por Julia Merodio | Abr 26, 2018 | Rincón de Julia
Llevamos varias semanas viendo la manera de resucitar nuestra evangelización; llevamos meses hablando sobre ella. Nos hemos planteado evangelizar la familia, la sociedad, la navidad, la cuaresma… pero esto quedaría incompleto, si no nos lleva a un compromiso serio de entrega y donación y no nos compromete a entablar un diálogo con el Señor. Pues la proximidad al otro, nos compromete a la intimidad, a la interioridad, a la oración personal. De donde se deduce, que la oración deba ocupar un sitio muy primordial en un evangelizador.
Karl Rahner ya lo decía: “el cristiano del siglo veintiuno será místico o no será cristiano”
Por tanto hemos llegado a un punto muy importante. A la oración personal, al contacto con Dios -imprescindible en nuestra vida de evangelizadores-. No podemos engañarnos, si no encontramos a Dios en la oración, imposible encontrarlo en los hermanos, ni en los acontecimientos de la vida y mucho menos poder darlo a los demás.
Posiblemente lo haya dicho alguna vez más, pero no me importa repetirlo. El P. Larrañaga decía que: “el que no habla con Dios, no puede hablar de Él, porque no lo conoce, no sabe nada acerca de Él”
Es lo mismo que pasa en una familia, si no hablamos entre nosotros, solamente tenemos de los demás la idea que nos hemos fabricado de ellos, pero normalmente no tiene nada que ver con la realidad.
Si no hablamos con Dios, tendremos la idea que nos hemos hecho de Él, pero que rara vez, tiene algo que ver con la realidad.
Pero esto no es nada nuevo, nada que quiera decir yo. El Apocalipsis ya nos lo dice de esta manera:
“Eres tenaz, has sufrido por mí y no te has rendido a la fatiga; pero tengo en contra tuya que has abandonado el amor primero, la cercanía, la proximidad…” (Apocalipsis, 2 -3)
LA FUERZA DEL MUNDO
Todos hemos podido comprobar, que hay mucha más gente, dispuesta a “hacer cosas”, que a orar. Las personas de hoy tienen tiempo para casi todo, pero no tienen tiempo para orar.
Y es que lo queramos o no, la sociedad está montada para sacarnos de lo auténtico y llevarnos a lo efímero y, aunque lo haga de forma muy sutil, para que no nos demos demasiada cuenta, despliega sus armas y nos empuja a ello sin piedad.
Por eso, el primer ingenio que usa para conseguir su empeño es impedir el silencio. Y comprobamos con asiduidad el temor que la gente tiene al silencio. Vemos a cantidad de personas que, simplemente para ir un rato en el metro, o para andar hacía un sitio determinado llevan los cascos puestos oyendo, ese ruido que no les deje entrar en el silencio. Tenemos los móviles para no entrar en el silencio… Hoy da terror estar en silencio. La gente se cruza por la calle y no puede ni saludarse, van hablando por teléfono, necesitan estar conectados para no sentirse solos y para ello, se les proporcionan todos los aparatos necesarios que puedan evitar el contacto con Dios en la soledad.
Esa terrible decisión de hacernos caer en la superficialidad, indica el temor que nos produce la soledad, el miedo que tenemos a ese silencio que está dentro de nosotros; y veladamente a ese encuentro con el Señor.
Pero, solamente la cercanía al Señor produce sosiego, lo demás siempre nos deja desasosegados pidiéndonos algo más y mejor en la ocasión siguiente.
De ahí, la importancia de callarnos para poder sentir, que somos atraídos por el Señor, que el tender hacia Él no es cosa nuestra, que hemos de dejarnos atraer porque sabemos -que la iniciativa siempre la tiene Dios- y que a nosotros, solamente nos corresponde escucharle.
Por eso para esta semana, os propongo que nos pongamos un rato ante el Señor y en ese silencio permitamos que Dios nos pregunte:
- Y tú -evangelizador, que estás aquí, en mi presencia ¿Serías capaz de dar la cara por Mí si las cosas se pusieran difíciles?
- ¿Seguirías perseverando si encontrases las cosas más fáciles en otro lugar?
REZAR POR LOS EVANGELIZADORES
Además de todo lo expuesto, hay otra cosa muy importante: rezar por los evangelizadores para que crezcan –no sólo en número- sino también en valentía y audacia a la hora de llevar -el evangelio de Jesucristo- a los demás.
Sorprende ver, cómo no hace mucho tiempo en nuestra sociedad había tal número de evangelizadores que se iban fuera para evangelizar otras tierras, mientras que hoy esa cantidad ha disminuido tanto que no tendrá que pasar mucho tiempo para que tengan que venir a evangelizarnos a nosotros.
Y yo me preguntaba ¿no será, una de las causas, el que oramos poco por los evangelizadores?
¿No será que la evangelización desgasta y no sabemos dónde coger las fuerzas para seguir? Pues aquí encontramos la respuesta: Las fuerzas se nos multiplicarán: orando.
Es fundamental por tanto, que haya gente dispuesta a evangelizar, pero sin olvidarse de escuchar al Señor, sin cansarse de interceder por los evangelizadores, sin olvidar -el ponerse en Sus manos- antes de proclamar su Palabra. Pues es primordial vivir conectado a Dios si queremos dar testimonio, y todos sabemos que:
Que no se puede ser buen evangelizador,
si no se lleva a los demás
las auténticas enseñanzas del Maestro,
por Julia Merodio | Abr 19, 2018 | Rincón de Julia
El próximo domingo la Iglesia celebra el día del Buen Pastor y lo hace con una Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Pero, esto, no es nada nuevo, la mayoría de vosotros ya lo sabréis, pues este año se celebra la número 55. Y, precisamente el lema elegido para este año es este: “Tienes una llamada” de ahí, que yo lo haya tomado para título de nuestro artículo.
Este lema, ha sido cogido de un mensaje del Papa en el que quería mostrar que Dios sigue llamando a los jóvenes; a la vez que nos anunciaba a todos, “que no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina”
Por tanto creo que, también nosotros estamos metidos en esta realidad, pues si la iglesia tiene escasez de sacerdotes, los seglares en especial los evangelizadores- tenemos una misión muy importante, que desarrollar junto a ellos.
De ahí que me haya parecido este, un momento muy oportuno para ponernos ante el Señor y pedirle que mueva nuestros corazones para que surjan vocaciones a la iglesia y evangelizadores capaces de llevar -a cualquier rincón del mundo- el Buena Nueva de Jesucristo.
Cuando se escucha al arzobispo de Madrid, monseñor Osoro hay una frase que repite, una y otra vez: “Nosotros, los que hemos sido -elegidos y bendecidos- para evangelizar” Me parece precioso. “Los que hemos sido elegidos y bendecidos…” Sin embargo, muchas de las veces, nos olvidamos de ello y nos refugiamos en lo fácil: no sé cómo hacerlo, no estoy preparado, esto no es para mí… excusas y más excusas para no hacer nada. Pero, en el fondo sabemos que eso no es cierto. Tenemos todo el apoyo del Buen Pastor que nos acompaña para poder realizar lo que se nos pide.
Lo que pasa es, que cuando descubrimos que: el esfuerzo depende de nosotros; que la preparación depende de nosotros; que el tener claros los conceptos, de lo que vamos a hacer –aunque como humanos, fallemos montones de veces- depende de nosotros… nos parece demasiado y preferimos instalarnos en la comodidad.
Pero, para llevarlo a cabo, hay tres directrices que marca el Papa para este año, en la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que creo deberíamos tener muy en cuenta: escucha, discernimiento y vida. No las pasemos por alto, incidamos en ellas una y otra vez.
Escuchar
Si el título propuesto para la jornada es: “Tienes una llamada” lo lógico será, que estemos a la escucha para ver cuando se produce.
Pero, para escuchar hay que hacer silencio y… ¡cómo nos cuesta hacer silencio a las personas de hoy!
De momento hay algo claro, -alguien nos busca-, pero ¿dónde? ¿Cómo?… Sabemos que lo hace por medio de una llamada, pero sin forzarnos. Su llamada, es una llamada que nos seduce, nos atrae, nos vence…
Y es significativo. Esa llamada no la escucharemos: en reuniones, en mesas redondas, viendo proyecciones preciosas, escuchando charlas formativas -donde todo el mundo habla-… Esa llamada la encontraremos en el silencio que nos lleva al encuentro personal con el Señor.
Y ¿cómo sabremos que alguien nos busca? Pues lo sabremos, interiorizando lo que la voz de Dios nos sugiere: en la comunicación con Él, en el encuentro con Él, en el conocimiento profundo, en la escucha, en la intimidad…
Aunque algunas veces, queriendo escuchar esa Voz, solamente hallemos “sordera” y desencuentro.
De ahí que os invite -a cada evangelizador- a preguntarnos:
· ¿Cómo se realiza, hoy, esa llamada en mi vida?
o ¿A qué me invita?
o ¿Cómo la recibo?
Discernir
La primera realidad que aparece cuando decidimos escuchar una llamada es, la Voz.
A veces pensamos, que discernir es ver de quién es la voz que nos habla, estar atentos a lo que nos propone, distinguirla de otras voces que no nos interesan… y eso es sumamente importante, pero eso antecede al discernimiento, eso es distinguir, diferenciar… ¡Dichosos los que saben hacerlo bien!
Pero el discernimiento que el Papa nos propone es mucho más que eso. El verdadero discernimiento consiste en observar el paso de Dios en nuestra vida y eso no se realiza desde fuera, sino desde dentro. Por tanto, no está solamente en deducir… sino: en sentir, en apreciar, en juzgar… En ver lo que se funde en lo hondo del corazón; pues el discernimiento consiste, en observar lo que se percibe en nuestro interior; lo que se experimenta en lo más profundo -ante la circunstancia que se nos presenta-… consiste, en ver a qué me lleva esa Voz. Si esa voz me produce desasosiego, exigencia, tristeza… esa voz no viene de Dios. La Voz de Dios siempre produce paz, sosiego, calma, alegría… la Voz de Dios es tierna, cordial, amorosa…
La Voz de Dios habla al corazón y como dice el profeta Oseas, quien escucha esa voz y la reconoce, ya nunca puede olvidarse de ella, porque se da cuenta del amor, de la dulzura, de la comprensión y de la compasión que hay en lo que Le dice.
Por eso los discípulos son capaces de decir: “Él tiene palabras de vida eterna”
· Y a mí, ¿qué me sugiere esa Voz?
o ¿La escucho desde lo más profundo?
o ¿La reconozco?
· ¿Cómo afecta, esa Voz, en mi vida?
Vida
A veces creemos, que vivir desde Dios consiste en: llenar nuestra vida de actividades, de trabajos, de acciones…; creemos que consiste en convertir a todos en oyentes de la Palabra de Dios y poseedores de esa “mejor parte” que es la suerte de quienes lo escuchan…
Pero, en aquella sobre mesa que vino después de la cena, Jesús dejo muy claro que, lo realmente importante, consistía en vivir en cada momento lo que el Padre quiere de cada uno y, eso, sólo se consigue escuchándole.
Lo que pasa es que nosotros preferimos seguir encerrados en nosotros mismos, en nuestras rutinas, en nuestra tranquilidad, en nuestra apatía… sin darnos cuenta de que, quien desprecia su vida reduciéndola al círculo de su propio yo, nunca podrá descubrir esa llamada especial y personal que Dios ha pensado para él.
Sin embargo, Dios nos da la libertad a la hora de vivir nuestra vida. Nos deja libres, para que permanezcamos cerrados u optemos por la apertura, la acogida, la hospitalidad, la confianza… nos da la libertad para amar y sobre todo, nos da la libertad para aceptar o para rechazar su propuesta.
Pero, realmente, esto nos asusta un poco, pues entrar en el plan de Dios, es entrar en el plano de lo desconocido. Y, ¿quién puede entrar en la mente de Dios?
De ahí que nos diga S. Agustín: “nadie puede tener la esperanza verdadera y cierta de vivir eternamente, si no reconoce la vida que es Cristo y no entra por la puerta en el redil”
· Y yo, ¿escucho a Dios para que me diga cómo quiere que viva mi vida?
Pues mirad:
Cuanto más cerca estemos del Pastor,
más a salvo estaremos de los lobos.
por Julia Merodio | Abr 12, 2018 | Rincón de Julia
Si la Pascua comienza mostrándonos la confirmación de los primeros testigos de la resurrección de Cristo, en esta segunda semana se nos invita a ampliar la mirada para fijarnos en los efectos que supuso -esta gran noticia- para los discípulos y cómo comenzaron la vida de resucitados, motivando desde su proceder, el que comenzaran a nacer los primeros cristianos.
De ahí, que me parezca realmente significativo que, esta segunda semana de Pascua dé comienzo con domingo de la Misericordia, asignación que nuestro querido S. Juan pablo II, le dio en el año 2000 al canonizar “a la mística religiosa polaca Faustina Kowalska”, pues fue durante la homilía cuando nombró oficialmente, al Segundo Domingo de Pascua, como “Domingo de la Divina Misericordia”
Y, Dios quiso que fuese, precisamente el 2 de abril de 2005, en la vigilia del Domingo de la Misericordia, a las 9:37 p.m. (hora de Roma) cuando Él murió.
Pero no termina todo ahí. También, el segundo domingo de Pascua, domingo de la Divina Misericordia, fue el elegido por el Papa Francisco para celebrar la ceremonia de canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II.
Por lo que no puede casual, que el Domingo de la Divina Misericordia, tenga una connotación muy especial para los que nos seguimos considerando discípulos de Jesús.
¡Qué realidad más admirable! Después de haberla conocido, ya nadie puede negar que estemos en una semana presidida por el amor, por ese amor que tanto necesita utilizar -en su apuesta- todo evangelizador.
Qué bueno sería por tanto, que, nos detuviésemos a observar que el poder del amor es el arma más grande y eficaz del mundo, y esa arma la poseemos todos. Aunque sea muy triste decir que nuestro mundo lo ignora.
Todos estamos sumergidos en esta sociedad, que baraja como esencial, de la mañana a la noche y por cualquier medio al que accedamos, que las diversas formas de poder: riqueza, fuerza, fortuna, autoridad… son lo más poderoso y substancial para nuestra vida, ofreciéndonoslo cómo un eficaz elixir que todo lo solucionará; pero nosotros sabemos que no es cierto, que el poder más grande, poderoso y eficaz, que reside en el universo es el poder del amor. El amor, que reside siempre, en nuestra capacidad de dar y darnos. ¿Cómo no va a entender esto un evangelizador que vive dándose a los demás?
Jesús, quiere reafirmarnos en esta realidad, lo mismo que lo hizo con los discípulos al mostrarles sus llagas.
“Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo y dirigiéndose a Tomás le invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Juan 20,28)
Y quizá esta, sea también una realidad que muchos evangelizadores quisiéramos sentir, la de tocar –como Tomás- las llagas de Jesús. Esas llagas que son un escándalo para los que no creen, pero la comprobación de la fe de los creyentes. Sin embargo, a veces huimos cuando vemos personas tan llagadas, porque nos da aprensión acercarnos a ellas. Nos da miedo acercarnos, tocarlas, acariciarlas. Queremos evangelizar, pero desde lo fácil, haciendo lo que nos gusta, lo que nos apetece… pero sin llegar a tocar las llagas que supuran dejando abatidos el cuerpo y el alma ¡yo no valgo para eso, nos decimos! Por eso, Cristo resucitado quiera mostrarnos hoy –de nuevo- las suyas, para que nos demos cuenta de que -en el cuerpo de Cristo resucitado- las llagas no desaparecen; permanecen, porque ellas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros. Qué importante sería, por tanto, que en este momento fuésemos capaces de arrodillarnos –como Tomás- ante ellas, para decir desde el fondo de nuestro corazón ¡Tú eres mi Señor y mi Dios!
¡Qué lección tan grande para un evangelizador! Pues ¿quién es un evangelizador, sino la persona que está llamada a mirar de frente y con amor, las heridas de los hermanos? ¿Quién es un evangelizador, sino el que está llamado a curar a los heridos por este mundo cruel e inhumano, que sangra por todas las partes? Es por ello, por lo que os invito a mirar –en esta semana tan especial- las manos y los pies llagados de Cristo.
No volvamos los ojos. No nos justifiquemos. No digamos: ¡es que, a mí estás cosas…! “Soy muy mío” y eso de ver llagas… porque eso es una trampa. Las heridas de Jesús que producen muerte, no son hechos sin importancia, son las que conducen a la verdadera vida. Pues en el rostro deshecho de Cristo es donde se contemplan esas vidas segadas por la injusticia, por la miseria, por la marginación, por la indiferencia, esas vidas a las que debemos intentar llegar cada evangelizador.
Pero que no nos paralice el contemplar, tanta injusticia. Que no nos detenga en observar tanta desigualdad, tanto dolor, tanto sufrimiento… Porque cuando Jesús resucita:
- La tiniebla pierde su rigor.
- El bien triunfa sobre el mal.
- Todo se recrea de nuevo.
- Todo recupera la luz primera.
- Y aparece el destello de la bondad divina que alberga todo cuanto existe.
Porque… cuando Jesús resucita:
- El pecado ya no es irreparable.
- Aparece ante nosotros, la oportunidad de renacer.
- Podemos comenzar de nuevo.
- Y, desde ese momento, la gracia sobrepasa cualquier adversidad.
Qué importante sería que, ahora, después de todo esto que hemos reflexionado, hiciésemos un rato de oración en silencio para preguntarnos ante el Señor:
- ¿Qué rostros –distorsionados- desfilan, en este momento, por mi mente?
- ¿Cómo me siento al encontrarme ante ellos?
- ¿Qué heridas me acusan?
- ¿Qué alegrías quito a los míos, a los que comparten mi vida?
- ¿Qué heridas produzco a los demás con mi indiferencia?
por Julia Merodio | Abr 5, 2018 | Rincón de Julia
¡Cristo ha Resucitado! ¡Aleluya!
¡Estad alegres! Os lo repito, estad alegres porque Jesús ha resucitado.
Estamos en Pascua, en pascua de Resurrección, pero no habrá Pascua de Resurrección en los demás, si no la hay también en nosotros.
Y no habrá Pascua en nosotros, si nuestra resurrección no es también la resurrección de los demás. Pues Cristo, no sólo resucita la mañana de Pascua, ni resucita para unos pocos… Resucita cada día al resurgir el Alba y para todos cuantos quieran resucitar con él.
Que mensaje tan importante para todos los que nos sentimos evangelizadores. No se puede ser un buen evangelizador sin haber tenido un encuentro con Cristo Resucitado, ni se puede ser un buen evangelizador, sin haber tenido una experiencia que nos haya hecho pasar de la muerte a la vida.
De ahí que os invite hoy, a hacernos una pregunta. ¿Creemos nosotros, los evangelizadores, los que compartimos la vida con los demás; los que formamos una familia, los que pertenecemos a una comunidad… que cualquier acontecimiento por arduo que sea, puede pasar de la muerte a la vida? Pues si de verdad lo creemos: ¡Alegrémonos!
Jesús resucitado, en este tiempo de Pascua, nos trae la alegría y quiere ponerla en nuestro corazón para que la contagiemos al mundo.
Pero ¿De qué alegría estamos hablando? ¿Cómo se puede llevar alegría a tanta gente sin casa, sin recursos, pasando hambre, carente hasta de lo más imprescindible…? ¿Cómo llevar alegría a tantos cómo se sienten solos, incomprendidos, marginados…? ¿Cómo se puede hablar de alegría a tantas familias desoladas por la incomprensión, la ruptura, los malos tratos…?
Pues se puede hablar de alegría, porque la alegría no nace de, hacernos nosotros el centro para, que todos giren en torno a nuestros caprichos.
La alegría nace:
- Cuando somos capaces de entregar nuestra vida, para que vivan mejor los demás.
- Cuando somos capaces de compartir su gozo, sin verificar si a nosotros nos aporta algún beneficio.
- Cuando aceptamos a cada uno con su realidad, sin temor a ser rechazado por no pensar como ellos.
- Cuando sembramos paz y tranquilidad, aunque los acontecimientos sean adversos.
- Cuando somos capaces de consolar a los demás, afrontando su realidad y ayudándoles a buscar soluciones.
Porque la alegría, no llega con palabras bonitas sino con hechos palpables. La alegría llegará cuando seamos capaces de ayudar a otros a resucitar de todo lo que les aprisiona, compartiendo nuestra vida con ellos; cuando seamos capaces de liberarlos de tantas esclavitudes como les acompañan, ayudándoles a ser personas nuevas, personas capaces de irse integrando poco a poco entre nosotros.
La alegría nos llegará y seremos capaces de compartirla, cuando seamos personas que cómo los apóstoles –después de haber visto a Cristo Resucitado- nos reunamos, nos alegremos y nos ayudemos a madurar y a crecer.
Por eso, el evangelizador, ha de tener claro que la alegría nace del misterio de la Cruz. No nace de lo que me gusta, sino de entregar la vida por los demás. Aceptando de verdad que, detrás de todas las cruces, siempre hay una resurrección.
La alegría brotará en nosotros, cuando alcancemos la capacidad de ver que Cristo resucitado Vive. Cuando oigamos que nos dice: “No temas, soy yo” Pues, aunque no podamos demostrarlo científicamente, sentiremos en lo más hondo que todo se crea y se renueva en Él.
Por eso, la alegría es el mejor regalo que un evangelizador puede hacer a los demás. Mas, de nuevo surge la dificultad, ¿cómo hablar hoy de regalo cuando todo se compra y se vende? Como hablar de regalo cuando se llega a pensar que el dinero puede comprar hasta las grandes realidades del ser humano. Pues para que veamos que todo es un regalo, que todo es un don, Jesús nos dice a cada uno en particular: no te amo por lo bueno que eres, sino porque eres tú. Pero, ¿acaso podemos repetir nosotros esas palabras con la mayor sinceridad? Pues cuando podamos repetirlas, podremos compartir la alegría de la resurrección con los otros y dejaremos de centrarnos en sí mismos para gozarnos con el gozo que nos trae el Resucitado.
Y todo esto es posible, porque Jesús ha dado la vida por nosotros. El nos lo dijo con claridad:”Si el grano de trigo cae en tierra y muere da mucho fruto” y aquí lo tenemos. Si nuestra tristeza, nuestra apatía, nuestra rutina… son tocadas por Cristo Resucitado, también se convertirán en Vida.
Por eso os invito a vivir, este tiempo tan especial, con la mirada puesta en el Señor resucitado, pues evangelizar cansa, desgasta, inquieta… De ahí que:
Cuando el cansancio nos invada, cuando parezca que ya no nos quedan recursos para seguir. Cuando a nuestro derredor sólo llegue la soledad y el desaliento y nuestros ojos no sean capaces de contemplar nada más que sepulcros vacíos, nos demos cuenta de que solamente Dios Es, que sólo Dios permanece, que sólo Dios… es la Vida, que solamente Él podrá hacernos Resucitar.
¡¡¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!!!
por Julia Merodio | Mar 27, 2018 | Rincón de Julia
Dentro de tres días comienza la Semana Grande, la semana Santa. Y para todo evangelizador, el Triduo Pascual, tiene que ser algo muy especial en su vida. Sin embargo el ambiente no nos lo pondrá fácil, allá donde nos encontremos la gente estará de vacaciones y no se acordará de lo que estos días suponen para un cristiano. Es más, posiblemente algunos podamos encontrarnos con gente que va en contra de todo ello.
Y ante esta realidad ¿qué hacer?
Primero evangelizar desde el testimonio.
Y después orar.
Orar mucho, incluyendo en nuestra oración a estas personas tan equivocadas, que quizá, además de no acercarse ellas a Dios, no tengan a nadie que rece por ellas.
Por eso el artículo de esta semana lo voy a mandar en clave de oración.
Momento de Oración
Jesús va llegando a la etapa final. Él lo sabe mejor que nadie. En sus entrañas se mezclan dos tipos antagónicos de abandono:
• El de sus seguidores: que lo abandonan, pasando por alto, la realidad que les presenta y sin importarles, lo más mínimo lo que les va diciendo.
• Y su propio abandono –totalmente distinto al anterior-: Su entrega voluntaria y total, en las manos del Padre ¡Qué se haga sólo tu voluntad, Padre!
Jesús se presenta como El siervo. Y en esta auto-presentación carga en sus hombros todos los dolores del mundo mientras su alma se llena de una esperanza capaz de iluminar el sufrimiento.
Jesús quiere llegar al abatido, al triste, al que sufre… Jesús quiere alentarnos, decirnos que Dios está con nosotros, que todo lo que está pasando tiene sentido, que a su lado podremos descubrirlo… Pero:
• ¿Será esta realidad la que marque nuestra Semana Santa o la viviremos como los que “están de vacaciones”?
Padre: Tú conoces mis decisiones y mis ansias.
Conoces los retos, a los que me enfrento cada día
y sabes que siempre quiero conseguirlos por mi cuenta,
sin contar en absoluto contigo.
Pero dentro de mí hay algo que no me deja satisfecho,
hay un vacío que no logro llenar ni aunque me ría a carcajadas
Por eso, hoy, quiero pedirte perdón Señor.
¡Perdóname! Pues sé que necesito tu espíritu
para que me de fuerza y sabiduría
a fin de saber acoger tu voluntad.
Y si lo que quiero que suceda en mi vida,
-no es tu voluntad que sea así-,
lo pondré en tus manos y, solamente, te pediré
la paz necesaria para no preocuparme más por ello.
TOMANDO LA CONDICIÓN DE ESCLAVO
Jesús, conociendo mejor que nadie esa realidad, se hace esclavo queriendo pasar “por uno de tantos”
Jesús podía haber vivido la gloria: Su Gloria; pero prefirió compartir la tragedia humana para salvarnos, aunque eso no nos guste demasiado.
Y, vemos con tristeza que, llegando al momento cumbre, al final… vamos siguiendo de cerca a Jesús -como los discípulos-, pero como ellos, no queremos saber nada de sufrimiento, ni de las expectativas que Jesús nos muestra; evitamos los problemas y huimos de la Cruz.
• Pero ¿todavía no hemos sido capaces de darnos cuenta, de que Jesús puede convertir nuestras muertes en Redención?
Escuchando al Profeta Isaías:
“Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento.
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he revelado ni me he echado atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, mi mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos ni salivazos. Mi Señor me ayudaba por eso no quedé confundido” (Isaías 50, 4 – 7)
Jesús no ha venido para que busquemos tragedias y las superemos, Jesús ha venido para enseñarnos y ayudarnos a vivir eso que, no nos gusta demasiado, para devolvernos la alegría que habíamos perdido y para enseñarnos a ser felices con nuestra, propia, historia de salvación.
Por eso:
“Cristo por nosotros se sometió, incluso a la muerte, y una muerte de Cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre” (Filipenses 2)
Aquí está la grandeza de Dios, que no consiste en eludir lo adverso sino en sublimarlo, no consiste en esquivar lo negativo sino en volverlo positivo, no consiste en quedarse en la muerte sino en convertirla en Resurrección.
Por eso, “ante el nombre de Jesús: toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo. Y toda lengua proclame ¡Jesucristo es Señor! Para gloria de Dios Padre”
• Y yo ¿soy capaz de doblar la rodilla ante Jesús?
• ¿Soy capaz de arrodillarme ante el hermano que sufre?
• ¿Soy capaz de hacer míos los sufrimientos de los demás?
Señor:
Pero yo confío en Ti,
porque sé que eres mi Dios y te amo.
En tus manos pongo mi pobre destino,
ábreme e indícame la senda por donde caminar.
Alumbra mi rostro con la luz
de tu amor y tu misericordia
y no te olvides de mí.
¡Qué grande es tu bondad, Señor,
¡qué maravillosa tu ternura!
Tú me brindas el perdón
y me siento lleno de gozo,
como un hijo tuyo que regresa
para entrar en la fiesta.
LA GRANDEZA DE DIOS
Jesús se ha negado a ser un “superhombre” lo acabamos de ver con claridad. Él se angustia ante la pasión, siente miedo, suda sangre, el tedio lo abarca… y, solamente podrá salir airoso de tanta angustia tras una prolongada oración.
Cuando uno llega aquí, sólo le cabe: Mirar Jesús en silencio, y hacer desfilar en su presencia: nuestras soledades, nuestras carencias, nuestro dolor.
Hagamos silencio.
Dios, desde siempre, ha puesto sus esperanzas en el ser humano; pero el ser humanos le ha fallado.
Nosotros le hemos fallado a Dios.
Dios tenía proyectos ambiciosos para todos. Nos creó en el amor, en la concordia, la justicia, la libertad, el perdón… y ahí está lo que cada día le devolvemos: injusticia, muerte y lamentos… porque no dudamos en volver a entregarlo si la cosa se pone mal.
Por eso este año, en esta semana Santa, vamos a suplicarle que siga haciendo previsiones para su Iglesia; que siga mandando operarios a su mies; que no se canse de volver a darnos su amor incondicional. Vamos a decirle que nosotros –sus evangelizadores- nos comprometemos a revisar nuestra vida, a cambiar nuestras actitudes y a morir con Él, a todo lo que nos aplasta, para poder resucitar con Él en la Vigilia Pascual.
PADRE TE NECESITO
¡Padre te necesito. Te necesito porque soy débil pero quiero resistir!
• Te necesito; no para que me ayudes a que mi vida sea fácil, sino para que me des facilidad para seguir adelante.
• Te necesito; no para que me ayudes a ganar la batalla, sino para que me des fuerza para buscar la paz.
• Te necesito; no para que me saques de los apuros, sino para que me des valor para afrontarlos.
• Te necesito; no para que la gente me apoye, sino para que me recuerdes que mi apoyo eres Tú.
• Por eso, Señor, no te pido tu mirada complacida en mi triunfo, sino tu mano apretada en mi fracaso.
por Julia Merodio | Mar 15, 2018 | Rincón de Julia
Cuando se ponen frente a frente, el mundo actual y la época en la que, los apóstoles son mandados a evangelizar, parece un sinsentido tratar de aunarlos y sacar de ello recomendaciones provechosas, para trabajar nuestra historia de salvación. Sin embargo cuando alguien se sitúa ante cualquier trabajo realizado por ellos, nota que no pueden serle indiferentes, que hay algo en esa realidad que llega a los resortes más íntimos de su ser.
Como no puede ser de otra manera, hasta inconscientemente, comentamos –una y otra vez- la realidad de la sociedad en que vivimos, dándonos cuenta de cómo está asentada en el dinero, en el éxito… de cómo tira de nosotros ante lo cómodo y lo placentero, de cómo se valora la fama y la notoriedad… sin darnos cuenta de que no dista demasiado –por ejemplo- de la sociedad corintia del siglo primero, donde Pablo llegó a evangelizar. Los ciudadanos de aquel tiempo también tenían la vida montada sobre unos valores, que cualquier cristiano de hoy no podría admitir y que además, estaban influyendo negativamente en aquella comunidad que Pablo acababa de fundar.
Por eso el apóstol no se anda por las ramas; expresa con claridad el mensaje que quiere trasmitir y creo que nosotros deberíamos hacer lo mismo. El lenguaje que Jesús ha querido inculcarnos – nos dice – es muy distinto al nuestro, ha invertido nuestra escala de valores.
Por eso, si nosotros queremos vivir lo que Jesús proclama, hemos de prescindir de cualquier condición que nos esclavice para pasar a esos valores de liberación que nos ofrece:
- El valor de la esperanza, contra toda esperanza.
- El valor de la entrega generosa, frente a sacar utilidad de lo que hacemos.
- El servicio humilde y desinteresado, frente a exigir que nos sirvan y nos reverencien.
Porque, estos sí; estos son los valores que, todo evangelizador debería predicar y, no sólo de palabra sino con su testimonio. Pues estos son los valores que cambiarían nuestra sociedad y nuestro mundo De ahí que no es extraño, que el mismo Pablo al mostrarnos a Jesús –que fue el único que, vivió de verdad este estilo de vida- nos diga: “Jesús abrazó la Cruz escándalo para los judíos, necedad para los gentiles” (1 Co 1, 18)
Nos vamos acercando a la semana Santa, a la semana Grande por excelencia y vamos observando lo poco que se habla de ella, solamente se comentan las “vacaciones de semana Santa” pero nada más. Un momento propicio para evangelizar, para presentar –como Pablo- a cuantos nos rodeen, a ese Dios que muere por amor, que da su vida para salvar la nuestra.
Qué importante sería que, ante esta realidad orásemos, que importante que pusiésemos todo ello en manos del Señor. Que mirásemos a la Cruz sin bajar los ojos al contemplar tanto deterioro.
Para ello, os ofrezco este texto de S. Pablo en Corintios 1, 18 y que tanto cuestiona:
“Hermanos: ¡Dios me es testigo!
La palabra que os dirigimos no fue primero “sí” y luego “no” Cristo, Jesús, el Hijo de Dios, el que os hemos anunciado, no fue primero “sí” y luego “no”; en él todo se ha convertido en un “sí” y por él podemos responder “Amén” a Dios, para gloria suya.
Aquí lo tenemos, el SÍ de Dios, salvando redimiendo, dando vida… ¡Imposible que se presente ante nosotros algo de esta magnitud!
De ahí que, al mirar a Cristo, lo primero que descubramos sean:
- Nuestras promesas incumplidas.
- Nuestro dolor adornado de palabras sugerentes.
- Nuestras decepciones acumuladas en el alma…
¡Tantas veces hemos dicho sí y se ha convertido en un no al llegar el momento de la exigencia!
Por eso, quizá sea este un buen momento para examinar nuestras respuestas y tomar conciencia de nuestros “sies”, convertidos en “noes”
Nosotros, los evangelizadores, hemos decidido llevar a todos el evangelio de Jesucristo, acercar a todos cuantos nos sean posibles a Dios, lo tenemos claro y llenos de:
- Esperanza dijimos si a nuestras responsabilidades. Pero al pasar el tiempo nos llegó el desencanto, el cansancio, el no ver los frutos deseados, el acumular desengaños… y llega el no buscando una excusa para dejarlo todo.
- Dijimos si, cuando se nos propuso trabajar por el Reino, porque sabíamos que eso era lo nuestro; pero llegó el conformismo, la rutina, la falta de estímulo… y se convirtió en un no, dada nuestra falta de creatividad y nuestra vejez de espíritu.
- Respondimos si cuando se nos propuso evangelizar y anunciar la Buena Noticia, pero pronto entramos en el triunfalismo de apoyarnos en la fuerza y el poder, en el privilegio, en la seguridad económica, en la búsqueda de influencias…y todo se convirtió en un no.
- Ello nos llevó a la ausencia de Dios, a la debilidad en nuestra fe, a pensar que Dios no nos oye, a no saber dar testimonio y a vivir nuestra vida como si Dios no existiera.
Por eso os pediría que no desaprovechemos este momento tan especial en el que vamos a revivir la muerte y resurrección de Cristo, para tomar conciencia de estas pautas y trabajar sobre ellas, a fin de que nuestra vida se convierta en su SÍ auténtico que, responda a Dios con un sincero testimonio de vida, abriendo nuestros corazones para que, el Señor, ponga en ellos su amor, su entrega y su verdad.
Aquí os dejo estas sencillas preguntas por si pueden ayudarnos:
• ¿Qué valores han cambiado en mi vida desde que opte por seguir a Cristo?
• ¿Cómo manifiesto en mi modo de actuar que la verdadera fuerza y sabiduría la encuentro en el Crucificado y no en los valores que me brinda el mundo?
• ¿Cuál quiero que sea hoy, mi respuesta a lo que el Señor me pide?