Dios se ha instalado entre los hombres. “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado… Es: el consejero admirable, el Dios poderoso, el Padre Eterno, el príncipe de la Paz” Pero el pesebre era un sitio provisional, solamente unos pastores y algunas gentes de los alrededores conocieron la noticia y Él, no ha venido para unos pocos, ha venido para todas las personas, de todos los continentes, de todos los tiempos… y a todas ellas es a las que quiere dirigir lo mejor de su ser.
Estas concisas palabras de Juan, avalan la realidad:
“En el principio existía la Palabra
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios” (Juan 1,1-5)

José y María, han callado porque ha aparecido La Palabra. Ha llegado el tiempo de la escucha, el tiempo de Dios. Más, no sólo contemplan en silencio al recién nacido, su silencio será la manera de contemplarlo durante toda su vida. Y lo hacen así, porque ellos –mejor que nadie- saben, que como nos apunta S. Juan: “en la Palabra estaba Dios, porque la Palabra era Dios” Pero:
• En nuestra vida ¿Qué lugar ocupa la Palabra?

EN LA PALABRA ESTABA LA VIDA
Si en la Palabra estaba Dios, en la Palabra ha de estar la vida, pues la Vida es Dios.
¡Con la cantidad de veces que hemos escuchado este prólogo del evangelio de Juan y las pocas que nos hemos parado a observar que en esa Palabra estaba la vida!
Al escribir esto me daba cuenta de la coherencia que Dios nos enseña en su manera de actuar. Él siempre cumple su Palabra y, no sólo eso, sino que “la Palabra de Dios nunca pasará” (Mateo 24, 35)
Dios creó al ser humano con unas palabras: “Hagamos al hombre” Dios toma la condición humana con unas palabras: “Concebirás y darás a luz un hijo” Jesús nos salva con unas palabras: “Nadie me quita la vida. Yo la doy”. La persona humana da la vida con un Sí quiero; manera de sellar un compromiso. Todos tenemos un nombre: y esa palabra, con la que todos te identifican contiene tu vida…
Pero la vida hay que vivirla. La vida hay que experimentarla. La vida hay que transmitirla… Dios nos creo con una palabra, pero necesitó derramar su sangre para redimirnos.
• ¿Qué encierran mis palabras?
• ¿Qué trasmiten?

María fue portadora de salvación al pronunciar una palabra ¡Hágase! pero necesitó pasar por cada acontecimiento que le deparó la vida hasta llegar al Calvario con su hijo. Nosotros con comprometimos con unas palabras ¡Sí quiero! Pero tenemos que vivir nuestra realidad pasando por todos los hechos desconocidos que se nos van presentando.
Con un “Sí quiero” nos casamos; pero, hacer una familia cuesta mucho esfuerzo y el sacramento dura toda la vida. Con un “Sí a Dios” es sellado un sacerdote, un consagrado, una consagrada…; pero tendrá que seguir repitiendo ese sí, día a día, pues será sacerdote y consagrado-a hasta la eternidad.
Sin embargo, no todos nos situamos ante la vida de la misma manera. Hay quien ama la vida y, las palabras que salen de su boca ayudan a vivir. Otros sin embargo, viven llenos de angustia y lo que sale de su boca produce derrota y abatimiento, siendo capaces de dejar a la persona hundida en su desolación. No son capaces de comprender el dolor de los demás, ni de ayudarles a salir del hoyo en que se encuentran.
Hay jóvenes que dicen “querer vivir la vida a tope”; pero cuando se encuentran frente a ella no les gusta demasiado, por lo que no les importa destrozarla a base de cosas llamativas: alcohol, droga, diversión incontrolada… Tampoco les importa segar la primera vida que se les pone delante con una palabra hiriente, para sentirse más fuertes. Ellos no miden lo que dicen y sus mensajes reflejan el resentimiento que hay en su corazón. Quizá no han encontrado a nadie que les enseñase a amar, regalándoles amor desde la gratuidad.
Sin embargo, encontramos otras personas que entregan la vida por los demás. Sus palabras son gratuidad. Son “dulces como la miel”; son, como nos lo dice la palabra de Dios: fecundas… y hacen que muchos despechados empiecen a saborear y a amar su existencia.
Son palabras que iluminan. Que son capaces –de poner en pie- son capaces de mandar ese destello de luz, que muestra el camino por el que se debe seguir. Son, ese faro luminoso, que brilla en mitad de la noche dejando ver con nitidez todo aquello que nos rodea; son, las que nos ayudan a ser capaces de vencer nuestra oscuridad, para introducirnos en la única Luz verdadera: Cristo.
“Pues la vida era la luz de los hombres y la luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no pudieron vencerla, porque la Palabra, era la luz verdadera que, ilumina a todo ser humano” (Juan 1, 4)

Y es que la Luz, es la que hace posible la vida. ¿Qué pasaría en la tierra si el sol se apagase? Pero el mundo de hoy vive ajeno a todo esto. Haciendo verdaderos esfuerzos por apagar la luz de Dios. Por tapar la Luz del Verdadero Sol: Cristo. Brilla demasiado y eso no nos gusta, deja al descubierto excesivas cosas que queremos ocultar.
No somos capaces de darnos cuenta de que, sin Ella vamos perdiendo el camino, vamos dispersados y desorientados… la oscuridad se va adueñando de nuestra sociedad, de nuestro mundo… aunque la gente no quiera aceptar que está sumergida en la tiniebla.
Por eso necesitamos, que Dios llene de claridad nuestra existencia. Necesitamos ver la belleza de cuanto nos rodea, tomar conciencia de tantas cosas hermosas como Dios nos regala cada día. Necesitamos tomar decisiones correctas, portarnos con dignidad, regalar bondad, llenarnos de Dios, llevar a Él nuestras oscuridades para que las clarifique…

Y aquí estamos. Estrenando un nuevo año que Dios nos regala. No podemos vivir cómo si no hubiera pasado nada en nuestra vida. Dios nos ha visitado de nuevo, ha venido a nacer una vez más en cada uno de nuestros corazones. La Palabra ha aparecido en nuestra vida y -como María y José- a nosotros solamente nos queda callar y escucharla. Pues realmente, como dice Arbeloa:
El silencio es el único rumor que hace Dios
cuando pasa por el mundo.