Estamos recorriendo nuestro camino. Cada uno el suyo. Y me parecía oportuno invitaros a detenernos en algunas realidades que nos acompañan -a todos- y que por estar tan oídas nunca nos paramos a observar.
Esta primera que quiero plasmar la hemos escuchado recientemente; nos llega del Evangelio de Marcos, y es una expresión que un evangelizador no puede pasar por alto, pues en él aparece una indicación de Jesús sumamente necesaria para nosotros, ya que se nos plantea, que el haber decidido seguir a Jesús de cerca, puede llevarnos a dos errores:
- El primero, a pensar que Dios es solamente nuestro.
- Y el segundo a relajarnos, prescindir de Dios y hacer lo que hacemos para satisfacer nuestro deseo.
Y ¿qué es lo que me ha llevado a tomar esta decisión? Pues el ver que, al aparecer estos versículos del evangelio, todo lo que oí sobre ellos estaba referido a ese “que no era de los nuestros” pero nada se habló de los que iban a hacer el bien en nombre de Jesucristo.
Y claro tanto hablar de ello nos puede hacer pensar, que tampoco tenemos que preocuparnos tanto -a la hora de ir a evangelizar en nombre de Jesucristo-, ya que, simplemente con hacerlo, basta. Pero, el evangelio nos dice mucho más, nos previene de todo eso que queremos eludir porque nos compromete, dándome cuenta una vez más, de que el Evangelio no está solamente para ser leído –que sería fantástico que todo el mundo lo leyese- sino además, para ser orado.
De ahí que, lo primero que vino a mi mente, al llegar a mí estos versículos, es que Dios no otorga “derechos de propiedad” que por mucho que hagamos nunca seremos merecedores de ser elegidos.
Por eso Jesús elige a quien quiere, no a quien se lo merece. Pues ¿acaso pueden pesar alguna vez, tanto nuestros méritos, como para que Dios se fije en nosotros?
Pero los discípulos, lo mismo que nosotros, al ver que Jesús les daba poder para sanar, para expulsar demonios… se creyeron que “era solamente suyo” y que nadie más tenía derecho a Él.
Por lo que creo que es importante tomar conciencia, de que somos elegidos pero que, el que elige es Cristo y puede hacerlo con un cristiano, con un –no cristiano- incluso con pecadores que nosotros siempre dejaríamos relegados. Ahí tenemos la llamada de S. Pablo, de S. Agustín, de S. Ignacio, de S. Francisco de Asís… pecadores ¡sí! Como nosotros, pero hijos muy amados y queridos de Dios. Porque Dios no excluye a nadie, Dios hace su trabajo a través de personas y, es posible, que algunos pertenezcan a otra religión, o vayan “por libre” pero lo importante es que ellos creen en la importancia: de la verdad, de la justicia, la libertad, del amor, del servicio, de la paz, de la no violencia y, a veces, con tanta fuerza que quedaríamos avergonzados cualquier católico.
Por eso, lo realmente importante para nosotros no es lo que hacemos, sino el ver si lo que estamos haciendo es obra de Dios o nuestra, pues hemos de ser conscientes de que –el que nos llamemos cristianos- no es garantía de que lo seamos. Cuántas veces hemos oído decir: pues ¡vaya cristiano! Hace las mismas cosas que la gente que no lo es. De ahí, la importancia de esa advertencia que Jesús hace, para decirnos sin paliativos que, impedir que otros se acerquen a Dios, es un pecado.
Pero llegamos a la segunda parte, a esa que nos lleva a prescindir de Dios sin plantearnos a lo que nos compromete ser enviados por Él, pues yo creo que alguna diferencia tiene que existir entre los discípulos de Jesús y los que hacen todo eso porque les gusta o porque les parece bien.
Los que seguimos a Jesús, hemos de tener en cuenta que no solamente estamos llamados a ser buenas personas, sino que estamos llamados a ser personas buenas, personas que sepamos ser justos con los otros, siendo misericordiosos y compasivos; siendo profetas –que no tienen miedo a las consecuencias, ni al qué dirán- siendo capaces de proclamar la Buena Noticia del Evangelio con palabras y con hechos, amando a todos, siendo justos, solidarios… perdonando, pues quien ama perdona y quiere que la vida de los demás se enriquezca a todos los niveles. Y esto solamente puede lograrse, estando conectado al Señor.
Lo que el pasaje nos muestra es que todo el que hace bien es merecedor de reconocimiento; pero los discípulos dan un paso más. Ellos viven con Jesús, están con Él, van a Él para que los envíe, para que les diga lo que tienen que hacer y cómo hacerlo y luego… vuelven a informarle de los resultados –una actitud que nosotros pasamos por alto con la mayor tranquilidad- ¡Qué diferente la conducta de los enviados por Jesús, a la nuestra!
Pero claro, nosotros vivimos en el siglo XXI, somos esclavos de la eficacia y la programación. Tenemos un mando para cada cosa. Podemos pasar de una realidad a otra sin moverlos del sillón; de un programa a otro, con tan sólo apretar un botón… y lo triste es, que todo eso lo llevamos luego a nuestra vida como lo más normal.
Así lo vemos. Pasamos de la eucaristía al partido de fútbol; de una reunión en la parroquia al centro comercial; de ayudar en un comedor social al polideportivo… No hay un tiempo entre una cosa y otra para cambiar el Chip. Por lo que la pregunta no puede hacerse esperar: Y yo, evangelizador, ¿Me veo identificado en esta manera de actuar?
De nuevo, en este momento de la historia, Jesús nos manda a evangelizar y a sanar. Pero ¡cuántas veces hacemos oídos sordos a su mandato y nos relajamos pensando que hacemos demasiado por los demás!
El Papa nos lo deja claro. Lo importante de lo que hacemos no depende de la cantidad sino de la calidad. Una Cáritas de una parroquia –nos dice- no puede ser una ONG, ni visitar a un enfermo puede ser una visita de cortesía, ni dar catequesis puede ser algo para ocupar el tiempo libre…
Nosotros tenemos que hacer todo eso en nombre de Jesús de Nazaret y para ello es imprescindible estar conectado a Él, para pedirle su ayuda, la fuerza de su Espíritu.
Sin embargo es sorprendente, que cuando hablas de “estar conectado con Jesús”, a gente de iglesia y realmente comprometida, te digan: es que yo no puedo perder el tiempo orando ¡tengo la agenda tan llena! “perder el tiempo” ahí está la clave, en que cuando obramos así, somos católicos que hacemos lo mismo que los demás. No puedo hacer oración, tengo reunión de grupo, tengo catequesis, tengo despacho de cáritas… y quizá procure, de vez en cuando, -preparar un poco el tema- pero no tengo tiempo de hacer una oración pidiéndole a Dios que me dé luz para hacerlo cómo a Él le gustaría que lo hiciese y, por supuesto, mucho menos para después de ello, volver a contarle cómo me ha ido.
Entonces, para fundamentar su opinión, aparece la tan reiterada pregunta ¿qué es más importante, hacer oración, ir a misa o visitar a un enfermo? Acabamos de caer en la trampa.
El que hace oración, el que va a misa… seguro que saca tiempo para ir a visitar al enfermo o hacer cualquier otra caridad, pues ni siquiera se tendrá que plantear si va o no, ya que le surgirá de la vida.
Por tanto hemos llegado a lo nuclear, no se puede coger un trozo de evangelio para tranquilizar la conciencia. Es necesario acercarse a Jesús de Nazaret, como lo hicieron los discípulos para que sea Él el que nos aleccione y nos envíe. No escatimemos esfuerzos. “perdamos” tiempo con el Señor.
Pues hay una cosa clara, que:
El que no “pierde” tiempo con Dios
pierde a Dios con el tiempo.
Foto de Helena Lopes en Unsplash.