Dentro de tres días comienza la Semana Grande, la semana Santa. Y para todo evangelizador, el Triduo Pascual, tiene que ser algo muy especial en su vida. Sin embargo el ambiente no nos lo pondrá fácil, allá donde nos encontremos la gente estará de vacaciones y no se acordará de lo que estos días suponen para un cristiano. Es más, posiblemente algunos podamos encontrarnos con gente que va en contra de todo ello.
Y ante esta realidad ¿qué hacer?

Primero evangelizar desde el testimonio.

Y después orar.

Orar mucho, incluyendo en nuestra oración a estas personas tan equivocadas, que quizá, además de no acercarse ellas a Dios, no tengan a nadie que rece por ellas.
Por eso el artículo de esta semana lo voy a mandar en clave de oración.

Momento de Oración
Jesús va llegando a la etapa final. Él lo sabe mejor que nadie. En sus entrañas se mezclan dos tipos antagónicos de abandono:
• El de sus seguidores: que lo abandonan, pasando por alto, la realidad que les presenta y sin importarles, lo más mínimo lo que les va diciendo.
• Y su propio abandono –totalmente distinto al anterior-: Su entrega voluntaria y total, en las manos del Padre ¡Qué se haga sólo tu voluntad, Padre!

Jesús se presenta como El siervo. Y en esta auto-presentación carga en sus hombros todos los dolores del mundo mientras su alma se llena de una esperanza capaz de iluminar el sufrimiento.
Jesús quiere llegar al abatido, al triste, al que sufre… Jesús quiere alentarnos, decirnos que Dios está con nosotros, que todo lo que está pasando tiene sentido, que a su lado podremos descubrirlo… Pero:
• ¿Será esta realidad la que marque nuestra Semana Santa o la viviremos como los que “están de vacaciones”?

Padre: Tú conoces mis decisiones y mis ansias.
Conoces los retos, a los que me enfrento cada día
y sabes que siempre quiero conseguirlos por mi cuenta,
sin contar en absoluto contigo.
Pero dentro de mí hay algo que no me deja satisfecho,
hay un vacío que no logro llenar ni aunque me ría a carcajadas
Por eso, hoy, quiero pedirte perdón Señor.
¡Perdóname! Pues sé que necesito tu espíritu
para que me de fuerza y sabiduría
a fin de saber acoger tu voluntad.
Y si lo que quiero que suceda en mi vida,
-no es tu voluntad que sea así-,
lo pondré en tus manos y, solamente, te pediré
la paz necesaria para no preocuparme más por ello.

TOMANDO LA CONDICIÓN DE ESCLAVO
Jesús, conociendo mejor que nadie esa realidad, se hace esclavo queriendo pasar “por uno de tantos”
Jesús podía haber vivido la gloria: Su Gloria; pero prefirió compartir la tragedia humana para salvarnos, aunque eso no nos guste demasiado.
Y, vemos con tristeza que, llegando al momento cumbre, al final… vamos siguiendo de cerca a Jesús -como los discípulos-, pero como ellos, no queremos saber nada de sufrimiento, ni de las expectativas que Jesús nos muestra; evitamos los problemas y huimos de la Cruz.
• Pero ¿todavía no hemos sido capaces de darnos cuenta, de que Jesús puede convertir nuestras muertes en Redención?

Escuchando al Profeta Isaías:

“Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento.
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he revelado ni me he echado atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, mi mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos ni salivazos. Mi Señor me ayudaba por eso no quedé confundido” (Isaías 50, 4 – 7)

Jesús no ha venido para que busquemos tragedias y las superemos, Jesús ha venido para enseñarnos y ayudarnos a vivir eso que, no nos gusta demasiado, para devolvernos la alegría que habíamos perdido y para enseñarnos a ser felices con nuestra, propia, historia de salvación.
Por eso:
“Cristo por nosotros se sometió, incluso a la muerte, y una muerte de Cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre” (Filipenses 2)
Aquí está la grandeza de Dios, que no consiste en eludir lo adverso sino en sublimarlo, no consiste en esquivar lo negativo sino en volverlo positivo, no consiste en quedarse en la muerte sino en convertirla en Resurrección.
Por eso, “ante el nombre de Jesús: toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo. Y toda lengua proclame ¡Jesucristo es Señor! Para gloria de Dios Padre”
• Y yo ¿soy capaz de doblar la rodilla ante Jesús?
• ¿Soy capaz de arrodillarme ante el hermano que sufre?
• ¿Soy capaz de hacer míos los sufrimientos de los demás?

Señor:
Pero yo confío en Ti,
porque sé que eres mi Dios y te amo.
En tus manos pongo mi pobre destino,
ábreme e indícame la senda por donde caminar.

Alumbra mi rostro con la luz
de tu amor y tu misericordia
y no te olvides de mí.

¡Qué grande es tu bondad, Señor,
¡qué maravillosa tu ternura!
Tú me brindas el perdón
y me siento lleno de gozo,
como un hijo tuyo que regresa
para entrar en la fiesta.

LA GRANDEZA DE DIOS
Jesús se ha negado a ser un “superhombre” lo acabamos de ver con claridad. Él se angustia ante la pasión, siente miedo, suda sangre, el tedio lo abarca… y, solamente podrá salir airoso de tanta angustia tras una prolongada oración.
Cuando uno llega aquí, sólo le cabe: Mirar Jesús en silencio, y hacer desfilar en su presencia: nuestras soledades, nuestras carencias, nuestro dolor.
Hagamos silencio.

Dios, desde siempre, ha puesto sus esperanzas en el ser humano; pero el ser humanos le ha fallado.
Nosotros le hemos fallado a Dios.
Dios tenía proyectos ambiciosos para todos. Nos creó en el amor, en la concordia, la justicia, la libertad, el perdón… y ahí está lo que cada día le devolvemos: injusticia, muerte y lamentos… porque no dudamos en volver a entregarlo si la cosa se pone mal.
Por eso este año, en esta semana Santa, vamos a suplicarle que siga haciendo previsiones para su Iglesia; que siga mandando operarios a su mies; que no se canse de volver a darnos su amor incondicional. Vamos a decirle que nosotros –sus evangelizadores- nos comprometemos a revisar nuestra vida, a cambiar nuestras actitudes y a morir con Él, a todo lo que nos aplasta, para poder resucitar con Él en la Vigilia Pascual.

PADRE TE NECESITO
¡Padre te necesito. Te necesito porque soy débil pero quiero resistir!
• Te necesito; no para que me ayudes a que mi vida sea fácil, sino para que me des facilidad para seguir adelante.
• Te necesito; no para que me ayudes a ganar la batalla, sino para que me des fuerza para buscar la paz.
• Te necesito; no para que me saques de los apuros, sino para que me des valor para afrontarlos.
• Te necesito; no para que la gente me apoye, sino para que me recuerdes que mi apoyo eres Tú.
• Por eso, Señor, no te pido tu mirada complacida en mi triunfo, sino tu mano apretada en mi fracaso.