El espíritu es quien da la vida

El espíritu es quien da la vida

 

Hay algo en la liturgia de Pentecostés que siempre me ha sobrecogido realmente, y es, esa bellísima Secuencia, salida de lo profundo de un corazón habitado por el Señor.

Por eso, pensando en tantas cosas tan bellas como se han dicho de esta festividad, he decidido tomarla como referencia para ofreceros el artículo de esta semana.

Entro en ella, con todo el respeto que merecen las cosas sublimes de la vida y dada su extensión dedicaré también a ella las dos semanas siguientes, con el fin de hacer una trilogía que abarque: Pentecostés, Santísima Trinidad y Corpus.

Ven, Espíritu Divino,

manda tu Luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre,

don en tus dones espléndido;

Luz que penetras las almas;

fuente del mayor consuelo.

Estamos en la era de la luz. Precisamente, la luz, mueve nuestra historia. ¿Qué sería una ciudad sin luz? Parecería que la vida entera se había apagado.

Dejarían de funcionar los electrodomésticos, los ascensores, los semáforos, los quirófanos… el caos parecería haberse apoderado de la tierra; y, claro, como tenemos demasiada luz, vivimos con tranquilidad y a penas damos importancia a unas palabras, pidiendo luz, reflejadas en “la Secuencia de Pentecostés” que, por otra parte, recitamos una vez al año y quizá deprisa para que no se alargue demasiado la Eucaristía.

Sin embargo ¡Cuántas cosas, especiales, nos estamos perdiendo con esta actitud!

Todos sabemos como se reparten la electricidad, las grandes potencias de la tierra. Todas quieren los suculentos dividendos que les proporcionan. Y ahí están, los grandes carteles que exhiben sus marcas y un montón de empleados ofreciendo baratijas para atraer al usuario. Pero es asombroso observar que, frente a los empresarios de la electricidad, existe Alguien que es el dueño de la Luz: Cristo. Así nos lo dirá con estas, abrumadores palabras: “Yo soy la Luz del mundo, el que me sigue no caminará en tinieblas” Este es el secreto: Dios es dueño de la luz que no cuesta dinero, no dueño de la electricidad que aliena al ser humano.

Dios es dueño de la luz porque Él la creo, pero la creo para regalarla, para ofrecerla a cada persona y a cada ser; la ofreció para que todos pudiésemos disfrutarla de la misma manera y en la misma cuantía. Porque, sabemos bien que, Dios, no hace diferencias. Por eso, aquel día en una explosión de amor, dijo: “hágase la luz, y la luz fue hecha”

Pero Juan, en el prólogo de su evangelio nos dice –con estas bellas palabras- que el mundo la rechazó.

“La Palabra era la luz verdadera,

que alumbra a todo hombre.

Al mundo vino, y en el mundo estaba;

el mundo se hizo por medio de ella,

pero el mundo no la recibió” (Juan 1, 9-11)

LA IMPORTANCIA DE PEDIR LA LUZ

Lo que más tristeza produce es que, después de tantos años de historia, sigamos sin querer recibir la verdadera Luz. Por eso es necesario tener, un corazón desprendido, a fin de acercarse a la Secuencia y caer de rodillas ante el Señor para suplicarle, con fuerza:

  • ¡Mándanos tu Luz, Señor! Las luces que nos rodean no sirven nada más que para deslumbrarnos.
  • ¡Necesitamos tu Luz Señor! Esa Luz que penetra hasta el fondo del alma.
  • Esa Luz que: esclarece, explica, descifra, interpela, comprende, entiende…
  • Esa Luz que precisamos, los que nos sentimos pobres y ávidos de Ti, que eres nuestro Padre amoroso.
  • Esa Luz que nos hará ver con nitidez la realidad de nuestra vida.

Todos necesitamos esta Luz. Por eso vamos a pedirla, hoy, con fuerza. Vamos a suplicar para que, El Espíritu, nos habite hasta el fondo del alma; para que nos haga ver cuan prolíferos somos, para observar las faltas de los demás, mientras nosotros nos creemos los buenos de la tierra.

Y cuando ya la hayamos hecho llegar a nuestro fondo y hayamos observado con tristeza, lo que allí habitaba escondido; dejémonos consolar por el Señor.  Fuente del mayor Consuelo.

¡Cómo necesita el mundo ser consolado! No ha sido capaz de encontrarse con la persona que llevó la compasión hasta las últimas consecuencias: Jesús.

Jesús era: enormemente compasivo. ¡Y, un corazón compasivo, es admirable! Pero la mayor dignidad de Jesús consistió en que, no se guardó la compasión para Él, si no que la derramó, a manos llenas, a cuantos se le acercaban. Ciertamente es una actitud que dista bastante de la nuestra.

Jesús sentía compasión al ver a tanta gente, como lo rodeaba, sin rumbo; sin criterio, sin valores… pero, lejos de compadecerse y dejarlos con su situación, Jesús decide padecer con ellos, estar a su lado. Así, en un acto de sublime valentía, sale de su cómodo refugio para llevar el mensaje de salvación a cuantos quisieran escucharlo.

Quizá sea, este Pentecostés, el momento en que también nosotros, debamos dar el salto y salir fuera, a consolar tanta soledad camuflada, como existe el mundo que los rodea.

No tengamos miedo. Regalemos tantos dones como el Señor ha depositado en cada uno de nosotros.  Pero, sobre todo, demos gracias sin cansarnos al observar:

Que Dios es esplendido,

a la hora de repartir sus dones.

 

Seréis mis testigos

Seréis mis testigos

“Seréis mis testigos, testigos de mi amor.

Seréis los testigos de mi Resurrección”

Como cada año, la Iglesia celebra la Ascensión del Señor, pero yo no sé si este hecho tiene la resonancia que debiera en los que vivimos en este momento de la historia.

Sin embargo, el calado de esta fiesta es primordial. Ella quiere que volvamos a plantearnos la grandeza de trabajar –unidos- sacerdotes y seglares, como testigos de la Iglesia de Jesucristo. Una unión, que no es una amalgama heterogénea, como muchos puedan pensar, es algo que nos alerta, de que ciertamente nadie puede quedar excluido de la llamada a ser Testigos del amor de Dios, viviendo como personas resucitadas.

ANTE LAS DIRECTRICES DEL TESTIGO

“Esto es lo que tenéis que hacer: Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, predicadlo sobre los terrados. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede destruir el alma”     (Mateo 10, 27 – 29)

Realmente la actitud de los verdaderos testigos no es fácil de llevar a cabo; lo queramos o no, siempre sorprende. Su fuerza, su aplomo, su madurez… chocan con la vida trivial y superficial a la que quieren dirigirnos.

Es asombroso ver, con qué fuerza lo presenta Mateo en su evangelio: “Esto es lo que tenéis que hacer nos dice…” sin ambages, sin sutilezas, sin ambigüedades… sólo la firmeza, de alguien que cree de verdad en ello, puede hacer tan magna afirmación. Y aquí estamos nosotros para escucharla una y otra vez con la pasividad que nos caracteriza, estamos tan acostumbrados a oírlo, que nos parece que será para los demás porque nosotros ya nos lo sabemos, y eso hace que no seamos capaces de practicarlo.

Sin embargo, el evangelista que sabe bien lo que dice y lo que hace es capaz de presentarnos claramente las características que definen al testigo:

  • La valentía.
  • El testimonio.
  • Y el crecimiento.

Aquí están. Pero aunque la teoría creemos conocerla demasiado bien, con frecuencia nos instalamos en lo fácil, en lo que no nos crea problemas, en lo que nos deja tranquilos, pues responder a la tarea encomendada requiere esfuerzo, diálogo, coherencia, confianza, paciencia… y eso es demasiado exigente.

Así vemos en nuestro entorno, a gentes que no quieren complicarse y prefieren seguir mirando al cielo, que poner los pies en la tierra. Esperan a que los demás opinen por ellos, trabajen por ellos, sufran por ellos y casi, vivan por ellos. Pero eso no gusta demasiado, complican mucho las cosas, exigen sin dar nada; y ahí estamos, sin terminar de decidirnos, viviendo con “medias tintas”, dando un “sí pero no”; procurando que no se note demasiado nuestra cobardía.

Sin embargo, sabemos bien que, si no vamos a por todas, si seguimos midiendo el riesgo, nuestro testimonio no tendrá mucho que decir. La gente de hoy no quiere teorías; le sobran palabras; quiere vida, gestos, hechos, demostraciones.

De ahí la necesidad, de volver a escuchar lo que Jesús nos sigue diciendo desde el monte de la Ascensión: Bajad a la vida a los caminos y enseñad a todos cuanto os he dicho. Decidles con vuestra manera de vivir y de actuar, que nuestra conducta implica a todos; que el que nuestra vida esté inundada de amor implica a todos; que necesitamos mirar al mundo con ojos nuevos, que no podemos pasar inadvertidos de que mucha gente se siente sola, sin ser valorada ni estimada por nadie. Gritemos el mensaje más fuerte que nunca.

Digamos a todos que Jesús nos ha amado y nos sigue amando; y que el Padre nos sigue amando con un corazón lleno de ternura. Que esta es nuestra fe, una fe sellada por medio del amor-fiel entregado y resucitado. Pongámonos en pie, sigamos el camino, pidamos con fuerza al Señor, que nos dé coraje para decir a todos, como Él lo hizo: “que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde, Jesús nos ha dejado su paz”

UNA COMUNIDAD DE TESTIGOS

Por tanto se trata de mantener vivo el sueño que nos llevó a decir SÍ a Cristo para ser sus testigos. Y en esa opción no hay distinciones, es una realidad que ha de hacerse viva día a día, renovando el interior y saliendo al mundo para ofrecer lo vivido a los demás.
Pero es bueno, que nuestro testimonio parta de una comunidad donde haya sacerdotes, consagrados, padres y madres de familia, solteros,  viudos, jóvenes, mayores… porque eso dinamizará la vida y el servicio,  a la vez que ayuda a que la Comunidad se dinamice y fluya.

Y será preciso vivir en disponibilidad para que los servicios no los hagan siempre los mismos y se vayan turnando para que llegue a ella la frescura y la novedad. Correspondiendo a cada uno fijar nuestro objetivo dentro de ella, dependiendo de la misión que tengamos. Pero todas ellas han de tener en común:

  • ·        El buscar una buena relación entre los que la forman. (No mirando sólo a los que la frecuentan sino, también, a los que van llegando sea cual sea su bagaje y su realidad).
  • ·        El fomentar el compromiso sacramental.
  • ·        El hacer que cada miembro sienta la alegría de ser acogido.
  • ·        El ofrecer una experiencia de conversión.

Siendo conscientes de que, vivir desde la Iglesia, es acoger nuestro proyecto de vida para ofrecerlo a los demás, siendo verdaderos Testigos. Y siempre sin olvidar:

Que el verdadero Testigo,

es capaz de hacer presente en la sociedad y en la historia

a Cristo Resucitado.

El Papa y María

El Papa y María

“Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra” (Hechos 13, 47)

Nadie ignora que estamos en el centenario de las Apariciones de La Virgen de Fátima y seguro que todos nosotros hemos seguido por televisión al Papa Francisco en su viaje a dicho lugar.
Me admira y, creo que a vosotros también os admirará, el tacto que tiene el Papa para estar siempre cerca de los que más lo necesitan, de los que celebran cosas importantes, de los que tienen un mensaje que dar al mundo… por eso en esta ocasión ha querido llegar a Fátima para ensalzar a esos humildes niños, ignorados por todos, pero que la Virgen eligió para dejarnos su mensaje.
Y, allí estaba el Papa, con ellos y con la Virgen. Porque en la vida del Papa no puede faltar la Madre. Pues, ciertamente, el Papa tiene a María en un sitio muy privilegiado de su corazón.
El Papa, sabe mejor que nadie, que María ayudó a la Iglesia naciente a crecer en su comienzo -como ayudó a Jesús a crecer cuando era niño-, sabe que María ha estado siempre cerca de sus hijos para protegerles, para ayudarles, para librarles de grandes males… y sabe que ella le ayudará a él, le protegerá y le fortificará… porque en él está configurado su Hijo: Cristo.
Por eso ahora, después de ver el lugar tan predilecto que ocupa María en la vida del Papa, podemos preguntarnos:
• Y en mi vida ¿Qué lugar ocupa María?

María ve en el Santo Padre ese hijo predilecto y siente por él una ternura especial y un amor profundo. Por eso lo mira con esa mirada, con la que sólo es capaz de mirar una Madre como ella. Lo mira: Con sus ojos misericordiosos. Y le da:
• Valentía para responder a ese enorme compromiso que ha aceptado.
• Y le ayuda a ser otro Cristo en la tierra.

Por eso el Papa, que lo ha entendido perfectamente, pone a Cristo como centro de su vida, para desde Él: ayudar a los demás, perdonarlos, sanarlos, liberarlos, pacificarlos…
Pero María no solamente mira al Papa con ojos misericordiosos, también a nosotros nos mira de la misma manera, más:
• ¿Somos conscientes de ello, para –como el Papa- poner a Cristo en el centro de nuestra vida?

— El Papa sabe perfectamente que María puede cambiar al mundo y ahí está él amándolo hasta las últimas consecuencias.
“He venido como peregrino de esperanza y de paz” dijo a cuantos estábamos oyéndole. Simplicidad y claridad, características del Santo Padre.
— El Papa sorprende por su capacidad para vivir en relación, para tener la esperanza de que es posible seguir avanzando un poco cada día; para enseñar con su vida y con sus palabras a vivir desde el evangelio de Jesús.
— El Papa es la persona que sabe mirar a todos, con ojos nuevos, con los ojos de Cristo, para que todos se sientan tenidos en cuenta, queridos, valorados.
— El Papa siempre ha estado atento a los síntomas de desilusión que pudieran llegar a algún rincón de su Iglesia y allí ha estado él sin rendirse, buscando la manera de ayudarle, ofreciéndole su mano de forma sincera y su colaboración desinteresada.
— Pidiendo por cualquier necesidad en público y sin miramientos, demostrándonos con ello que, todos estamos implicados en la misma tarea y que todo lo que hacemos es obra de Dios.
• ¿Qué retos presentan a mi vida estas actitudes del Papa Francisco?

EL PAPA ES UN HOMBRE DE ORACIÓN
¡Qué importante es la oración para el Papa!
De él sí que podemos decir con certeza que: “Persevera en oración con María”
A mí me parece que si hay un ejemplo, en la Iglesia de hoy, de oración y perseverancia ese es el Papa.
Siempre me ha impacta cuando ponen imágenes de él en oración. Pero el viernes me impactaba -de manera especial- al verlo, en la explanada de Fátima, mirando a la Virgen en silencio, en profundo recogimiento, en oración profunda. La Virgen y el Papa formando una unidad.
¡Qué grande tiene que ser alabar al Señor junto a María! Pensé. Yo me imaginaba que a la Virgen tendría que gustarle mucho aquello que estaba pasando en ese momento.
• Y yo ¿persevero –como el Papa- en oración con María?

La explanada de Fátima llena a rebosar, uniendo todas las voces para rezar el Santo Rosario. Las mejillas empapadas en lágrimas
Y al fondo, en dos grandes carteles, dos bellas imágenes de aquellos niños -a los que eligió la Madre- para hacer llegar al mundo su mensaje ¡Orad! ¡Orad por la Iglesia!
La Madre sabía que los niños eran los predilectos de su Hijo, por eso los eligió como portadores de la gran noticia. ¡Decid al mundo todo lo que amo a cada uno de mis hijos! ¡Decidles cómo los llevo en mi corazón! Dadles la clave de lo que tienen que hacer para llegar a Cristo. Decidles que lo importante es la oración. Decidles que se dejen hacer por Él un poco cada día. Y para sellar tanta grandeza, allí estaba el Papa, de pie, ante la Virgen. ¡Era conmovedor!
• La Virgen me ama, me pide que ore ¿qué significa esto para mi vida? ¿Cuál es mi respuesta?

No podemos olvidarnos, de otro testigo de excepción: Sor Lucia. Ella lo vio todo, lo vivió todo, pero paso toda su vida desapercibida viviendo en un convento de las Carmelitas Descalzas, amando y sirviendo a su Señor, con sencillez, con serenidad, en silencio. ¡Qué poco se hacen notar las almas grandes! ¡Qué lección para los que queremos acercarnos a la Virgen!
Pero todavía hubo algo que me sorprendió. Fue una foto que presentaron, en la que los dos niños –pastorcitos- estaban arrodillados ante la Virgen en un signo profundo de adoración. Y yo me preguntaba:
• ¿Cuántas veces les enseñamos a nuestros hijos a adorar al Señor? ¿A reconocer a Cristo en el pan y en el vino consagrados?
• ¿Cuántas veces les enseñamos, la grandeza de recibirlo al comulgar?
• ¿Cuántas veces les enseñamos a valorar su amor?

Sin embargo, en ese momento:
El Papa, sí estaba haciendo visible la novedad de Dios,
y lo hacía así, porque él trabaja sin desfallecer
las profundidades de su corazón.

Se trata de dar vida

Se trata de dar vida

El Resucitado nos ha traído: la Luz de la Resurrección, el amor de su entrega y la veracidad de sus obras; pero nadie puede decir que lo conoce, si no está dispuesto a vivir como Él vivió.

Siempre impresiona observar que la Palabra de Dios recorra todas las situaciones del ser humano.

Cuando, Jesús Resucitado, vuelve a los suyos para comunicarles la gran alegría:

  • Los invita a recorrer un camino glorioso dónde Él estará presente.
  • Les enseña que el signo de este caminar es el gozo de vivir como personas renovadas.
  • Les dice: ¡No tengáis miedo! Yo, siempre, os acompañaré.
  • Les enseña sus llagas, donde se fusiona el dolor de la humanidad.
  • Les regala su paz: Una paz distinta a la que nos brinda el mundo.
  • Y les brinda la oportunidad de guiarlos, protegerlos, defenderlos… y llevarlos a “esos pastos” donde se encuentra el alimento que nutre.

 

PARA TENER VIDA HAY QUE RESUCITAR

Los textos que nos presenta la liturgia en este tiempo de pascua, llevan implícito el servicio, en ellos se advierte la manera en que hemos de servir a la Iglesia y a los hermanos. Un apoyo, a veces doloroso, tan doloroso como lo que nos ha mostrado Jesús, dando su propia vida.

Pero nosotros tenemos la suerte de haber visto los resultados que tuvo dar la vida, pues ello trajo consigo la Resurrección.

Por tanto, si queremos también nosotros resucitar con Cristo, no podemos eludir la realidad de “dar vida” entregándonos al servicio de los demás.

Esto no lleva implícito hacer cosas raras, ni buscar destinos extraños… se trata de ofrecer nuestros dones a los que viven con nosotros, a los que se cruzan en nuestro camino, a los que intentan vivir a nuestro lado la fe… Se trata de regalar:

  • Nuestro tiempo.
  • Nuestra sonrisa.
  • Nuestra paciencia.
  • Nuestra energía.
  • Nuestra entereza.
  • Nuestros dones.
  • Nuestra honestidad…

Se trata de gastarnos por los demás compartiendo con ellos, dejándonos encontrar por los que nos necesitan, perteneciendo a todos… como signo de la universalidad de la Iglesia. Se trata de vivir en fidelidad desde una entrega diaria y silenciosa.

Por eso, la palabra de Dios, apunta algo muy importante: se trata de que estemos todos, de que no se vayan, de que –los que llegan- encuentren lo que venían a buscar…, peto con tristeza, vemos que son muchos los que se han ido y se siguen yéndose tras esas voces que acarician, esas falsas sonrisas, esos buenos modales, esas propuestas sugestivas… Estamos en un momento clave, no podemos dormirnos en nuestra propia comodidad.

Tenemos que salir de nuestros placenteros “cenáculos” –lo mismo que los apóstoles- a buscarlos, sin importarnos el qué dirán, ni la imagen, ni la fama, ni el prestigio… anteponiendo el bien de los demás al nuestro propio.

Porque, Jesús, nos ha enseñado que no basta con preocuparse de los demás, es necesario olvidarse de sí mismo y dejar a un lado tantos intereses egoístas como se nos brindan para que nos apartemos de Dios.

Tenemos que seguir caminando, pero no con la cabeza baja y los ojos cerrados; ni con la mente “fuera de servicio” y la conciencia desactivada… sino poniendo nuestras cualidades y nuestras ideas al servicio de todos a fin de que ellos también se enriquezcan.

Para ello hay que conocer la meta, tener una conciencia comunitaria, estar disponibles y seguir firmes cuando lleguen las dificultades. Seguir avanzando aunque nos llegue el cansancio y nos pueda la fatiga; seguir… sin arrastrar los pies y sin ignorar el paso de los otros; seguir estando muy pendientes de los débiles, de los desalentados, de los abatidos… y caminar a su paso, sin dejar que se nos apodere la importancia de llegar.

Pero es importante, que todo esto, no nos impida tener en cuenta que, cada uno tiene su corazón, su historia, sus lágrimas… Tenemos que dejar el individualismo para aproximarnos a los demás. Hagámoslo sin juzgar, sin criticar, sin fiscalizar… teniendo, simplemente, las manos tendidas a cuantos están a la espera, porque como dice el Papa Francisco:

LA RESURRECCIÓN DE CRISTO

ES NUESTRA FUERZA

La misericordia de Dios

La misericordia de Dios

 

Solamente, el día que aprendamos a examinar nuestra vida, podremos comprometernos con ella.

 LA MISERICORDIA, DE DIOS, LLENA LA TIERRA

       Dios, nos amó y nos ama, no puede ser de otra manera; ya que, como nos dice San Juan, Dios es amor. Por eso, la grandeza no está en que nosotros amemos a Dios, sino en que Dios nos ama.

¡Qué importante sería que esta misiva recorriese todo el mundo! ¡Cómo confortaría a la gente!

Al vivir en una época, en que la comunicación alcanza niveles incalculables, nos es más fácil detectar que estamos insertados en una situación de desamor que traspasa el alma.

Cuando escuchamos los informativos de televisión o leemos la prensa, el corazón se nos encoge, los acontecimientos recientes se escapan a nuestra realidad y las situaciones que contemplamos nos parecen escalofriantes.

Extorsiones, muertes, palizas, asesinatos, atracos, bandas organizadas, gente corrupta… ¿Acaso podemos afirmar, con este panorama, que la misericordia de Dios llena la tierra?

No sé lo que opinaría la gente si saliésemos, a la calle, para hacer una encuesta preguntando: y tú ¿cómo estás de misericordia?

Creo que algunos se reirían, otros saldrían corriendo, otros nos considerarían obsoletos y arcaicos… y, nos cercioraríamos de que, el corazón humano, se va endureciendo de forma alarmante. Pero, inconcebiblemente, es en ese preciso momento, cuando se descubre la importancia de la misericordia del Corazón de Dios.

Sin embargo, no hace muchos años, impresionaba la devoción que  tenía la gente al Sagrado Corazón de Jesús; esa devoción, era algo tan extendido en la Iglesia, que se hacía cotidiano a cualquier persona con la que hablases.

Cuando las cosas se ponían difíciles, la gente acudía al Corazón de Jesús; en las parroquias se cantaba al Corazón de Jesús y las mismas letras de las canciones, eran una explosión a la confianza depositada el Él.

“En los momentos tristes de la vida,

cuando todos me dejen ¡OH Dios mío!

Y el alma siga triste y abatida,

mi ser no cesará de repetirte:

¡Sagrado Corazón en Vos confío!

Esta era una de las estrofas, de una de las muchas canciones que se cantaban. Y, en cada una de ellas, a veces hasta sin darse cuenta, les hacían llegar a la clave de la misericordia de Dios.

Aunque todo parezca olvidado, aunque el ardor al Corazón de Jesús, parezca cosa de otros tiempos, aunque a la gente le dé vergüenza hablar de ello… el corazón de Cristo no ha cambiado, el corazón de Cristo está rebosante de amor en cada ser humano; y, precisamente, en este momento de indiferencia, incluso aunque parezca incomprensible, se sigue manifestando la misericordia del Señor con más fuerza que nunca; pues la gran afirmación consiste en que: siendo pecadores Él nos amó y nos sigue amando.

LA SINCERIDAD EN EL AMOR

Cuando el amor es sincero, no se engríe, ni se infla, al contrario se pone al nivel de los más necesitados, se humilla, se rebaja… y no cesa hasta hacerles sentir que son alguien importante, alguien necesario, alguien imprescindible… para el gran esquema de la creación.

Pero la gente de nuestro tiempo no conoce esta clase de amor. El amor que hoy se pregona es el amor sensacionalista, un amor engañoso y efímero, basado en el placer y en lo fácil; un amor que se desmorona a la primera discrepancia existente.

Nos da miedo aprender a amar al estilo de Dios; nos da miedo el amor gratuito; nos da miedo hacernos pequeños y caminar en los brazos del Padre… Y, así nos va.

No somos capaces de darnos cuenta de que, cuando la persona empieza a engrandecerse, a creerse alguien, a tener edad para valerse por sí misma…  Cuando es capaz de pensar por sí sola; cuando desprecia a los demás porque no necesita nada de nadie; cuando no participa de los problemas de los otros, porque cada uno tiene los suyos; cuando desprecia a los demás porque no se adaptan a sus criterios; cuando al hacer oración elige los primeros  puestos porque se siente satisfecha con su vida… empieza a hacerse grande, tan grande y tan pesado que se avergüenza de que alguien la suba en sus brazos. Se siente ridícula de que alguien pueda levantarla del suelo. Es entonces cuando siente un fardo pesado sobre sus espaldas que nadie puede aligerar.

Por eso… Dichosos nosotros si, en ese momento, somos capaces de oír en el silencio, la voz de Dios, que nos dice: hazte pequeño hijo mío. Yo estoy aquí para ayudarte a conseguirlo. Aunque te cueste no te detengas, yo siempre te espero para protegerte, para alentarte, para suavizar tu carga. Pero nadie puede hacerse pequeño por ti. Tú tendrás que tomar personalmente la opción que deseas realizar; más quiero que sepas que sólo los pequeños van en brazos de su Padre.

Sin embargo Jesús, desde la luz y el amor que habitaban en su corazón, se dio cuenta de que el verdadero camino hacia Dios era el de la comprensión y la misericordia.

Fue consciente de que, la salvación no venía de la brillantez y la riqueza que aplastan al ser humano, sino de rebajarse poniéndose al lado de cada persona para salvarla. Poniéndose… a mi lado y a mi altura, adaptándose a mis circunstancias… “pasando por uno de tantos”

Por eso, cuando nosotros nos decidimos a entrar en el corazón de Cristo, las cosas empiezan a aclararse. Vemos que la Iglesia de Jesucristo dista mucho de la nuestra y eso nos invita a examinar nuestras actitudes para que empiece a mejorar.

  • Jesús nos muestra que no se puede evangelizar con poder y dominio.
  • Jesús nos enseña que evangelizar es ofrecer a todos, sin excepción, la Buena Noticia del evangelio, pero desde la misericordia y el amor.
  • Jesús nos enseña que, la misericordia, es ese bálsamo que hace que:
    • Los ciegos vean.
    • Los cojos anden.
    • Los presos queden liberados.
    • Y a los pobres, se le anuncie la Buena Noticia.

Por tanto, necesitamos llenar nuestro corazón de luz y amor, para darnos cuenta de la grandeza que encierra: Descansar en el Corazón de Dios.

Orar la Semana Santa

Orar la Semana Santa

Este año os mando la oración con las cinco llagas; pero no sólo para el Viernes Santo, sino para orarlas durante toda la semana y si fuese durante todo el año, pues mucho mejor. Puede venir bien, pues muchos ayudáis en los pueblos y quizá os podrá venir bien para sacar alguna idea. Os deseo que esta Semana Santa, sea especial de: cercanía al Señor, de silencios prolongados, de interiorización, de dejar que el Señor actúe en vuestra vida… Os deseo que sea una Semana…”Realmente Santa”. Julia Merodio

DOMINGO DE RAMOS

Comienza la semana grande del año, comienza: La Semana Santa.

El Domingo de Ramos, es el pórtico a La Semana Santa y en él, la liturgia nos presenta: La entrada triunfante de Jesús en Jerusalén, el único triunfo que Jesús se permitió en su vida; el que le ofrecieron en la entrada a Jerusalén. El camino del seguimiento había terminado, comenzaba la etapa fanal, la entrega absoluta, la muerte y Resurrección.

Todos estamos llamados a recorrer nuestro camino en la vida, es el significado de la naturaleza humana. Un camino que emprendemos el día de nuestro nacimiento y por el que necesitaremos transitar hasta el final. Un camino con sus avatares, sus encrucijadas y sus interrogantes.

Un camino que tanto significa en la Sagrada Escritura. En ella vemos el camino como lugar espiritual, en el que Dios acompaña al ser humano para liberarlo de las dificultades que en él se presentan. Es más, el camino tiene tal significado en la escritura que, Jesús, no duda al decirnos: Yo soy el Camino.

La entrada de Jesús en Jerusalén, fue un día grande en su vida. Jesús es alabado, enaltecido, glorificado… Posiblemente no fuera demasiadas las personas que lo aclamasen, pero ahí estaban los que para ellos significaba mucho en su existencia: los que había sanado, los que había resucitado, los que comieron hasta saciarse… Tampoco el número debió extrañarle mucho a Jesús, Él mismo había dicho “muchos son los llamados y pocos los escogidos…”

Posiblemente, el hecho resulte distinto para los que medimos los resultados con mente humana; para nosotros, estarían junto a Jesús en aquella subida, “los buenos” para Dios estaban, los que él había dado su gracia para poder estar.

Acabamos de recibir la primera lección necesaria: Dios elige por puro don, ayuda a responder por puro don. Todo es gracia y por lo tanto, también la Semana Santa es una gracia, un don que Dios nos regala un año más. Unos la acogerán, otros no. Y nosotros:

  • ¿La acogeremos?
  • ¿Cómo pensamos vivirla?
  • ¿Será de verdad santa, toda la semana?

Empezamos a Caminar….

Como acabo de indicar, esta semana, vamos a orar con las llagas de Jesús, tanto las visibles como las invisibles; tanto las perceptibles como las imperceptibles.

Como os decía al comienzo, las llagas de Cristo no son para recordarlas en una determinada época, olvidándolas el resto del año; las llagas de Cristo hemos de recordarlas siempre, porque como las nuestras, no aparecen y desaparecen; ellas permanecen. Es más, puede ser que en la llaga se haya calmado el dolor; puede ser que el daño haya sido sanado; incluso han podido cerrarse y sellarse… pero la cicatriz permanecerá siempre. Y ahí están; delatando en sus cicatrices: nuestro desamor, nuestra superficialidad y nuestro egoísmo. Solamente tenemos que mirar a la Cruz, para ver las señales que dejó a Jesús, cuando se encontró clavado en él, retorciéndose de dolor y sin poder moverse… ¡Es tan grande y tan pesado el madero! Necesariamente tenía que ser así, si pretendía aguantar el peso de un joven de 33 años.

LUNES SANTO –  Día de ESTAR

“Cerca de Ti, Señor, quiero morar.

Tu grande y tierno amor, quiero gozar”

Jesús está clavado en la Cruz y por más esfuerzos que haga no podrá bajar de ella. También nosotros estamos clavados a  nuestras cruces: grandes, pequeñas; pesadas, triviales; visibles, invisibles; cruces que nos vienen y cruces que nos buscamos… Cruces, cruces… Acaba de aparecer el Sacramento del Estar.

En las cruces, siempre hay que estar. Nadie puede deshacerse de una cruz cuando quiere y como quiere; y más, si en ella lo han clavado con clavos de grandes dimensiones. ¡Cuánto daríamos por bajarnos de nuestras cruces! Sin embargo las personas grandes, las que tienen el corazón magnánimo ellas, no bajan, ellas están, ellas permanecen… ¿No os acordáis de, esas palabras de, nuestro querido Juan Pablo II? Dijo para que todos lo oyesen: “Si Él no bajó de la Cruz, ¡Cómo voy a bajarme yo!”

A cualquier vida humana llegan situaciones donde se nos pide estar, ayudar, socorrer, arrimar el hombro, resistir, acoger el sufrimiento… y estar, donde hay que estar, sin desfallecer. Ofrecer nuestras manos, nuestros pies y utilizarlos a favor de los demás.

Pero resulta significativo que, eso que parece tan sencillo y que hizo, Jesús, con tanta normalidad, fuese precisamente, lo que exasperó a los que eran incapaces de hacerlo.

Sin embargo hallaron una fácil solución: clavarlo en una Cruz. Y no dejaron las cosas a la improvisación, se cercioraron muy a fondo para realizarlo bien, a conciencia… no podían permitirse fallos; y buscaron los clavos más grandes y más fuertes que había en el lugar; al clavar la mano de Jesús y ver el resultado, quedaron tranquilos, esa mano ya no sería productiva.

Esto es lo que vamos a interiorizar en nuestra oración de hoy. A ella va a ir dirigida nuestra mirada. Vamos a fijarnos en:

La llaga de la Mano derecha de Cristo

El triunfo ya estaba logrado y tu mano inutilizada. Ya no podías bendecir, ni socorrer, ni curar, ni ayudar, ni acercarnos al Padre… Ahora ya hacías bastante con utilizarla para sostener el peso de tu cuerpo, aguantar el dolor y desangrarte por ese enorme agujero.

¡Qué poco te conocían! ¡Qué poco sabían de Ti! Ellos eran incapaces de pensar, que Tú seguirías descolgando tu mano para ayudar a cuantos llegasen a Ti, cansados y agobiados.

Todos tenemos experiencia de ello. ¿Quién no ha sentido alguna vez, en su vida, la mano llagada de Cristo, acariciando su alma? Esa mano que se mete en los rincones más escondidos del corazón. Allá donde hay un ser humano sufriendo, muriendo, soportando, aguantando… ¿Quién no se ha tropezado en aquel túnel oscuro y tenebroso, por el que estaba pasando, la mano de Cristo que como una ráfaga de luz le ha mostrado la salida?

Pero también hemos de saber que Jesús necesita otras manos para sustituir a la suya clavada. Necesita nuestras manos, para que hagan los trabajos que hacían las suyas.

Jesús nos pide hoy que aprendamos a ESTAR, a estar allá donde alguien reclame nuestro servicio. Y ¿Dónde necesitamos nosotros estar en este Lunes Santo?

  • Quizá tengamos que estar con nuestros hijos, que por tener vacaciones se van a quedar solos en casa. Quizá tengan la suficiente edad para creer que no nos necesitan, pero nosotros sabemos que aunque no hagamos nada necesitamos ESTAR, necesitamos que sientan nuestra presencia, que nos sientan a su lado.
  • Quizá tengamos que ir a ver a nuestros padres ancianos, a los que hace tiempo que no hemos visitado. Puede ser que todavía se valgan por sí solos, pero necesitamos ESTAR regalarles nuestra presencia y mostrarles nuestro amor.
  • Tal vez tengamos que ESTAR en ese hospital donde nos están tratando; o visitando a ese paciente que no tiene a nadie que se ocupe de él; o conversando con ese que, lleva un fardo pesado a la espalda, sin que nadie le ayude a llevarlo.
  • Quizá podamos ir a regalar nuestro tiempo a esa asociación que ayuda a los desfavorecidos y ESTAR para que se sientan tenidos en cuenta, acogidos, dignificados…

Después de haber orado con La Llaga de la Mano Derecha de Jesús, sólo nos queda caer de rodillas para decirle:

Señor: Aquí tienes mis manos. Te las ofrezco para: ayudar, para servir, para compartir, para levantar al caído… para hacer esas funciones que la tuya no puede hacer.

Quiero, Señor, que cuando llegue a tu presencia, mis manos no estén solamente limpias, sino también llenas, llenas de prestar servicios a los demás, como estaban las tuyas cuando las clavaron.

Y, así, en este silencio volvamos a mirar la mano derecha de Cristo, clavada en la Cruz. Miremos la llaga que ha quedado, miremos la misericordia que, mezclada con sangre, se derrama por ella. Luego, sin perder el clima de oración, miremos nuestra mano derecha y demos a Dios gracias por ella.

Para terminar podemos orar con la lectura que nos ofrece la liturgia del día, tomada del Profeta Isaías: 42, 1 – 7

MARTES SANTO.-  Día de SER

“Mi pobre corazón, inquieto está.

Por esta vida voy, buscando paz”

Ya he dicho otras veces que, el Martes Santo, es el día en que se suele celebrar la Misa Crismal, un acontecimiento al que no se suele dar demasiada propaganda, pero de la que todo el mundo debería conocer el valor que encierra.

La eucaristía, oficiada por el Sr. Obispo, reúne a todos los sacerdotes de la diócesis, o del arciprestazgo, o de la orden religiosa… para bendecir en ella, los santos óleos que se utilizarán durante todo el año siguiente para la administración de los Sacramentos.

Los sacerdotes, asistentes a ella, llevan un recipiente donde recogen la cantidad que van a necesitar y ese óleo sellará los Sacramentos que en la parroquia se impartan en ese periodo de tiempo.

Ciertamente es una Eucaristía abierta, a cuantos quieren compartirla, y que merece la pena celebrarla y compartirla porque deja una huella significativa en el alma.

Ese santo crisma, por el que todos hemos sido ungidos, es el que nos ayuda a SER:

  • Cristianos.
  • Creyentes.
  • Seguidores de Cristo.
  • Adoradores…. (Cada uno conocerá su situación concreta)

Por eso este día, de martes Santo, va a tener para nosotros dos connotaciones importantes:

·         Día de Ser: Seguidores y apóstoles ungidos por el Óleo Santo.

·         Y Día de orar, fijándonos en:

La llaga de la mano izquierda de Cristo

Evidentemente, todo sabemos que Jesús tenía “mano izquierda” y que la uso con demasiada frecuencia.

Pero no la uso, precisamente para evitar que lo crucificasen, ni para salvarse de la Cruz. Jesús uso la mano izquierda para perdonar, para defender a la adúltera, para hacer bajar a Zaqueo de aquel árbol, donde se había subido, para poner en pie al mendigo del camino, para sanar al paralítico de la camilla… para salvar, a unos y otros, de tantas situaciones incómodas como se les iban presentando en la vida, logrando sacarlos de la rebeldía y la desesperación, que producen esas realidades duras que te dejan tambaleando.

Pero, a muchos de sus conciudadanos, no les gustaba demasiado la mano izquierda de Dios, por lo que deciden aferrarla al madero, lo mismo que habían hecho con la derecha. Y La Mano Izquierda de Jesús quedó sujeta sin más paliativos a ese madero que tenían preparado.

Los descomunales golpes para introducir el inmenso clavo, perforaban el alma sin poderlo evitar. En aquellos golpes estaban significados tantos desamores como se van sucediendo en nuestra vida, en nuestro entorno, en nuestra ambiente, en nuestra manera de vivir…

Por eso, hoy, día de martes Santo, vamos a mirar, la mano izquierda de Jesús, clavada en la Cruz. Vamos a poner en ella nuestros rencores, nuestras aversiones, nuestras hostilidades… Hagámonos despacio, viendo rostros, pronunciando nombres… Sacando de dentro lo que nos daña.

Después quedemos en silencio y vayamos comprobando como, cuando ponemos en manos del Señor todos esos desajustes que nos habitan, notamos brillar en nuestro corazón la gracia de su acogida.

Pero Jesús sabe, mejor que nadie, que también hay mucho bueno dentro de cada uno de nosotros, lo que pasa es que cuando menos lo esperamos somos capaces de estropearlo debido a nuestra fragilidad, nuestras deficiencias y nuestra inconstancia.

Por eso, así, de manera orante, en este día que hemos elegido como día de SER, vamos a observar ante el Señor, si:

  • Somos capaces de afrontar nuestra realidad haciéndola fecunda. Observando si, eso que parecía negativo, nos ha ido servido para trabajar nuestra debilidad.
  • Tomando conciencia de que, eso que me revuelve por dentro y me deja anclado en la negatividad, no puede adueñarse de mí. Mi ser ha de abrirse a la gracia de la acogida que me devuelve al amor redentor; ese amor que fortifica todo mi SER.

Después, mirando el dolor que produce, sentir la mano clavada de Jesús, pediré por todos aquellos que tienen clavadas sus manos y no pueden hacer nada, porque alguien les ha quitado la dignidad, los bienes, la ayuda… todo eso que les corresponde como hijos de Dios.

Sentiré dolor porque yo también tengo parte en todos esos dolores, de una forma o de otra, y pondré junto al Señor mi cobardía y mi miedo a la hora de entregarme del todo.

Pidiéndole, de manera especial, que su Mano Izquierda me devuelva la dignidad y me ayude a madurar mi SER.

Terminando nuestra oración, con la lectura que nos ofrece la liturgia del día, tomada del Salmo 70:

         “A Ti, Señor, me acojo; no quede defraudado para siempre;

Tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo”

MIÉRCOLES SANTO.-  Día de ADMIRAR

“Yo creo en Ti, Señor, yo creo en Ti.

Mis ojos ya no ven, sostén mi fe”

Jesús ya tiene inmovilizadas las manos, pero ¿Qué hacer con los pies? Con la práctica que tienen parece que esto les resulta fácil, los clavarán también.

Así: Los Pies de Cristo fueron sellados al madero.

La llaga de los pies de Cristo

Los caminos se han quedado solitarios. La presencia de Jesús en ellos ha sido retirada. Los ciegos, los cojos, los sordos, los leprosos… ya no se encontrarán con Jesús por sus sendas, ahora tendrán que llegar a la Cruz si quieren presentar a Jesús sus peticiones. Pero ¿Qué puede hacer una persona clavada de pies y manos?

No lo tenemos fácil, Jesús está cosido a la Cruz y las necesidades aumentan por momentos; ¿alguien cree que podremos dar una respuesta a ellas sin Dios?

En nuestro próspero mundo moderno encontramos: una fila interminable de parados, refugiados, gente muriendo de hambre, sedientos en busca de algo para beber, ancianos carentes de amor, familias hundidas por: la incomprensión, los desórdenes, las adicciones…; niños eliminados en el vientre de su madre, buscando comodidad, dignidad, buen nombre…

Las cosas no cuadran y Dios necesita a alguien que le ayude en esta difícil tarea. Y, como siempre Dios vuelve a arriesgar por el ser humano, ese ser que tanta veces le ha fallado. Y ¡cómo no! Ha pensado en ti y en mí, ha pensado en nosotros para que lo sustituyamos. Por eso es necesario que este miércoles Santo, lleguemos hasta el Señor para que nos muestre sus pies llagados; para que, allí mirándolos insistentemente, se nos vayan revelando esas necesidades a las que nos vamos acostumbrando:

  • Quizá hoy nos muestre, ese desorden que se está incrustando en nuestra sociedad, de manera imperceptible y que esta haciendo desestabilizar: la familia, la religión, los valores, la fidelidad…
  • Quizá nos muestre como nos vamos desanimando, como nos vamos paralizando, como nos vamos desinflando… metiéndonos en nosotros mismos y viviendo el individualismo del acomodamiento.

Quizá, hoy, día de miércoles Santo, en oración ante el Señor, necesitemos preguntarnos, cada uno en particular:

  • ¿Soy capaz de seguir admirándome ante la vida?
  • ¿Corresponden mis obras a esa admiración de sentir, que Dios actúa a través mío?
  • ¿Cómo alimento esta admiración?
  • ¿Qué hechos concretos aporto a los demás, para que sena capaces de quedar admirados ante el Señor?

Después de largo rato de oración, oraré diciéndole al Señor:

Señor:

  • Quiero creer en los demás.
  • Quiero ver en ellos tu Rostro, Señor.
  • Quiero ofrecer mi credibilidad cristiana a cada persona que se cruce en mi camino.
  • Quiero estar abierta para captar las necesidades que se me presentan.

Y, sobre todo, quiero pedirte fuerza para llevarlo a cabo.

Como cada día, hoy terminaremos la oración, con la lectura que nos ofrece la liturgia del día, tomada del Profeta Isaías: 50, 4 – 9

“Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba.

No oculté el rostro a insultos y salivazos. El Señor me ayudaba, por eso ofrecí mi rostro como pedernal y sé que no quedaré defraudado”

JUEVES SANTO.-  Día de AMAR

“Mi voz alabará, tu santo nombre allí,

y mi alma gozará cerca de Ti”

No se me ha olvidado que falta la llaga del costado y la del hombro, que aunque nadie hable de ella, fue una llaga muy dolorosa pues fue, la que le hizo precisamente, el peso de la cruz; pero no sé, si se puede vivir un cúmulo tal de acontecimientos, en tan escaso periodo de tiempo.

Por eso haremos un alto en el camino, para alimentarnos y coger fuerza, ya que nos queda contemplar la úlcera más sangrante.

Prefiero no pensar como estaríamos nosotros si nos encontrásemos en la situación de Jesús; pero Él, es de los que no se cansan, de los que perseveran, de los que intervienen cuando encuentra una necesidad; y ¡ha contemplado en el mundo tantas necesidades!

Sin embargo, en este momento, sus facultades se encuentran muy  mermadas, Jesús tiene los pies clavados y no podrá volver a los caminos, por eso decide abrir la mesa e invitar a todos los que lo necesitan, para que se acerquen a ella.

Jesús, sabe bien que, la Mesa tiene mucho que ver con el camino.

  • En la mesa se toma el “Viático” alimento para los viandantes.
  • En el camino se abre la mesa a fin de coger fuerzas para seguir.
  • Si la Cuaresma se presenta como camino hacía la Pascua, hay un camino que está en sintonía con este, es el camino que hace Jesús, en la última etapa de su vida: la subida a Jerusalén.
  • Este camino es el camino de la fe y de la reafirmación.

o   ¿Quién dicen los hombres que soy yo?

o   Y tú ¿Quién dices que soy?

o   ¿Quién soy y qué significo en tu vida?

Posiblemente, estaría bien que este año nos hiciésemos estas preguntas el día de jueves Santo. Unas preguntas que, no son realmente un examen, sino que son preguntas existenciales. Una cuestión que nos lleva, a ponernos ante Jesús para dejarle que, sea Él mismo el que nos lo pregunte: ¿Quién soy para ti?

Quien dices, a la gente que soy yo, con tu manera de:

  • Vivir.
  • De amar.
  • De tratar.
  • De socorrer.
  • De compadecerte…
  • De vivir: como matrimonio, familia, congregación, comunidad, Iglesia… ¿Quién dices que soy yo?

El Dios del Amor

Para definir a Dios, necesitamos sentarnos en el Cenáculo con los discípulos, pues es precisamente allí donde mejor se comprueba que, para describir a Dios, solamente hay una palabra: AMOR.

Dios es Amor:

  • Amor entregado.
  • Amor fiel.
  • Amor gratuito.
  • Amor desinteresado.
  • Amor respeto.
  • Amor servicial.
  • Amor eterno…

Por eso, hoy, Jueves Santo, es día de AMAR.

Día en que Jesús nos invita a contemplar, lo que es el verdadero amor, sentados en la mesa de la Cena. Un día, en el que quiere hacernos escuchar, esas palabras tan sorprendentes: “Nadie me quita la vida la doy yo, porque no hay amor más grande que dar la vida por los que se ama” En esto consiste la victoria del amor, en regalar la vida para que vivan los demás, porque la fuerza del amor siempre es creadora.

No nos equivoquemos; no se puede vencer a nadie con armas, por muy sofisticadas que sean, sólo vence el amor.

Cuando seamos capaces de vivir así, de trabajar por los demás, de esforzaos como nos demanda el Padre… comprenderemos bien lo que, Jesús, nos pide:”Que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado”

Será bueno volver a buscar ese rato de oración y silencio para preguntarnos:

  • ¿Cómo ama Jesús?
  • ¿Se parece en algo mi amor al suyo?

Jesús ama poniéndose a los pies de todos para servir.

No podemos pensarlo más. Nos está esperando el uniforme de servicio para ayudar a Jesús en su tarea, porque hay servicios para los que es preciso usar uniforme. Nadie sirve a los demás con traje de fiesta. Nadie puede acercarse a una chabola sin mancharse de barro. Nadie puede aproximarse al dolor sin subirse las mangas para lavar la herida. Debe de haber una relación muy directa entre amor y servicio.

Es verdad que, el mundo, nos ofrece otras clases de amor más atractivas, más sugerentes… Es verdad que nos harán dudar, que tirarán de nosotros… Pero también puedo asegurar que ninguna podrá dejarnos la paz en el alma.

Porque, el verdadero amor, consiste en disminuir yo, para que crezca el otro; perder yo la vida, para regalar la del otro; y eso cuesta, eso duele y eso no es lo que se anuncia. Pero tened la seguridad de que es lo auténtico. No necesitaremos grandes demostraciones para comprobarlo ya que, el amor verdadero:

  • Engrandece.
  • Madura.
  • Hace crecer.
  • Hace personas libres
  • Auténticas.
  • Abiertas.
  • Alegres.

Pues el amor:

o   Lo puede todo.

o   Lo abarca todo.

o   Lo traspasa todo.

o   Lo cuida todo.

o   Lo hace florecer…

o   El amor auténtico, siempre es: Creador

Texto para la Oración.

“Ya que os habéis acogido a Cristo Jesús, el Señor, vivid como cristianos. Enraizados y cimentados en Él, manteneos firmes en la fe que se os ha enseñado y vivid en permanente acción de gracias.

Porque es en Cristo, hecho hombre, en quien habita la plenitud de la divinidad”                  (Colosenses 2, 6 – 12)

VIERNES SANTO.-  Día de SUFRIR

“Llena mi pobre ser, limpia mi corazón,

hazme tu rostro ver, en la aflicción”

Es Viernes Santo. Un día grande. Un día de celebración. Un día para mirar a Jesús clavado en la Cruz.

Jesús, está ya soldado al madero; está, herido de muerte. Sus pies y manos han sido taladrados por aquellos enormes clavos que han hecho emerger la sangre a borbotones; pero parece que a Jesús le cuesta morir, ninguno de los que se hallan junto a Él, podía imaginarse que tuviese tanta resistencia.

Y, ante el asombro de todos, levantando su cuerpo con una fuerza sobrehumana, va desgranando unas palabras que no dejan a nadie indiferente.

¡Cómo íbamos a imaginarnos, que Jesús pudiese dejarnos esos mensajes, si nosotros creíamos, que a Jesús nunca le pasarían estas cosas!

Tampoco creíamos que nos pasarían a nosotros. Sin embargo, como Jesús, todos tenemos experiencia de dolor y lo queramos o no, nuestra vida esta llena de cruces y clavos, que tanto nos hacen sufrir. Por eso es necesario que, miremos de nuevo a Jesús en la Cruz. Que contemplemos sus llagas. Que traigamos, a nuestra mente, todo eso que nos perfora y nos lastima. Y, desde esas caóticas situaciones, en las que a veces nos vemos metidos, vamos a observar junto a Jesús sufriente, la fecundidad del dolor, asumido y vivido junto a Cristo.

Señor: Mi corazón está encogido. Me resulta imposible hacer un nuevo movimiento. Con mirarte sin ladear la vista ya tengo suficiente.

Lo de significarte “despojo humano” me parece nimio comparado con lo que contemplo.

La sangre que, hace escasos segundos, caía por los agujeros de los clavos empieza a secarse, y ¿qué decir? ¡Ni sangre te queda, Señor!

El resultado, no extraña a nadie. Como en cualquier situación humana, llegó lo que tenía que llegar:

Jesús acababa de morir

Estoy segura de que, todos habréis sentido estremecer vuestro cuerpo cuando ante vosotros, se han pronunciado alguna vez, estas palabras: HA MUERTO.

Los ojos de los presentes se apartaron, repentinamente del rostro de Cristo, al verle inclinar la cabeza. No es posible ver a un joven de 33 años, en aquel lamentable estado, y seguir mirando con sosiego. Todo se había cumplido. La plenitud de Dios, se adentró en Jesús, como se adentra por su Espíritu, en la existencia de cada ser humano.

Y, ahí pendiente de aquel madero, estaba Dios. Jesús había derramando la vida por todos: por ti por mí; por la comunidad a la que pertenecemos, por la Iglesia… y por aquellos que todavía no estaban muy seguros de que acabase de morir.

Pero lo importante, lo que más preocupaba a los encargados de velar por Él, era la comprobación de que estuviese muerto y bien muerto.

Para sellar la certeza no se complicaron demasiado la vida. Una lanza rubricaría su convencimiento. Y, ante los ojos atónitos de esa gente que tenía la plena certeza, de que aquella atrocidad había terminado, uno de los verdugos saca de su vaina una lanza y la hunde en su costado con gran ferocidad.

Acababa de producirse una llaga más, La llaga de la Lanzada. Pero tampoco podemos olvidarnos de la llaga del hombro, esa llaga que le hizo el peso de la cruz, llevada durante tanto tiempo.

Ellas nos servirán para la oración de este día de viernes Santo.

La lanzada: Llaga del costado de Cristo

Tu madre, se había agarrado fuertemente a la cruz para no desfallecer, los presentes seguían atónitos sin saber reaccionar; y, en medio de aquella incertidumbre ven salir, de tu costado, unas escasas gotas de sangre mezcladas con agua. Era la única sangre que quedaba ya resbalando por tu cuerpo, el resto la habías derramado toda.

Y contemplando aquellas, gotas de sangre mezcladas con agua, nos tienes a nosotros, ciudadanos del siglo XXI, que seguimos tan impactados como aquellos que te acompañaban, en el primer Viernes Santo de la historia.

Tampoco sabemos que pensar de aquello, a pesar de haber pasado tanto tiempo; pero si tenemos una seguridad de que, todo lo que hiciste fue fruto del AMOR:

  • Del amor-fiel.
  • Del amor-entregado.
  • Del amor-gratuito.
  • Del amor-permanente.
  • Regalado, espontáneo, sincero y limpio.
  • Del amor, salido hacia fuera para que llegue a todos.

Y en ese amor, manifestado en la sangre y el agua brotadas de tu costado, nos ofreciste: Bautismo y Eucaristía formando una unidad.

  • Conversión y limpieza, obtenida en el Bautismo.
  • Alimento y fuerza, adquiridos en la Eucaristía.

¿Se puede dar más?

¿Se puede amar más?

¿Se puede servir más?

Este fue el ideal evangélico que nos trasmitió Jesús. Un ideal que, aunque parezca demasiado exigente, no es inalcanzable. Con él, simplemente, quiere decirnos: Abrid vuestro ser, para que se haga en vosotros la voluntad de mi Padre, lo mismo que se hizo realidad en Mí.

  • Amaos con fuerza, porque yo seguiré amando en vosotros.
  • Esforzaros por ayudar a los demás, porque en vosotros seguiré poniéndome al servicio de todos.
  • Poned a Cristo en vuestras cruces, porque a través de ellas estáis redimiendo conmigo a la humanidad.

Texto para la Oración.

Es importante, dedicar tiempo en este día, a orar con la lectura de la pasión que nos ofrece la liturgia. Hagamos silencio interior. Oigamos lo que el Señor quiere decirnos a cada uno personalmente, en este momento. Detengámonos ante la primera adoradora de las Llagas: María.

¡Como adoraría la Madre, las llagas aún calientes de Jesús, al recibir su cuerpo muerto en el regazo!

Pensemos en esas madres que se hallan en situaciones parecidas. Detengámonos en su dolor. Observemos las llagas de los no nacidos, de sus madres. Y pausadamente vayamos preguntándonos:

¿Qué sentimientos produce en mí esta realidad?

¿Qué huellas de inquietud hallo en mi interior, por el mundo del sufrimiento que voy descubriendo?

¿Con qué actitudes, me gustaría llegar hasta Jesús en este preciso momento?

Sigamos cada uno poniendo nuestros propios interrogantes…

Al final observaremos que, lo queramos o no, ese Jesús que nos muestra sus llagas, para enseñarnos a vivir en el amor, es: NUESTRO SEÑOR Y NUESTRO DIOS

SÁBADO SANTO.-  Día de CALLAR

“Si ciegos al mirar, mis ojos no te ven,

yo creo en Ti, Señor: Sostén mi fe”

Hemos llegado al día de, Sábado Santo. Un día reservado al silencio:

  • Silencio de Dios.
  • Silencio de la Iglesia.
  • Silencio de la persona.

Día de callar y enmudecer; día de velar, de permanecer; día de oración, junto al sepulcro; día de meditación, de contemplación, de recogimiento. Una jornada en la que, por nuestra cabeza y nuestro corazón han de recorrer la plegaria con los Salmos, como nos fue enseñando Jesús. El ellos hallaremos esa fuerza de Dios, que llega en la hora del dolor, de la decepción, de la duda… en la hora de la muerte.

Como el salmista nosotros, también meteremos prisa a Dios: “Date prisa en socorrernos” necesitamos salir de esta situación a la que no vemos salida.

¡Son ya demasiados, Sábados Santos, en nuestra vida humana! ¡Demasiados silencios, demasiadas esperas!

Y es que, cuando Dios calla, la persona se desinstala. Nuestro mundo no quiere saber estas cosas, parece que no le interesa el silencio de Dios; él vive de espaldas a Él, quiere ir lejos de su presencia y solamente tenemos que echar un vistazo a nuestro derredor para contemplarlo.

La gente se ha ido de vacaciones y hoy es un día para “vivir a tope” tiene que apurar lo último que le queda. Tiene que vivir al máximo, divertirse, comer… y guardar, esos “retazos de felicidad” para cuando vuelva mañana para continuar la vida cotidiana. ¿Para qué necesita a Dios? Sin embargo, para llegar a esto, ha tenido que tapar a Dios la boca, pues en su interior algo le interrogaba todavía.

Y han tenido que tapar a Dios la boca, porque su palabra: interpela, denuncia y compromete ¡Cuánto hubiesen dado, los que contemplaban la escena, porque Jesús se hubiera estado calladito en la Cruz! Sus palabras se meten demasiado dentro, llegan al corazón y eso el algo peligroso para los que no quieren ser interpelados, salvo por sus “propios dioses”

Creo que esta situación no es de unos pocos; todos hemos pasado por ella de alguna manera. ¿Quién no se ha sentido olvidado por los demás, traicionado, vendido…? Por eso en este silencio que regenera diremos, desde lo profundo del corazón y de manera personal:

Señor:

Ten piedad, compadécete de mí Señor, recibe mis lágrimas porque estoy abatido y mi alma se ha llenado de angustia. Nadie me toma en cuenta. Soy como algo sin valor.

Creía que tenía amigos y ahora me encuentro solo. Tan sólo me quedas Tú, Señor. Pero yo confío en Ti y te amo.

En tus manos pongo mi destino, mi vida, mi forma de conducirme porque creo en tu bondad y en tu misericordia.

Me has brindado tu perdón y al sentirme regenerado mi corazón ha saltado de gozo.

Gracias por alentar mi vida aún en las horas más amargas y duras.

Sigamos en oración. Acompañemos a la Madre en este día, de soledad fecunda ¿Qué sentiría?

Ella entendía mejor que nadie que este día de espera, no era un día de silencio vano, sino lleno de sentido, de admiración y asombro. Un silencio, contemplativo.

Sigue en oración. Acojamos nuestro propio silencio, valorémoslo y sigamos acompañando a María en su soledad, diciéndole desde lo profundo del corazón:

  • Madre quiero esperar contigo el momento de la Resurrección.
  • Quiero vivir a tu lado ese momento, en que despuntando el Alba, nos abra a la Vida plena.

 DOMINGO DE RESURRECCIÓN.-  Día de GOZAR

“Día feliz veré, creyendo en Ti,

en que yo habitaré, cerca de Ti.

Mi voz alabará, tu santo nombre allí,

y mi alma gozará cerca de Ti”

Hemos llegado al momento, en que nuestra oración toma un giro sorprendente.  La Pasión de Cristo, que a veces, nos repele; porque, seguimos anclados en el primer Viernes Santo y la contemplamos: como destrucción y como desmoronamiento, por medio de la Resurrección pasa a ser revelación y afirmación del amor. Porque:

Resucitar es, dejarnos encontrar por el Señor para que marque nuestra vida. Es caminar en la luz, en el encuentro, en la alegría, en  el gozo.

El que Jesús haya resucitado nos invita a recorrer un camino glorioso donde el gozo se hace presente. Nos lo demuestra esa mujer que ha ido, al encuentro de Jesús.

Poco antes de su muerte, ella, lo sorprendió en una comida en casa de Simón. Irrumpió en la sala y, ante el asombro de los comensales, bañó con perfume los pies del Maestro y los secó con sus cabellos. Es María, una pecadora conocida por todos y de cuya acción han quedado sorprendidos.

Pero el encuentro con Jesús, tras la Resurrección, la ha transformado. Ha aprendido muy de cerca que Jesús comprende como nadie. Ella ha experimentado que el amor de Cristo siempre restaura, siempre salva.

Por eso no puede quedarse encerrada con los discípulos cuando descubre que ha perdido lo único que le importaba en su vida. De ahí que salga en la noche a buscar lo único que le importa. Vive sumida, en la noche del alma, esa noche profunda en la que entramos cuando vemos que ya nada tiene sentido. Pero ella es valiente, va al sepulcro, a buscar un cadáver, un cadáver que la ha sumergido en un profundo hundimiento. Sus ojos cegados por las lágrimas, no son capaces de dejarle ver la realidad. Llega, a la sepultura y se encuentra, no con un muerto, sino con una persona viva, que le dice: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? Su dolor le impide tomar contacto con la realidad.

Es lo mismo que nos pasa a nosotros ¡Cuánta tiniebla nos inunda! ¡Qué falta de confianza engendra el mundo de hoy!

Estamos en un día en el que la angustia ha sido desterrada. Por eso viajemos a nuestro fondo, entremos dentro de nosotros mismos, rastreemos en nuestro corazón. Después, dejemos que sea Jesús el que nos pregunte:

  • ¿Por qué lloras?
  • ¿A quién buscas?
  • ¿Qué te impide vivir en el gozo?

Respondamos a las preguntas durante el tiempo que sea necesario. Esperemos, hasta que sea Jesús, el que vaya respondiendo por nosotros. Luego acerquémonos a Él, y dejémosle enjugar nuestro llanto, dejémosle que nos ayude a buscar en la noche eso que tanto necesitamos y que nos hace vagar inquietos sin encontrarlo.

          Pídele al Señor:

o   Que te ayude a resucitar con Él.

o   Que te ayude a salir de la noche

o   Que te libre de pasarte la vida buscando un cadáver.

o   Y que te dé fuerza para apartarte de las utopías y vivir la realidad de la Vida.

 

   ¡¡¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!!!