Solamente, el día que aprendamos a examinar nuestra vida, podremos comprometernos con ella.

 LA MISERICORDIA, DE DIOS, LLENA LA TIERRA

       Dios, nos amó y nos ama, no puede ser de otra manera; ya que, como nos dice San Juan, Dios es amor. Por eso, la grandeza no está en que nosotros amemos a Dios, sino en que Dios nos ama.

¡Qué importante sería que esta misiva recorriese todo el mundo! ¡Cómo confortaría a la gente!

Al vivir en una época, en que la comunicación alcanza niveles incalculables, nos es más fácil detectar que estamos insertados en una situación de desamor que traspasa el alma.

Cuando escuchamos los informativos de televisión o leemos la prensa, el corazón se nos encoge, los acontecimientos recientes se escapan a nuestra realidad y las situaciones que contemplamos nos parecen escalofriantes.

Extorsiones, muertes, palizas, asesinatos, atracos, bandas organizadas, gente corrupta… ¿Acaso podemos afirmar, con este panorama, que la misericordia de Dios llena la tierra?

No sé lo que opinaría la gente si saliésemos, a la calle, para hacer una encuesta preguntando: y tú ¿cómo estás de misericordia?

Creo que algunos se reirían, otros saldrían corriendo, otros nos considerarían obsoletos y arcaicos… y, nos cercioraríamos de que, el corazón humano, se va endureciendo de forma alarmante. Pero, inconcebiblemente, es en ese preciso momento, cuando se descubre la importancia de la misericordia del Corazón de Dios.

Sin embargo, no hace muchos años, impresionaba la devoción que  tenía la gente al Sagrado Corazón de Jesús; esa devoción, era algo tan extendido en la Iglesia, que se hacía cotidiano a cualquier persona con la que hablases.

Cuando las cosas se ponían difíciles, la gente acudía al Corazón de Jesús; en las parroquias se cantaba al Corazón de Jesús y las mismas letras de las canciones, eran una explosión a la confianza depositada el Él.

“En los momentos tristes de la vida,

cuando todos me dejen ¡OH Dios mío!

Y el alma siga triste y abatida,

mi ser no cesará de repetirte:

¡Sagrado Corazón en Vos confío!

Esta era una de las estrofas, de una de las muchas canciones que se cantaban. Y, en cada una de ellas, a veces hasta sin darse cuenta, les hacían llegar a la clave de la misericordia de Dios.

Aunque todo parezca olvidado, aunque el ardor al Corazón de Jesús, parezca cosa de otros tiempos, aunque a la gente le dé vergüenza hablar de ello… el corazón de Cristo no ha cambiado, el corazón de Cristo está rebosante de amor en cada ser humano; y, precisamente, en este momento de indiferencia, incluso aunque parezca incomprensible, se sigue manifestando la misericordia del Señor con más fuerza que nunca; pues la gran afirmación consiste en que: siendo pecadores Él nos amó y nos sigue amando.

LA SINCERIDAD EN EL AMOR

Cuando el amor es sincero, no se engríe, ni se infla, al contrario se pone al nivel de los más necesitados, se humilla, se rebaja… y no cesa hasta hacerles sentir que son alguien importante, alguien necesario, alguien imprescindible… para el gran esquema de la creación.

Pero la gente de nuestro tiempo no conoce esta clase de amor. El amor que hoy se pregona es el amor sensacionalista, un amor engañoso y efímero, basado en el placer y en lo fácil; un amor que se desmorona a la primera discrepancia existente.

Nos da miedo aprender a amar al estilo de Dios; nos da miedo el amor gratuito; nos da miedo hacernos pequeños y caminar en los brazos del Padre… Y, así nos va.

No somos capaces de darnos cuenta de que, cuando la persona empieza a engrandecerse, a creerse alguien, a tener edad para valerse por sí misma…  Cuando es capaz de pensar por sí sola; cuando desprecia a los demás porque no necesita nada de nadie; cuando no participa de los problemas de los otros, porque cada uno tiene los suyos; cuando desprecia a los demás porque no se adaptan a sus criterios; cuando al hacer oración elige los primeros  puestos porque se siente satisfecha con su vida… empieza a hacerse grande, tan grande y tan pesado que se avergüenza de que alguien la suba en sus brazos. Se siente ridícula de que alguien pueda levantarla del suelo. Es entonces cuando siente un fardo pesado sobre sus espaldas que nadie puede aligerar.

Por eso… Dichosos nosotros si, en ese momento, somos capaces de oír en el silencio, la voz de Dios, que nos dice: hazte pequeño hijo mío. Yo estoy aquí para ayudarte a conseguirlo. Aunque te cueste no te detengas, yo siempre te espero para protegerte, para alentarte, para suavizar tu carga. Pero nadie puede hacerse pequeño por ti. Tú tendrás que tomar personalmente la opción que deseas realizar; más quiero que sepas que sólo los pequeños van en brazos de su Padre.

Sin embargo Jesús, desde la luz y el amor que habitaban en su corazón, se dio cuenta de que el verdadero camino hacia Dios era el de la comprensión y la misericordia.

Fue consciente de que, la salvación no venía de la brillantez y la riqueza que aplastan al ser humano, sino de rebajarse poniéndose al lado de cada persona para salvarla. Poniéndose… a mi lado y a mi altura, adaptándose a mis circunstancias… “pasando por uno de tantos”

Por eso, cuando nosotros nos decidimos a entrar en el corazón de Cristo, las cosas empiezan a aclararse. Vemos que la Iglesia de Jesucristo dista mucho de la nuestra y eso nos invita a examinar nuestras actitudes para que empiece a mejorar.

  • Jesús nos muestra que no se puede evangelizar con poder y dominio.
  • Jesús nos enseña que evangelizar es ofrecer a todos, sin excepción, la Buena Noticia del evangelio, pero desde la misericordia y el amor.
  • Jesús nos enseña que, la misericordia, es ese bálsamo que hace que:
    • Los ciegos vean.
    • Los cojos anden.
    • Los presos queden liberados.
    • Y a los pobres, se le anuncie la Buena Noticia.

Por tanto, necesitamos llenar nuestro corazón de luz y amor, para darnos cuenta de la grandeza que encierra: Descansar en el Corazón de Dios.