Si la Pascua comienza mostrándonos la confirmaciĂłn de los primeros testigos de la resurrecciĂłn de Cristo, en esta segunda semana se nos invita a  ampliar la mirada para fijarnos en los efectos que supuso -esta gran noticia- para los discĂpulos y cĂłmo comenzaron la vida de resucitados, motivando desde su proceder, el que comenzaran a nacer los primeros cristianos.
De ahĂ, que me parezca realmente significativo que, esta segunda semana de Pascua dĂ© comienzo con domingo de la Misericordia, asignaciĂłn que nuestro querido S. Juan pablo II, le dio en el año 2000 al canonizar “a la mĂstica religiosa polaca Faustina Kowalska”, pues fue durante la homilĂa cuando nombrĂł oficialmente, al Segundo Domingo de Pascua, como “Domingo de la Divina Misericordia”
Y, Dios quiso que fuese, precisamente el 2 de abril de 2005, en la vigilia del Domingo de la Misericordia, a las 9:37 p.m. (hora de Roma) cuando Él murió.
Pero no termina todo ahĂ. TambiĂ©n, el segundo domingo de Pascua, domingo de la Divina Misericordia, fue el elegido por el Papa Francisco para celebrar la ceremonia de canonizaciĂłn de Juan XXIII y Juan Pablo II.
Por lo que no puede casual, que el Domingo de la Divina Misericordia, tenga una connotaciĂłn muy especial para los que nos seguimos considerando discĂpulos de JesĂşs.
¡Qué realidad más admirable! Después de haberla conocido, ya nadie puede negar que estemos en una semana presidida por el amor, por ese amor que tanto necesita utilizar -en su apuesta- todo evangelizador.
QuĂ© bueno serĂa por tanto, que, nos detuviĂ©semos a observar que el poder del amor es el arma más grande y eficaz del mundo, y esa arma la poseemos todos. Aunque sea muy triste decir que nuestro mundo lo ignora.
Todos estamos sumergidos en esta sociedad, que baraja como esencial, de la mañana a la noche y por cualquier medio al que accedamos, que las diversas formas de poder: riqueza, fuerza, fortuna, autoridad… son lo más poderoso y substancial para nuestra vida, ofreciéndonoslo cómo un eficaz elixir que todo lo solucionará; pero nosotros sabemos que no es cierto, que el poder más grande, poderoso y eficaz, que reside en el universo es el poder del amor. El amor, que reside siempre, en nuestra capacidad de dar y darnos. ¿Cómo no va a entender esto un evangelizador que vive dándose a los demás?
JesĂşs, quiere reafirmarnos en esta realidad, lo mismo que lo hizo con los discĂpulos al mostrarles sus llagas.
“JesĂşs se apareciĂł de nuevo en el cenáculo y dirigiĂ©ndose a Tomás le invitĂł a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodillĂł delante de JesĂşs y dijo: «Señor mĂo y Dios mĂo» (Juan 20,28)
Y quizá esta, sea tambiĂ©n una realidad que muchos evangelizadores quisiĂ©ramos sentir, la de tocar –como Tomás- las llagas de JesĂşs. Esas llagas que son un escándalo para los que no creen, pero la comprobaciĂłn de la fe de los creyentes. Sin embargo, a veces huimos cuando vemos personas tan llagadas, porque nos da aprensiĂłn acercarnos a ellas. Nos da miedo acercarnos, tocarlas, acariciarlas. Queremos evangelizar, pero desde lo fácil, haciendo lo que nos gusta, lo que nos apetece… pero sin llegar a tocar las llagas que supuran dejando abatidos el cuerpo y el alma ¡yo no valgo para eso, nos decimos! Por eso, Cristo resucitado quiera mostrarnos hoy –de nuevo- las suyas, para que nos demos cuenta de que -en el cuerpo de Cristo resucitado- las llagas no desaparecen; permanecen, porque ellas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros. QuĂ© importante serĂa, por tanto, que en este momento fuĂ©semos capaces de arrodillarnos –como Tomás- ante ellas, para decir desde el fondo de nuestro corazĂłn ¡TĂş eres mi Señor y mi Dios!
¡Qué lección tan grande para un evangelizador! Pues ¿quién es un evangelizador, sino la persona que está llamada a mirar de frente y con amor, las heridas de los hermanos? ¿Quién es un evangelizador, sino el que está llamado a curar a los heridos por este mundo cruel e inhumano, que sangra por todas las partes? Es por ello, por lo que os invito a mirar –en esta semana tan especial- las manos y los pies llagados de Cristo.
No volvamos los ojos. No nos justifiquemos. No digamos: ¡es que, a mĂ estás cosas…! “Soy muy mĂo” y eso de ver llagas… porque eso es una trampa. Las heridas de JesĂşs que producen muerte, no son hechos sin importancia, son las que conducen a la verdadera vida. Pues en el rostro deshecho de Cristo es donde se contemplan esas vidas segadas por la injusticia, por la miseria, por la marginaciĂłn, por la indiferencia, esas vidas a las que debemos intentar llegar cada evangelizador.
Pero que no nos paralice el contemplar, tanta injusticia. Que no nos detenga en observar tanta desigualdad, tanto dolor, tanto sufrimiento… Porque cuando Jesús resucita:
- La tiniebla pierde su rigor.
- El bien triunfa sobre el mal.
- Todo se recrea de nuevo.
- Todo recupera la luz primera.
- Y aparece el destello de la bondad divina que alberga todo cuanto existe.
Porque… cuando Jesús resucita:
- El pecado ya no es irreparable.
- Aparece ante nosotros, la oportunidad de renacer.
- Podemos comenzar de nuevo.
- Y, desde ese momento, la gracia sobrepasa cualquier adversidad.
 QuĂ© importante serĂa que, ahora, despuĂ©s de todo esto que hemos reflexionado, hiciĂ©semos un rato de oraciĂłn en silencio para preguntarnos ante el Señor:
- ¿Qué rostros –distorsionados- desfilan, en este momento, por mi mente?
- ÂżCĂłmo me siento al encontrarme ante ellos?
- ¿Qué heridas me acusan?
- ÂżQuĂ© alegrĂas quito a los mĂos, a los que comparten mi vida?
- ¿Qué heridas produzco a los demás con mi indiferencia?