Llegamos al momento de oración. Dejamos lo que estamos haciendo. Hacemos silencio, nos serenamos… dejamos a un lado todo eso que nos preocupa… respiramos profundamente… Tomamos conciencia de que estamos ante el Dios de la vida… y llenos de paz comenzamos la oración

Vivimos en un momento de la vida en el que, la puerta tiene que estar bien cerrada y aún así hay demasiadas sorpresas.

No hace muchos años, en los pueblos, no se cerraba la puerta. Cuando ibas a alguna casa al salir te decían: “entorna la puerta” sin embargo hoy te dicen: “cierra bien la puerta” Y yo pensaba que, no sólo nos estamos acostumbrando a cerrar la puerta de la casa, sino también, la puerta del corazón y como consecuencia, la puerta a los hermanos y a Dios. Por eso hoy quiero invitaros a escuchar ese ruego, que nos hace el Señor, de que: abramos nuestra puerta.

         

“Mira que estoy a tu puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre, entraré y cenaré con él” (Apo. 3,20)

 

Abrir la puerta.-

El Señor llega, en este tiempo convulso en el que vivimos, a nuestro corazón para invitarnos a abrir la puerta, pero no solamente a Él sino a todos los hermanos que caminan con nosotros. De manera especial, a los que más sufren porque les ha tocado la parte más difícil de la pandemia.

Pero, no siempre lo hacemos así, por eso deberíamos preguntarnos:

  • ¿Abro yo mi puerta?
  • ¿A quién la abro? ¿A Dios? ¿A los hermanos?
  • ¿Me he dado cuenta de que cuando le abro la puerta a un hermano se la estoy abriendo a Dios?
  • ¿Para quienes tengo, todavía, la puerta cerrada?

 

Es Dios el que llega.-

Tú nos dijiste que, cuando alguien llama a nuestra puerta, eres Tú el que llegas. Pero, a veces, te presentas de una manera tan irreconocible que no somos capaces de saber que eres Tú. Y claro cerramos rápido, para que no nos intimiden.

Otras veces somos incapaces de oír el sonido de tu llamada ¡hay tantos ruidos en nuestra vida!

Por eso queremos pedirte que, cambies nuestros oídos llenos de ruidos y críticas por otros que sepan prestar atención a tus llamadas.

  • ¿Qué llamadas he recibido de Dios sin ser capaz de escucharlas?
  • ¿A quién he cerrado la puerta sin darme cuenta de que era Dios el que llamaba?
  • ¿Qué le diría, en este momento, al Señor al darme cuanta de ello?

 

Pero, la Palabra de Dios, es insistente:

Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, sabed que El está cerca, a las puertas. (Mateo 24, 33)

Nos encontramos en un tiempo difícil. La gente está asustada. Nos da miedo contagiarnos, pero no podemos quedarnos en casa. No podemos perder el trabajo o la empresa, ni dejar de darles de comer a nuestros hijos. Los pagos llegan sin demora y hay que hacer frente a ellos. Los jóvenes y niños tienen que seguir su vida, sus estudios, su ritmo… pero vemos que la pandemia no respeta a nadie.

Por eso, después de haber hecho todo lo que está en nuestra mano para no contagiarnos, ni contagiar a los demás: Diremos –personalmente- desde lo más profundo:

Señor, sé que estás cerca, que estás a la puerta, que estás conmigo… por eso, aunque las circunstancias sean muy difíciles:

Ya no temeré: Pues

Aunque me sienta solo y desanimado.

Aunque me encuentre aislado y sin salida.

Aunque me abrume  el silencio, sin palabras…

  • Recordaré que, Tú Señor estás en medio de todo este desatino, para decirme: Yo soy tu testigo, tu puerta y tu palabra.

 

Por eso:

Dichosos aquellos siervos a quienes el señor, al venir, halle velando; en verdad os digo que se ceñirá para servir, y los sentará a la mesa, y acercándose, les servirá. (Lucas 12,37)

Ahora ya sé, Señor que:

Aunque me duela, servir a los demás sin aplausos.

Aunque me inquiete la duda y el miedo por no recibir respuestas.

Aunque me pese esta carga que llevo, porque nadie me ayude a sostenerla…

  • Me sentaré a la mesa contigo y escucharé tu voz que me dice: Yo soy tu servidor, tu respuesta y tu apoyo.

 

Y… ahora:

Sed semejantes a esos hombres que esperan a su señor que regresa de las bodas, para abrirle tan pronto como llegue y llame. (Lucas 12,36)

Ahora… prestaré atención a tu llamada, para abrirte cuando llames.

Porque me he dado cuenta de que,

aunque… me asuste el compromiso, sin seguridades

y me vea envuelto en sombras de tristeza y confusión…

  • Mi remedio está, en abrirte la puerta, para escuchar tu voz que me dice: Yo soy tu refugio, tu luz y tu certeza.

Y… acompañaré tu dolor, tu miedo, tú angustia…

Porque tú eres mi milagro, mi creación más grande.

 

Para terminar.-

Jesús nos ha dicho que, Él es la Puerta,

pero no podemos estarnos a pensar en esas cosas,

¡hay tantas actividades que nos reclaman!

 

Sin embargo Él es la Puerta que se abre para el débil,

para el solo, para el enfermo, para el abatido…

Él es la Puerta abierta que, comunica con la verdad y la gracia.

 

Por eso, aunque el dolor y el temor nos inunden

y, a veces creamos que estamos perdiendo la batalla,

no dudemos en llegar a la Puerta.

Ella siempre está abierta

Abierta… para acoger a los que perdieron la paz,

la esperanza, la confianza, el amor…

 

Pues aunque todas las puertas de la vida se nos cierren,

tenemos la suerte de encontrar una que, nunca se cerrará.