Donde está Jesús no tiene cabida la muerte

Donde está Jesús no tiene cabida la muerte

Llegamos al quinto domingo de cuaresma y la liturgia, muy acertadamente, comienza a presentarnos la cruz, pero no se queda ahí, nos ofrece la cruz y la luz de la resurrección formando una unidad. Porque:

La Cruz y la Luz, formando una unidad.

·        En el anverso de la Cruz, aparece Cristo –Luz del mundo-

o   En el reverso, los hermanos agrupados en multitud. Entre los que se halla la iglesia sufriente.

·        En el anverso la misericordia de Dios, en el reverso la infidelidad del pueblo.

·        Y uniendo estas situaciones: Jesús, el Hijo entregado, para devolver la vida al mundo con su Resurrección.

La cruz es consubstancial a la vida., todos tenemos que llevar un trozo de la cruz de Cristo. Pero las cruces nonos gustan, nos inquietan, nos molestan, nos desinstalan. Pero lo queramos o no, el sobresalto llega en el momento que menos esperamos y eso es lo que pasó en la casa de Betania donde vivían los amigos de Jesús. Lázaro acaba de morir y las hermanas quedan desoladas ¡Si, al menos, hubiera estado aquí Jesús! Pero Jesús no estaba.

Sin embargo, Jesús, es el amigo que nunca falla. Y allí se presenta, aunque parezca que ya no hay nada que hacer, aunque parezca que todo está consumado… allí está Él.

Marta, se da cuenta de su presencia y acercándose a María le dice: El Maestro está aquí.

María se sorprende, pero la esperanza ya no tiene cobijo en sus corazones, las hermanas saben que Lázaro estaba muerto y bien muerto y, no es que no creyesen en Jesús, pero el rumbo de su caminar, como el nuestro, les hacía pensar que todo estaba perdido.

Al llegar donde estaba Jesús, María le dice: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano” (v. 32).  El saludo de María para Jesús es muy similar al de Marta. Las dos hermanas le echan en cara a Jesús su ausencia: «Si hubieras estado aquí». Pero Jesús les invita a que vean más allá, a que no crean en Él como un mago. Él no es un mago, él no es el que resucita a la gente: Él es, la Resurrección. Que una cosa es dar de comer a la gente y otra muy distinta es ser el Pan Vivo.

Y ese Jesús amigo que nunca falla, ahora se convierte en el Jesús humano que, al ver a las hermanas llorando se conmueve profundamente, Jesús se emociona como nos emocionamos cualquiera de nosotros. Jesús aparece con las limitaciones propias de cualquier persona. Se nos olvida muchas veces, que Jesús eligió ser igual a sus hermanos y  pasar por uno de tantos para poder comprendernos mejor.

Lo que somos incapaces de aceptar es que, todos vamos muriendo un poco cada día. Todos vamos dejando por el camino retazos de nuestra vida; unos voluntariamente, otros arrebatados sin piedad.

Por eso, cuando ya se han vivido bastantes años, empezamos a notar que, la vida, se va volviendo rígida; nos sentimos inmóviles, fríos, calculadores… nos vemos atrapados, por multitud de ataduras terrenas y somos esclavos de sus experiencias.

·        ¡Cuántas ataduras en nuestra vida!

·        ¡Cuántas esclavitudes!

·        ¡Cuántas realidades, nos van llevando a la rigidez!

·         ¡Qué grado tan alto de frialdad va llegando a nuestro corazón!

Sería estupendo que en ese momento oyésemos las Palabras de Jesús: ¿dónde lo habéis sepultado? “Ven a verlo, Señor”  Las mismas palabras que Jesús usa para invitar a ser discípulo. “Venid y lo veréis”

¡Quitad la piedra! “Señor, huele mal porque ya hace cuatro días”  Marta protesta la orden de Jesús de quitar la piedra, porque el cuerpo de Lázaro ya habría empezado a descomponerse en estos cuatro días.  El horrible olor y el verlo de esta manera… Pero vamos a ver Marta ¿Crees o no crees?

Igual que nosotros: Bueno lo pediremos por si acaso pero…

Jesús repite: ¡Quita la losa! Por grande que sea, por mucho que pese ¡Quítala! Porque “Yo os libraré de todas vuestras infidelidades y os purificaré” Os sacaré de vuestras muertes: del miedo, la desesperanza, la tristeza, la duda, el cansancio, el conformismo, el desamor… y, os demostraré que, el que ama, no puede estar muerto.

¡Qué momento tan especial de confianza plena! ¡Si la gente, fuera consciente de que Cristo, siempre contagia vida, todos se acercarían a Él!

“¡Lázaro, sal fuera!” Fijaos. Jesús, es el Señor de la esperanza. Si Jesús hubiera creído que ya no se podía sacar nada de aquella situación, Lázaro nunca hubiera resucitado.

Sin embargo nosotros caemos, una vez y otra, en la desesperanza ¡Cuántas veces pensamos que de la historia que vivimos ya no se puede sacar nada! Sólo deseamos que todo esto termine y vamos por la vida como autómatas, sin ganas de vivir. Pero al pronunciar estas palabras, la esperanza crece.

Lázaro intenta salir de la tumba pero aparece un nuevo problema. Está vendado. Todos pensamos que Jesús no se ha dado cuenta de ese detalle. Pero Él dice ¡desatadlo! ¡Quitadle lo que le oprime!

Vuelve a nosotros el reflejo de nuestra vida. Llega hasta nosotros un nuevo problema, un nuevo golpe, un nuevo daño… y lejos de recurrir a la esperanza, lejos de tener fe y recurrir a Dios, nos ponemos una nueva venda encima de las que ya llevamos, encontrándonos más atados que antes y sin poder salir de nuestro sepulcro.

Necesitamos de nuevo oír las palabras de Jesús: “Quitadle el sudario, y dejadle caminar”  Es alucinante imaginarse aquel cuerpo vendando luchando por salir de la tumba atado y maniatado.

Pero aquí lo tenemos eso es lo que nos dice hoy, Jesús a  nosotros “¡Salid de vuestras tinieblas! Dejad atrás vuestras muertes, vuestras oscuridades, vuestros pesimismos…

¡Recibid a Cristo en vuestro corazón! No lo dejéis para otro día. Porque todo el que recibe a Cristo Resucita. Resucita: a la alegría, a la paz, a la superación, a la generosidad, al perdón, al amor… Todo el que recibe a Cristo en su vida, resucita a la verdadera: VIDA.

Sólo Dios ve el Corazón

Sólo Dios ve el Corazón

Todos sabemos que no nos gusta ver nuestras cegueras. De ahí el dicho popular “No hay peor ciego, que el que no quiere ver” Por eso, es primordial reconocerlas, porque si no somos conscientes de que no vemos, nunca nos acercaremos a Jesús para decirle: ¡Señor, que vea!

A mi me parece que nuestra primera ceguera consiste, en que no queremos mirarnos a nosotros mismos y por lo tanto no nos reconocemos.

Es cierto que todos tenemos una parte que se ve mejor desde fuera que desde dentro; es, esa parte de nuestra personalidad, que intentamos mostrar a los demás y que, a veces, nada tiene que ver con la realidad.

Porque, no siempre nos vemos como nos deberíamos vernos –somos demasiado benévolos con nosotros mismos. A veces tenemos, un desenfoque visual de nosotros mismos y no nos reconocemos bien. Nos sobre-valoramos, nos creemos mejores que los demás y no nos importa despreciar a los que no nos gustan demasiado.

  • ¿Creo que me conozco?
  • ¿Creo verme como soy, o al mirarme a mí mismo, tengo distorsionada la mirada?

Otras veces nos infravaloramos; nos creemos poca cosa, nos parece que no servimos para nada, nos sentimos desgraciados y, todos hemos constatado que, si alimentamos esta realidad, podemos desembocar en una depresión.

Este desenfoque puede llevarnos a querer desarrollar cualidades triviales: A obsesionarnos por nuestro físico, a condicionarnos por la posición social, a alimentar nuestro ego… olvidándonos de los verdaderos dones que Dios ha puesto en nuestra alma.

Y tantas cegueras, nos impiden ver, esa conexión que se funde con el misterio de Dios. Pues en esa profundidad es donde se encuentran:

  • El valor de uno mismo.
  • El valor de los hermanos.
  • Y el valor por las cosas que, Dios ha puesto en nuestra vida, como un regalo singular.

En realidad ¿Qué hago yo para entrar en ese misterio de Dios, en esa profundidad donde anidan los verdaderos valores de la persona?

Es significativo que, a la ceguera de “mirarnos a nosotros mismos”, siempre le suceda, una segunda ceguera; esa que, no nos deja reconocer a los demás, como hermanos nuestros.De ahí, que como ciegos que somos, juzgamos a los otros por las apariencias. No somos capaces de aceptar el misterio que llevan dentro y no es posible amar aquello que no aceptamos.

UUrs von Baltasar decía: “sólo donde hay misterio, hay hondura” Por eso, si nos movemos en la superficie, veremos al hermano como un simple bulto, o lo que es peor, como un rival nuestro, pero no seremos capaces de ver, la huella de Dios, que hay en el fondo de cada ser humano.

·        Y yo ¿me muevo en la superficie, a soy persona de hondura?

LA CALIDEZ DEL ENCUENTRO

El ciego se encuentra con Jesús. Y, no es que tuviera deseo de hacerlo. Su ceguera era tan profunda que no tenía la aspiración de curarse. Se había instalado en ella y no creía que pudiese salir de aquella situación.

De nuevo es Jesús el que toma la iniciativa. Él es la Luz del mundo. Ha venido para disipar todas nuestras tinieblas.

Y con esta afirmación, se presentan ante nosotros dos actitudes que nos comprometen:

  • Catequizarnos, para que nuestro proceso se encamine a la Luz.
  • Y Reconocer que: la falta de respuesta entorpece la salvación.

 

Con el proceso de curación del ciego, Jesús, vuelve a darle un giro a nuestra mente corta y estrecha, mostrándonos el por qué y el para qué de esa ceguera:

  • No es cosa de pecado, sino de gracia.
  • No es castigo, sino bendición.
  • No es una negatividad, sino una mirada positiva de encuentro, con la realidad de la Luz.

Jesús es la medicina que actúa, siempre que lo deseamos, con fuerza.

Jesús nos saca del abismo de nuestra miseria, acogiéndonos con su gran misericordia.

Jesús regenera el cuerpo y el corazón y pone a la persona en contacto con el mismo Dios.

Jesús, además, no elude los medios humanos, manda, al ciego: Lavarse, obedecer y creer. Más tarde el ciego entenderá que, el agua que Jesús le ofrece es la del Bautismo. La misma agua del Espíritu de vida; un agua, ofrecida por la “piscina” de la Iglesia y la fuerza de la fe.

El ciego es curado por el gran Sanador de: ayer, hoy y siempre… ¡Pero cómo nos cuesta creerlo!

El ciego, sin saberlo, ha entrado en la dinámica de la fe.

  • Primero: con una Fe incipiente, solamente ve a Jesús, como un simple hombre.
  • Después, con la Fe adulta, empieza a verlo como un profeta que viene de Dios.
  • Más tarde, con la Fe cristiana, se postra para confesarlo: Enviado y Mesías.
  • Finalmente, su Fe testimonial, será capaz de sufrir persecución para dar testimonio de Cristo.

El Ciego, se ha convertido en testigo. Ha dejado los salvavidas y se ha sumergido en el mar de Dios.

Qué momento tan oportuno para preguntarnos:

·        ¿Qué situaciones me han llevado, a saber que no veía con claridad?

·        ¿Qué personas me han ayudado a descubrir, mis cegueras?

·        ¿Con qué medios he contado, para acercarme a Jesús y decirle: ¡Quiero ver!?

·         ¿Qué situaciones, personas o cosas me ayudan a conocer mejor a Jesús?

Cuando dejamos curar a Dios nuestras cegueras,

aún sin saberlo,

hemos entrado en la dinámica de la FE.

¡Si conocieras el Don de Dios!

¡Si conocieras el Don de Dios!

Por Julia Merodio

Ya no nos cabe la menor duda, de que Jesús ha venido, a dar respuesta:
• A tantos interrogantes como nos envuelven.
• A tantas necesidades como nos acompañan.
• A tantos avatares, como nos llegan de un lado y de otro.
• Porque Jesús, ha venido, a salvar a La Persona.

EL PROCESO DE LA VIDA
El ser humano es, un ser en proceso. Nada se le da hecho, nuestro camino es una incógnita por descubrir y, en ese camino van apareciendo las necesidades fundamentales de la persona.
Aparecen: el frío, el calor, el hambre, la sed…, a y cada uno en particular, no nos queda más remedio que buscar la forma de remediarlas. De ahí que nos encontremos ante un proceso, hondo y lento, que nadie puede hacer por nosotros.

Sabemos por experiencia, que muchas veces esas necesidades tratamos de saciarlas por medio inadecuados, en sitios erróneos… y, ahí vamos tratando de saciar nuestra sed, con sorbos de cualquier fuente que se nos va ofreciendo.
En un primer momento, puede parecer que, nuestra sed de: fama, poder, grandeza, gloria… quedan satisfechas, pero enseguida necesitamos buscar otros “pozos” distintos porque nuestra sed ha vuelto a aparecer de nuevo.
Y pasamos, tiempo y tiempo sin admitir que solamente Dios, puede saciar nuestra verdadera sed. Solamente Él puede calmar todas nuestras ansias. Solamente Él puede aplacar todas nuestras aspiraciones… Nos hiciste, Señor para Ti y nuestro corazón permanecerá inquieto hasta que descanse en Ti” (San Agustín)

Por eso es tan importante dedicar tiempos a la oración, porque en ella descubrimos que nuestra sed, es una apertura a lo infinito. A lo que no caduca, a lo que no cambia, a lo que perdura en el tiempo…y eso, solamente, puede dárnoslo el Señor.
Jesús como experto en relacionarse con Dios –su Padre- no deja ambigüedad al trasmitírnoslo. La comunicación con el Padre solamente se puede dar en el Tú a tú, en lo secreto del corazón, en la intimidad más absoluta.
De ahí que, el encuentro con la Samaritana no sea nada casual, Jesús sale a buscarla. La busca como buscó a S. Pablo, a S. Agustín a santa —- Benedicta… como buscó y busca a cada uno de sus seguidores. Porque, tiene que quedar claro que, no somos nosotros los que buscamos a Dios, es Él el que nos busca a nosotros. Y nos busca para descubrirnos el manantial que puede brotar de lo más hondo de nosotros mismos.
Jesús, experto en humanidad- se muestra profundamente interesado por la interioridad de la persona con la que está dialogando y le revela que, en contraste con la antigua ley y los mandamientos externos, existe ese templo de Dios que está dentro de cada persona.
¡Con qué claridad lo ve el Papa Francisco! Todo ser humano es un don, -nos dice- la palabra es un don, la ayuda es un don, calmar la sed es un don…
De ahí la pregunta que viene después: Y yo, ¿en qué fuentes sacio mi sed? Porque esto ocurre hoy, lo mismo que ocurrió en el brocal de aquel pozo, Jesús nos dice –hoy, aquí, ahora- a cada uno personalmente:
• “Dame de tu agua y Yo te daré de la mía”
• “Dame un vaso de tu cántaro y yo te regalaré una fuente”
• Y es curioso, que esto nos lleve a encontrarnos de frente con la oración. Porque la oración es ese encuentro con Dios, cálido y abierto, en el que notamos que la relación empieza a tomar un cariz distinto. Nosotros que, habíamos llegado llenos de posesiones, nos convertimos en mendigos ¡Señor, dame de tu agua! Dame esa agua que, Tú posees.

Sin embargo es sorprendente como, la persona de hoy no necesita nada de eso. La persona de hoy, intenta manipular a Dios; cambiarlo; adaptarlo a las necesidades del momento, a nuestros gustos…
Se oye, asiduamente, la Iglesia no se moderniza, no se adecua a nuestro tiempo… Os confieso que siento una pena inmensa al oírlo. ¿Qué nos quieren decir con eso? Da la impresión de que, lo que el mundo de hoy necesita para vivir tranquilo es:
• Que se desmoralice la moral.
• Que se desvirtúe el evangelio.
• Que se cuestione la justicia.
• Y se tergiverse el amor.
Es como si nos dijesen: ¿Cómo se puede pretender que, Dios siga siendo Dios, después de tantos años de historia?
La gente de hoy no necesita a Dios, tiene toda la clase de “dioses” y “religiones”; como a la Samaritana les basta con todas sus seguridades. La gente de hoy, como ella tiene: pozo, cubo, soga y cántaro ¿Hay quién dé más?
Hay que reconocer que, Jesús, hoy, lo mismo que en el encuentro del pozo, está en desventaja, Él no tiene nada de eso.
Jesús no tiene Internet, ni móvil, ni WhatsApp, ni tablet… y lo mismo que la Samaritanas nos envanecemos, nos crecemos… y Jesús, como siempre se humilla para mendigar nuestra “agua”
Acabamos de llegar, al núcleo del encuentro con Dios. El Señor, siempre sale a nuestro encuentro mendigando amor, para ofrecernos el Amor transformado que conduce a la Vida. Y, en ese encuentro no tarda en aparecer, el diálogo: La Oración.
Es sorprendente, la manera de dialogar, que tiene Jesús: su tacto, su delicadeza, su respeto, su hondura… Él no aturde, no impone, no perturba… Él nos va dejando entrar, paso a paso, en el mundo de nuestros deseos, de nuestras aspiraciones… y, nos deja ir descubriéndolas poco a poco, deja que nos vaya viniendo la luz, la certeza… hasta que un día quedamos deslumbrados, entusiasmados y, ya entregados a Él, somos capaces de abrirnos para acoger su gracia y su mensaje.
¡Si conociésemos el Don de Dios!
¡Si conociésemos quién es el que nos da de beber!

Este es mi hijo amado… ¡Escuchadle!

Este es mi hijo amado… ¡Escuchadle!

Por Julia Merodio

El próximo domingo, la liturgia –como cada año- nos ofrecerá el evangelio de la transfiguración. Todos sabemos que la liturgia va cambiando de ciclos y de lecturas, pero los dos primeros domingos de cuaresma siempre se ofrecen las mismas, Las Tentaciones y la transfiguración.
Y cuando un evangelio se oye tantas veces, se predica sobre él tantas veces, se ofrece tantas veces… existe el problema de que la mente se desconecte y deje de escuchar. ¡Qué me van a decir a mí de la transfiguración! Conozco el tema como si me lo acabase de estudiar.
Es posible que la letra del evangelio la conozcamos a la perfección, pero ¿Nos hemos parado algún año a oír la voz del Padre? ¿La hemos acogido en el corazón? Porque en las palabras del Padre hay un mensaje muy claro: “Este es mi Hijo, el predilecto, ¡escuchadle!”
• Vamos a escucharle, sin prisa, vamos a dejar que nos diga esa palabra personal que tiene para cada uno de nosotros.

Ante estas sorprendentes palabras, recordé lo que decía Anselm Grün “Dejad que la Palabra baje de la cabeza al corazón” Y pensé ¿Qué es la transfiguración sino dejar que la Palabra baje de la cabeza al corazón?
Todos tenemos experiencia de que cuando la Palabra de Dios la dejas llegar al corazón la persona comienza a transfigurarse, la vida empieza a cambiar, la escala de valores varía, las necesidades que nos habíamos creado desaparecen, las perspectivas que habíamos soñado se atenúan… ¡cómo necesitamos dejar que la Palabra baje de la cabeza al corazón!

DEL EVANGELIO DE MATEO, 17-1
En aquel tiempo tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte, a un monte alto.
Allí se transfiguró ante ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo, el amado, escuchadle”
Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: “Levantaos, no tengáis miedo”

Es lo que, un año, nos ofrecía el mensaje del Papa: Benedicto XVI, para la cuaresma:
“La Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la misericordia”
De ahí que, este sería un buen momento para ver si de verdad somos capaces de llegar a ese interior donde habita la Palabra.
A ese interior donde, Dios mismo nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza.
A ese fondo donde Dios nos sostiene para ayudarnos a llegar a la alegría de la Pascua…

LO QUE TRANSFIGURA
Todos tenemos experiencias de que tanto el amor como la muerte transfiguran al ser humano. Por eso Jesús quería mostrarnos que la gloria de Dios no sólo se podía contemplar en el Tabor sino también en la cruz, pues todo sufrimiento que se asume con amor transfigura, transforma, ablanda, moldea… graba en el ser humano la imagen de Jesucristo.
Es verdad que esto es difícil de entender y mucho más de aceptar, pero la Pascua nos desvelará el misterio, porque podremos observar que después de resucitar todo se convierte en dicha, una dicha que habrá que compartir con los demás.

Por eso, Jesús, que conocía a la perfección a sus discípulos, les manda bajar del monte, lo mismo que nos lo manda a nosotros en esta mañana.
Bien sé lo a gusto que estáis aquí nos dice. Pero a la salida os esperan muchos que, necesitan de vosotros alimentos, medicinas, cercanía, comprensión, consuelo… necesitan un poco de luz de la que vosotros habéis recibido aquí.
No se puede guardar la luz para uno solo, porque la luz como la dicha necesitan ser compartidas. No se puede ser feliz a solas, ni complacerse a solas… Pero hay una recomendación de Jesús que no podemos olvidar: No tengáis prisa en compartirlo; es preciso que antes lo hayáis madurado en la oración y el silencio. Porque la experiencia de Jesús hay que interiorizarla en la espera y la paciencia… Hay que hacerla pasar por la prueba del sufrimiento.
”Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído pregonadlo desde la plaza.
No tengáis miedo a los hombres porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse y nada hay escondido que no llegue a saberse”
(Mateo 10, 26 – 28)

Hablar de Dios a los demás, lleva consigo el haberlo encontrado en la verdad de nuestro ser y en lo concreto de nuestra situación particular. Si nosotros no lo hemos encontrado en la verdad de nuestro corazón, si no lo hemos encontrado en cada situación que se nos haya ido presentando la vida, difícil será que llegue a los demás con la fidelidad que ellos merecen. No basta con tener algo que decir, hay que vivirlo para que despierte interés y sea inteligible.
Cuando quieras ser portador de Dios, antes de hablar, calla, haz silencio, acompáñalo al desierto y ponte a su lado para que te llene y te envíe.
Dile desde lo profundo de tu corazón:
¡Oh Dios!, que pequeño me siento ante tu inmensidad.
Que necesitado de acoger tu alianza.
Qué privilegiado de vivir esta cuaresma.
Yo sé que tu poder realiza la historia paso a paso.
Sé que me guías por el honor de tu nombre.
Sé que, aunque las cañadas sean oscuras no temeré porque Tú vas conmigo.
Sé que tu vara y tu cayado me sosiegan. (Salmo 22)

Abrimos las puertas a la Cuaresma

Abrimos las puertas a la Cuaresma

Ha llegado el tiempo de cuaresma y con ella, una nueva posibilidad de conversión, de reentonar el corazón, de optar por Cristo, de salir del hombre viejo, que tanto nos pesa, para entrar en la novedad de Dios.
No nos quedemos impasibles ¡abramos la puerta a Dios!

El encontrar una puerta entreabierta, siempre causa curiosidad, dan ganas de asomarse a ver lo que encierra el interior.

Pero asomarse a la Cuaresma es más serio, no seduce tanto. Asomarse a la Cuaresma posiblemente nos lleve a descubrir muchas promesas sin cumplir, cantidad de esperanzas perdidas, afluencia de sueños irrealizados… No es extraño, por tanto, que la gente salga huyendo; hoy día nos asusta demasiado la exigencia y el cambio.

Pero, a pesar de todo, os invito a hacer la experiencia, a descubrir lo que encierra este tiempo de gracia, a dejaros acoger por el Señor.

Es sorprendente que cuando uno llega a la casa del Padre, siempre va   reclamando “lo suyo” sólo quiere cogerlo y marchase. Pero, ante esa firme propuesta, asombra todavía más- el silencio del Padre. El Padre  siempre mira sin decir nada; es, como si estuviese esperando nuestro vil comportamiento.

Sin embargo, su amor nos marca al descubrir su mirada. En el silencio y, aún sin casi darnos cuenta, se escucha su silenciosa palabra. Ni una pregunta, ni un reproche; ¡eres libre puedes tomar tu propia opción!

Su respeto estremece. Por eso, muchas veces, nos vamos deprisa no estamos acostumbrados a esa sumisión y, sin casi advertirlo, nos encontramos sumidos en el fango de nuestra ceguera. Malgastamos la vida, asfixiamos el amor y nos quedamos hambrientos e insatisfechos.

No somos capaces de saber que, si levantásemos los ojos, divisaríamos la imagen del Padre en la puerta y escucharíamos la fuerza de su voz que acaricia y sana. Notaríamos latir con fuerza su corazón y nuestros pasos se dirigirían, sin proponérnoslo,  hacia sus brazos, para decirle:

Padre, aquí vuelvo con el corazón roto y el alma deshecha ¡sé que he pecado, que quise borrar tu huella!

Mientras, sosegadamente, el Padre acercándose nos diría:

No importa hijo entra y déjame que te abrace con fuerza.

·         ¿Cómo quisiera dirigirme al Padre en esta cuaresma?

·         ¿Qué querría decirle?

·         ¿De qué forma me gustaría sentir su amor?

El coraje de vivir a cara descubierta

El coraje de vivir a cara descubierta

Qué bueno sería que todos viviésemos a cara descubierta, siendo capaces de arrancar cualquier “máscara” que pudiese ocultar nuestra realidad.

Salí a comprar, como un día cualquiera, cuando al pasar por unos grandes almacenes se toparon mis ojos con un letrero grande y luminoso que decía: Llega carnaval: “Compra tu máscara”

Comprar una máscara. ¡Qué más quisiéramos que las máscaras se pudiesen comprar!  Hay máscaras fijas, máscaras fabricadas que no es necesario comprarlas porque, ya nos encargamos cada uno de hacérnosla a nuestra medida.

Y así, normalmente, todos ocultamos el rostro con un disfraz, más o menos llamativo, que impide dejar que los demás puedan pasar a nuestro interior y tengan que conformarse con lo que nosotros queremos mostrarles. Aunque, precisamente sea en ese interior, donde se halle algo tan valorado y preciado como es: Nuestra propia intimidad.

La Máscara

La “máscara” es tan antigua como el ser humano. Ya en el Antiguo testamento hallamos casos de doblez, de engaño, de usurpación…   Pero no necesitamos irnos tan lejos, nos basta con situarnos en tiempos de Jesús para comprobarlo. Él mismo lo denuncia una y otra vez con autoridad, con fuerza, con valentía… ¡Ay de vosotros escribas y fariseos…! ¡Ay de vosotros  los ricos! ¡Ay de vosotros los que reís!  ¿Acaso no coinciden con sus actitudes bastantes de las nuestras?

— Pondré algunas de ellas para que todos alarguemos la lista.

  • Actuaban para ser vistos.
  • Se creían mejores que los demás.
  • Se aferraban al “cumplo y miento” hasta la última letra de la ley.
  • Cargaban fardos pesados que no eran capaces de llevar.
  • Se ponían en los primeros sitios del templo para airear su “santidad”.
  • Se alejaban de los demás para no contaminarse de ellos.

Su actitud no pasa desapercibida a los ojos de Jesús. ¡Sepulcros blanqueados! ¡Raza de víboras! Les decía Jesús para recordarles su doble manera de actuar.

No podemos olvidar a Judas, discípulo de Jesús; a su lado come, vive, duerme… lo acompaña, lo sigue, escucha su Palabra, es su administrador, guarda el dinero, compra, distribuye el dinero a los pobres…  Pero Jesús conoce su máscara, sabe que lo ha vendido y lo denuncia “Lo que tienes que hacer, hazlo cuanto antes”

Cuando no queremos ser reconocidos

Tenemos a Pedro, poniéndose la máscara en la noche de la Pasión para no ser reconocido y a Jesús quitándosela con aquella mirada de amor.

Y el resto de discípulos escondidos y los cristianos con una cara en la Iglesia y otra en la calle.

Pero esto no ha variado. Seguimos viviendo las mismas realidades. En los tiempos actuales, la falta de respeto y la ansiedad por hacer “dinero fácil” nos invitan a llevar la máscara bien ajustada para no ser reconocidos. No importa dañar a los otros, no importan los malos tratos si no salen a la luz, no importa cualquier bajeza si tenemos la seguridad de no ser enjuiciados. Sin embargo somos dados a quitar las máscaras de los demás y airear su privacidad con todo lo que conlleva de dolor y sufrimiento.

Nadie puede verse excluido de estas situaciones. Unos activamente y otros pasivamente colaboramos a que se den estos tipos de “compra-venta” de una privacidad guardada en el mayor secreto hasta el momento.

Sin embargo, el entrar en este juego nos deja intranquilos, nos da miedo. A nuestro interior llega la ansiedad, de pensar, que nadie está excluido de ello y calladamente nos decimos: ¡Debe de ser duro ver como se airea una intimidad cuando llegan los desacuerdos!

  • Aquella familia tan intachable y envidiada por todos, llegó el día en que alguien quitó su máscara, y todos vieron que tenían los mismos problemas y defectos que los demás.
  • Aquel matrimonio que paseaba su amor por la calle, tenía una perpetua máscara de intolerancia e indiferencia cuando cruzaban el umbral de su puerta para entrar en casa.
  • Esos hijos tan responsables, que todo lo hacían bien y eran un ejemplo a imitar, se ponían la máscara colgada en el perchero de la salida, para quitársela de nuevo al volver, siendo unos aprovechados llenos de dureza y exigencia con sus padres.
  • También esas personas religiosas, admiradas y queridas por cuantos se cruzaban en su camino, eran ásperas e intolerantes con los que convivían a su lado.

¡Qué pocos debe de haber que vivan sin esa máscara de egoísmo, altivez y presunción…!

 Un mensaje importante

Por eso me parecía importante el mensaje que nos manda este tiempo de carnaval y que tantos años hemos pasado sin darnos cuenta de ello.

Creo que es un momento, para planteárnoslo en serio. Para pedirle al Señor que nos muestre nuestras “máscaras” sobre todo, esas que todavía no nos hemos dado cuenta de que las llevamos puestas.

Os invito a dejarnos mirar por Jesús, como Pedro. A dejar que Él nos quite nuestra máscara. Porque quitar una máscara cuesta, duele, exige… quitar una “máscara” es tener la valentía de quedar a la intemperie, sin apoyos… contando,  tan solo, con la gracia del Señor.

Por eso, si somos valientes de quitárnosla, observaremos con sorpresa que los demás se sienten desconcertados, vivían en nuestra superficie y ahora, casi les da miedo llegar al corazón. Y nos llenará de alegría observar que:

“Sólo se ve bien con el corazón, porque lo importante es invisible a los ojos”

Lo que los demás nos regalaban, llegaba a nosotros con el mensaje equivocado, lo recibíamos de forma diferente y nos hacía vivir tristes, desesperanzados, apáticos… había veces, que nos gustaba la apariencia pero sus actitudes nos dejaban desconcertados.

Lo que nosotros presentábamos quedaba lejos de la realidad y nos ocultábamos para no afrontar nuestros puntos de vista diferentes. No queríamos aceptar que en una relación existe lo bueno y también lo menos bueno, pero que precisamente mirar todo en ella, de frente y con valentía, es lo que nos lleva a la maduración, la confianza y la entrega.

Apuntaba que son pocos los que deben de vivir sin “máscara” pero los hay y yo he encontrado uno de ellos por eso quiero mostráoslo para que nos sirva de ejemplo. Es una mujer. Su nombre: María.

María quiere ser hoy nuestra referencia y su manera de presentarse, es tan distinta a la nuestra, que enseguida nos damos cuenta de su transparencia.

Nosotros, en nuestra vida cotidiana, solemos movernos para que los demás digan, para que los demás piensen, para que los demás opinen, siempre con la máscara puesta, siempre con el camuflaje.

Sin embargo María vivió sin guardar el tipo, sin segundas intenciones, a cara descubierta. Ella no tenía nada que esconder. Ella era íntegra, era fuerte, era la SEÑORA. Su porte era regio porque se había vaciado por dentro para que habitase Dios.

La marca de María era la disponibilidad; su certeza: el Señor; su sosiego: la aceptación de la voluntad de Dios.

¡Qué grande era María! Más no era grande porque todo se lo daban resuelto. Era grande porque ella lo resolvía junto a Cristo, haciéndose pequeña para que creciera Él.

María era  la transparencia de Dios. Pero, sabemos bien que, esto no fue fácil para Ella. Con su manera de vivir nos enseñó, a caer cuenta, de lo importante que es mostrarnos como somos, porque no siempre lo que nos gusta es lo bueno.

Quiero terminar con una profunda acción de gracias por todo lo que esta reflexión me ha enseñado, plasmándolo  en esta oración:

Señor: Ayúdame a vivir a cara descubierta y ser capaz de arrancar cualquier máscara que pudiese ocultar mi realidad.

Porque me gustan las personas que no se asustan al verse, que no se esconden ante nada, que saben viajar a su interior, que no impiden el interrogarse, ni el ser interrogadas.

Me gustan las personas de diálogo. De diálogo profundo.

Me gustan los que saben tender sus manos para acoger las pobrezas de los otros.

Los que saben mirar y ver lo que se funde en el interior del otro.

Los que saben acoger, incluso, el misterio del otro con respeto y ternura.

Me gustan los que saben transparentar el hueco, que han hecho en su corazón, para que el otro habite.

Y me gusta todo esto porque no es fácil, esto duele, esto cuesta, pero esto se hace posible cuando en el alma habita Dios.