Nos preparamos para el adviento

Nos preparamos para el adviento

Ante nosotros aparece un nuevo Adviento. Y digo nuevo porque Dios no quiere “clones” Él es siempre novedad, siempre primicia y quiere que, fijándonos en Jesús, cada uno caminemos hacia Él, con nuestra vida, nuestra realidad y nuestra historia.

Y aquí tenemos un tiempo propicio para hacerlo. Un tiempo privilegiado de la Iglesia: El Adviento.

Este año, quiero abrir el Adviento presentando ya a María, pues –como todos sabéis- por ser el 25 aniversario -de la dedicación de la Catedral de la Almudena- la Santa Sede ha concedido un año jubilar –Año Santo Mariano- en el que será bueno acercarnos a la Madre para descubrir lo que significa tener los mismos sentimientos de Cristo que, como dice nuestro Cardenal D. Carlos Osoro, “no es ni más ni menos que no considerar el poder, la riqueza y el prestigio como los valores supremos de la vida. Pues estos no responden a la sed profunda del corazón”

CON UN CORAZÓN ESPERANZADO
En la gran pantalla del mundo observamos, como la programación completa de nuestra vida, se va emitiendo sin parar. Vidas entrelazadas, acontecimientos esperados e inesperados… todo fluyendo sin que nadie pueda detenerlo, mientras la mayoría de la gente duerme sin ser consciente de ello. No son capaces de observar que las situaciones de la vida no esperan, siguen pasando por mucho que nosotros nos hayamos adormilado.
Y, en esa gran pantalla, acogiendo cada acontecimiento del ser humano, cada resquicio de la creación: feliz o desdichado; alegre o molesto; bueno o malo… DIOS. Dios, como fuerza capaz de equilibrar los diversos aspectos de la vida, por los que cada persona tiene que pasar y que tan difícil resulta conciliar: amor, armonía, felicidad, trabajo y bienestar.

Aquí lo tenemos. Ante nosotros se presentan, dos vidas entrelazadas, acogiendo sin objeciones la acción de Dios en su existencia. Capaces de equilibrar los aspectos más inesperados e insospechados y aceptando –desde la más profunda humildad- ese plan de Dios capaz “de desconcertar a los más sabios y entendidos” en el que se delega a la mujer la misión de continuar la obra salvadora.

LAS DOS MUJERES DEL ADVIENTO
María es una mujer del Antiguo Testamento y su vida discurre, insertada en ese momento histórico.
Es una mujer de pueblo, sin cultura –pues a las mujeres no se les permitía saber- y preparada para estar sometida. Por su parte, se había ofrecido, a servir al Señor desde su virginidad, por tanto no aspiraba, como el resto de las jóvenes, a ser madre del Mesías prometido.
Cerca de ella: otra mujer. Una prima suya, de edad avanzada y estéril, muy apenada porque no podía tener hijos y, en la sociedad machista en que vivía la culpa de la esterilidad era siempre de la mujer.
Y sorprende comprobar que, los dos primeros capítulos de Lucas, estén dedicados a ellas. Sin embargo Lucas quiere plasmarlo así, porque sabe que el encuentro de esas dos mujeres, pondrá de manifiesto el comienzo de la historia de salvación.
Lucas había descubierto que, en ese encuentro, acababa de unirse: el Antiguo Testamento con el Nuevo, las palabras: “Mirad que hago nuevas todas las cosas” empezaban a cumplirse. Y en ese mismo instante, terminaba de aparecer: El Adviento.

EL ADVIENTO
El Adviento, en la forma de escribir de Lucas tenía dos constantes:
• Dos anuncios.
– Uno concedido a: Zacarías –Antiguo Testamento.
– Otro dedicado a María -Nuevo Testamento.
Como consecuencia de los dos anuncios se produce:
• Un encuentro: el de dos mujeres embarazadas.
• Y, como resultado: dos nacimientos:
– El del Precursor: Profeta del Altísimo
– El del Hacedor: Hijo del Altísimo.
De nuevo la acción de Dios, poniendo vida donde hay esterilidad: De nuevo creando, salvando y amando.
Y, en esa sociedad, donde la mujer era “algo” Dios se encarga de depositar su confianza en esas dos mujeres, irrelevantes, y por mediación de ellas enviar al Salvador y a su profeta.
Allí están las dos, dispuestas a todo, sin importarles las consecuencias que el hecho pudiese acarrearles. Lo que Dios les había pedido, no era fácil de asimilar para la gente, pero ellas –llenas de gozo- lejos de deprimirse y esconderse, irrumpen en alabanza a su Señor.
María diciendo: “¡Qué se haga como tú quieras, mi Señor!
Isabel, sin embargo, es capaz de decir: “¿De dónde que venga a visitarme la madre de mi Señor? Cuando advertí tu presencia, la criatura, que va a nacer, saltó de gozo en mi seno”

Aristóteles decía que “la esperanza es el sueño del hombre despierto” y yo creo que la liturgia de Adviento lo ha entendido de forma admirable.
Todos los ciclos de la liturgia, empiezan el Adviento señalando la grandeza de saber confiar, de tener esperanza y más, nosotros, que tenemos a la Virgen de la Esperanza en un lugar muy privilegiado de nuestro corazón.
De ahí que me parezca que, no puede ser más oportuno el tema de la esperanza, que cuando se trata de pedir al Señor por los jóvenes y ponerlos en sus manos.
Se empiezan a oír voces de que los jóvenes están despertando, de que es el momento de los jóvenes y nosotros, no podemos quedarnos de brazos cruzados en una misión tan importante. Pues si esperamos a Dios, que viene a salvarnos, ¿no sería un contrasentido que dejásemos de esperar en aquellos que lo tendrán que anunciar en el futuro? Ellos son los futuros maestros, los futuros médicos, los futuros gobernantes de la nación, los futuros sacerdotes…
Y nos cuestiona oírles decir que no creen, que son agnósticos, que lo que han visto no los convence… y vemos cada día más claro el por qué de su increencia; no les hemos dado razones sólidas para esperar. ¿Qué puede esperar una persona en paro, después de haberse esforzado para tener una buena preparación? ¿Qué puede esperar un joven que ve el deterioro de la familia, de las comunidades, de la Iglesia? Esas personas están dormidas, no ven con claridad, su visión está distorsionada y hasta que no despierten no serán capaces de ver la realidad.
De ahí la importancia de velar. De estar pendientes de ellos, de trasmitirles un testimonio creíble, de hacerles saber que, para que una vela alumbre han de juntarse dos substancias: Cera y pavesa, por eso las personas no podemos ser luz por nosotros mismos, necesitamos una segunda substancia, necesitamos a Dios.
¡Cuánto tenemos que aprender de María! Ella vive desde la libertad más plena. Ella ha dejado las esclavitudes, ella ha entrado en el mundo de Dios.

Donde está tu tesoro, allí está tu corazón

Donde está tu tesoro, allí está tu corazón

El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo…” (Mateo 13, 44)

Antes de pasar adelante me ha parecido oportuno situarnos ante nuestra realidad, darnos cuenta de ese Tesoro que se nos ha entregado. Tomar conciencia de que somos portadores de -esa Joya-, inmensamente valiosa, que se nos ha dado para regalarla y compartirla. Y sobre todo, para descubrir, que ese Tesoro es el mismo Cristo, ofrecido como -La Buena Noticia- la mejor noticia que el mundo jamás conocerá.

Y me ha parecido oportuno hacerlo así, porque en este tiempo tan lleno de actividad y activismo, resulta difícil encontrar un momento para preguntarnos:

  • Qué Tesoro poseemos.
  • Si es el auténtico el que ofrecemos.
  • En nombre de quién lo ofrecemos.
  • Y si, realmente es a Cristo a quién mostramos…

Pues quizá nos falte aquilatar todo eso para llegar a lo que pretendemos hacer. De ahí que hoy os invite a profundizar un poco más sobre este aspecto.

Al ponerme ante la realidad veía que, como en todo lo de Dios, siempre hay dos vertientes; y la persona -desde esa libertad que Dios le ha regalado- tiene que escoger una de ellas.

Así nos encontraremos evangelizadores que han encontrado el Tesoro escondido del que habla el evangelio, pero también otros que siguen buscando esa Perla preciosa de la que también nos habla. Lo que ya no tengo tan claro es que, unos y otros tengamos una experiencia de encuentro con el Tesoro y la Perla –que es el mismo Dios- y si no se tiene esa experiencia, lo del Tesoro y la Perla queda devaluado y el Tesoro escondido en el campo –o sea Cristo- relegado a un lugar secundario.

Por tanto, esta realidad nos alerta de que, este encuentro con el Tesoro y la Perla, se puede dar de muchas maneras: se puede dar, incluso sin proponérnoslo y sin buscarlo -porque Él se hace el encontradizo en el camino de la vida-. Pero también se puede dar, buscando sin cesar el preciado bien.

Quedando demostrado que, si en el artículo anterior veíamos a grandes santos a los que Jesús había salido a su encuentro, en este vemos la figura de María en su impresionante caminar para encontrar a su hijo perdido cuando iban en peregrinación –por Pascua- al Templo de Jerusalén.

Y esta experiencia de María buscando sin desfallecer a su hijo, tiene que ser la experiencia de fe del creyente y sobre todo la del evangelizador: aprender a dejar las rutinas que tenemos, con ese Dios al que nos hemos acostumbrado -para aprender a contemplarle- a fin de entrar en todo lo que hay en Él, de nuevo y sorprendente.

Por tanto, como oí decir en una ocasión a un jesuita: “Lo que María aprende en esa experiencia -del Niño perdido- es que, un Dios al que podemos perder, es un Dios al que hay que cuidar” ¡Qué gran lección para los que poseemos o buscamos el Tesoro y la Perla!

Pero hay algo precioso en estos versículos del evangelio de Mateo -que posiblemente hayamos pasado por alto- y es, la actitud que tiene el hombre que encuentra el Tesoro. Nos dice que lo vuelve a esconder y ¿por qué? Lo más normal es creer, que era para que no se quitasen. Sin embargo, hay en ello algo mucho más profundo. ¡Es fantástico! Cuando se da cuenta de la grandeza y la maravilla que posee lo encontrado, cuando percibe lo significativo que va a ser para su vida –lo esconde- y lo hace porque necesita asimilar lo sucedido; necesita hacer un tiempo de silencio, necesita hacer suyo lo encontrado… No es que sea una actitud de egoísmo, de no querer compartirlo con los demás, ¡no! Pues todos sabemos que el amor siempre es generoso y ese Tesoro que ha encontrado -lleva implícito el Amor de Dios- por lo que debe de ser contemplado, asimilado, puesto en oración… Pues es necesario dar tiempo “para –como dice el texto- vender todo lo que se posee y poder comprarlo” o lo que es lo mismo, es necesario dar tiempo, para ir relativizando todo lo que nos esclaviza. Más, ¡cómo entender esto en el mundo de la competitividad! ¡Cómo entrar en la lógica de Dios! ¡Cómo entender el hacer, el pensar y el elegir de Dios!

Ahí lo tenemos, ¡Tanta gente buscando algo más grande y mejor en su vida, sin ser capaces de ver que todo eso está en el Evangelio de Jesucristo! ¡Cuánta gente buscando a Dios, en medio de oscuridades que son las que le ocultan la hermosura de la perla, que es el mismo Cristo! Esta es nuestra tarea, no podemos escatimar esfuerzos, tenemos que llevar el Tesoro y la Perla a tanta gente ávida del encuentro con el Señor y que no tienen a nadie que se lo muestre.

Miremos al Señor, contemplémosle, Él tiene la respuesta, Él es la respuesta.

Cuando todo estaba sin contaminar en el principio de los tiempos, nos dice el libro del Génesis que Dios creó al ser humano y cuando lo vio ante Él, cuando contempló ese tesoro que Él mismo había creado, nos dice el autor estas admirables palabras “Y vio Dios que era muy bueno

Dios, había elaborado su Tesoro, su Perla y quiso que su tesoro fuera perfecto, que viviera en plenitud, que no tuviese ningún defecto, ningún fallo… pero llegó la condición humana y lo estropeó todo. Pasó el tiempo y cada vez, el ser humano fallaba más a su creador, cada vez le ofendía más… sin embargo Dios enamorado de su tesoro no duda en mandar a su hijo, a su único Hijo al mundo, para rescatarlo. Y lo hace entregando su vida para recuperar su “gran tesoro”

Ahora solamente cabe ya que nos preguntemos: y si Dios ha hecho eso por nosotros ¿qué debemos hacer nosotros por ese Tesoro que hemos encontrado y que es el que dio su vida a cambio de la nuestra?

Después de haber descubierto todo esto, no tenemos más opciones que la de hacer silencio y preguntarnos:

Si, realmente, Dios es mi Tesoro,

¿tengo puesto, ciertamente, en Él mi corazón?

 

 

Foto por N. en Unsplash

 

Nuestra Misión es … cambiar el mundo

Nuestra Misión es … cambiar el mundo

Acabamos de celebrar el día de DOMUND, con un lema precioso para trabajarlo, no solamente el día del Domund, sino durante todo el año. Y ese lema dice “Cambia al mundo”

Pero, este lema no está pensado, solamente, para aquellos que han decidido abandonar su tierra y su casa para evangelizar en lugares de Misión. Está pensado para todos, pues todos somos misioneros, sea cual sea nuestra realidad y nuestra situación.

Sin embargo todos sabemos que el mundo no cambiará si no cambiamos las personas que lo habitamos. Lo que pasa es que, para cambiar hay que ser muy valientes, muy humildes y personas de oración.

Y esto es lo que hoy nos interpela a nosotros. A cada uno personalmente. Y esta es nuestra realidad personal, una realidad de la que nadie puede responder por nosotros. Por tanto:

  • ¿Qué le digo al Señor de esta exigencia que se me plantea de conversión y cambio?

Nadie cambia por lo que el otro le diga, cambiar en una actitud y solamente cambiaremos, cuando seamos capaces de ponernos en pie y decir: ¡Señor quiero cambiar! ¡Ayúdame a cambiar! Pues esa afirmación será la que marque el momento en el que el corazón comience a reentonarse.

Pero no nos equivoquemos. Cambiar no es aparcar los problemas, ni disimularlos; nadie puede esperar que lo que está pasado se diluya como un azucarillo. Hay realidades que solamente puede sanarlas el que las ha producido, porque es muy fácil decir “olvida el pasado” ¡No! No olvides el pasado soluciónalo.

El pasado ha tenido unas connotaciones en nuestra vida y en la de los demás. Y ese pasado tiene que servirnos para crecer, para aprender, para formarnos… pero también para ver que ha dejado lesiones, huellas, destrozos… que salen a flote aunque no los queramos ver y eso no se cura echándole tierra encima, eso se cura afrontándolo y pidiendo a Dios su gracia para sanarlo. ¡Cuánto ganaríamos si aprendiésemos a sanarnos!

De ahí que os invite a contemplar, todo ese deterioro que vemos en este momento, tanto en el “tercer mundo”, como en nuestro ambiente, en nuestra familia, en nuestro mundo tan civilizado… para preguntarnos ante el Señor:

  • ¿Qué tendría yo que cambiar en mi vida, para que todo esto mejorase?

Al ponernos ante esta realidad podemos decir: No podemos ser pesimistas, hay cosas que han cambiado. Hay gente entregada que va a darlo todo por los demás y ¡Es verdad! Pero también hemos podido observar que en muchos casos los cambios han sido superficiales, han sido un lavado de imagen para dejar todo como estaba o todavía peor. Que esos cambios han venido de acciones injustas y se han hecho desde la indiferencia y la apatía. Nosotros mismos hemos dicho cantidad de veces “las cosas son como son” ¿Qué puedo hacer yo ante esta realidad que me sobrepasa? ¡Qué lo arreglen los que tienen el poder! Y nos hemos quedado tan tranquilos.

Pero esto no es así. Esto nos está alertando de que, somos nosotros, los que necesitamos un cambio profundo y real, pues lo que se nos pide es que seamos una referencia para los demás, en especial para los jóvenes y eso solamente puede hacerse desde Dios.

Se nos pide que seamos un referente de compromiso y esperanza, pues esa sería la prueba palpable de que, en nuestro corazón ha entrado Dios con toda su novedad y su creatividad. Y nosotros seríamos los primeros asombrados, pues observaríamos con emoción que eso sí podría cambiar el mundo.

  • Y yo ¿quiero ser un referente de compromiso y esperanza para los demás?
  • ¿Sé, a lo que eso me compromete?

Por eso, este año os invito a estar alerta, a no darlo todo por sabido. Pues cuando, cada año, el día del DOMUND llama nuestra atención, nos conformamos con hablar de los misioneros y misioneras -a los que admiramos y ayudamos-, pero no somos capaces de aceptar que, el mensaje nos llega como si sólo necesitasen evangelización los que viven en culturas todavía subdesarrolladas; o los que no han oído hablar de Dios; nos llega como una cuestión de tenerles que ayudar económicamente para tranquilizar nuestra conciencia. Hablamos de ello como si eso no fuera con nosotros, como si la Buena Noticia del evangelio hubiese sido acogida por nuestra sociedad y hubiese calado en nuestro entorno, como si solamente hubiera que llevarla a países lejanos.

Desgraciadamente, vemos con pena, que los términos se han invertido y que, es precisamente lo más cercano a nosotros lo que más misioneros necesita para ser evangelizado.

De ahí, la importancia de preguntarnos delante del Señor:

  • ¿Qué lugares, actitudes, personas… creo yo que tendrían necesidad de evangelización en este momento?
  • ¿Me afectan a mí directamente?
  • ¿Qué medios tendría de poder ayudarles en este sentido?
Y este… ¿Es de los nuestros?

Y este… ¿Es de los nuestros?

Estamos recorriendo nuestro camino. Cada uno el suyo. Y me parecía oportuno invitaros a detenernos en algunas realidades que nos acompañan -a todos- y que por estar tan oídas nunca nos paramos a observar.

Esta primera que quiero plasmar la hemos escuchado recientemente; nos llega del Evangelio de Marcos, y es una expresión que un evangelizador no puede pasar por alto, pues en él aparece una indicación de Jesús sumamente necesaria para nosotros, ya que se nos plantea, que el haber decidido seguir a Jesús de cerca, puede llevarnos a dos errores:

  • El primero, a pensar que Dios es solamente nuestro.
  • Y el segundo a relajarnos, prescindir de Dios y hacer lo que hacemos para satisfacer nuestro deseo.

Y ¿qué es lo que me ha llevado a tomar esta decisión? Pues el ver que, al aparecer estos versículos del evangelio, todo lo que oí sobre ellos estaba referido a ese “que no era de los nuestros” pero nada se habló de los que iban a hacer el bien en nombre de Jesucristo.

Y claro tanto hablar de ello nos puede hacer pensar, que tampoco tenemos que preocuparnos tanto -a la hora de ir a evangelizar en nombre de Jesucristo-, ya que, simplemente con hacerlo, basta. Pero, el evangelio nos dice mucho más, nos previene de todo eso que queremos eludir porque nos compromete, dándome cuenta una  vez más, de que el Evangelio no está solamente para ser leído –que sería fantástico que todo el mundo lo leyese- sino además, para ser orado.

De ahí que, lo primero que vino a mi mente, al llegar a mí estos versículos, es que Dios no otorga “derechos de propiedad” que por mucho que hagamos nunca seremos merecedores de ser elegidos.

Por eso Jesús elige a quien quiere, no a quien se lo merece. Pues ¿acaso pueden pesar alguna vez, tanto nuestros méritos, como para que Dios se fije en nosotros?

Pero los discípulos, lo mismo que nosotros, al ver que Jesús les daba  poder para sanar, para expulsar demonios… se creyeron que “era solamente suyo” y que nadie más tenía derecho a Él.

Por lo que creo que es importante tomar conciencia, de que somos elegidos pero que, el que elige es Cristo y puede hacerlo con un cristiano, con un –no cristiano- incluso con pecadores que nosotros siempre dejaríamos relegados. Ahí tenemos la llamada de S. Pablo, de S. Agustín, de S. Ignacio, de S. Francisco de Asís… pecadores ¡sí! Como nosotros, pero hijos muy amados y queridos de Dios. Porque Dios no excluye a nadie, Dios hace su trabajo a través de personas y, es posible, que algunos pertenezcan a otra religión, o vayan “por libre” pero lo importante es que ellos creen en la importancia: de la verdad,  de la justicia, la libertad, del amor, del servicio, de la paz, de la no violencia y, a veces, con tanta fuerza que quedaríamos avergonzados cualquier católico.

Por eso, lo realmente importante para nosotros no es lo que hacemos, sino el ver si lo que estamos haciendo es obra de Dios o nuestra, pues hemos de ser conscientes de que –el que nos llamemos cristianos- no es garantía de que lo seamos. Cuántas veces hemos oído decir: pues ¡vaya cristiano! Hace las mismas cosas que la gente que no lo es. De ahí, la importancia de esa advertencia que Jesús hace, para decirnos sin paliativos que, impedir que otros se acerquen a Dios, es un pecado.

Pero llegamos a la segunda parte, a esa que nos lleva a prescindir de Dios sin plantearnos a lo que nos compromete ser enviados por Él, pues yo creo que alguna diferencia tiene que existir entre los discípulos de Jesús y los que hacen todo eso porque les gusta o porque les parece bien.

Los que seguimos a Jesús, hemos de tener en cuenta que no solamente estamos llamados a ser buenas personas, sino que estamos llamados a ser personas buenas, personas que sepamos ser justos con los otros, siendo misericordiosos y compasivos; siendo profetas –que no tienen miedo a las consecuencias, ni al qué dirán- siendo capaces de proclamar la Buena Noticia del Evangelio con palabras y con hechos, amando a todos, siendo justos, solidarios… perdonando, pues quien ama perdona y quiere que la vida de los demás se enriquezca a todos los niveles. Y esto solamente puede lograrse, estando conectado al Señor.

Lo que el pasaje nos muestra es que todo el que hace bien es merecedor de reconocimiento; pero los discípulos dan un paso más. Ellos viven con Jesús, están con Él, van a Él para que los envíe, para que les diga lo que tienen que hacer y cómo hacerlo y luego… vuelven a informarle de los resultados –una actitud que nosotros pasamos por alto con la mayor tranquilidad- ¡Qué diferente la conducta de los enviados por Jesús, a la nuestra!

Pero claro, nosotros vivimos en el siglo XXI, somos esclavos de la eficacia y la programación. Tenemos un mando para cada cosa. Podemos pasar de una realidad a otra sin moverlos del sillón; de un programa a otro, con tan sólo apretar un botón… y lo triste es, que todo eso lo llevamos luego a nuestra vida como lo más normal.

Así lo vemos. Pasamos de la eucaristía al partido de fútbol; de una reunión en la parroquia al centro comercial; de ayudar en un comedor social al polideportivo… No hay un tiempo entre una cosa y otra para cambiar el Chip. Por lo que la pregunta no puede hacerse esperar: Y yo, evangelizador, ¿Me veo identificado en esta manera de actuar?

De nuevo, en este momento de la historia, Jesús nos manda a evangelizar y a sanar. Pero ¡cuántas veces hacemos oídos sordos a su mandato y nos relajamos pensando que hacemos demasiado por los demás!

El Papa nos lo deja claro. Lo importante de lo que hacemos no depende de la cantidad sino de la calidad. Una Cáritas de una parroquia –nos dice- no puede ser una ONG, ni visitar a un enfermo puede ser una visita de cortesía, ni dar catequesis puede ser algo para ocupar el tiempo libre…

Nosotros tenemos que hacer todo eso en nombre de Jesús de Nazaret y para ello es imprescindible estar conectado a Él, para pedirle su ayuda, la fuerza de su Espíritu.

Sin embargo es sorprendente, que cuando hablas de “estar conectado con Jesús”, a gente de iglesia y realmente comprometida, te digan: es que yo no puedo perder el tiempo orando ¡tengo la agenda tan llena! “perder el tiempo” ahí está la clave, en que cuando obramos así, somos católicos que hacemos lo mismo que los demás. No puedo hacer oración, tengo reunión de grupo, tengo catequesis, tengo despacho de cáritas… y quizá procure, de vez en cuando, -preparar un poco el tema- pero no tengo tiempo de hacer una oración pidiéndole a Dios que me dé luz para hacerlo cómo a Él le gustaría que lo hiciese y, por supuesto, mucho menos para después de ello, volver a contarle cómo me ha ido.

Entonces, para fundamentar su opinión, aparece la tan reiterada pregunta ¿qué es más importante, hacer oración, ir a misa o visitar a un enfermo? Acabamos de caer en la trampa.

El que hace oración, el que va a misa… seguro que saca tiempo para ir a visitar al enfermo o hacer cualquier otra caridad, pues ni siquiera se tendrá que plantear si va o no, ya que le surgirá de la vida.

Por tanto hemos llegado a lo nuclear, no se puede coger un trozo de evangelio para tranquilizar la conciencia. Es necesario acercarse a Jesús de Nazaret, como lo hicieron los discípulos para que sea Él el que nos aleccione y nos envíe. No escatimemos esfuerzos. “perdamos” tiempo con el Señor.

Pues hay una cosa clara, que:

El que no “pierde” tiempo con Dios

pierde a Dios con el tiempo.

 

Foto de Helena Lopes en Unsplash.

Estamos en camino

Estamos en camino

Aunque hayamos vuelto a retomar el camino nosotros ya llevamos una trayectoria recorrida, una trayectoria que un curso más, queremos retomar.

Sabemos bien que, lo que nos ha hecho tomar esta decisión ha sido una llamada, pues todos nos hemos visto interpelados por Su llamada. Unos de una forma, otros de otra, pero todos llamados por el Señor.

Y, sabemos bien que, tampoco Jesús se libró de  hacer este camino que le había asignado el Padre, un camino difícil, espinoso, arduo… un camino que recorrió hasta el final, para revelarnos al Dios que salva dando su vida por todos.

De ahí que nuestra atención llegue hoy a, ese mismo Jesús que nos dice: “El que quiera venir conmigo, que “se ponga en camino y me siga” Y nosotros le preguntamos:

  • ¿Qué debo hacer Señor?
  • ¿Cuáles son tus caminos??

“El Señor llama a Abran y le dice: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, para que vayas a la tierra que yo te indicaré” (Génesis 12, 1)

Abrahán no lo duda. Lleno de incertidumbres y acarreando su avanzada edad, se pone en camino y parte hacia lo desconocido.

También María siente el vértigo de esa llamada, pero tampoco duda. Ella, una muchacha joven y además embarazada también se pone en camino hacia lo desconocido.

De ahí que: tanto Abrahán, como María, como los que en todos los tiempos han decidido seguir al Señor y como ahora nosotros lo primero que tenemos que hacer para marchar, es ponernos en pie y: Partir.

PARTIR

Por experiencia sabemos que partir no es fácil. Y no es fácil porque ponerse en marcha siempre supone salida. Salir de nuestro ambiente, de nuestras comodidades, nuestros apegos, nuestras rutinas, nuestras seguridades… Salir para lanzarnos a lo desconocido, a lo nuevo, a lo imprevisible… salir para volcarnos al riesgo de la fe.

Y, sobre todo, cuando ya se tienen años estas seguridades las llevamos pegadas como lapas. Por lo que deberíamos preguntarnos:

  • ¿Qué realidades tendré yo que dejar, en este momento, para ponerme en marcha y partir?

Al ponernos en camino la sorpresa no se hace esperar. En él hemos encontrado a mucha gente que como nosotros, ha tomado la decisión de ser Iglesia en Salida.

Los hay de diversos países, de distintas lenguas, de variedad de razas, y todos estamos juntos en el camino, sin conocernos, sin vernos… pero sintiéndonos cercanos, apoyándonos los unos en los otros, sabiendo que todos tenemos un mismo deseo: llevar a otros la Buena Nueva del Evangelio de Jesucristo.

Sin embargo ninguno puede llegar a su destino por el camino del de al lado; cada uno tendremos que llegar por nuestra vereda, por nuestra ruta, a nuestro paso, sin obstaculizar el ritmo de los demás, respetando el proceso de los otros y esto no es fácil. De ahí la obligada pregunta, que debemos hacernos durante este año, una y otra vez:

  • ¿Tengo claro cuál es el camino que Dios ha marcado para mí?
  • ¿Respeto el camino de los demás?

Entre la cantidad de gente que nos espera, nos ha sorprendido ver a tantos pobres, solos, tristes, desesperanzados, deprimidos… ahí están son: los marginados, los despreciados, los pequeños, los que tan cerca están del corazón de Cristo.  ¡Qué importante debe ser hacerse poca cosa para llegar a ellos!

También hemos encontrado personas perdidas, sin rumbo, les daba igual llegar a un sitio que a otro, ellas no se sentían esperadas por nadie. Eran los que no tenían fe, los que han abandonado, los que no han encontrado razones sólidas para seguir esperando.

  • ¿Qué he sentido al ponerme frente a ellos?

Después de haber conocido todo esto, ya no nos importará atravesar montañas, ni subir cerros, ni andar por caminos escabrosos… el miedo al riesgo habrá desparecido y tan sólo nos importará llevar a todos el mensaje, yendo de la mano con María y llevando a Dios en lo más profundo del alma. Pues:

Dios nos enseñará el camino por el que debemos andar

y sobre nosotros fijará sus ojos”

Ante un nuevo inicio

Ante un nuevo inicio

Cuando después de un tiempo de descanso hay que volver a comenzar es lógico que cueste un poco retomar la actividad.

Por eso, a los modernos que todo lo exageramos, se nos ofrecen unas pautas para que lo de volver al trabajo no afecte demasiado a nuestra susceptibilidad.

Pero, no sólo a nosotros, hay pautas también de cómo han de adaptarse los niños al colegio comenzando por pocas horas y alargando el horario progresivamente. Mas, si aún así nos sentimos muy afectados siempre queda el sicólogo para ayudarnos en tan “ingente tarea”

No voy a entrar en detalles pero me gustaría que preguntásemos a un parado de larga duración si necesitaría todos estos requisitos para volver a trabajar. O a unos padres que trabajan los dos, si les parece bien lo de las horas de adaptación de los niños.

En fin, sea como sea, la verdad es que volver a retomar la actividad siempre inquieta un poco. Saber a dónde nos llevará la tarea de este año, volver a esa “vorágine”, conjugar horarios… Lo que el cuerpo nos pide y lo que la sociedad nos dicta, es abandonar y seguir el camino fácil pues al fin y al cabo tampoco merece la pena esforzarse tanto.

Nada de esto es ajeno a nosotros, que hemos optado por ser evangelizadores. Cuando menos lo esperamos nos asaltan las dudas, nos pesan las responsabilidades y una pregunta surge insistentemente: Y nosotros ¿qué podemos hacer en medio de una tarea tan ingente? ¿Quizá esto sea solamente producto de nuestro orgullo? ¿Quizá nos hayamos equivocado de ruta? y, sin saber cómo, ahí estamos tratando de convencernos de que es mejor vivir sin complicaciones.

Pero, aunque no lo hagamos, en el fondo sabemos que, lo que realmente necesitamos es contarle todo esto al Señor; acudir a nuestro “psicólogo particular” –Cristo-, lo que pasa es que nos da miedo que nos haga ver que estamos cayendo en una trampa.

Por eso, lo primero que tenemos que hacer es tomar conciencia del Tesoro que se nos ha dado, de cómo hemos de hacerlo llegar a los demás, de que no estamos solos, que contamos con muchas personas que han hecho nuestra misma opción, que necesitamos del grupo, de la parroquia… y que como dice el Evangelio: “El grupo de creyentes viven y creen lo mismo, se alimentan de la Palabra de Dios y todo lo tienen en común”

Porque lo creamos o no, Dios confía en nosotros y nos abre un curso lleno de posibilidades. Pero ¿confiamos en Dios para hacerlas posibles o todavía estamos aferrados a nuestros criterios y a contar solamente con nuestras propias convicciones?

De momento, una cosa está clara: Dios ha contado con nosotros, se ha fiado de nosotros y ha depositado en nosotros ese valioso Tesoro: El evangelio de Jesucristo. Pero

  • ¿Qué haremos con él?
  • ¿Cómo lo utilizaremos?
  • ¿Cómo lo haremos producir?

Sólo una cosa es segura: Contamos con su gracia y una cosa es cierta: que eso nos basta.

Por eso, no podemos dudar en ponernos en camino, en ir a encontrarnos con Jesús. Pues, aunque es verdad que tenemos conocimiento de Él, siempre necesitamos refrescar y purificar nuestra mente para poder verlo como nuestro Dios y Señor.

Vamos a desprogramarnos, vamos a abrirnos a lo nuevo, a lo original de su persona. Necesitamos saber que Él tiene siempre una palabra personal para cada uno y nos espera para tener un encuentro de tú a tú.

Es muy importante esta preparación para poder llegar a los demás. Vamos a elaborarla con el mayor esmero.

Y antes de ponernos a ello, vamos a decirle al Señor desde lo profundo del alma:

“Señor, porque yo te he visto y quiero volverte a ver, quiero creer.
Tú sabes, que están mis ojos cansados de tanto mirar sin ver;

porque la oscuridad de este mundo, me hace un ciego que ve.
Por eso, Tú, que diste vista al ciego y quieres dármela a mí también,

toca mis ojos cansados y aumenta en ellos la fe”   (De la Liturgia de las Horas)