Estamos finalizando la semana de Oración por la Unidad de los Cristianos y estoy segura que todos nos hemos sensibilizado con esta situación. Hemos asistido a la liturgia, a alguno de los momentos de oración que nos han ido ofreciendo distintas confesiones, a conferencias, a charlas… Pero ¿ahora qué? ¿Aparcamos esta realidad hasta el año que viene o seguimos trabajando y orando por ella?

De ahí que os invite a no olvidarlo y a seguir elaborando nuestra unidad.

Cuando Jesús pronuncia el Sermón de la Cena sabe bien que, una de las cosas en la que más debe de insistir es en la de La Permanencia. Permanecer, perseverar no es fácil y por mucho entusiasmo que se tenga en el comienzo, con el paso del tiempo las cosas se van enfriando. Por eso, Jesús no duda en pronunciar estas admirables palabras recogidas en el evangelio de Juan.
“Como el Padre me ama a Mí, así os amo Yo a vosotros. Permaneced en mi amor.
Pero sólo permaneceréis en mi amor, si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que Yo he obedecido los mandatos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os digo todo esto para que participéis de mi gozo y vuestro gozo sea completo” (Juan 15, 9 – 12)

El nuevo desafío de Jesús no tarda en aparecer. Después de que todos seamos uno, nos reta a permanecer juntos en el amor.
Yo creo que Jesús no se ha dado cuenta de que, si ponernos de acuerdo ya es bastante dificultoso, continuar de acuerdo, es casi imposible.
Sin embargo Él no desiste. No solamente se ha dedicado a declararnos su amor, sino que nos pide que permanezcamos -trabajando juntos- hasta que eso de “Permaneced en su amor” sea una realidad. Y yo creo que una declaración de amor como esta, espera siempre una respuesta generosa.
Es cierto, que el planteamiento suena raro en un mundo que huye del compromiso, que no acepta que le hablen de permanencia, de perseverancia… donde el evangelio está aparcado para unos y modificado para otros… Pero, es precisamente en este mundo donde Jesús ha querido dejar esta opción aunque seamos pocos los que optemos por permanecer en el amor de Cristo en plenitud.
No obstante los planes de Dios no son como los nuestros. De ahí que Jesús no dude en acogernos a todos como acogió a los doce el día de la Cena, sin importarle lo más mínimo cuál sea nuestra situación, ni nuestra realidad; Él nos sigue repitiendo que la unión con Él sostiene nuestra identidad de cristianos y que solamente -la vida vivida en Él- puede transformar el cosmos y la historia.

Y aquí estamos nosotros, unidos al Señor, injertados en su cuerpo y formando todos una fraternidad.

¡Qué bien sabía Jesús lo que decía! Él, injertado en el Padre por el Espíritu era capaz de amar y dar vida sin ninguna limitación.
Y es, ese mismo Jesús el que hoy nos vuelve a hacer esa oferta. Injertémonos en Él -verdadera vid- con un corazón auténtico, sincero, abierto y generoso.

Para que, cuando nuestra oración se centre en la Unidad de los cristianos, seamos capaces de preguntarnos antes:
¿A qué vid estoy injertado?
¿Dónde y de qué alimento mi vida?
¿Me sacia la savia que recibo?
¿Reconozco a Cristo como la verdadera Vid?
¿Qué clase de sarmiento soy?
¿Doy frutos dignos?
¿Soy consciente de que sin Dios no puedo hacer nada?
¿Estoy convencido que esto nos ayudará a vivir la unidad?

Más, las palabras de Jesús continúan.
“Os digo todo esto para que participéis de mi gozo y vuestro gozo sea completo”
Pero ¿qué significa participar del gozo de Jesús en el contexto ecuménico? Es el Papa Francisco el que nos lo dice así: “La gratitud, en el contexto ecuménico, significa ser capaz de alegrarse de los dones de la gracia de Dios presentes en otras comunidades cristianas; una actitud que abre la puerta a un compartir ecuménico de los dones y a aprender unos de otros” No puede estar más claro. Si toda vida es un don de Dios, tenemos que acogerla y aceptarla como salida de sus manos, dándole gracias por ello; pero tendremos que ponerla al servicio de los demás, si realmente queremos que se manifieste que todos estamos injertados al mismo y auténtico Señor.
Y para que esta realidad llegue a los demás:
• ¿De qué manera podríamos los cristianos, de diferentes religiones, recibir y compartir los dones que Dios nos ha dado a cada una personalmente?

Ahora ya, solamente nos queda decirle al Señor:

Señor:
Tú has querido quedarte con nosotros
para saciar nuestra hambre de fraternidad, de justicia, de paz…
Pues, bien sabes que tenemos sed de unidad.
Sed, de amor, de ternura, de bondad, de misericordia.
Sed de tu Palabra de vida, de la verdad de tu evangelio.
De la comunión con tu Iglesia y de la fuerza de tu Espíritu.
Por eso te pedimos Señor: que ablandes nuestro corazón.
Haznos abiertos a los demás.
Abre nuestros ojos a lo nuevo y auténtico.
Nuestras manos a la acogida y el perdón.
Y graba en nuestro fondo, la súplica que nos hiciste,
en aquella noche santa:
Os pido qué permanezcáis en mi amor.