Aunque hayamos vuelto a retomar el camino nosotros ya llevamos una trayectoria recorrida, una trayectoria que un curso más, queremos retomar.

Sabemos bien que, lo que nos ha hecho tomar esta decisión ha sido una llamada, pues todos nos hemos visto interpelados por Su llamada. Unos de una forma, otros de otra, pero todos llamados por el Señor.

Y, sabemos bien que, tampoco Jesús se libró de  hacer este camino que le había asignado el Padre, un camino difícil, espinoso, arduo… un camino que recorrió hasta el final, para revelarnos al Dios que salva dando su vida por todos.

De ahí que nuestra atención llegue hoy a, ese mismo Jesús que nos dice: “El que quiera venir conmigo, que “se ponga en camino y me siga” Y nosotros le preguntamos:

  • ¿Qué debo hacer Señor?
  • ¿Cuáles son tus caminos??

“El Señor llama a Abran y le dice: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, para que vayas a la tierra que yo te indicaré” (Génesis 12, 1)

Abrahán no lo duda. Lleno de incertidumbres y acarreando su avanzada edad, se pone en camino y parte hacia lo desconocido.

También María siente el vértigo de esa llamada, pero tampoco duda. Ella, una muchacha joven y además embarazada también se pone en camino hacia lo desconocido.

De ahí que: tanto Abrahán, como María, como los que en todos los tiempos han decidido seguir al Señor y como ahora nosotros lo primero que tenemos que hacer para marchar, es ponernos en pie y: Partir.

PARTIR

Por experiencia sabemos que partir no es fácil. Y no es fácil porque ponerse en marcha siempre supone salida. Salir de nuestro ambiente, de nuestras comodidades, nuestros apegos, nuestras rutinas, nuestras seguridades… Salir para lanzarnos a lo desconocido, a lo nuevo, a lo imprevisible… salir para volcarnos al riesgo de la fe.

Y, sobre todo, cuando ya se tienen años estas seguridades las llevamos pegadas como lapas. Por lo que deberíamos preguntarnos:

  • ¿Qué realidades tendré yo que dejar, en este momento, para ponerme en marcha y partir?

Al ponernos en camino la sorpresa no se hace esperar. En él hemos encontrado a mucha gente que como nosotros, ha tomado la decisión de ser Iglesia en Salida.

Los hay de diversos países, de distintas lenguas, de variedad de razas, y todos estamos juntos en el camino, sin conocernos, sin vernos… pero sintiéndonos cercanos, apoyándonos los unos en los otros, sabiendo que todos tenemos un mismo deseo: llevar a otros la Buena Nueva del Evangelio de Jesucristo.

Sin embargo ninguno puede llegar a su destino por el camino del de al lado; cada uno tendremos que llegar por nuestra vereda, por nuestra ruta, a nuestro paso, sin obstaculizar el ritmo de los demás, respetando el proceso de los otros y esto no es fácil. De ahí la obligada pregunta, que debemos hacernos durante este año, una y otra vez:

  • ¿Tengo claro cuál es el camino que Dios ha marcado para mí?
  • ¿Respeto el camino de los demás?

Entre la cantidad de gente que nos espera, nos ha sorprendido ver a tantos pobres, solos, tristes, desesperanzados, deprimidos… ahí están son: los marginados, los despreciados, los pequeños, los que tan cerca están del corazón de Cristo.  ¡Qué importante debe ser hacerse poca cosa para llegar a ellos!

También hemos encontrado personas perdidas, sin rumbo, les daba igual llegar a un sitio que a otro, ellas no se sentían esperadas por nadie. Eran los que no tenían fe, los que han abandonado, los que no han encontrado razones sólidas para seguir esperando.

  • ¿Qué he sentido al ponerme frente a ellos?

Después de haber conocido todo esto, ya no nos importará atravesar montañas, ni subir cerros, ni andar por caminos escabrosos… el miedo al riesgo habrá desparecido y tan sólo nos importará llevar a todos el mensaje, yendo de la mano con María y llevando a Dios en lo más profundo del alma. Pues:

Dios nos enseñará el camino por el que debemos andar

y sobre nosotros fijará sus ojos”