En que consiste la “Nueva Evangelización”

En que consiste la “Nueva Evangelización”

Si el Papa S. Juan Pablo II se ocupo y preocupó por la Nueva Evangelización y nos invitó a “remar mar adentro”, cuando llega Benedicto XVI al pontificado, quiere hacer de La Evangelización uno de los temas destacados del mismo; y es tal, su preocupación por transmitir la Fe, que en 2012 convoca un Sínodo de Obispos que trate precisamente sobre La Nueva Evangelización.

El tema del mismo será “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” poniendo su principal ahínco, en proponer el evangelio a aquellos que lo conocen poco o se han alejado de la iglesia.

Aquí lo tenemos, el Papa quiere que la evangelización sea la principal tarea de la Iglesia para el siglo XXI y no duda ni un momento de convocar un Sínodo.

A él asistirían; laicos, sacerdotes, alguna consagrada, y personas vinculadas a diferentes movimientos eclesiales, familias religiosas y personas con notables responsabilidades en la iglesia. Su mensaje es claro: El concilio es de todos y la evangelización también.

Asimismo me parece justo recordar cómo está presente en el sínodo, no sólo la herencia del Concilio Vaticano II, sino también la del Papa Pablo VI y la de S. Juan pablo II.

Porque Benedicto XVI, quiere reconocer así, los pasos de sus predecesores, a la vez que advierte “proféticamente” a todos los católicos que nos estamos jugando –en este momento- el ser o no ser misioneros-evangelizadores que lleven la fe hasta los confines de la tierra. Pues dice con claridad: “quién ama la propia fe, se preocupará de trasmitirla y llevarla a otros, ya que la Fe se fortalece trasmitiéndola”. Algo que concuerda perfectamente, con lo que apuntaba la semana pasada de que: La Nueva Evangelización consiste en el coraje de atravesar y transitar por nuevos senderos para anunciar a Cristo.

 Por tanto no hay que inventar nada. El Papa Benedicto XVI lo dice con gran claridad: La nueva Evangelización consiste en llevar el evangelio, a aquellos que lo conocen poco o se han alejado de la iglesia.

Esto no es nada nuevo. Si echamos la vista atrás, nos damos cuenta de que desde el tiempo de los apóstoles “La Iglesia existe para evangelizar” y la nueva  evangelización será también la forma en la que vivirá la Iglesia del siglo XXI y la manera en que cada –verdadero discípulo de Cristo- vivirá su día a día. Pues como he apuntado ya otras veces, no se puede trasmitir lo que no se cree y no se vive, ni se puede trasmitir el evangelio sin saber lo que significa estar a solas con el Señor.

Por tanto, lo primero que necesitamos para llevar el evangelio a los demás y que quizá, necesita también la Iglesia es convertirnos y convertirse. Ya que para un evangelizador –la conversión- resulta imprescindible.

Necesitamos intensificar la vida de oración; los sacramentos; la vida: de familia, de parroquia, de comunidad… y el conocimiento auténtico del evangelio de Jesucristo. Pues el que no se alimenta espiritualmente, poco a poco va perdiendo el ímpetu evangelizador, va entrando en la monotonía, va descuidando la misión que el Señor le ha encomendado y termina por dejarlo todo.

Es verdad que una cosa es hablar y otra ponerlo en práctica, pues en todo evangelizador –como en todas las personas- por mucha ilusión que  se tenga, habrá días alegres, días en que se sueñe con metas altas… pero también habrá días tristes, días de dolor, de disgustos, de irritación, de ofensas… y de ganas de tirarlo todo por la borda.

Por eso es necesario, plantearnos una y otra vez que ha historia de toda persona se va haciendo poco a poco, en el día a día, incluso de minuto en minuto. Y que esa historia es personal. Es una página en blanco, una página por escribir y que nadie podrá escribirla por otro.

Pero hay algo importantísimo. El “libro” que será La Nueva Evangelización necesita -de todas las páginas de todas las personas- para poder formarse. En él no existirán páginas pequeñas, ni páginas sin importancia, todas serán necesarias para que el libro llegue a su término.

Es más, esas páginas pequeñas y que, quizá nos parezca que carecen de importancia, es posible que sean las que más nos enseñen a todos los demás. En ellas podremos descubrir una lección de humildad, de sencillez, de fidelidad, de asombro…

Porque la evangelización no depende de cosas sorprendentes sino de las cosas nuevas y sencillas de cada día. Depende, de esas sonrisas regaladas con amor, de esa mirada de comprensión, de esas manos bondadosas tendidas al que está caído…

Sin embargo, sé bien que a veces nos falta capacidad y tiempo para hacer posible todo esto. Por eso me atrevería a pediros que tomásemos unos minutos, -solamente unos minutos- para pensar en todo el amor que dejamos de brindar, porque vamos muy deprisa; en todos esos gestos de aprecio que no ofrecemos, porque estamos atendiendo otras cosas; de todas esas miradas profundas que no manifestamos, porque creemos estar inmersos en cosas mucho más “importantes”; en esas palabras que no pronunciamos, porque nuestro ruido es demasiado fuerte y nos da miedo que pasen desapercibidas…

Y seguro…, que después de tomarnos esos momentos de sosiego y calma seremos capaces de vislumbrar, lo que hemos dejado de hacer por vivir nuestra vida a un ritmo inadecuado y observaremos que el amor y la Luz vuelven a brillar en nuestro fondo y nos daremos cuenta de que, -entonces ¡sí!- entonces, ya podremos ser portadores de luz y esperanza para los demás.

En resumen, Si el Papa convocó un Sínodo sobre la Nueva Evangelización, es porque quería que la evangelización –con todos sus ingredientes- abarcase a la Iglesia de todo el mundo y a todos y cada uno de sus miembros, pues este estilo evangelizador tiene que incidir la vida entera. Y nosotros somos responsables –desde nuestra pequeña parcela- de que esto se haga realidad.

  • De que brote de ello, la entrega cuidadosa a los más pobres.
  • De que brote, la capacidad de comunicar esperanza en los entornos en los que vivimos.
  • Y de pronunciar esa palabra oportuna que muchos necesitan escuchar.

Porque la Iglesia de la Nueva Evangelización, tiene que ser capaz de mostrar en todos los ámbitos, que está regida por el Espíritu Santo y que sus credenciales son el amor y el servicio.

 

Ante la Nueva Evangelización

Ante la Nueva Evangelización

El paso siguiente a plantearnos -lo que significa ser evangelizadores-, está en ver en qué consiste la Nueva Evangelización, ya que hemos de tener muy claro dónde estamos metidos o donde nos queremos meter.

Y ¿qué pasa? –Podemos preguntarnos- ¿También hay que hacer nueva la evangelización? ¿Acaso lo que se ha hecho hasta ahora no servía? Claro que sirvió y mucho, gracias a ella estamos nosotros aquí, pero lo mismo que la tecnología avanza, lo mismo que las exigencias del momento van en otra dirección… la evangelización ha de estar a la altura del ritmo de la vida. Por lo que trataremos de ahondar en el tema.

El toque de atención para introducirnos en algo tan primordial nos lo dio S. Juan Pablo II al invitarnos a “remar mar adentro” y comprometernos a los desafíos de una Nueva Evangelización.

Lo que pasa es, que causa un poco de asombro el ver, que después de tantos años como han pasado, desde que el Papa pronunciara estas palabras, el mundo siga alejándose de Dios, la gente esté embebida en sus circunstancias y la iglesia inmersa en su activismo. De ahí que no sea extraño el pensar ¿realmente necesitamos una Nueva Evangelización o sería mejor seguir con nuestro automatismo de siempre?

Lo iremos viendo, pero lo que sí hemos de tener muy claro, es que esto no puede llevarnos al pesimismo, pues el Espíritu Santo soplará vientos nuevos; por lo que -podemos afirmar con rotundidad- que Él jamás abandonará a su iglesia.

Pero, como los caminos de Dios son sorprendentes quizá, lo que necesitemos hacer para transitar hacia la Nueva Evangelización sea volver al comienzo de ella, al tiempo de los apóstoles, a ese instante en el que las cosas no estaban manipuladas, al primer encuentro con el Señor.

Pues, para renovar la evangelización, para hacerla nueva, lo primero que necesitemos es:

  • Tener una nueva experiencia del amor de Dios.
  • Ser “derribados” -como San Pablo en el camino de Damasco- de tantas ataduras y condicionamientos como nos envuelven.
  • Tener una experiencia que nos haga cambiar nuestra antigua forma de pensar. Que destruya de nosotros –todas esas ideas y conceptos que tenemos sobre Dios y que no se corresponden con la realidad-
  • Una renovación de corazón; -un corazón renovado como el que David pide en el Salmo 50-
  • Y, cómo no, necesitamos también, una efusión enérgica y poderosa del Espíritu Santo, que con su –fuerte viento- nos lance a una tarea de tanta responsabilidad.

 Por tanto la Nueva evangelización, jamás podrá ser -el transmitir un nuevo mensaje de Dios-. El Mensaje no puede, ni podrá variar nunca; la nueva evangelización simplemente deberá de consistir, en una nueva manera de transmitirlo. Porque Mensaje, solamente hay uno y jamás ha cambiado ni puede cambiar: Que Cristo murió para salvarnos, que resucitó y está Resucitado y vivo, presente en la Eucaristía –vivo y real- para alimentarnos y darnos fuerza para seguir caminando.

¡Qué importante debe de ser que todos conozcan esta realidad! De ahí que, la nueva Evangelización lo que requiere, es una nueva manera de presentar y exponer el mensaje de Jesucristo, pero sin cambiar ni una letra de lo que nos dice: Que Dios ama al pecador y que no quiere su muerte sino que se convierta y viva.

 Imposible hacerlo realidad si nos faltan estas dos cualdades: coraje e ilusión.

CORAJE.- Porque, el que no tiene valor para atravesar nuevos senderos, ni  transitar por caminos desconocidos… nunca podrá hacer frente a las nuevas situaciones, en las que la Iglesia del tercer milenio está, llamada a vivir.

Y coraje, porque necesitemos valentía y esfuerzo, para colmarnos de la fuerza de los primeros cristianos, a fin de estar a la altura que el contexto socio-cultural pone a la fe cristina en este momento, a su anuncio y a su testimonio.

ILUSIÓN.- Porque no se puede evangelizar por imposición ni por condicionamiento. La ilusión nos hará tomar conciencia de que las fronteras no existen, de que la gente nos espera para recibir la Buena Noticia… y eso nos hará conscientes de que, somos partícipes del desarrollo de la evangelización y llamados por el Señor para realizar esta apasionante tarea. A nosotros solamente nos corresponderá dar, la respuesta que la Iglesia necesita, a este mundo cambiante que va a mayor velocidad que nuestras expectativas.

Por tanto, no nos cansemos de trasmitir la fe; anunciémosla con un impulso renovado, a cuantos se crucen en nuestro camino. Seamos fieles a la misión que el Señor nos encomendó a los evangelizadores de todos los tiempos. Pues como dice el Papa Francisco:

Todos tienen derecho de recibir el Evangelio

y los cristianos tenemos el deber de anunciarlo

sin excluir a nadie.

¿Que significa ser evangelizador?

¿Que significa ser evangelizador?

Quizá vayamos teniendo claro ya lo que es evangelizar, pero ¿qué significa para nuestra vida el hecho de ser evangelizadores?
Puede ser que os parezca reiterativo que machaque tanto las mismas cosas. Pero sé, que hay que insistir en lo mismo, si queremos que cale muy dentro. Lo he copiado de S. Ignacio de Loyola -especialista en repeticiones- pues debe de ser que, de tanto tratar con la espiritualidad ignaciana, se me ha ido pegando.
Esas repeticiones que, seguro habrá gente a la que no le gusten, yo las encuentro totalmente necesarias porque, cada vez que se incide en un tema, se le ve desde un ángulo distinto y eso precisamente, es lo que ayuda a enriquecer y dar una visión global del mismo. Por eso os propongo insistir de nuevo en lo que significa evangelizar, porque es necesario trabajarlo para que nosotros seamos buenos evangelizadores.

Dicen los estudiosos que en griego, el verbo evangelizar se utiliza para resumir la expresión “anunciar una buena noticia” por lo que así, a simple vista, alguien “evangelizado” es, el que ha sido “puesto al corriente de algo especial”

Esto es peligroso, porque en la era del marketing –en la que nos encontramos-, los modernos vamos aprendiendo a desconfiar de quienes nos prometen cosas sugerentes, ya que realmente la mayoría de las veces solamente son, eso, –promesas- de ahí que a muchos, la palabra –evangelizar- repetida veces y veces en el Nuevo Testamento, nos pueda causar un poco de recelo.
Y claro, insertos en ello, descubrimos que a la hora de proponer la fe a otras personas, aparecen los prejuicios, las indecisiones… sentimos como si se tratara de ofrecer un producto que repele. Y estamos tan preocupados por quedar bien, por respetar al otro, por no quedar desfasados ante él… que no queremos dar la impresión de que tratamos de imponer nuestras ideas, ni convencerlo de lo que para nosotros debería ser algo primordial… y lo vamos dejando, lo vamos posponiendo; no nos preocupa que se trate de un tema tan esencial como el de la confianza en Dios.

Pero…  ¿Nos hemos parado a ver, lo que en el Nuevo Testamento significa evangelizar?

Podemos pensar que, si la palabra “evangelizar” es una palabra tan genérica que podría emplearse para anunciar cualquier cosa ¿por qué, fue la elegida por los cristianos para describir lo más preciado de su fe: el anuncio de la resurrección de Cristo?

Pero hay más. Resulta sorprendente que ya no digamos: “poner a alguien al corriente de la resurrección de Cristo”, sino simplemente “evangelizar a alguien” Y esto que podría hacernos pensar que es para ir más rápido -en esta sociedad de las prisas-, vemos que no es así, que el haberlo simplificado se debe, a que se le quiere dar un sentido mucho más profundo.

Por lo que vamos descubriendo que, anunciar la Buena Noticia de la Resurrección no es para los cristianos hablar de una doctrina que hay que aprender de memoria, ni se trataba de un comentario para hacer meditación. Evangelizar es ante todo: dar testimonio de una transformación en el interior de la persona: Los discípulos y, ahora nosotros, necesitamos hacer ver que, por la resurrección de Cristo, nuestra propia resurrección ya ha comenzado.

De donde se desprende que:

  • Evangelizar no es hablar de Jesús a alguien, sino hacerle valorar -lo que él personalmente significa ante los ojos de Dios-
  • Evangelizar es transmitir, esta palabras de Dios, que resonó cinco siglos antes de Cristo: “Eres precioso a mis ojos y te amo” (Isaías 43,4).
  • Evangelizar es ayudar a la gente a tomar conciencia del valor que cada uno tiene ante los ojos de Dios, porque Dios nos quiere como somos.

Por eso esto tenemos que decirlo los evangelizadores, porque la gente necesita saberlo. Cuando San Pablo toma conciencia de ello, no puede menos que exclamar: “¡Ay de mí si no evangelizase!” (1 Corintios 9,16) Pero es curioso que, ante una afirmación de tanta fuerza, no dé razones de por qué evangeliza; y no las da porque no las tiene, su única razón está en el amor que siente por Cristo. La evangelización para él, no es una razón, es la consecuencia de su adhesión personal a Cristo.

Por tanto nadie puede sentirse excluido de evangelizar. El problema surge cuando nos preguntamos: ¿cómo podemos comunicar, esta gran noticia a un mundo apartado de Dios, a gente que no conoce nada de Dios y a gente que parece no esperar nada de él?
Pero hay una segunda pregunta mucho más profunda y que rara vez nos hacemos: ¿cómo evangelizar a los que estamos en la iglesia y nos creemos estar evangelizados y saber todo sobre Dios?

No nos engañemos. Solamente el conocimiento de Cristo, la adhesión personal a Él, el experimentarlo en nuestra vida, el compartir sus alegrías y padecimientos… nos hará ser esos evangelizadores que la iglesia necesita, para que Jesucristo llegue a ser creíble en todos los rincones de la tierra.

Por tanto, lo que realmente necesitamos descubrir, es que para ser buenos evangelizadores, -además de tener un buen conocimiento del evangelio de Cristo- necesitamos sentir: a Dios presente en vuestra vida, porque cuando lo descubramos,

NADA NOS FALTARÁ.
TENDREMOS TODO ABUNDANTEMENTE.
Y ya no lo podremos guardar, saldremos a
mostrarlo desde el amor.

 

 

 

Ponte en pie

Ponte en pie

No hace falta explicar cómo nos quedamos, cuando un golpe inesperado nos hace tambalear la vida. Todos hemos pasado por ello. Y todos sabemos que para salir de ese desmoronamiento, lo primero que hay que hacer es ponerse en pie.

Eso es precisamente, lo que hacen los apóstoles después de recibir el Espíritu Santo -Ponerse en Pie-. Jesús ha muerto y ellos quieren hacer lo que Él les dijo que hiciesen. Pero ¿a qué se refería? ¿Por dónde empezar?

Pedro y Juan, todavía con los pies pesados y el corazón entumecido se dirigen al templo para asistir a la oración de la tarde, -era la hora de la oración- y si hay algo que han aprendido bien de Jesús es el valor de la oración. Por eso ellos continúan siendo fieles a la liturgia del templo, ya que todavía no eran capaces de comprender el alcance de la muerte de Jesús, ni del ceremonial del pan y el vino.

Pero lo que no podían imaginar era, que tendrían un encuentro inesperado. Un cojo de nacimiento, les pide limosna.

¡Sorprendente! ¿Qué puede dar alguien que no tiene nada? Ellos, todavía asombrados, fijando los ojos en él, le dicen: ¡Míranos! –Era lo que le habían visto decir y hacer a Jesús- El cojo les mira atentamente, esperando que le diesen algo. Entonces Pedro le dice: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” –todos conocemos el relato-

De lo que quizá no nos hayamos dado cuenta es, de que estamos ante un suceso que une perfectamente lo del discipulado y la evangelización.

Un hecho que nos grita, lo que con tanta frecuencia la iglesia trata de decirle a la humanidad paralizada: ¡Levántate! ¡Ponte en pie! ¡Se activa! ¡Toma las riendas de tu vida! Porque la iglesia de Jesucristo, es eso precisamente lo que busca: la grandeza del ser humano y el que sea capaz de enderezarse.

Pero para hacerlo realidad, necesita personas como los apóstoles, como tú y como yo, capaces de continuar su obra. Y aquí estamos nosotros los que queremos ser o ya somos evangelizadores.

Que importante que esta semana la dediquemos a preguntarnos ante el Señor:

  • Y yo que llevo ya años evangelizando ¿contribuyo a “levantar” a la humanidad caída? ¿Contribuyo a curar sus heridas?
  • ¿Soy capaz, de apoyarme en la fuerza de la resurrección, para ponerme en pie de nuevo, cada vez que las contrariedades me paralizan?
  • Soy capaz de ponerme ante el Señor y permanecer en su presencia hasta poder escuchar: “En nombre de Jesucristo, ¡levántate y anda!”

Pedro tampoco tenía las cosas demasiado claro.  Pero lo que sí tenía claro era, que el autor de todo lo que había sucedido era Jesús, por eso toma la palabra para gritar: “Israelitas, ¿por qué os admiráis de esto? ¿Por qué nos miráis como si hubiéramos hecho andar a éste con nuestro propio poder o virtud?” Y es tan fuerte su convicción de lo que dice, que al escucharle se les agregan -según dice el texto- unos cinco mil hombres.

Esta es la verdadera evangelización, la que es capaz de convertir una acción en signo de fe y anuncio del evangelio, en medio de tantos alejados de Dios, recelosos y equivocados. La evangelización tiene que ser siempre signo del amor de Dios, que se hace realidad en medio de los ambientes más adversos y para ello se necesita tener la convicción de Pedro de que el que, evangeliza es Jesús aunque lo haga por medio de ellos y ahora de nosotros.

Yo creo que este es el camino que va marcando el Papa Francisco. “La iglesia no es una ONG, nos dice” Pero es que acaso son malas las ONG. ¡Para nada! Todo el que hace un bien en digno de ser reconocido. En el evangelio encontramos referencias a este hecho y es el mismo Jesús el que lo aplaude: “no se lo impidáis, el que no está contra vosotros está de vuestra parte” (Lucas 9, 50) ¿Entonces dónde encontramos la diferencia?

En que la inmensa mayoría de las ONG, o de las personas que van a sitios asistenciales para ayudar, cubren las necesidades materiales, algunas incluso de relación, afecto, formación… -algo formidable- pero vemos que, a veces, incluso se jactan de no ser ni siquiera creyentes.  Sin embargo, para el evangelizador, para el cristiano la persona es mucho más. El evangelizador ve a la persona: como un ser creado por Dios, como un hermano… por eso para el evangelizador -el hacer el bien- no solamente es atender las necesidades apremiantes que encontramos, sino ofrecer –además- el testimonio del evangelio, de la fe y del camino hacia el Señor.

Por eso, ahora que ya tenemos las cosas un poco más claras, nos damos cuenta de que no podemos quedarnos en nuestra cómoda butaca aceptando –lo de “siempre se ha hecho así”-, pongámonos en pie, trabajemos por hacer, que el Señor sea conocido en este ambiente hostil –en el que vivimos- que trata de sacarlo de su realidad.

Pero sin olvidar que, el evangelio no se trasmite por contagio, nosotros tenemos que participar activamente para hacerlo llegar a todos. Porque si nosotros podemos considerarnos dichosos de ser cristianos es porque muchos creyentes –que existieron antes que nosotros- han mantenido viva la llama de la fe y han ofrecido al mundo –su opción por el Señor- cómo una apuesta atrayente que llenaba todas sus aspiraciones.

Rompamos la inercia, superemos los miedos a ser señalados como cristianos. Démonos cuenta de que, -el que nos llamen cristianos- tiene que ser un gran orgullo para un evangelizador.

Pues evangelizar

es arriesgarse a luchar, por todo aquello

que en el mundo no se aplaude.

Evangelizar la muerte

Evangelizar la muerte

Este año el calendario se va encargando se asignarnos los temas a tratar. Pues, si hoy es el día de difuntos, parece que resulta imposible pasarlo por alto sin detenernos en él. Porque, ¿quiénes de los que vais a acercaros al tema no lleva a seres muy queridos en el corazón?

Sin embargo estamos todos al tanto, de que en el mundo de hoy estorba la muerte y estorba tanto, que queremos borrarla de la manera que sea. Vemos de modo reiterativo, que en este momento de la historia, a nuestros muertos se les maquilla -de manera sorprendente- para que no impacten al personal. A los jóvenes no se les deja que los vean para que no se traumaticen, se les incinera para que dejen de molestar, pues es costoso tener que estar pendientes de ir al cementerio… y, en el funeral, -si es que lo hay, -aunque gracias a Dios todavía son frecuentes- no se habla de la realidad de la muerte para no herir la sensibilidad de los asistentes. Más, con tanto aderezo, vemos que estamos perdiendo el verdadero sentido de la situación más cierta que tenemos: la muerte.
Sin embargo, las circunstancias nos dicen, que la muerte convive con nosotros. Y, aunque es verdad que la existencia humana es algo insondable, inexplicable y misteriosa, no por eso deja de mostrarnos su realidad.

Pero para morir, antes hay que nacer y hay que vivir, aunque lamentablemente, la gente de hoy haya equivocado lo que eso significa.
De ahí la necesidad de anunciar, que el ser humano es un ser para la vida, para la verdadera Vida. Siendo conscientes de que esta realidad es una tarea -eclesial y evangelizadora- apremiante, sobre todo ahora, cuando la visión de la muerte está plagada de indiferencia, desconfianza y recelo.
Los cristianos no podemos permitir que la resurrección de Cristo y con ella la nuestra –la de toda la humanidad- se desdibuje. La vida no es un absurdo ni una utopía, la vida tiene un sentido –un sentido profundo- no hemos sido creados para la nada, hemos sido creados desde el amor y para el amor; por tanto para Dios, para el Dios de la Vida. Este es el misterio de nuestra fe y la referencia gozosa y esperanzadora de que un día dejaremos esta carne mortal para pasar a la eterna.

Por lo que conviene recordar que, enterrar a los muertos y rezar por vivos y difuntos son dos obras de misericordia que siguen vigentes. El Papa no dejó de recordárnoslas en el año de la Misericordia.

Por eso, este día de difuntos es una ocasión propicia para pensar serenamente en que, el tema de la muerte es una realidad que nos interesa y nos afecta a todos. Y es verdad que, aunque hoy se trate de convertir el hecho de la muerte en una especie de quimera, la persona –aunque sea de forma inconsciente- busca algo en lo que esperar, pues en lo profundo de su ser detecta que está creada para la inmortalidad.
Me impactó leer la frase que, el Cardenal Spidik, dijo en el momento de morir:”Durante toda la vida he buscado el rostro de Jesús y ahora estoy feliz y sereno porque me voy a verlo”
¡Qué fantástico sería que todos pudiésemos decir esas palabras a la hora de la muerte! Seguro que pudo expresarlo así, porque había grabado en su alma las palabras del evangelio de Juan 17, “Padre, quiero que los que Tú me has dado, estén conmigo allá donde yo esté”

Jesús no habla de oídas. Jesús se hizo hombre como nosotros -semejante a sus hermanos- entró en nuestra vida y en nuestra historia y Jesús murió con la muerte más ignominiosa que conocemos. Pero el sepulcro era un sitio provisional, el autor de la vida no podía quedar sepultado en él; Jesús resucita para que también nosotros pudiésemos resucitar. Por eso es, por lo que Él puede decir con fuerza. “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá” Pero ¿De verdad creemos esto?

Hemos llegado a una conclusión, para evangelizar la realidad de la muerte, es necesario evangelizar la realidad de la vida. Así nos lo pide el Papa Francisco.

Más, no puedo concluir el tema sin que aparezca María, la Madre. Ella es la portadora de esperanza, la que engrandece nuestra fe en la vida eterna, la que recogió –los despojos de su Hijo- en su seno maternal y la que le vio Resucitado al estallar alba.

Planteémonos en serio todo esto que nos afecta de forma tan directa. No banalicemos algo de tanta trascendencia. Evangelicemos la muerte desde la vida, en ello está en juego la Vida, la verdadera Vida y eso nos atañe de verdad. Pensemos que morir significa haber vivido. Y aceptar la vida es aceptar la muerte. Vivamos agradecidos porque Dios nos la regaló.  S. Francisco de Asís, el gran amante de la vida, hablaba con cariño de la hermana muerte y esto a todos nos resulta entrañable.

No vivamos inquietos pensando lo qué allí encontraremos o pensando que no encontraremos nada. La Palabra de Dios nos lo dice así de claro:

“Ni ojo vio, ni oído oyó, ni criatura alguna puede suponer lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (1 Corintios 2, 9 – 10)

Por eso, aunque lloremos a los que se han ido, que nada nos ponga tristes. En el lugar que Dios nos tiene preparado no se admiten las tristezas, ni el dolor, ni las lágrimas… No pidamos cuentas a Dios por esas muertes inesperadas, sorpresivas y duras; por las muertes de niños, de personas jóvenes… nadie puede entrar en la mente de Dios, ni reprocharle su manera de proceder.
Dejemos los pensamientos negativos, esos que nos inquietan y nos dañan. Quedémonos en silencio hasta que seamos capaces de decir al Señor: ¡Que se haga tu voluntad Señor! Tú, me hiciste un día un magnífico regalo, pero sabía que te pertenecía a Ti

Recordemos solamente el amor que nos dimos. Y escuchemos como ese ser querido nos dice, desde la distancia:
Siempre estaré a vuestro lado. Os amo. No perdáis el tiempo preparando el equipaje, aquí solamente se trae lo que se ha sembrado en la tierra, lo que compartimos con los demás y las marcas que dejaron nuestras huellas. Porque, como escribió Tagore:

La muerte, no es apagar la Luz,
es… apagar la lámpara
porque ha llegado el alba.

 

Con título de Apóstoles

Con título de Apóstoles

Los discípulos ya le han cogido “gustillo” a eso de estar con Jesús, pero hay algo que no acaba de encajar en sus planes. Ese Mesías -salvador de Israel- que les iba a sacar de apuros no acababa de consolidarse.

Hemos llegado al núcleo del discipulado. Y nosotros –los que queremos evangelizar- ¿A qué Mesías queremos seguir? Porque, lo primero que tenemos que tener seguro -al plantearnos el tema de la evangelización- es a qué Mesías seguimos, si seguimos al Mesías-Siervo o seguimos al Mesías-Rey.

Pero ya veis, no hay nada nuevo. Este fue el gran dilema que se cernía entre sus discípulos y este es el dilema que se nos presenta a nosotros -como iglesia de hoy-. Ellos seguían al Maestro creyendo que un día triunfarían, que serían la élite de la sociedad y resulta que se encuentran con un Jesús acabado que les habla de “ser entregado en manos de los hombres” (Lucas 9). Y sigue diciendo el evangelio que “cuando Jesús se lo dijo, ellos no entendían ese lenguaje, no captaban el sentido y les daba miedo preguntarle sobre el asunto” Y ¿No será eso mismo lo que nos pasa a nosotros?

¡Qué lección tan importante para los evangelizadores de este momento! Llevamos evangelizando un año, dos, tres… veinte, cuarenta… pero ¿nos hemos preguntado a qué Jesús seguimos? ¡Cuántos han abandonado al encontrarse con el Mesías-Siervo! ¡Ellos que habían comenzado la evangelización esperando algo extraordinario de ella!

A todos nos gustaría tener medios y dominio para evangelizar a lo grande siendo mejores que los demás. Sin embargo Jesús, entendió bien, que eso no era lo que quería el Padre. Que mirándolo desde fuera puede parecer razonable, pero que le falta el amor.

Sin embargo, aquí no acaban las sorpresas. Los discípulos todavía tendrán que enfrentarse a otras de mayor calado. Antes de lanzarse a evangelizar, tendrán que ver morir a Jesús en unas condiciones deplorables. ¡Suceso demasiado fuerte para esos rudos pescadores que se quedaban sin recursos, sin trabajo y sin un proyecto de vida! Y, que además, tendrán que sortear a los soldados del gobernador para no seguir la misma suerte que su Maestro.

Ahí los tenemos. No hay sorpresas. Lo mismo que nosotros,  deciden elegir el camino fácil y abandonar. Jesús está muriendo y sus amigos más íntimos lo han abandonado, han huido –dice el evangelio que junto a la cruz estaba solamente Juan- ¿Cómo iban a imaginarse, que tuviesen que esperar a que muriera el Maestro, para ser capaces de comenzar la misión?

“Os digo de verdad, que os conviene que yo me vaya, porque si no me voy el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy os lo enviaré” (Juan 15, 7)

Acaba de comenzar la gran aventura. Al morir Jesús, aunque hundidos y temerosos, los discípulos ya están preparados. Han conseguido el título. El Título de Apóstoles. Porque no es lo mismo ser discípulo que ser apóstol:

  • El discípulo es, el que recibe enseñanza de su maestro, en este caso de Jesucristo.
  • Mientras que, un apóstol es el enviado a propagar la Buena Noticia, la Fe cristiana y el Poder del Amor de Dios.

Y ese título de apóstol, tenía que ser El Espíritu Santo el que lo sellase. De ahí que ahora, ya con el “título en el bolsillo” les ha llegado la hora de salir.

Y… con lo que han aprendido del Maestro y la fuerza del Espíritu que habita en ellos, ya no hay quien los pare, son capaces hasta de dar su vida para salvar el nombre de su Señor.

Este es nuestro camino y no hay otro. Si queremos ser evangelizadores primero tendremos que formarnos como los discípulos –junto al Maestro- Y después pedir con fuerza –al Señor- el Espíritu Santo para que nos llene y nos conceda el título de Apóstoles.

Pero si nosotros creíamos que ya teníamos la decisión tomada, que ya estábamos en marcha ¿cómo es que ahora tenemos que volver al comienzo?

Ya ves. Hoy nos repite Jesús:

  • ¿Quieres venirte conmigo?
  • ¿Quieres renovar tu opción?
  • ¿Quieres formar parte del grupo de mis discípulos?
  • ¿Quieres recibir el título de apóstol?

Porque Jesús, no elige una vez para siempre, ni nosotros damos el sí una vez para siempre; Jesús nos sigue eligiendo cada día y nosotros hemos de renovar nuestra opción diariamente.

Más no esperemos que Jesús nos dé charlas sobre las diversas claves de cómo hemos de realizar nuestro trabajo, ni un libro de instrucciones para cuando las cosas se pongan difíciles… No. Jesús lo que nos enseña no son conocimientos, Jesús nos enseña un modo de vida nuevo. Porque la verdad de Dios no se aprende, se guarda y se vive de manera que lo que quede en nuestro fondo, lo que perdure sea nuestra manera de vivir ante el mundo, que no se basa solamente en el saber, se basa sobre todo en el sabor a Dios y en el SER. Por tanto, el discipulado consiste en la relación personal con el Maestro, obedeciendo su mensaje y aprendiendo a ser como él, para luego poder llevar –esa forma nueva de vivir a los demás.

Es posible que, después de ponerse ante esta realidad, haya evangelizadores que se sientan desanimados cansados… que vean que las cosas nos son como se imaginaban. Que les gustaría que cambiase la iglesia, la pastoral, la liturgia… pero quizá después de leer esto se den cuenta de que, lo que realmente la iglesia necesita y nosotros necesitamos no son cambios, sino recibir de nuevo la efusión del Espíritu del Señor. Recibir al Espíritu Santo.

Hasta que seamos capaces de decirle al Señor:

 Aquí estoy ante ti, Señor.

Aquí estoy para que me ayudes a mirar hacia delante a fin de contemplar el horizonte que me espera.

Tú sabes, que me encuentro más cómodo quedándome en lo fácil para no complicarme la vida.

Hacer, como que hago. Decirte SÍ y convertirlo en NO si las cosas se poner difíciles.

Tú sabes de antemano que mi respuesta no siempre es sincera.

Pero a pesar de todo… Yo quiero comprometerme contigo, Señor.

Quiero poner todo mi esfuerzo para que la tarea que nos encomendaste siga a delante.

Quiero llevar la fe y la esperanza, a los que necesitan razones sólidas para seguir caminando.

Quiero llenarme de tu amor y tu perdón.