Permaneced en mi amor

Permaneced en mi amor

Estamos finalizando la semana de Oración por la Unidad de los Cristianos y estoy segura que todos nos hemos sensibilizado con esta situación. Hemos asistido a la liturgia, a alguno de los momentos de oración que nos han ido ofreciendo distintas confesiones, a conferencias, a charlas… Pero ¿ahora qué? ¿Aparcamos esta realidad hasta el año que viene o seguimos trabajando y orando por ella?

De ahí que os invite a no olvidarlo y a seguir elaborando nuestra unidad.

Cuando Jesús pronuncia el Sermón de la Cena sabe bien que, una de las cosas en la que más debe de insistir es en la de La Permanencia. Permanecer, perseverar no es fácil y por mucho entusiasmo que se tenga en el comienzo, con el paso del tiempo las cosas se van enfriando. Por eso, Jesús no duda en pronunciar estas admirables palabras recogidas en el evangelio de Juan.
“Como el Padre me ama a Mí, así os amo Yo a vosotros. Permaneced en mi amor.
Pero sólo permaneceréis en mi amor, si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que Yo he obedecido los mandatos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os digo todo esto para que participéis de mi gozo y vuestro gozo sea completo” (Juan 15, 9 – 12)

El nuevo desafío de Jesús no tarda en aparecer. Después de que todos seamos uno, nos reta a permanecer juntos en el amor.
Yo creo que Jesús no se ha dado cuenta de que, si ponernos de acuerdo ya es bastante dificultoso, continuar de acuerdo, es casi imposible.
Sin embargo Él no desiste. No solamente se ha dedicado a declararnos su amor, sino que nos pide que permanezcamos -trabajando juntos- hasta que eso de “Permaneced en su amor” sea una realidad. Y yo creo que una declaración de amor como esta, espera siempre una respuesta generosa.
Es cierto, que el planteamiento suena raro en un mundo que huye del compromiso, que no acepta que le hablen de permanencia, de perseverancia… donde el evangelio está aparcado para unos y modificado para otros… Pero, es precisamente en este mundo donde Jesús ha querido dejar esta opción aunque seamos pocos los que optemos por permanecer en el amor de Cristo en plenitud.
No obstante los planes de Dios no son como los nuestros. De ahí que Jesús no dude en acogernos a todos como acogió a los doce el día de la Cena, sin importarle lo más mínimo cuál sea nuestra situación, ni nuestra realidad; Él nos sigue repitiendo que la unión con Él sostiene nuestra identidad de cristianos y que solamente -la vida vivida en Él- puede transformar el cosmos y la historia.

Y aquí estamos nosotros, unidos al Señor, injertados en su cuerpo y formando todos una fraternidad.

¡Qué bien sabía Jesús lo que decía! Él, injertado en el Padre por el Espíritu era capaz de amar y dar vida sin ninguna limitación.
Y es, ese mismo Jesús el que hoy nos vuelve a hacer esa oferta. Injertémonos en Él -verdadera vid- con un corazón auténtico, sincero, abierto y generoso.

Para que, cuando nuestra oración se centre en la Unidad de los cristianos, seamos capaces de preguntarnos antes:
¿A qué vid estoy injertado?
¿Dónde y de qué alimento mi vida?
¿Me sacia la savia que recibo?
¿Reconozco a Cristo como la verdadera Vid?
¿Qué clase de sarmiento soy?
¿Doy frutos dignos?
¿Soy consciente de que sin Dios no puedo hacer nada?
¿Estoy convencido que esto nos ayudará a vivir la unidad?

Más, las palabras de Jesús continúan.
“Os digo todo esto para que participéis de mi gozo y vuestro gozo sea completo”
Pero ¿qué significa participar del gozo de Jesús en el contexto ecuménico? Es el Papa Francisco el que nos lo dice así: “La gratitud, en el contexto ecuménico, significa ser capaz de alegrarse de los dones de la gracia de Dios presentes en otras comunidades cristianas; una actitud que abre la puerta a un compartir ecuménico de los dones y a aprender unos de otros” No puede estar más claro. Si toda vida es un don de Dios, tenemos que acogerla y aceptarla como salida de sus manos, dándole gracias por ello; pero tendremos que ponerla al servicio de los demás, si realmente queremos que se manifieste que todos estamos injertados al mismo y auténtico Señor.
Y para que esta realidad llegue a los demás:
• ¿De qué manera podríamos los cristianos, de diferentes religiones, recibir y compartir los dones que Dios nos ha dado a cada una personalmente?

Ahora ya, solamente nos queda decirle al Señor:

Señor:
Tú has querido quedarte con nosotros
para saciar nuestra hambre de fraternidad, de justicia, de paz…
Pues, bien sabes que tenemos sed de unidad.
Sed, de amor, de ternura, de bondad, de misericordia.
Sed de tu Palabra de vida, de la verdad de tu evangelio.
De la comunión con tu Iglesia y de la fuerza de tu Espíritu.
Por eso te pedimos Señor: que ablandes nuestro corazón.
Haznos abiertos a los demás.
Abre nuestros ojos a lo nuevo y auténtico.
Nuestras manos a la acogida y el perdón.
Y graba en nuestro fondo, la súplica que nos hiciste,
en aquella noche santa:
Os pido qué permanezcáis en mi amor.

No ha llegado mi hora

No ha llegado mi hora

Jesús ha salido de las aguas fangosas del Jordán, donde se metió para bautizarse y donde, ante la sorpresa de todos, el Padre habló “Este es mi Hijo, el amado, ¡escuchadle!” Pero Jesús salió del agua callado, y solamente los más cercanos se dieron cuenta de que aquellas palabras iban dirigidas a Él, el resto no se enteraron de nada. Sin embargo, la sorpresa no tardaría en llegar –a todos- y con ella -La hora de Jesús-.

Suceso que tendría lugar, poco tiempo después cuando Jesús es invitado a una boda, a la que asistirá con sus discípulos –pues ellos ya forman parte de su familia- y junto a ellos su madre. María.

SE CELEBRABA UNA BODA EN CANÁ

De nuevo me sitúo ante unos versículos del evangelio sobre los que hemos oído predicar montones de veces. Y… ¡cuántas enseñanzas guardamos en el corazón de todo lo escuchado! Sin embargo, lo que el evangelista presenta en esta escena, no tiene fondo. La enseñanza rezuma novedad por todos los poros y eso lo demuestra el que, en el siglo XXI, sigamos tratando el tema como un descubrimiento.
El motivo por el que he tomado la decisión de adentrarme en uno de esos siete signos que, el evangelista Juan presenta en su evangelio, se debe a que quiero tratar de ahondar más en el significado que en el signo, ya que el signo es lo que realmente mostramos.
No obstante, tengo que confesar que no me resulta fácil ofreceros estas líneas. Sé bien que muchos de los que lo vais a leer, sois especialistas en esta materia y me podéis dar lecciones de todo esto, pero perdonarme que comparta lo que, en esta ocasión me dice a mí la Palabra de Dios.

LA HORA DE JESÚS

Jesús sabía que lo más importante de su vida era La Hora. “La hora en la que el Hijo del Hombre sería glorificado” por tanto, realmente su Hora no había llegado. De ahí lo sorprendente del suceso.
Jesús, acude a la boda que le han invitado, para acompañar a los nuevos esposos y, aunque en ella se va a realizar el signo de convertir el agua en vino –ante la sorpresa de todos-, lo esencial está en que por ese hecho se le va a asignar a Jesús su Identidad de Mesías. Este es el gran significado del signo, que Jesús entra en la boda como el hijo de María y sale como El Mesías esperado. Por eso Jesús ha tomado la decisión de llevar a sus discípulos con él, porque allí precisamente será, donde sus seguidores comenzarán a creer en Él.

Pero hay en todo ello algo digno de ser destacado y es: la sensibilidad de María y su libertad para proponer y esperar.
Es realmente alentador saber que hay alguien que quiere transformar lo que hay en nuestras “tinajas” si le dejamos actuar. Una transformación, que se realiza en este momento presente, cuando somos capaces de acoger confiados la Palabra que Jesús pronuncia sobre el agua rutinaria de nuestras vidas. Y aquí está nuestra agua transformada en vino, en el mejor vino; un vino que tenemos que ofrecer a los demás y ofrecer el mejor vino a los demás significa, no guardarnos lo buen que tenemos sino ponerlo a circular generosamente.
Hacernos presentes en las realidades de los otros y reconocer su deseo de ser comprendidos y alentados.
Por eso Caná, es el lugar perfecto para aprender todo esto de María, porque ella nos muestra allí, esa mirada transformadora que es capaz de descubrir el potencial que esconde cada persona, a la vez que nos dice: “haced lo que Él os diga” porque ella sabe –mejor que nadie- que Jesús siempre da más de lo que se le pide.

Pero esto no ha terminado, el evangelista nos dice que lo mejor todavía está por acontecer.
En aquel momento de la historia donde las bodas tenían una duración tan larga, era normal que se acabase el vino; sin embargo, eso era un fracaso para los novios pues el vino –que era la bebida oficial- era el signo del amor y formaba parte del ritual, por eso lo preparaban con mucha antelación y se calculaba con mucha precisión la cantidad que se necesitaría para esos días.
Además se elegía a un maestresala para que fuese el responsable del vino, pero a veces se descuidaba y sucedía este imprevisto, un imprevisto que se vivía como una auténtica tragedia, porque esto quería decir que se acababa la fiesta, se acababa la boda. Además era el novio el que tenía que dar la noticia, por lo que con vergüenza y dolor hacía callar a todos para decirles: podéis iros, la boda ha terminado.

De ahí que el vino fuese algo realmente especial en las bodas. Los invitados sabían que la palabra vino en la Palabra de Dios significaba amor y que en la biblia significaba: alegría, fidelidad, comunión, paz, perdón. Y todo eso se había acabado en aquella boda, un descuido del maestresala lo había permitido.
Pero allí estaba María. Y María se enteró. Pero ¿cómo se enteró? Pues porque no estaba sentada a la mesa con Jesús y sus discípulos; María estaba de pie, sirviendo atenta y supervisando las mesas para que todo saliera bien… iba y venía… y es la primera en entrar en la bodega, en el subterráneo, por eso se da cuenta de que las ánforas están vacías. Por eso, incluso antes que el maestresala se enterase, ella ve el problema y acude al único que tiene poder para subsanarlo.
Y esa María –nuestra madre- es la que está de pie en nuestra vida; la que supervisa nuestro interior para ayudarnos a que todo esté en su punto; la que entra en nuestras bodegas, en nuestro subterráneo y se encuentra con nuestro problema y lo lleva al único que puede repararlo: a Jesús.

Pero Jesús le responde con unas palabras que a simple vista podrían parecer duras. “Mujer no entres en mi vida, mi hora no ha llegado” (Aquí tenemos otra palabra ante la que podríamos detenernos largamente, pues ninguno de nosotros solemos decir a nuestra madre: mujer. Pero este no es el momento de detenernos en ello, sin embargo si Jesús la llama mujer en los dos momentos más significativos de su vida algo grande tendrá que encerrar esa palabra) Y María no sintiéndose ofendida por las palabras de su hijo sino alagada y alabada dice a los que estaban sirviendo el vino: ¡haced lo que Él os diga!

María entiende que ha llegado el momento y María es, la que marca la Hora. “Mujer, mi hora no ha llegado, pero porque tú me lo pides estoy dispuesto a adelantarla”
Jesús le está diciendo que ella es la mujer perfecta, porque por su Fiat el Verbo se ha hecho carne.
Y aquí tenemos a María marcando el comienzo, de dar a luz a la nueva humanidad.
Por su sensibilidad y su ruego, Jesús pasa de ser la persona a la que acompañan sus discípulos, a ser la persona en la que hay que creer. Por eso, donde está María comienza el discípulo su camino de fe y aprende a descubrir quién es Jesús.

No nos cansemos de poner todas nuestras necesidades
en manos de María, para que ella las lleve a Jesús.
Pues ella es: la Medianera de todas las gracias.

(Ya veis que el artículo queda incompleto, pero no quiero abusar de vuestra amabilidad. Quizá en otro momento vuelva a retomarlo)

Todo se hizo por la palabra

Todo se hizo por la palabra

Dios se ha instalado entre los hombres. “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado… Es: el consejero admirable, el Dios poderoso, el Padre Eterno, el príncipe de la Paz” Pero el pesebre era un sitio provisional, solamente unos pastores y algunas gentes de los alrededores conocieron la noticia y Él, no ha venido para unos pocos, ha venido para todas las personas, de todos los continentes, de todos los tiempos… y a todas ellas es a las que quiere dirigir lo mejor de su ser.
Estas concisas palabras de Juan, avalan la realidad:
“En el principio existía la Palabra
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios” (Juan 1,1-5)

José y María, han callado porque ha aparecido La Palabra. Ha llegado el tiempo de la escucha, el tiempo de Dios. Más, no sólo contemplan en silencio al recién nacido, su silencio será la manera de contemplarlo durante toda su vida. Y lo hacen así, porque ellos –mejor que nadie- saben, que como nos apunta S. Juan: “en la Palabra estaba Dios, porque la Palabra era Dios” Pero:
• En nuestra vida ¿Qué lugar ocupa la Palabra?

EN LA PALABRA ESTABA LA VIDA
Si en la Palabra estaba Dios, en la Palabra ha de estar la vida, pues la Vida es Dios.
¡Con la cantidad de veces que hemos escuchado este prólogo del evangelio de Juan y las pocas que nos hemos parado a observar que en esa Palabra estaba la vida!
Al escribir esto me daba cuenta de la coherencia que Dios nos enseña en su manera de actuar. Él siempre cumple su Palabra y, no sólo eso, sino que “la Palabra de Dios nunca pasará” (Mateo 24, 35)
Dios creó al ser humano con unas palabras: “Hagamos al hombre” Dios toma la condición humana con unas palabras: “Concebirás y darás a luz un hijo” Jesús nos salva con unas palabras: “Nadie me quita la vida. Yo la doy”. La persona humana da la vida con un Sí quiero; manera de sellar un compromiso. Todos tenemos un nombre: y esa palabra, con la que todos te identifican contiene tu vida…
Pero la vida hay que vivirla. La vida hay que experimentarla. La vida hay que transmitirla… Dios nos creo con una palabra, pero necesitó derramar su sangre para redimirnos.
• ¿Qué encierran mis palabras?
• ¿Qué trasmiten?

María fue portadora de salvación al pronunciar una palabra ¡Hágase! pero necesitó pasar por cada acontecimiento que le deparó la vida hasta llegar al Calvario con su hijo. Nosotros con comprometimos con unas palabras ¡Sí quiero! Pero tenemos que vivir nuestra realidad pasando por todos los hechos desconocidos que se nos van presentando.
Con un “Sí quiero” nos casamos; pero, hacer una familia cuesta mucho esfuerzo y el sacramento dura toda la vida. Con un “Sí a Dios” es sellado un sacerdote, un consagrado, una consagrada…; pero tendrá que seguir repitiendo ese sí, día a día, pues será sacerdote y consagrado-a hasta la eternidad.
Sin embargo, no todos nos situamos ante la vida de la misma manera. Hay quien ama la vida y, las palabras que salen de su boca ayudan a vivir. Otros sin embargo, viven llenos de angustia y lo que sale de su boca produce derrota y abatimiento, siendo capaces de dejar a la persona hundida en su desolación. No son capaces de comprender el dolor de los demás, ni de ayudarles a salir del hoyo en que se encuentran.
Hay jóvenes que dicen “querer vivir la vida a tope”; pero cuando se encuentran frente a ella no les gusta demasiado, por lo que no les importa destrozarla a base de cosas llamativas: alcohol, droga, diversión incontrolada… Tampoco les importa segar la primera vida que se les pone delante con una palabra hiriente, para sentirse más fuertes. Ellos no miden lo que dicen y sus mensajes reflejan el resentimiento que hay en su corazón. Quizá no han encontrado a nadie que les enseñase a amar, regalándoles amor desde la gratuidad.
Sin embargo, encontramos otras personas que entregan la vida por los demás. Sus palabras son gratuidad. Son “dulces como la miel”; son, como nos lo dice la palabra de Dios: fecundas… y hacen que muchos despechados empiecen a saborear y a amar su existencia.
Son palabras que iluminan. Que son capaces –de poner en pie- son capaces de mandar ese destello de luz, que muestra el camino por el que se debe seguir. Son, ese faro luminoso, que brilla en mitad de la noche dejando ver con nitidez todo aquello que nos rodea; son, las que nos ayudan a ser capaces de vencer nuestra oscuridad, para introducirnos en la única Luz verdadera: Cristo.
“Pues la vida era la luz de los hombres y la luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no pudieron vencerla, porque la Palabra, era la luz verdadera que, ilumina a todo ser humano” (Juan 1, 4)

Y es que la Luz, es la que hace posible la vida. ¿Qué pasaría en la tierra si el sol se apagase? Pero el mundo de hoy vive ajeno a todo esto. Haciendo verdaderos esfuerzos por apagar la luz de Dios. Por tapar la Luz del Verdadero Sol: Cristo. Brilla demasiado y eso no nos gusta, deja al descubierto excesivas cosas que queremos ocultar.
No somos capaces de darnos cuenta de que, sin Ella vamos perdiendo el camino, vamos dispersados y desorientados… la oscuridad se va adueñando de nuestra sociedad, de nuestro mundo… aunque la gente no quiera aceptar que está sumergida en la tiniebla.
Por eso necesitamos, que Dios llene de claridad nuestra existencia. Necesitamos ver la belleza de cuanto nos rodea, tomar conciencia de tantas cosas hermosas como Dios nos regala cada día. Necesitamos tomar decisiones correctas, portarnos con dignidad, regalar bondad, llenarnos de Dios, llevar a Él nuestras oscuridades para que las clarifique…

Y aquí estamos. Estrenando un nuevo año que Dios nos regala. No podemos vivir cómo si no hubiera pasado nada en nuestra vida. Dios nos ha visitado de nuevo, ha venido a nacer una vez más en cada uno de nuestros corazones. La Palabra ha aparecido en nuestra vida y -como María y José- a nosotros solamente nos queda callar y escucharla. Pues realmente, como dice Arbeloa:
El silencio es el único rumor que hace Dios
cuando pasa por el mundo.

Hacia dónde nos dirigimos… ¿Vamos a Belén?

Hacia dónde nos dirigimos… ¿Vamos a Belén?

Cuando me disponía a plasmar el artículo de esta semana, me costaba trabajo elegir lo que podría poner en tan poco espacio de todo lo que nos presenta la Navidad. ¡Llevo tantos años escribiendo sobre la Navidad -me decía-!
Pero de pronto mi planteamiento ha dado un giro: ¡hablar de la Navidad! Pero cómo se puede hablar de la Navidad, cuando la Navidad es silencio, acogida, entrega, disponibilidad… Apertura a los planes de Dios, a los silencios de Dios, a la manera de actuar de Dios… A su modo desconcertante de llegar… ¿Cómo poder plasmar lo que se funde en lo profundo?

VAMOS A ADORAR AL MESÍAS
Cerré los ojos y me sitúe en el momento actual. Faltan escasos días para que Jesús nazca y veo que la gente no se dirige a Belén, todos llevan la dirección contraria. Unos van hacia el centro comercial, otros hacia el destino de vacaciones, la mayor parte están ultimando los preparativos para que no falte nada esa noche… Pero eso de dirigirse a la Cueva de Belén parece pasado de moda.
Hay que comprender que las cuevas están es despoblado y nosotros somos gente de ciudad, de pueblos acomodados… ya nadie visita los sitios inhóspitos, es más las cuevas que acogían animales están prácticamente derruidas.
De ahí, que no podamos llegar a la Cueva de Belén hasta que no seamos capaces de dejar el asfalto y caminar por un sendero incómodo, lleno de piedras y maleza. Ni tampoco llegaremos si lo que buscamos es encontrar cosas sorprendentes -como acostumbramos a buscar en cualquier visita turística- Pues ¿quién pretenderá ver en la cueva de Belén algo que le alegre la vista? ¿Qué se puede encontrar en ella, que invite a viajar para observarlo? ¡NADA! Allí todo es pobreza, escasez, penuria, miseria…
Sin embargo, es sorprendente observar, que nadie puede llegar a ella y quedar indiferente. La presencia de los jóvenes allí albergados, de los que la esposa está a punto de dar a luz, parece atraernos a la vez que nos extraña. ¿Cómo habrán elegido ese lugar tan sombrío, para tan feliz acontecimiento? ¿Tan pobres son, que no pueden elegir algo mejor?
¡Qué poco entendemos de entrega! ¡Qué poco entendemos a Dios!
La serenidad de la esposa nos deja asombrados. Allí no hay ginecólogo, ni matrona; allí no hay desinfectantes, ni material quirúrgico; tampoco agua corriente, ni siguiera un calefactor para dar un poquito de calor al Niño que está a punto de llegar.
Mientras el esposo –un poco asustado- va limpiando el lugar para hacer la estancia más confortable, pero al margen de lo que el sitio ofrece, encontramos a los jóvenes llenos de gozo, esperando lo más preciado de su alma, lo más deseado: Su querido Hijo.

MOMENTO DE ADORACIÓN
Sin embargo, hay algo que nos desconcierta. Aunque a simple vista en aquel espacio no haya nada propio de admiración, aquellos jóvenes esposos y su manera de actuar gritan por sí mismos, que ellos no son una pareja convencional, que su interior esta lleno de -ese algo- que supera cualquier acontecimiento; que su interior está lleno de Dios.
Por eso, después de vislumbrar su realidad, nadie puede quedar impasible. Ante cuantos contemplan el misterio aparece -ese momento tan especial- que hace caer de rodillas para que la admiración dé paso a la Adoración. A la Adoración del Misterio de Dios.
Pues, ¿quién puede contemplar el nacimiento de Jesús, sin caer de rodillas y adorarlo?

LA NAVIDAD DE HOY
Sin embargo creo que, antes de llegar a la adoración, deberíamos ponernos ante el Señor y plantearnos desde el silencio lo que es la navidad para el mundo moderno, para el tiempo presente y lo que es para nosotros. Porque necesitaríamos conocer la verdadera realidad, de lo que la Navidad significa para los que vivimos en este momento de la historia.
Para ello podríamos preguntarnos:
• ¿Cómo será, este año, nuestra Navidad?
• ¿Cómo la vivirá cada país?
• ¿Será una Navidad como costumbre?
• ¿Será una Navidad, como fecha para recordar?
• ¿Será, una Navidad organizada por los grandes y pequeños comercios?
• ¿O será una Navidad, en la que dejemos a Dios, nacer en cada ser humano de la tierra?

PERCIBIENDO LA NAVIDAD
Es verdad que, ni siquiera en la primera Navidad los contemporáneos de Jesús, fueron capaces de percatarse de ello. Fueron pocos los que la detectaron y los que lograron encontrarla, tuvieron que ser avisados por unos Ángeles; ¡ni siquiera la auténtica Navidad fue percibida por el ser humano! Sin embargo nada de lo que pasó, pudo impedir que la Navidad tuviera lugar como estaba previsto.
Más, seguimos viendo con tristeza que, las cosas han cambiado poco. Veintiún siglos después, continuamos sin tomar conciencia de que Jesús vuelve a salvar a nuestro mundo y no es porque no hayamos arreglado este año: las calles, los comercios, los colegios, las casas… con adornos, árboles y luces; el motivo, por el que nos damos cuenta de ello es, porque echamos de menos la alegría, el entusiasmo, la sorpresa, la felicidad…
La gente casi no quiere ni oír hablar de Navidad. Tanto es así que, ni siquiera encontrará un sitio en las noticias más importantes del año ni saldrá destacada en los periódicos de mayor tirada, ha habido demasiado paro, demasiados muertos, demasiadas víctimas, demasiados escándalos, demasiado sufrimiento… como para hablar de la auténtica Navidad, por eso una vez más, intentaremos tapar tanto dolor con más derroche de alcohol, comidas y regalos para poder situarnos en las fechas que, a pesar de todo, seguimos añorando.
Por eso creo que, este año, sería importante poner un letrero en un sitio visible de nuestra casa donde se leyese:
“Señor: como esta Navidad estaré muy ocupado
y tal vez, no pueda ir a verte a la Cueva de Belén,
te pido que Tú vengas a mi casa para verme a mí”

NAVIDAD: ENCUENTRO Y CARIÑO
Pero, como aquellos pastores de la primera Navidad, habrá muchas personas dispuestas a encontrarse con Dios, a vivirla con autenticidad, capaces de grabar en su interior: el “Dios-con-nosotros”
Es Mateo el evangelista más reiterativo en pretender cincelar en cada corazón, esa presencia-encuentro, que encierra: el Dios-con-nosotros.
Mateo quiere alertarnos, de la imagen de Dios en nuestra vida, abarcando todos sus momentos:
– Dios en nuestra vocación.
– Dios en nuestra misión.
– Dios en nuestra oración.
– Dios en el hermano que camina a nuestro lado…
Lo que pasa es que, a nosotros, no siempre nos viene bien el llevar a Dios tan pegado. Es verdad que, cuando tantos acontecimientos nos desbordan, nos sorprenden, nos golpean, nos desconciertan… somos los primeros en colocar a Dios junto a nuestras vicisitudes. Pero cuando nos encontramos metidos en esas opciones, que sabemos que a Dios no le gustan demasiado, nos resulta incómoda su presencia y no es, que queremos prescindir de Él, simplemente queremos tenerlo a la distancia justa para que no nos comprometa.
Por eso la Encarnación nos desconcierta. El compromiso de un Dios que se encarna tiene demasiado riesgo, y familiarizarse con ese Dios que no viene a ocupar un lugar privilegiado, sino a vivir nuestra misma realidad, se nos escapa de la mente. Nosotros podemos “reconocer”, con relativa facilidad, a ese Dios que está en el templo; pero “reconocerle” en cada persona es pedir demasiado, aunque ese sea el templo que Él ha elegido para habitar. Por lo que no cabe duda, que debemos plantearnos en serio, que nuestra vida necesita una nueva Navidad.

CONTEMPLANDO LA NAVIDAD
Acabamos de hacer un planteamiento de la Navidad en el que, la contemplación y la adoración forman una unidad. No las abordemos someramente. Dediquémosles tiempo. Dejamos a Dios que nos ayude a contemplar y adorar a su lado.
Dejemos aparte, todo eso que nos gustaría saber de qué y cómo pasó; preocupémonos más bien de sentir lo que estaba pasando. Sabiendo que esa contemplación-adoración quedará incompleta si no llegamos: Al verdadero Encuentro.
Así, cuando el ruido de la calle cese para nosotros; cuando las inquietudes se relativicen; cuando el silencio impere y la boca calle; sin decir nada y diciéndolo todo; sin pretender nada y anhelándolo todo… se producirá el verdadero encuentro, ese encuentro que llena el alma de certeza y seguridad. Ese encuentro del Tú a Tú, de la cercanía de Dios, del trato de corazón a corazón… Es la entrada, a ese mundo de Dios donde no se va a conquistar nada, porque todo es gracia y don.
Es el momento, en que ya no se necesitas conocer a Dios intelectualmente, sino sentirlo y vivirlo. Es entonces… cuando el encuentro se hará experiencia, notando –desde lo más profundo- que ha llegado a nuestra vida, la verdadera: NAVIDAD
Por tanto, no escatimemos esfuerzos para dejar nacer –a Dios-: en nuestro corazón, en nuestra casa, en nuestra familia, en nuestros hijos…
No nos empeñemos en hacer en su honor celebraciones costosas que no tienen nada que ver con la realidad. Él no necesita nada de eso.
– Él se contenta con un rinconcito, del corazón, para sembrar una semilla.
– Él necesita que nos dejemos traspasar por un rayo de su luz.
– Necesita sacarnos de nuestros condicionamientos.
– Necesita que seamos, ahí donde nos ha tocado vivir, constructores de: fe, esperanza, alegría, ilusión.
Y cuando esto haya ocurrido, cuando lo hayamos experimentado… nos daremos cuenta de que, Dios realmente ha nacido en cada uno de nuestros corazones. Llegando a nuestra vida:
La verdadera Navidad.

¡¡¡OS DESEO CON TODO MI CORAZÓN UNA FELIZ NAVIDAD!!!

 

Foto de Ben White en Unsplash.

La alegría está en la esencia de Dios

La alegría está en la esencia de Dios

El ritmo del Adviento ha cambiado. La liturgia que hasta ahora nos había invitado a despertar y convertirnos, hoy da un giro y nos invita a la alegría y ¿por qué? Pues, porque después de descubrir y sanar todos esos lados oscuros que acompañaban nuestra vida no podemos hacer otra cosa que desembocar en la alegría que produce toda sanación.
Pero hay algo que no podemos perder de vista, el gozo auténtico siempre nos llega como Don, porque brota de Dios.
No es algo que podamos comprar a base de diversión, placer, ociosidad… El gozo del que nos habla el evangelio y que nos viene a traer Jesús está: en el dar y darse; en el arrepentimiento, en el perdón, en reconocer que somos débiles, que fallamos demasiadas veces, que no somos perfectos… En la escucha de la Buena Noticia y en la experiencia de Dios.
Porque, cuando Dios llega y se inserta en nuestra vida el gozo y el amor surgen a borbotones; no tenemos nada más que acercarnos a todas esas personas que optaron por el Señor, para ver plasmada esta realidad en su vida. Es el cambio que produce el encuentro con Cristo.

CON UN CORAZÓN ALEGRE
Desde el primer momento, en el que Dios tiene contacto con el ser humano, nos damos cuenta de que, en lo único que piensa es: en crearlo feliz, en hacer que viva con gozo y alegría.
Para ello le hace el más preciado regalo que pudiésemos pensar: le regala, además de la vida, la creación salida de sus manos esa de la que leemos: “Y vio Dios, que todo era bueno…” Ahí puso al ser humano, en medio de todo el universo como dueño de aquella obra maravillosa salida de su poder y de su amor.
Además Dios, lo dota de entendimiento e inteligencia para que sepa apreciarla y le da un corazón para que pueda sentirla y amarla; porque el Señor quería que ese ser que había creado llevase implícita la alegría y el gozo, que le produjesen la felicidad.
Estas cualidades, hacen que la persona humana se sienta dichosa cuando entra en armonía con la naturaleza y en comunión con el hermano, es algo que ha pasado en todos los tiempos; antes de que Jesús viniese a la tierra, allá en el Antiguo Testamento, ya encontramos hombres y mujeres disponibles, llenos de esa luz interior que les hacía caminar hacia el Dios desconocido del Antiguo Testamento, experimentando la alegría que proporciona el encuentro con el Absoluto. Pero la inmensa mayoría vivían la opresión y la desolación; huyendo para encontrar una vida más digna entre las mayores dificultades, por un desierto que los deja desolados; sin recursos, sin comida para saciar el hambre que los asola… Y a punto de abandonar todo, pero sin saber donde ir en lugar de encontrar la liberación, se encuentran en una cautividad que los aplasta.
¿No os suena esto como conocido? ¿No os parece que tiene total actualidad? Después de años y años pasando Dios por nuestra vida, seguimos tan esclavos como aquel pueblo que buscaba la liberación ¡cuánta gente esclava conocemos en el siglo XXI! Esclava del placer, del tener, del sobresalir, de ser los primeros, de buscar darse un gusto a cualquier precio… Han perdido lo más esencial: la armonía con la naturaleza y la comunión con el hermano, han perdido la dicha de sentir a Dios.

Pero Dios en su inmensa misericordia quiere liberarnos a nosotros también de tanta opresión y nos manda personas que como Juan Bautista, para que nos ayuden a salir de tanta esclavitud.
Personas que vienen a anunciarnos la Buena Noticia, esa noticia que llenará de alegría al mundo, pero que muchos rechazan ávidos de informes sensacionalistas.
La gente de hoy ha confundido lo que es la verdadera alegría, con el placer de satisfacer su necesidad del momento. La gente de hoy cree que los cristianos somos gente triste y amargada que hemos optado por el Señor porque no podíamos hacer otra cosa, pero se equivocan.
Claro que la alegría que podemos tener es frágil y quebradiza y que muchas veces hemos oído decir que: “no hay alegría completa” pero a nadie se nos pide imposibles. Es verdad que nuestra finitud siempre nos separará de ese deseo completo que tenemos de felicidad y alegría, pero el encuentro con el Señor –en esa humilde Cueva- nos proporcionará el gozo de sentirnos salvados por el mismo Dios.
Me encantaría que todos pudiesen oír que nadie queda excluido de esa dicha, de esa alegría, de ese gran gozo que anunciará el Ángel la noche de Navidad y que lo será para todo el pueblo: tanto para ese pueblo de Israel, que tanto ansiaba la llegada del Salvador, como para todo el pueblo, ese pueblo innumerable de todos los que al trascurrir de los tiempos –donde estamos incluidos nosotros- acojamos el mensaje y nos esforcemos por vivirlo.

LA SOCIEDAD TECNOLÓGICA
Creíamos que después de tantos años, esa situación que nos parece espantosa estaría superada, pero se da la paradoja de que, en el momento actual la gente está más apesadumbrada que en otras ocasiones.
La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer pero le resulta difícil hacer llegar a las personas la alegría. Posiblemente ha olvidado donde tiene el origen y buscándola donde no está: en el confort, en el dinero, en la seguridad… solamente, encuentra tedio, aflicción y tristeza, para desgracia de tantos como solamente confían en sí mismos.
¿Será que la gente, en especial los que tienen la responsabilidad, se sienten impotentes de dominar el progreso industrial y la planificación de una sociedad más humana? ¿Será que ante ese porvenir incierto que nos espera nos echamos para atrás? ¿Será que vemos a la sociedad demasiado amenazada? ¿O se tratará más bien de sed de amor y vacío difícil de llenar?
No tenemos nada más que abrir los ojos, para contemplar sufrimientos físicos y morales: opresión de la gente, parados en la fila de Cáritas, víctimas de atracos y violaciones, personas desplazadas, hundidas despechadas… Pero quizá no sea lo peor, lo nuclear está en que los problemas se abordan con un espíritu alejado de Dios, salido de su cauce; un espíritu endurecido e indiferente que no conoce la alegría y pretende que los demás también la ignoren.
Oímos decir a los entendidos, que las cosas no mejorarán y los hechos lo demuestran; pero nosotros sabemos que el último fundamento de la alegría es el amor es Dios y que, como Dios ama, es capaz de reír. Quizá sea esta la clave de que nosotros no riamos; no reímos porque fallamos en el amor.
El amor, es la lleve que, puede abrir lo recóndito del corazón humano. Si la sociedad fuese capaz de respira amor, aparecería dentro de ella un clima de tranquilidad, de seguridad, de serenidad, que inundaría a todos sus miembros; y no es que los problemas se eludiesen, ni que los conflictos desaparecieran, simplemente es, que esas lóbregas complicaciones, se verían con realismo y esperanza y se trabajaría para que mejorasen, porque el rayo de luz siempre está allí -en el horizonte- y al respirar amor, las personas, no podríamos hacer otra cosa que sonreír y alegrarnos.
Por eso esta semana sería un buen momento, para revisar como vamos de alegría, ya que ella es el termómetro que mide nuestro amor. Os invito por tanto, a guardar un rato de silencio junto al Señor para preguntarnos:
• Cuando miro mi realidad ¿afloran en mí sentimientos de alegría?
• ¿En qué aspectos de mi vida, surge el regocijo del deber bien hecho?
• ¿Cómo acepto el que, a veces, no logre encontrar sentimientos de satisfacción, cuando hago las cosas con empeño?
Pues, sea cual sea nuestra realidad, recordemos siempre que:
Nuestra vida está llena de pequeñas alegrías,
y que en nosotros está el saber reconocerlas

Un SI a la conversión

Un SI a la conversión

Si la semana pasada se nos presentaba la actitud de despertar a lo nuevo, a lo que perdura, a lo auténtico… donde veíamos la gratuidad de la salvación plasmada en el encuentro de las dos madres, en este momento la llamada es personal. Es -para cada uno en particular- y se nos llama a colaborar en ese Plan de Salvación que Dios tiene para toda la humanidad. Porque la experiencia de salvación no se da solamente cuando Dios nos ofrece su gracia, su ternura, su fidelidad… sino cuando esta gracia se ve realizada en la vida del ser humano, lo mismo que se vio cumplida en la vida de María.
Por tanto, Jesús no es solamente aquél a quien esperamos, sino aquel que espera algo de nosotros. Aquel que a través de su precursor nos pide un cambio en profundidad; un cambio hondo de mentalidad y de corazón… nos pide: la conversión. Y la conversión implica:
• Un cambio de actitud.
• Un esfuerzo para hacer fecundas nuestras funciones: de donación y entrega.
• Y una renovación interior, que nos lleve a optar por Cristo para esperar su venida.

ESPERANDO LA SALVACIÓN
Cuando esperamos a alguien de importancia o queremos quedar bien con un invitado nos esmeramos en que todo esté en orden cuando él llegue. Si la persona que esperamos es alguien muy querido y muy íntimo, al que hace tiempo que no vemos, lo que más nos importa es tener todo hecho para que cuando llegue nos quede tiempo de estar junto a él, de escucharle, de conversar, de sentirle… En el primer caso tratamos de ofrecerle lo mejor que tenemos, en el segundo le ofrecemos lo que somos.
También existe la posibilidad que la persona a la que hemos invitado sea alguien que nos ha sacado de algún apuro o nos haya hecho un gran favor… ¡Qué prolíferos seríamos entonces con él! ¡Seguro que no escatimaríamos esfuerzos para agradecer, considerablemente, el favor prestado!
De nuevo, este año, llega a nuestra casa y a nuestra vida un invitado de excepción. Un invitado que cumple todos los requisitos:
• ¿Cómo lo recibiremos?
• ¿Acaso no es alguien importante para nosotros?
• ¿Acaso no es alguien muy querido?
• ¿Acaso no hemos recibido favores de Él?
• ¿Acaso no nos ha sacado de ningún apuro?

Sin embargo posiblemente ni siquiera nos hemos parado a pensarlo ¡hay tanto que hacer en vísperas de navidad! Es más, quizá ya tengamos pensado como vamos a celebrar la Nochebuena, lo que vamos a cenar, qué regalos vamos a ofrecer… Pero no se nos ha ocurrido mirar nuestro interior; ni siquiera hemos pensado si tenemos alguna actitud que cambiar, para que Jesús se sienta cómodo al llegar. Porque, me imagino que ¡aunque sea de pasada, habremos pensado que llegará!
Qué importante darse cuenta de que, esto no significa que haya que hacer actos aislados más o menos costosos, sino dar paso a la mentalidad de Jesús, que anuncia y vive lo que ha anunciado. Porque convertirse es ver la vida con los ojos de Cristo y eso nos exige un esfuerzo para abrir la mente, abandonar los conceptos prefabricados que tenemos y permanecer despiertos.
• Pero ¿es esta mi realidad?
• ¿De verdad vivo, lo que anuncio?

PRECURSORES DEL ADVIENTO
La segunda semana de Adviento nos presenta un personaje muy especial. Nos lo brinda la liturgia y vuelve a aparecer un año detrás de otro, es como el signo fundamental de conversión.
A su luz, nuestro camino torcido busca otra dirección; las montañas de egoísmo, individualismo, materialismo… se abajan y los valles de aislamiento, ingratitud, olvido e indiferencia van descendiendo.
Pero ha llegado un tiempo en que, este mensajero empieza a ser desconocido para la mayoría y su mensaje no llegará a demasiada gente. Hoy lo normal no es hablar de estas cosas. Y el precursor es alguien ignorado para muchos. Por lo que no os extrañará si os digo, que Jesús hoy necesita nuevos precursores para anunciar su venida y precisamente en ese grupo nos encontramos nosotros.
Sin embargo no podemos engañarnos, el grupo de “proclamadores” tienen que cumplir unos requisitos:
• Gritar lo escuchado.
• Predicar lo vivido.
Los precursores han de ser fieles a lo que proclaman, por tanto tendrán que gritar a todos, lo mismo que gritaba Juan, verdadero precursor:
– Preparad el camino al Señor.
– Enderezad las sendas por donde camináis, pues habéis cogido el camino equivocado.
– No sigáis elevando esos valles de poder que, lejos de aliviaros os aplastan.
– Descended del pódium de la fama, ese que creéis que os engrandece, pues solamente lo sencillo y austero da la felicidad.
– Haced que lo escabroso se iguale. Hay demasiada desigualdad en nuestro mundo y eso es abrumador para el ser humano.
Pero, como hacía Juan, hay que predicar con el ejemplo y tantas veces decimos lo que no hacemos, que nuestra predicación no llega a la gente.

Por eso hoy más que nunca, debamos seguir las indicaciones del Bautista. ¿Acaso os parece que no está vigente lo que Juan predicaba? Observad a ver si os suena a actualidad:
– El que tenga dos túnicas que dé una.
– El que tenga comida que haga lo mismo.
– No exijáis nada fuera de lo establecido.
– No uséis la violencia, ni hagáis extorsión a nadie.
– Y conformaos con vuestra paga.
Cómo cambiaría nuestro mundo si, durante este adviento, mucha gente tomase en cuenta este mensaje y lo pusiese en práctica:
Con la cantidad de personas que, se cruzan en nuestro camino, y ya no tiene: ni para comer, ni para vestirse, ni casi para sobrevivir…
Con los ancianos, que se encuentran solos, porque no tienen recursos para pagar a alguien que los atienda.
Con las personas maltratadas, víctimas de la violencia de los resentidos, que buscan descargar su furia en los que se hallan en inferioridad.
Con las jóvenes madres, obligadas a abortar, que se encuentran solas en esa sala donde se halla el instrumental perfecto para matar al hijo de sus entrañas.
Así podríamos seguir aumentando situaciones que nos desbordarían, pero no podemos pasar por alto la que se apunta al final: “y conformaos con vuestra paga” ¡Ay si todos nos conformásemos con nuestra paga! Posiblemente la primera consecuencia que encontraríamos sería la disminución del paro y que los bienes llegasen a todos.

Por eso, no nos cansemos se orar al Señor para que nos dé la gracia de la conversión, pues como decía S. Agustín:
Si la misericordia de Dios es infinita,
no podemos cansarnos nunca de pedir perdón.

 

Foto de DAVIDSONLUNA en Unsplash.