por Julia Merodio | Nov 1, 2020 | Rincón de Julia
De pronto un accidente segó la vida de un joven.
Su padre –una persona creyente- lleno de dolor, fue a pedir cuentas a Dios.
Al llegar a su presencia le dijo: Señor ¿no te has dado cuenta de que, mi hijo único, ha muerto?
El Señor le contestó: conozco tu dolor, el mío también murió.
Entonces, aquel hombre le dijo con más fuerza: Sí, pero tu hijo ha resucitado.
Y Dios… lleno de bondad y misericordia, le contestó: Y el tuyo también.
Entonces yo pensé, ¿cuántas personas de las que, celebrarán el día de los difuntos, o de las que asisten a un velatorio, o a un funeral… creen, realmente, que la persona por la que están rezando, está viva?
En ese momento, comencé a pensar cómo hacérselo ver y, aunque reconozco la dificultad, creo que se podría ir por este camino.
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El año pasado, murió una persona muy apreciada por nosotros. Era una persona humilde todos la querían.
Era muy mayor, ya no tenía familia íntima. Estaba soltera y sus padres y hermanos habían muerto.
Como es lógico, fuimos a acompañarla en su entierro y en la misa funeral aparecieron varios jovencitos, que me imagino serían sobrinos o hijos de algún primo, los cuales estaban allí porque la querrían, pero los pobres no sabían ni por qué estaban, ni entendían nada de lo que allí se hacía; ¡pero estaban!
Entonces vinieron a mi mente, tantos velatorios, tantos funerales… a los que asisten un gran número de personas, de las que muchas de ellas, ni saben contestar al sacerdote, ni se integran en la celebración, ni piensan nunca en Dios… ¡pero están! Y están porque quieren al difunto, porque son de su familia, porque son amigos. Y asisten, porque son buena gente, pero no saben nada de Dios porque nadie les habla de Él, viven en este mundo paganizado donde el hablar de Dios es signo de ser un retrógrado.
Sin embargo, algo me inquietaba ¿qué les estaría diciendo a ellos todo eso que estaban viviendo en esa Eucaristía? ¿Qué pensarían de los que estábamos allí, porque queríamos estar? ¿Sabrían que, en el año, hay un día dedicado a los fieles difuntos? El sacerdote que -la conocía- celebró una eucaristía muy bonita y compartió una buena homilía, pero ¿tocaría todo eso su corazón? ¿Qué mensaje les llegaría de aquello? ¿Saldrían igual que entraron, pensando durante todo el tiempo si eso acabaría pronto?
Entonces me parecía que, tanto en los velatorios, como en los funerales o, como cuando tratamos el tema de los difuntos, deberíamos hacer protagonista a la persona que nos había convocado –al difunto- padre, madre, hijo, hermano, amigo… y poner en nuestros labios lo que él querría decir a los suyos en ese momento, de lo que supuso para él cruzar la PUERTA. Incluso, aunque el fallecido fuese una persona que no creyese o que no fuese nunca a la iglesia.
Y, es posible que, esta persona a la que amamos inmensamente, a la que queremos o, simplemente, con la que hemos compartido –de alguna manera- nuestra vida, nos dijese algo que nunca hubiésemos esperado escuchar.
Con esta oración, quiero unirme al dolor de cuantos han perdido a sus seres queridos últimamente, en especial a los que han muerto –inesperadamente- por el Covid. Quiero, sentir con ellos, el dolor que supone haber tenido que hacerlo solos y sin el calor de los que amaban. Sin olvidar a tantas familias desoladas, que no han podido estar al lado de, los que siguen viviendo en su corazón, en ese trance difícil por el que todos pasaremos. Es a ellos precisamente, a los que quiero dedicársela. |
MOMENTO DE ORACIÓN
Estamos en el día de difuntos y, como todos los años –en este día- queremos rezar por ellos. Ponerlos en manos del Señor, para que los acoja en su seno.
Pero este año me planteaba la posibilidad de que, esta oración fuese distinta a la de otros años, por lo que he pensado que sería bueno escuchar, lo que ellos querrían decirnos.
Así… percibimos que nos dicen:
No podéis imaginaros lo que supone cruzar la puerta que separa la vida y la muerte. ¡Con el miedo que da cruzarla y la grandeza que encuentras al hacerlo!
Lo primero que encuentras al otro lado es un mundo lleno de luz. Un mundo donde nadie te apunta con el dedo, donde eres tú mismo el que descubres los fallos que llevas en el alma; las heridas que traes sin sanar; los errores que cometiste, creyendo que estabas en lo cierto y las bondades que regalaste, incluso a veces, sin ser consciente de que lo hacías.
- Paramos un momento. ¿Qué significa para mí cruzar la puerta?
- ¿Cómo percibo a los que están ya, al otro lado?
- ¿Me acuerdo, cada día, de pedir a Dios por ellos?
Al llegar aquí, descubres un mundo impresionante e imprevisible; un mundo que nunca hubieras podido imaginar.
Un mundo donde no tienes que aparentar, porque solamente vale lo que eres.
Un mundo en el que, lo que tenías deja de tener importancia; aquí solamente tiene valor lo que diste.
Un mundo, donde no cuentan los hoteles, ni los restaurantes, ni los viajes que hiciste… porque aquí solamente cuenta el pedazo de pan que compartiste o el vaso de agua que diste, por amor, al que tenía sed.
Un mundo en el que los ciegos ven, los mudos hablan, los cojos andan… y pronto te das cuenta de que, has dejado tu pequeño río para entrar en un océano inmenso.
- ¿Me había planteado yo, alguna vez, un mundo así?
- Ahora que aparece ante mí está realidad ¿cómo percibo a los que han cruzado ya la puerta?
- ¿Ha cambiado mi manera de pedir a Dios por ellos?
Es en ese momento, cuando llega lo más maravilloso que la persona pueda imaginar. Entonces, aparece el Padre. Ese Dios bueno en el que te habías abandonado, o en el que no creías; ese Dios que, sin reprocharte nada se funde contigo en un abrazo de amor. Y entonces… te das cuenta de que tu corazón desea, con fuerza, fundirse en amor con ese Padre bueno. Y no hay nadie que tenga que decirte lo que tienes que hacer. De repente, has entendido todo y sólo cuenta, el ansia que tengas de gozar de esa dicha.
- ¿Tengo yo ansias de fundirme en el abrazo, con ese Padre Bueno, que me esperará al otro lado de la puerta?
- ¿Cómo me imagino yo que, habrá sido el abrazo que, Dios les habrá dado a los que llegaron –prematuramente- después de haber sufrido tanto por el Covid?
Creéroslo de verdad, no son palabras bonitas, yo lo he experimentado –nos dice el difunto- padre, madre, hijo, amigo…. ¿Acaso porque alguien crea que el sol no volverá a salir, dejará de hacerlo?
La palabra de Dios nunca miente y ella nos dice “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni criatura alguna puede suponer lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (1 Corintios 2, 9 – 10)
- ¿Me llenan de gozo estas palabras de la carta a los Corintios?
- Paso un rato, dejando que mi corazón se llene, del gozo de saber lo que Dios tiene preparado, para los que tanto ama.
Por eso quiero deciros, en este momento, no creáis que llegaréis aquí como si no hubiese pasado nada. Porque sí habrá pasado algo. Al llegar aquí conoceréis a un Dios que ama, a un Dios que perdona, un Dios… que siempre se ha implicado en vuestra vida, aunque vosotros no hayáis querido aceptarlo… Un Dios que, lo único que quería era que fueseis felices.
- ¿He descubierto yo, alguna vez, a este Dios en mi vida?
- ¿He dejado a Dios que se implicara en ella?
No olvidéis lo que estáis escuchando. No olvides lo que os dice alguien que ya lo ha descubierto y que quiere compartirlo con todos los que tanto ha amado, para que salgan de su equivocación.
Plantearos en serio todo esto, porque os afecta de forma directa. No banalicéis algo de tanta trascendencia, ya que en ello está en juego la Vida, la verdadera Vida y eso nos atañe de verdad.
Pensad que morir significa haber vivido. Y aceptar la vida es aceptar la muerte.
- ¿He pensado yo esto alguna vez?
- Pienso, alguna vez ¿que en mi manera de vivir, está en juego la verdadera Vida?
Ahora dejad los pensamientos negativos, esos que os inquietan y os dañan. Recordad solamente el amor que nos dimos. Y escuchad lo que os digo:
Siempre estaré a vuestro lado. Os amo. No perdáis el tiempo preparando el equipaje, aquí solamente se trae lo que se ha sembrado en la tierra, lo que se ha compartido con los demás y las marcas que dejaron nuestras huellas.
Por eso, cuando esté en tu presencia, Señor,
Déjame mirarte, largo rato, cara a cara
hasta que me haya fundido en tu mirada.
Y cuando caiga ante tus plantas de rodillas
déjame llorar pegado a tus heridas.
Y que pase mucho tiempo y que nadie me lo impida.
Pues he esperado este momento…
toda mi vida. (Palabras sacadas de la canción Cara a Cara)
por Julia Merodio | Oct 22, 2020 | Rincón de Julia
Llegamos al momento de oración. Dejamos lo que estamos haciendo. Hacemos silencio, nos serenamos… dejamos a un lado todo eso que nos preocupa… respiramos profundamente… Tomamos conciencia de que estamos ante el Dios de la vida… y llenos de paz comenzamos la oración
Vivimos en un momento de la vida en el que, la puerta tiene que estar bien cerrada y aún así hay demasiadas sorpresas.
No hace muchos años, en los pueblos, no se cerraba la puerta. Cuando ibas a alguna casa al salir te decían: “entorna la puerta” sin embargo hoy te dicen: “cierra bien la puerta” Y yo pensaba que, no sólo nos estamos acostumbrando a cerrar la puerta de la casa, sino también, la puerta del corazón y como consecuencia, la puerta a los hermanos y a Dios. Por eso hoy quiero invitaros a escuchar ese ruego, que nos hace el Señor, de que: abramos nuestra puerta.
“Mira que estoy a tu puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre, entraré y cenaré con él” (Apo. 3,20)
Abrir la puerta.-
El Señor llega, en este tiempo convulso en el que vivimos, a nuestro corazón para invitarnos a abrir la puerta, pero no solamente a Él sino a todos los hermanos que caminan con nosotros. De manera especial, a los que más sufren porque les ha tocado la parte más difícil de la pandemia.
Pero, no siempre lo hacemos así, por eso deberíamos preguntarnos:
- ¿Abro yo mi puerta?
- ¿A quién la abro? ¿A Dios? ¿A los hermanos?
- ¿Me he dado cuenta de que cuando le abro la puerta a un hermano se la estoy abriendo a Dios?
- ¿Para quienes tengo, todavía, la puerta cerrada?
Es Dios el que llega.-
Tú nos dijiste que, cuando alguien llama a nuestra puerta, eres Tú el que llegas. Pero, a veces, te presentas de una manera tan irreconocible que no somos capaces de saber que eres Tú. Y claro cerramos rápido, para que no nos intimiden.
Otras veces somos incapaces de oír el sonido de tu llamada ¡hay tantos ruidos en nuestra vida!
Por eso queremos pedirte que, cambies nuestros oídos llenos de ruidos y críticas por otros que sepan prestar atención a tus llamadas.
- ¿Qué llamadas he recibido de Dios sin ser capaz de escucharlas?
- ¿A quién he cerrado la puerta sin darme cuenta de que era Dios el que llamaba?
- ¿Qué le diría, en este momento, al Señor al darme cuanta de ello?
Pero, la Palabra de Dios, es insistente:
Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, sabed que El está cerca, a las puertas. (Mateo 24, 33)
Nos encontramos en un tiempo difícil. La gente está asustada. Nos da miedo contagiarnos, pero no podemos quedarnos en casa. No podemos perder el trabajo o la empresa, ni dejar de darles de comer a nuestros hijos. Los pagos llegan sin demora y hay que hacer frente a ellos. Los jóvenes y niños tienen que seguir su vida, sus estudios, su ritmo… pero vemos que la pandemia no respeta a nadie.
Por eso, después de haber hecho todo lo que está en nuestra mano para no contagiarnos, ni contagiar a los demás: Diremos –personalmente- desde lo más profundo:
Señor, sé que estás cerca, que estás a la puerta, que estás conmigo… por eso, aunque las circunstancias sean muy difíciles:
Ya no temeré: Pues
Aunque me sienta solo y desanimado.
Aunque me encuentre aislado y sin salida.
Aunque me abrume el silencio, sin palabras…
- Recordaré que, Tú Señor estás en medio de todo este desatino, para decirme: Yo soy tu testigo, tu puerta y tu palabra.
Por eso:
Dichosos aquellos siervos a quienes el señor, al venir, halle velando; en verdad os digo que se ceñirá para servir, y los sentará a la mesa, y acercándose, les servirá. (Lucas 12,37)
Ahora ya sé, Señor que:
Aunque me duela, servir a los demás sin aplausos.
Aunque me inquiete la duda y el miedo por no recibir respuestas.
Aunque me pese esta carga que llevo, porque nadie me ayude a sostenerla…
- Me sentaré a la mesa contigo y escucharé tu voz que me dice: Yo soy tu servidor, tu respuesta y tu apoyo.
Y… ahora:
Sed semejantes a esos hombres que esperan a su señor que regresa de las bodas, para abrirle tan pronto como llegue y llame. (Lucas 12,36)
Ahora… prestaré atención a tu llamada, para abrirte cuando llames.
Porque me he dado cuenta de que,
aunque… me asuste el compromiso, sin seguridades
y me vea envuelto en sombras de tristeza y confusión…
- Mi remedio está, en abrirte la puerta, para escuchar tu voz que me dice: Yo soy tu refugio, tu luz y tu certeza.
Y… acompañaré tu dolor, tu miedo, tú angustia…
Porque tú eres mi milagro, mi creación más grande.
Para terminar.-
Jesús nos ha dicho que, Él es la Puerta,
pero no podemos estarnos a pensar en esas cosas,
¡hay tantas actividades que nos reclaman!
Sin embargo Él es la Puerta que se abre para el débil,
para el solo, para el enfermo, para el abatido…
Él es la Puerta abierta que, comunica con la verdad y la gracia.
Por eso, aunque el dolor y el temor nos inunden
y, a veces creamos que estamos perdiendo la batalla,
no dudemos en llegar a la Puerta.
Ella siempre está abierta
Abierta… para acoger a los que perdieron la paz,
la esperanza, la confianza, el amor…
Pues aunque todas las puertas de la vida se nos cierren,
tenemos la suerte de encontrar una que, nunca se cerrará.
por Julia Merodio | Oct 15, 2020 | Rincón de Julia
N. de la A.: De nuevo mando la oración de esta semana. Una oración larga. Pero es larga, porque no es una oración para hacerla toda seguida, ni para leerla como una reflexión. Veis que va por puntos y como es para toda la semana, se puede orar cada día sobre unos de ellos. Y, es más, si uno solo sirviera para toda la semana sería perfecto. Espero que pueda ayudaros. Que Dios bendiga vuestro día.
Hoy he tenido que pensar poco para ver que oración podía ofrecer. Estaba claro. Es el día de Santa Teresa de Jesús y… ¿de qué se podría hablar si no es de oración?
De ahí que, todo grupo de oración que se precie, necesite acercarse a la gran maestra, para aprender de su enseñanza y de su testimonio de vida.
Por eso he decidido que nuestra oración de hoy discurra bajo sus instrucciones.
Estamos en un tiempo en el que la oración no goza de gran prestigio, sin embargo puedo asegurar que hay grandes orantes. Además nos encontramos metidos en esta gran pandemia en la que, mucha gente ha dejado de ir a la iglesia porque tiene justificación para ello y lo que es más, se está acostumbrando a vivir sin Dios, porque eso no le causa ningún problema.
También algunas iglesias, ante la prevención, han suspendido actividades e, incluso los espacios de oración que ofrecían pero… que significativo, en medio de toda esta realidad aparece Santa Teresa a darnos “un toquecito” sobre la oración.
Llegamos al momento de oración. Dejamos lo que estamos haciendo. Hacemos silencio, nos serenamos… dejamos a un lado todo eso que nos preocupa… respiramos profundamente… Tomamos conciencia de que estamos ante el Dios de la vida… y llenos de paz comenzamos la oración
JESÚS ENSÉÑANOS A ORAR
Enséñanos a orar, Señor.
A orar; a tu estilo, a tu manera.
A orar; como Tú lo hacías:
con silencios, con palabras,
con sentimiento, con todo el corazón…
Enséñanos a orar…
con la vida, desde la vida…
saboreando los dones que nos das
y lo que vas grabando en nuestro fondo.
Enséñanos a orar, Señor.
A orar; contigo, con los hermanos,
en público y en privado.
Aunque sea tartamudeando,
aunque nos invada el miedo al compromiso,
aunque lo hagamos a escondidas… ¡no importa!
Lo importante será; seguir comunicados contigo.
¿QUÉ PIENSA LA GENTE SOBRE LA ORACIÓN?
Yo creo que, si hiciésemos una encuesta sobre –qué es para cada uno la oración- los resultados serían sorprendentes.
Para muchos la oración es, algo propio de curas y monjas. A otros les parece cosa de “beatas”, gente sin cultura que no tiene otra cosa que hacer. Otros, prefieren dejarla para el final de la vida, porque entonces les sobrará mucho tiempo…
De ahí que, Santa Teresa, que quiere dejar claro a sus hijas lo que es la oración, les dice: “orar, es algo tan sencillo como vivir la amistad con Jesús y cultivarla en el silencio, en el encuentro personal… en el tú a tú”
Y ahora, viene la pregunta que nos hemos de hacer nosotros -personas de Iglesia, que estamos implicadas en ella-
- ¿Qué es la oración para mí?
- ¿Qué significa en mi vida?
LO QUE NOS DICE JESÚS
Después de detenernos en lo que dicen los demás y en lo que decimos nosotros; vamos a escuchar lo que nos dice Jesús sobre la oración.
“Cuando oréis… no habléis mucho; no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vea la gente.
Os aseguro que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores: entra en tu habitación; cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y, tu Padre, que está en lo secreto, te premiará” (Mateo 6, 5)
No se necesita más. Esto es hacer oración: ponernos en su presencia, llegar a nuestro fondo, mirarle, callar, esperar… y decirle desde lo profundo del corazón: Aquí estoy Señor, toma mi barro, porque quiero que, me hagas como Tú quieres que sea.
Pues, no olvidemos, que Dios no nos salvará por nuestras obras, aunque sean realmente buenas; nos salvará cuando, de verdad, seamos… obra de Dios.
- ¿Busco yo recompensas, cuando hago oración?
- ¿Soy capaz de callar, escuchar y sentir, lo que Dios quiere decirme?
RECOMENDACIONES DE SANTA TERESA
Me admira ver que, la Santa, muy conocedora de la materia, no nos diga cómo tenemos que orar. Ella nos dice: “es necesario que cada uno encuentre su propio modo de orar, según sea su manera de ser, su sensibilidad, su situación. Porque lo importante –nos sigue diciendo- está en volvernos a Jesús, contemplarle y penetrar en su misterio con ayuda de su Espíritu” Pero como en toda relación, se necesitan algunas condiciones para que dure y se haga más fuerte.
Por eso, para llegar a ser orante se necesita cuidar: Las relaciones con los demás: el respecto, el amor, la solidaridad, el perdón…
Se necesita cuidar la relación con nosotros mismos.
Y, sobre todo se necesita… cuidar la relación con Jesús. Teniendo muy en cuenta que el centro de la oración, consiste en la amistad con el Señor, pues la Oración es cosa del corazón…
- ¿Me he parado alguna vez a pensar, si mi oración me lleva, a contemplar a las personas y las cosas con los ojos de Dios?
- ¿He descubierto en mi oración, que Él puede colmar mi sed y dar sentido a todas mis ansias de vida auténtica?
SEÑOR, LA ORACIÓN ERES TÚ
¡Qué difícil nos resulta creer esto! Pero nos resulta difícil de creer, porque no somos capaces de entender que, a Dios no se puede llegar desde lo superficial. A Dios hay que ir, con lo más hondo que tenemos que, ni siquiera son nuestros pensamientos, ni nuestros sentimientos… lo más hondo está, en ese lugar escondido del que Jesús habla y al que nos invita a acceder. “Cuando ores entra en lo escondido…”
Porque, en la relación con Dios, lo importante no es el ruido de nuestras palabras, ni de nuestros sentimientos, ni de nuestros pensamientos,… lo importante es escucharle a Él; porque Él, siempre tiene algo importante que decirnos. Por eso, lo substancial está: En callar y acoger el Don.
- ¿Soy yo capaz de acoger el Don de Dios?
EL DON
Quizá esto del Don, no lo veamos muy claro, pero el Don del que habla el evangelio, consiste en que: cuando somos capaces de entrar en lo secreto -donde nos espera Dios- ya no tenemos que, –parecer, ni aparentar-, ni tenemos que disimular –para que los demás digan-, ni acumular méritos –para nuestra seguridad-… ahí ya no tenemos que hacer nada, ahí somos.
Es el lugar del que habla Jesús, un lugar donde: ya, no hay que ganar nada, porque allí todo se recibe; ya, no va uno a dejarse ver, sino que uno es visto… allí no hay que comprar a Dios, porque Dios se hace uno con nosotros.
- ¿He sido capaz de caer en la cuenta, de que Jesús –con estas palabras- me está comprometiendo a entablar un diálogo con el Padre?
- ¿He sido capaz de comprender que me está comprometiendo a la intimidad, a la interioridad, a la oración personal?
UNA DETERMINACIÓN MUY DETERMINADA
Por eso la Santa, que sabe que esto no es fácil, nos dice que esto de la oración no es cosa de “puños” que es: “una determinación muy determinada de encontrar nuestro propio corazón”
Porque si no lo hacemos así, siempre encontraremos excusas para no hacer oración. Si la dejamos para luego ¿qué pasa? Que ese “luego” no llega. Si decimos: es que, a mí la oración no me dice nada. Me cansa. Yo la oración la hago en la vida…
Pues llega la Santa y nos dice: “solamente si comenzamos con decisión y entusiasmo, sin importarnos las dificultades (que llegarán), con mucha constancia, podremos encontrar los frutos duraderos de esa amistad con Jesucristo”
Y es verdad que es así, pues si no llevamos la vida a la oración, difícilmente podremos llevar la oración a la vida.
- ¿Qué añade todo esto a mi manera de orar?
- ¿A qué me ayuda?
Y para terminar lo haremos, con esta oración que tantas veces rezaría Santa Teresa.
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévanme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
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por Julia Merodio | Oct 1, 2020 | Rincón de Julia
Llegamos al momento de oración. Dejamos lo que estamos haciendo. Hacemos silencio, nos serenamos… dejamos a un lado todo eso que nos preocupa… respiramos profundamente… Tomamos conciencia de que estamos ante el Dios de la vida… y llenos de paz comenzamos la oración
Andando el camino, me encontré en una plaza, Señor, y todo lo que veía me interrogaba.
Miré fijamente… y comprobé la indiferencia de la gente, ante los que estaban pagando,
las consecuencias de la pandemia.
Me cuestiona lo poco que puedo hacer ante ello, por eso he decidido venir a Ti,
para ponerlos en tu corazón.
Conozco bien la abundancia de tu generosidad
y tu desbordante compasión.
Y… aunque sé que, no merezco nada,
abro mis brazos, para que me los llenes de tu magnificencia, a fin
de poder emplearla en favor de todos ellos.
Tú sabes mejor que yo, por dónde quieres que discurra mi vida, por eso en este momento, permíteme
que simplemente de diga Amén, a la manera con que Tú la guías.
CON ROSTRO DOLORIDO (Mateo, 20, 1 – 16)
Siguiendo el camino, las sorpresas llegaron antes de lo esperado. Allí, en aquella plaza, encontré gente que no hacía nada. Eran los parados. A muchos de ellos, les había parado la vida.
Unos no tenían trabajo porque nadie los contrataba. Otros, inesperadamente, habían perdido el que tenían y los terceros, estaban allí porque no querían hacer nada. Lo único que unía sus vidas, era el haber perdido la esperanza, debido a un diminuto virus que les apareció sorpresivamente.
Pero algo en ellos me conmovió, la característica más visible, era la del dolor que se descubría en sus rostros. Estaban tristes, algunos angustiados.
¡Quedé paralizada! ¿Cuánta gente estaría en esta situación por culpa de la pandemia? ¿Cuánto dolor habría escondido, sin que ni siquiera nos hayamos dado cuenta de ello? Y, con todo este desajuste que estamos viviendo ¿cuánta gente estará sobrellevando su problema, porque no somos capaces de hacer algo para que esto se solucione?
No podemos seguir instalados en nuestra comodidad. Será bueno que nos preguntemos:
- ¿Me identifico yo, en alguno de los grupos de parados?
- ¿Me siento preocupado, por todos los que están pasándolo mal, en este momento?
- ¿Soy un desempleado, que no hago nada porque, solamente pienso en mí mismo?
- ¿Siento que mi rostro refleja dolor, o refleja esperanza?
UNA LLEGADA INESPERADA
El tiempo de espera, siempre hace mella y entre los trabajadores quizá surgió la rivalidad –lo mismo que puede surgir entre nosotros, mientras esperamos que pase todo esto- Que, si tú has sufrido más que yo; que, si yo era mejor trabajador que tú; que, si a ti te dieron oportunidades y a mí no…
Pero, en medio de la discusión, aparece un personaje inesperado: El dueño de la Viña: Dios que, ante la sorpresa de todos les ofrece trabajo indiscriminadamente. Todos están invitados a trabajar por el Reino. Se acaban de encontrar, con ese Dios pródigo, que no sabe cuándo, cómo, ni por qué, jamás puede dejar de amarnos.
¡Qué pocas veces nos paramos a pensar en el privilegio que supone ser llamados a trabajar en los “viñedos” del Padre! ¡Qué pocas veces vemos en ello, un privilegio, una gracia, un regalo…!
Lo que sí vemos es que, faltan personas que quieran trabajar por el Reino. Y pienso que:
- Quizá sea este un momento precioso, para pedir al Señor que, mande trabajadores a su mies, porque la cosecha es mucha y los trabajadores pocos.
- No nos olvidemos de incluir esta petición, junto con la de la erradicación de la pandemia, necesitaremos mucha gente que nos brinde el amor de Dios, para poder salir de tanto deterioro.
UN DIOS INCANSABLE
Pero, Dios es incansable. Ha llegado la última hora y Él sigue buscando trabajadores.
¡Cuándo aprenderemos que Dios nunca se cansa de dar oportunidades! Y que, aunque a veces, a nosotros nos molesta su manera de actuar, el evangelio está lleno de parábolas en las que, Jesús, espera pacientemente para ver si alguno más se convierte y vive.
Ahí tenemos la parábola del trigo y la cizaña. ¡Esperad! Dejarlos crecer juntos… No deis nada por perdido… ¡Que generosidad la de Jesús! Él siempre va más allá de la justicia, Él se guía por la compasión. ¿Y nosotros?
- ¿Soy yo, persona compasiva?
- ¿Soy paciente?
- ¿Sé esperar?
LA HORA DE LA COMPENSACIÓN
El problema ha llegado, cuando al recibir la recompensa del trabajo realizado, aparecen las discrepancias. El dueño ha pagado a todos lo mismo y eso no parece justo.
¡Cuántas veces hemos pensado nosotros lo mismo! ¡Cómo difieren nuestra justicia y la de Dios!
La recompensa de Dios es la Salvación, la felicidad, la plenitud… Y nosotros seguimos peleando por las “habitaciones” del Reino. Que si a ti que, has trabajado poco, te han dado las mismas que a mí… A este que hizo menos, le han dado también las mismas… Dios habla de otra cosa. ¿Acaso la Salvación, la felicidad, la plenitud… se puede repartir a trozos? O se da, o no se da. La verdadera Vida no puede repartirse, se regala y se regala entera.
- ¿Cuántas veces he pensado yo que, a los demás –Dios- les daba más oportunidades que a mí?
- ¿Me considero más digno de recibir los dones de Dios que los otros?
- ¿Sigo todavía, con esa mirada miope de “contar la gracia”?
TODOS SOMOS IGUALES
Tenemos que concienciarnos de que, en el Reino de Dios todos somos iguales.
Es verdad que la parábola nos brinda un mensaje a tener en cuenta “Los últimos serán los primeros y los primeros últimos” pero eso es para este mundo, donde es imprescindible la humildad. A partir de ahí, no podemos juzgar con criterios humanos, los criterios de Dios.
Nosotros nos imaginamos que, el Reino tendrá una estancia grande llena de sillones confortables… donde unos “acomodadores” nos pondrán delante o detrás, arriba o abajo según hayan sido nuestros “méritos” Pero nada de eso sucederá.
En el Reino de Dios no hay primeros ni últimos, nadie ganará ni perderá… todos seremos iguales. ¿Acaso unos padres pueden tener hijos de primera, segunda o tercera… categoría?
Las cosas que nosotros primamos, no tienen importancia, ni valor en el Reino de Dios. Allí no habrá preferencias y, si las hubiese los primeros serán los desfavorecidos de la tierra. ¡Cómo nos descoloca el proceder de Dios!
- ¿Qué siento al ponerme ante esta realidad?
- ¿Qué escala de valores uso, cuando juzgo a los demás?
- ¿Qué descubro al hablar de igualdad?
Para terminar, como estamos en Octubre, un mes eminentemente mariano, lo haremos con una canción a la Virgen.
María, mírame; María, mírame
Si Tú me miras, Él también me mirara
Madre mía, mírame; de la mano llévame
Muy cerca de Él, que ahí me quiero quedar
María, cúbreme con tu manto
que tengo miedo, no sé rezar.
Que por tus ojos misericordiosos
tendré la fuerza, tendré la paz
María, mírame; María, mírame…
Madre, consuélame de mis penas
es que no quiero ofenderle más.
Que por tus ojos misericordiosos
quiero ir al cielo y verlos ya
María, mírame; María, mírame…
por Julia Merodio | Sep 26, 2020 | Rincón de Julia
Mensaje de la Autora:
Este año, voy a usar para la adoración, esta Custodia que, como muchos sabréis, es ante la que hicieron la adoración al Santísimo
los jóvenes en la vigilia que celebraron en la JMJ en Panamá.
Está hecha con la fundición de casquetes de bala, como un homenaje a la paz.
Nos situamos, en el camino de vuelta, a lo que nos gustaría que fuese la vida cotidiana. Pero nada nos muestra que va a ser así. Todo es inseguro, confuso, tenso… La gente no tiene certezas. Unos, no saben si podrán abrir sus negocios, otros… si les pagarán los ertes, si se encontrarán la casa habitada por okupas, si podrán mantener abiertos los colegios, si lo que se nos dice es cierto, si mejorará algo la economía… y la crispación comienza a hacer mella en lo habitual.
Es la realidad del momento. Y será, en ese camino incierto, donde cada uno iremos encontrando lo que vaya apareciendo sin pretenderlo… todo, absolutamente todo, estará esperándonos en cada recodo del camino y, aunque comenzar de nuevo a marchar, nos asusta más de lo que creíamos, compensa la alegría de ver cómo cada paso que vamos dando, es un avance hacia la salida de este sinsentido.
EN EL CAMINO DE LA VIDA
Aunque, hayamos estado un tiempo parados.
El camino sigue.
Y sigue, por mucho que, a veces queramos detenernos.
Y sigue… más allá de la duda y de la sombra,
más allá de los miedos y sospechas,
más allá del cansancio y el desaliento,
más allá del reproche y de la queja.
Por eso, acogeremos las palabras de los otros,
y cuando nos sintamos debilitados,
confiaremos en las fuerzas ajenas;
y si nos hundimos, o nos aplanamos…
buscaremos a alguien, para compartir las penas.
Esto es lo que nos pide la vida,
seguir el camino, junto al que llega,
acoger con arrojo sus propias dolencias;
aliviar… nuestro dolor, cansancio y tristezas
y compartir la vida, el pan y la mesa.
Pues hay que:
Seguir caminando,
atendiendo al que llama a la puerta.
Para descubrir a Dios hecho amigo,
hecho Pan… y Palabra cierta.
Hecho compañero de camino y estrella que nos alerta.
(Adaptada de una oración de Olaizola)
HACIENDO CAMINO
Siempre imaginamos que, hacer el camino consiste en andar sin desfallecer. Pero no es así.
En todo camino hay un tiempo para andar y un tiempo para descansar. Lo importante consiste, en ver cómo utilizamos cada uno de esos tiempos. Pero… ¿Nos lo hemos preguntado alguna vez?
- Cuando ando ¿hacia dónde voy?
- ¿Qué caminos me seducen?
- ¿Hacía donde se encaminan mis pasos?
Cuando paro,
- ¿A qué dedico mi tiempo?
- ¿Qué necesidades tiran de mí?
- ¿Dedico algún tiempo para regalarlo a Dios?
NOS PONEMOS EN CAMINO
Al salir al camino, hemos comprobado que no vamos solos. Hay muchas personas siguiendo nuestro mismo sendero. A algunas las conoceremos, a otras no, pero ahí estamos juntas, pasando las mismas incertidumbres y los mismas dudas. Por lo que hemos de procurar ayudarnos, apoyarnos, ir al unísono sabiendo que todos tenemos un mismo deseo: luchar para que todo esto se solucione. Me paro un momento:
- ¿Qué gente camina a mi lado?
- ¿Cómo reacciona?
- ¿Qué sentimientos desprende?
También tomo conciencia de que no solamente hay un camino, hay muchos más. Unos nos parecerán fáciles y nos dejaremos llevar. Otros serán más costosos y habrá gente que huya, prefiriendo no transitar por ellos. Posiblemente, haya tantos caminos como personas hay caminando… pero lo prudente consistirá no elegirlos al azar, sino ir conociéndolos para poder optar con sensatez.
De ahí que, de vez en cuando, nos iremos parando ante diversos caminos y nos detendremos –en oración- ante ellos.
Para hoy he elegido el camino:
Somos conscientes, de que tenemos una responsabilidad ante lo que acontece, qué de nuestro compromiso dependerá mucho de lo que suceda; pero no sabemos todo sobre lo que está pasando y necesitamos estar informados para dar a los demás lo mejor de nosotros. Sabemos que este momento es crucial y que, debido a lo que se nos ha planteado, tenemos que buscar caminos nuevos, dejar lo caduco y buscar otros modos de vivir, de desarrollarnos, de mostrar el mensaje del evangelio -dándole forma- sin que por ello pierda toda su grandeza y veracidad y hacerlo creíble con nuestra manera de vivir.
- ¿En qué momento de mi vida me encuentro?
- ¿Influye eso en mi manera de actuar ante tanta incertidumbre?
También será bueno que revisemos, en qué ha quedado todo lo que hacíamos:
- Yo, frecuentaba la liturgia, pero ¿a qué me ha llevado esto que nos está pasando?
- Yo, tenía labores de voluntariado, pero debido a lo que está pasando, ¿las he dejado?
- ¿O he reinventado nuevas maneras de hacerlo?
No olvidemos que, nadie puede desarrollar la misión por nosotros, como nosotros no podremos tomar el camino del de al lado, pero que todo lo que no hagamos, se quedará sin hacer.
Por eso, cada uno tendremos que esforzarnos para llegar a los que nos necesiten sabiendo respetar su propia senda, su propia ruta, su paso… no podemos obstaculizar el ritmo que ellos lleven, ni el proceso por el que están pasando; aceptaremos sus limitaciones y debilidades –porque nosotros también tenemos las nuestras- pero trabajando con firmeza para que nada se quede sin hacer.
- Ahora, en unos momentos de silencio- pondremos toda esta realidad en manos de Señor: con tranquilidad, con paz…
- Después nos preguntaremos: ¿Sería esto, lo que el Señor haría, si estuviese en nuestro lugar?
Terminaremos poniéndonos en manos de la Virgen de la Merced –cuya fiesta celebramos hoy.
Mientras recorres la vida
tú nunca solo estás,
contigo por el camino
Santa María va.
Ven con nosotros a caminar
Santa María, ven.
Aunque te digan algunos
que nada puede cambiar,
lucha por un mundo nuevo,
lucha por la verdad.
Ven con nosotros a caminar
Santa María, ven.
Aunque parezcan tus pasos
inútil caminar,
tú vas haciendo caminos
otros los seguirán.
por Julia Merodio | Sep 7, 2020 | Rincón de Julia
Queremos felicitarte, Madre.
Queremos felicitarte,
aunque nuestros abrazos y besos tengan que ser virtuales,
aunque tengamos que presentarnos con mascarilla,
necesitemos guardar la distancia de seguridad
y limpiarnos las manos para acercarnos a ti.
Porque bien sabes que, nada podrá impedir
que te regalemos todo el amor que llevamos en el corazón,
que te demos el abrazo que guardamos en el alma,
ni que, podamos demostrarte el cariño que destila,
nuestro agradecimiento, ante tantos favores recibidos.
Queremos que nos estreches entre tus brazos,
porque esta pandemia no puede ser un obstáculo,
para que dejemos de sentir,
como late nuestro corazón al ritmo del tuyo.
Felicidades Madre.
Felicidades de tus hijos que te rezan y te cantan,
aunque sea sin guitarras y en soledad
–por el miedo de los grupos-
entonando tu nombre –calladamente-
desde lo profundo de su corazón.
Felicidades Madre.
Felicidades… desde esa distancia,
que quiere llenarse de ti,
aunque sea desde las redes.
Y no sólo para verte, sino también,
para aprender a vivir como tú viviste.
Aprender a darnos como tú te diste.
Y… aprender a aceptar como tú aceptaste,
esos silencios de Dios, donde no entendías nada.
Porque… con pandemia o sin pandemia,
con muertes o con dolor,
queremos que seas la Madre de nuestro pueblo,
nuestra guía y… nuestra bendición;
queremos que, nos fortifiques y guardes,
y… que nos acerques, a Dios.
Por eso, Madre querida, tus hijos de Maranchón
te piden ser evangelio, en tan grave situación;
pues quieren ir de tu mano, a mostrar, al mundo… a Dios.