto traicionado por gente que creía quererme y solamente me utilizaba, para sacar provecho.
Pienso en gente que, como Judas, eran seguidores de Jesús, sin embargo, como él, también fueron capaces de cometer una traición.
Ahora, pienso en las veces que, he sido yo el que he traicionado.
El que he hecho sufrir.
El que, me creía seguidor de Jesús y, cuando las cosas se han puesto difíciles, no he dudado en traicionarle.
Me detengo a ver, mis justificaciones para hacerlo.
Pero daremos un paso más. Ahora, pondré cara y nombre a la persona a la que he traicionado. Y observaré… ¿puedo mirarle de frente?
¿Me he dado cuenta de que cuando traiciono a una persona estoy traicionando a Jesús, lo mismo que Judas?
MOMENTO DE ORACIÓN
También hoy, la gente se reúne para cenar en señal de fiesta; pero, como en aquella noche, no todos los asistentes buscan cenas fraternas.
En las mesas de hoy día, también se firman traiciones, se compra la difamación, se refrendan sentencias injustas… No importa condenar a un inocente si ello conlleva un suculento beneficio, no importa el dolor de unos padres, de unos amigos… si ello nos va a aportar un retazo de dicha.
Jesús, ¡cómo necesitamos que nos muestres nuestro vil comportamiento, nuestra dureza de corazón, nuestra equivocación y nuestra obstinación!
Danos luz para conocerlo, valor para tratar de corregirlo y fuerza para llevarlo a cabo.
—– Padrenuestro, Avemaría y Gloria…
“Señor, pequé. Ten misericordia de mí y de todos los pecadores.
por Julia Merodio | Mar 2, 2021 | Rincón de Julia
Llevo tiempo valorando, lo bueno que sería, vivir lo que queda de cuaresma hasta el domingo de resurrección, recorriendo el camino que, Jesús recorrió en el itinerario de la Pasión. De ahí que me haya decidido a ofrecer este Viacrucis.
Y lo he escogido, porque me parecía importante que fuese un testigo el que hablase, ya que los testimonios siempre calan de manera especial. Quería ponerlo en boca de alguien que lo hubiera visto y lo hubiera vivido todo en primera persona; alguien que estuviese sintiendo y regalando a la vez, sus sentimientos.
Me atrevería a pediros que, este Vía Crucis, no fuese un Vía Crucis más para llenar nuestra cuaresma, sino que fuese algo especial. Pues nosotros, que tenemos la suerte de haber conocido la Resurrección, no podemos vivir el Vía Crucis solamente como un hundimiento cruel, tenemos que contemplarlo con ojos resucitados.
Tenemos que acogerlo como una realidad, que no anula para nada la sorpresa y el desconcierto pero que, la sublima y la engrandece al llegar el momento en que, la Vida vence a la muerte.
Porque Jesús, no subió a un madero para dar compasión, sino para devolver la dignidad a cada ser humano, enalteciendo sus muertes y sus caídas. Nuestro Dios, no es un Dios de muertos sino de vivos. Un Dios cuyo signo inconfundible de entrega es: el Amor que produce vida.
Pidamos al Señor la gracia de, que este Vía Crucis nos ayude, en este difícil momento, a llegar a la Pascua abrazados a la Cruz Salvadora.
VÍA CRUCIS
Yo soy el testigo que estaba allí aquella noche… y todavía me estremezco al recordarlo.
Pero ¿sabéis una cosa? ¡Quiero seguir recordándolo! ¡Quiero que nunca se olvide!
Bien sé, que los modernos me dirán que recordar hechos dolorosos es malo para la salud; que es importante olvidar para vivir el presente, que la gente, enferma por inmortalizar las cosas adversas de la vida.
Pero yo no me lo creo. Yo sé, que la gente enferma porque no es capaz de amar en el recuerdo.
- ¿Acaso yo podría vivir olvidando, lo que, por amor, vi hacer a Jesús?
- ¿Acaso podría olvidar que lo hizo por nosotros?
- ¿Acaso podría dejar de lado sus últimos gestos de donación y entrega?
¡No, no puedo olvidar! Ni puedo ni quiero. Porque eso, precisamente eso que, a nosotros nos parece lo más nefasto de la historia de la humanidad, es lo que nos ha llevado a la plenitud y la dicha.
1ª Estación.-
LA ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO
“Te adoramos, ¡oh Cristo! y te bendecimos porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo “
La Cena había terminado y todos, menos Judas que, hacía ya un rato que nos había dejado, seguimos a Jesús. Con un silencio que taladraba llegamos al Huerto de los Olivos para orar.
Todos nos mirábamos unos a otros, sin saber qué sentido darle a lo que estaba pasando. Pero Jesús, sin decirnos nada, aunque mucho más contenido que de costumbre, se introdujo unos pasos más adentro cayendo en tierra, de rodillas.
Ver a Jesús comunicarse con el Padre, era algo que sobrecogía, pero lo de ese instante era distinto, tenía una fuerza incomparable a la que conocíamos. Al contemplar su recogimiento, todos nos miramos un poco alterados.
Después de lo que habíamos presenciado en la Cena, no necesitábamos más, para estar dispuestos a darlo todo por Él, sin embargo, nuestra fragilidad humana, hizo que no tardásemos en quedarnos dormidos.
Jesús al vernos dormir nos dijo:
“¿De modo que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad para no caer en la tentación” (Mateo 26, 40)
HACEMOS SILENCIO
Contemplamos el mundo que nos rodea.
Vemos como está pasando su propia pasión.
Nadie puede escapar de ella. La pandemia no entiende de clases sociales, ni de edades, ni de medios económicos, ni de “buenos y malos”…
Tomamos conciencia de que, nos maneja sin pedirnos permiso. Los casos suben y bajan, sin que nosotros podamos controlarlos.
Observamos, cómo se va apoderando de nosotros el miedo, la duda, la desconfianza, la indecisión…
Como Jesús, estamos en la “soledad de nuestra vida” asustados, temerosos, indecisos…
Pero Jesús ora al Padre, para que le ayude a pasar por todo lo que, sabe que le espera de pasión y cruz; mientras nosotros sólo queremos solucionar todo por nuestros propios medios, “para volver a lo de antes”
Nos detenemos para ver qué lugar ocupa Dios en todo esto que estamos viviendo.
Nos detenemos a ver, si nuestro compromiso es, vivir todo desde el amor, como era el suyo.
A ver, si somos capaces de ir dando retazos de nuestra vida como Él la dio. Y desde el fondo de nuestro corazón le decimos:
“Señor dame la gracia de hacerte presente en mi vida”
MOMENTO DE ORACIÓN
Esto no ha cambiado Señor.
Bien sabes que, también nosotros seguimos dormidos ante el sufrimiento de los demás.
¿Quién no carga su pesada cruz viendo, cómo la indiferencia de los otros, les hace dormir en lugar de prestar ayuda?
Y, ya ves. Aquí estamos ante Ti, con esta pandemia que no da tregua. Aquí estamos cansados, llenos de temor, de incertidumbre… ¡Llevamos ya demasiado tiempo en esta situación!
Y nos damos cuenta de que, también nosotros dormimos ante tanto desajuste, tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto paro, tanto desamor, tanta hambre, tanto descontento…
Por eso, desde hoy, Jesús, queremos que seas Tú el que nos despiertes. El que presida nuestros dolores, nuestros infortunios, nuestras cruces… Pues sabemos bien que, aunque el peso no se aligere demasiado, contigo se convertirán en Redención.
—– Padrenuestro, Avemaría y Gloria…
“Señor, pequé. Ten misericordia de mí y de todos los pecadores.
por Julia Merodio | Feb 26, 2021 | Rincón de Julia
Este año Jesús, nos invita con más fuerza que nunca, a que lo acompañemos al Monte de la Transfiguración.
Sabe que, estamos llenos de dolor, de incertidumbre, de miedos… sabe que el sufrimiento nos está machacando y sabe que, es difícil aceptar la Cruz, si antes no hemos experimentado el amor.
Por eso nos llama hoy, para mostrarnos su gloria, su cercanía, su amor… ya que, Él, sabe mejor que nadie que, la cercanía de Dios siempre transfigura.
Y ¿por qué quiere Jesús manifestarnos su gloria? ¿Acaso no se ha dado cuenta de que, el hundimiento donde estamos metidos, no nos deja lugar para fiestas? Claro que se ha dado cuenta. Somos nosotros, los que no nos hemos dado cuenta de lo que, Jesús pretende.
Jesús, nos ha elegido para subir con Él al Monte, porque nos ama y sabe que, nadie que presencie su gloria seguirá siendo el mismo. Su gloria nos hace criaturas nuevas, con un corazón grande para regalar amor allá por donde pasemos y si hay algo que necesita –con urgencia- el mundo de hoy es sentirse amado.
¡Cómo echan en falta el amor los que están solos en las UCIS! ¡Cómo necesitan amor, los que están en esas largas filas, esperando que les llegue el turno, para que les den algo de alimento! ¡Cómo necesitan amor, los que tapan sus carencias haciendo fiestas prohibidas!… ¡Qué carentes de amor están los que nos dirigen creyendo que, tienen todo controlado y que, nada ni nadie, podrá desestabilizar sus planes!
Por eso, ahí está lo importante. Lo que, realmente, necesitamos encontrar en aquel monte, es el sentirnos amados por el Señor.
Porque, es verdad que será primordial ver transfigurado el rostro de Jesús. Contemplar, como sus vestidos se vuelven blancos como la nieve; como deslumbra su resplandor… Será impresionante oír la voz del Padre diciendo “Este es mi Hijo ¡escuchadle! Pero si tanta fascinación no nos ha llevado a sentirnos amados por el Señor, habrá sido una preciosa travesía, pero no habrá cumplido su objetivo. Porque La Transfiguración es una experiencia de amor.
Esto mismo puede pasarnos en lo cotidiano. Hemos optado por el Señor, queremos seguirle, trabajamos por los necesitados, damos catequesis, vamos a la Eucaristía, comulgamos. Asistimos a un montón de charlas, de reuniones… ¡perfecto! Pero si eso no nos lleva a tener una experiencia fuerte de Dios, si no nos lleva a experimentar su amor de manera que le busquemos –además de en todo lo que hacemos- en esos momentos de silencio y soledad –lo mismo que lo buscaba Jesús- nos faltará lo más importante; nos faltará… lo que, realmente, nos hace Vivir.
MOMENTO DE ORACIÓN
Llegamos al momento de oración. Dejamos lo que estamos haciendo. Hacemos silencio, nos serenamos… dejamos a un lado todo eso que nos preocupa… respiramos profundamente… Tomamos conciencia de que estamos ante el Dios de la vida… y llenos de paz, comenzamos la oración.
MIRANDO CON OJOS NUEVOS
Cuando a nuestra vida llega la experiencia de ser valorado, de ser amado, de ser acogidos por lo que somos… llega con ello la experiencia de conversión. El amor de Dios transfigura por fuera y por dentro y lo más profundo de nosotros resurge, se dinamiza, empieza a tener vida…
Yo creo que, esto es lo que más necesitamos en este momento que estamos viviendo. Un día y otro nos vamos dando cuenta de que, este pozo donde nos hemos metido nos está aplastando sin piedad y, le pedimos a Dios que nos saque de él, pero a nuestra manera, con nuestros procedimientos… nosotros no queremos convertirnos, queremos solamente volver a lo que nos estaba devaluando como personas.
Queremos… pasarlo bien, tener dinero en abundancia, puestos de trabajo donde se paguen sumas interminables –sin mirar la manera de conseguirlas…- Queremos que Dios saque la varita mágica del bolsillo y nos dé lo que le pedimos, sin poner nosotros nada de nuestra parte. Pero, no os creáis que, esto suena a nuevo; antes que nosotros, ya se lo pidió Pedro, cuando estaba con Él en el Monte: “Señor, hagamos tres tiendas…”
Y ahí es donde está el problema en que, no sólo vemos el dificultad de hoy, sino la falta de salida para el mañana. Por eso.
- ¿Cómo podríamos llevar amor, a los que viven solos, sin poder salir de casa por miedo al contagio o por incapacidad física?
- ¿Qué antídoto necesitamos, para salir de la melancolía, la desesperanza y el desengaño?
BAJANDO DEL MONTE
El amor que en el Monte hemos recibido, lo que vivimos junto al Señor, no nos lo podemos guardar para nosotros solos.
Es, Jesús, el que nos lo dice. Tenéis que volver a todo eso que os machacaba. Tenéis que llevar a todos la grandeza de lo que, aquí habéis recibido. Abajo os espera mucha gente que sufre, no sólo de enfermedad, sino también de falta de entendimiento, de falta de generosidad, de indiferencia, de soledad… Gente que necesita la luz del consuelo, de la comprensión, de la ayuda para seguir adelante.
Es necesario que, no sólo reciban la tan ansiada vacuna, sino también un antídoto contra la soledad, el desaliento y la decepción. Necesitan recibir un acercamiento amistoso, un mensaje oportuno, una llamada atenta… una terapia humanizante que, les alivie el riesgo de la incomunicación y el replegarse sobre sí mismos.
- Y yo ¿qué podría hacer, para que todo esto se fuese haciendo realidad en mí?
- ¿Seré capaz de vaciarme de mi propio vacío, para dejar que lo llene Dios de libertad y misericordia?
- ¿Estoy dispuesto a abrirme a la novedad de Dios?
LLENOS DE ESPANTO
La experiencia de Dios es algo que sobrecoge. Por eso nos dice el relato que, los discípulos, al oír la voz del Padre “llenos de espanto… caen al suelo” –Mateo 17,6- Pero no pueden olvidar lo que la voz ha dicho ¡Escuchadle!
Jesús, al verlos en el suelo “se acerca y, tocándolos, les dice: ¡Levantaos! ¡No tengáis miedo!” Jesús sabe que necesitan experimentar, no sólo el resplandor de su rostro; sino además, la cercanía humana, el contacto de su mano.
También los que, lo están pasando mal por la pandemia, necesitan la cercanía humana. Una cercanía que, tristemente, no pueden experimentar; por eso, necesitan oír una y otro vez –lo mismo que nosotros- ¡no tangáis miedo! Cuánto cambiaría todo, si fuésemos capaces de dejar que fuese el mismo Jesús, el que nos lo dijese, ¡Levántate! ¡No tengas miedo!
- Y yo ¿tengo miedo? ¿A qué tengo miedo?
- ¿Tengo miedo, de haber perdido mi seguridad?
- ¿Tengo miedo, a no ver cumplidos mis sueños?
- ¿Tengo miedo al dolor, al sufrimiento, a la enfermedad…?
- ¿O… tengo miedo a abandonarme en el Señor?
Porque no lo olvidemos.
Nuestra vida desde Dios, siempre comienza con una escucha.
A nosotros solamente nos corresponde dar una respuesta
a la Palabra recibida.