Ha llegado el tiempo de cuaresma y con ella, una nueva posibilidad de conversión, de reentonar el corazón, de optar por Cristo, de salir del hombre viejo, que tanto nos pesa, para entrar en la novedad de Dios.
No nos quedemos impasibles ¡abramos la puerta a Dios!

El encontrar una puerta entreabierta, siempre causa curiosidad, dan ganas de asomarse a ver lo que encierra el interior.

Pero asomarse a la Cuaresma es más serio, no seduce tanto. Asomarse a la Cuaresma posiblemente nos lleve a descubrir muchas promesas sin cumplir, cantidad de esperanzas perdidas, afluencia de sueños irrealizados… No es extraño, por tanto, que la gente salga huyendo; hoy día nos asusta demasiado la exigencia y el cambio.

Pero, a pesar de todo, os invito a hacer la experiencia, a descubrir lo que encierra este tiempo de gracia, a dejaros acoger por el Señor.

Es sorprendente que cuando uno llega a la casa del Padre, siempre va   reclamando “lo suyo” sólo quiere cogerlo y marchase. Pero, ante esa firme propuesta, asombra todavía más- el silencio del Padre. El Padre  siempre mira sin decir nada; es, como si estuviese esperando nuestro vil comportamiento.

Sin embargo, su amor nos marca al descubrir su mirada. En el silencio y, aún sin casi darnos cuenta, se escucha su silenciosa palabra. Ni una pregunta, ni un reproche; ¡eres libre puedes tomar tu propia opción!

Su respeto estremece. Por eso, muchas veces, nos vamos deprisa no estamos acostumbrados a esa sumisión y, sin casi advertirlo, nos encontramos sumidos en el fango de nuestra ceguera. Malgastamos la vida, asfixiamos el amor y nos quedamos hambrientos e insatisfechos.

No somos capaces de saber que, si levantásemos los ojos, divisaríamos la imagen del Padre en la puerta y escucharíamos la fuerza de su voz que acaricia y sana. Notaríamos latir con fuerza su corazón y nuestros pasos se dirigirían, sin proponérnoslo,  hacia sus brazos, para decirle:

Padre, aquí vuelvo con el corazón roto y el alma deshecha ¡sé que he pecado, que quise borrar tu huella!

Mientras, sosegadamente, el Padre acercándose nos diría:

No importa hijo entra y déjame que te abrace con fuerza.

·         ¿Cómo quisiera dirigirme al Padre en esta cuaresma?

·         ¿Qué querría decirle?

·         ¿De qué forma me gustaría sentir su amor?