Sé de quién me he fiado

Sé de quién me he fiado

Un año más llegamos al día 19 de marzo, día de S. José, en el que la iglesia celebra el día del seminario. Este año, con el precioso lema: “Sé de quién me he fiado” y posiblemente por ser día laborable tendrá menos incidencia que otros años. Por eso creo, que no puede pasar inadvertido para nosotros, ha de llevarnos a hacer un inciso, para pedir por los sacerdotes y ser generosos para ayudarles en sus necesidades.

No podemos olvidarnos de pedir por ellos, no podemos olvidarnos de pedir por las vocaciones, no podemos relajarnos ante una realidad que tanto nos afecta. Pidamos al Señor que siga enviando obreros a su mies.

Hoy más que nunca necesitamos estar a su lado, pues aunque nos parezca que es lo habitual entre nosotros, quizá no hemos dedicado el tiempo suficiente a preguntarnos ¿quién acompañaría nuestro camino hacia Dios si no hubiese sacerdotes? ¿Quién podría perdonar nuestro pecado si no hubiese sacerdotes? ¿Qué sería de nosotros si no hubiese un sacerdote para celebrar la Eucaristía? ¿Qué sería de nosotros si no pudiésemos recibir al Señor en nuestro corazón?… Sin embargo se nos olvida el orar por las vocaciones; se nos olvida ayudar para que puedan vivir dignamente; se nos olvida que, como personas que son, necesitan nuestra compañía, nuestro cariño, nuestra comprensión, nuestra apoyo…

También es necesario tener presentes a tantos sacerdotes como acompañan a los cristianos perseguidos, para que no les falte nunca nuestra oración y nuestra ayuda, a fin de que puedan perseverar en la fe y mantener su testimonio de fidelidad incondicional a Cristo.

Por tanto, recemos hoy, día del seminario, por todos los sacerdotes del mundo, por los que se preparan para serlo y por todos los que responderán a la llamada del Señor.
Y… valoremos a los sacerdotes. No olvidemos nunca su dignidad, su valentía, su dedicación… no dejemos de ver, como los ama Dios y cómo nos ama Dios a nosotros, a través de ellos.

Valoremos lo que junto a ellos hemos vivido y aprendido y estimemos lo que significa para nosotros, el que un día, al decirles Jesús ¡Ven y verás! lo dejasen todo y le siguieran.

Y, sobre todo, seamos agradecidos. Demos gracias por cada uno de ellos, desde el corazón.
Demos gracias por los de nuestra parroquia –cada uno la suya- que nos acompañan a diario, estando disponibles todas las horas del día para responder a nuestras necesidades.

Gracias por perdonar nuestros fallos en nombre de Dios.
Gracias por alimentarnos, cada día, con el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Gracias por preparar con entusiasmo la liturgia, tratar con esmero la homilía y poner un gran cariño en las catequesis, gracias por preocuparse de manera muy especial, en la preparación bautismal, de juventud, del matrimonio… Sin olvidar la acogida y ayuda a los necesitados.

Y, sobre todo, gracias porque han tenido la valentía de ser:
Sacerdotes de Cristo

Tener experiencia de Dios

Tener experiencia de Dios

Si la semana pasada nos deteníamos ante la interioridad, esta semana se nos quiere presentar la experiencia, pues interioridad y experiencia son dos caras de la misma moneda y han de formar una unidad.

Jesús se pone ante sus discípulos y se da cuenta de que viven en la superficialidad. Ellos están muy bien a su lado, hasta se sienten importantes porque mucha gente les sigue, pero han sido incapaces de enterarse que Jesús los ha elegido para realizar una misión y mucho menos para darse cuenta de lo que eso implica.

A su lado han tenido muchas vivencias. Le han visto sanar, dar de comer en el monte, echar demonios, incluso le han visto resucitar muertos. Y Jesús sabe que estas vivencias no van a olvidarlas, pero también sabe que les falta experiencia, les falta vida.

Por eso quiere prepararlos para lo que va a venir, pues no es fácil lo que les espera y sin una profunda experiencia de Dios, les será imposible poder aceptarlo.
Y vemos que Jesús no se equivocaba, pues los discípulos en el momento que vieron mal las cosas, huyeron, negaron conocerle, se escondieron… y tomaron el camino fácil.

Al ponerme ante esta realidad observaba que es lo mismo que nos pasa a nosotros. En nuestra Iglesia hay muchas personas espirituales, que siguen a Dios de cerca, pero que no tienen experiencia de Él. Van a misa, asisten a grupos, escuchan conferencias… van a cuanto se oferta en la parroquia, incluso ayudan y son eficientes, pero no se dan cuenta que les falta la experiencia de Dios.
Porque no es lo mismo religiosidad que interioridad y solamente la interioridad lleva la experiencia. La religiosidad se puede aprender: yo voy a misa los domingos porque mi padre siempre me decía que tenía que ir, porque me lo enseñaron en el colegio, porque en mis tiempos se hacía así… Yo rezo el rosario porque me he acostumbrado a rezarlo todos los días. Yo rezo el rosario de la misericordia porque el Sagrado Corazón ofrece unas promesas al que lo reza… Y esto es fantástico y la iglesia sigue en pie por todas estas personas que rezan y se acercan a Dios. Pero la interioridad es algo más costoso. La interioridad es algo por lo que hay que optar, algo que hay que cuidar, hay que abonar, hay que alimentar… y a veces sin gana, sin ver en ello ningún progreso, incluso viendo que muchos reprochan esa manera de proceder… La interioridad hay que acogerla gratuitamente sin pensar en recompensas ni en recoger frutos y la mayoría de las veces siendo la persona relegada y criticada, cuando no insultada.

Y así lo vemos constantemente. No tengo tiempo para “subir al Monte con Jesús” decimos las personas de nuestro tiempo y, Jesús –como siempre desmontando nuestras teorías; ¿acaso Él pregunta a Pedro, Santiago y Juan si tienen algo que hacer cuando les invita a subir al Monte? ¡Quiero que subáis conmigo al Monte! Son sus únicas palabras.

Pero Jesús tiene los pies en la tierra y sabe que no sólo hay que subir, sabe que hay que permanecer y también hay que bajar.
Porque no podemos equivocarnos, no podemos estar en permanente subida al encuentro de la gloria de Dios, no podemos estar extasiados mirándole cruzados de brazos. Jesús, no se queda en el monte gozando de la gratitud y la amistad de los “escogidos” Jesús, baja para enfrentarse a la realidad del sufrimiento, de la oposición de cuantos le rodean y la perspectiva de la muerte.

Pero subir al Monte es importante, porque en él se descubre que Jesús es la revelación de Dios, que Jesús es el sacramento de Dios, el que revela al Padre. Y se nos enseña que nosotros –la Iglesia, la comunidad- que vivimos una experiencia de discípulos y caminamos tras sus pasos, hemos de ser el sacramento de Jesús. Porque lo que en el Monte hemos de aprender es, que ser sacramento es ser signo y que si Jesús fue la revelación del Padre, nosotros tenemos que revelar a Jesús con nuestras palabras, con nuestras actitudes, con nuestro comportamiento… De ahí la importancia de escuchar a Dios en el silencio, para aprender a describir lo que debe de ser la vida del cristiano.

Sin embargo, cuando ya le habían cogido “gustillo” a eso de estar en el Monte, Jesús dice a sus amigos:
¡Bajad del monte! Es necesario que compartáis con los hermanos lo que aquí habéis vivido.

BAJAD.-

Aprended que no se puede estar siempre en la cumbre que hay que mezclarse con la realidad por mucho que nos cueste.
Ha sido fantástico subir a la Montaña y encontrarnos con Jesús, pero hemos de bajar para dar testimonio de lo que allí hemos vivido, porque esto no es frecuente, ni se encuentra con facilidad.
Hay personas que teniendo fe viven en este mundo complicado, en el que les resulta difícil tener un compromiso de vida. Otros, personas de iglesia que vamos a misa y comulgamos todos los días e incluso hacemos oración, salimos de la iglesia y se nos olvida a lo que nos hemos comprometido con Jesús.
Por lo que yo creo que hoy es un día importante para preguntarnos:
• ¿Y yo subo a la montaña o me resisto a subir?
• ¿Cuándo subo, realmente, me encuentro con el Señor? Porque sé que hay personas que suben y no se encuentran con Él.
• Y cuando bajo ¿soy capaz de dar testimonio, de mostrar que merece la pena encontrarlo y que vale la pena vivir por él?

Qué importante será, que tomemos conciencia de que nuestro mundo necesita escuchar a Dios, en lugar de hacer tantos esfuerzos por sacarlo de su realidad.
Nuestro mundo necesita saber que, cuando el creyente se detiene para escuchar en el silencio a Jesús, en su interior percibe que le dice: ¡No tengas miedo! ¡Abandónate, con toda sencillez, al misterio de Dios! No importa tu poca fe, eso basta. ¡No te inquietes! Si eres capaz de escuchar a Jesús descubrirás que el amor de Dios consiste en estar siempre perdonándote a ti mismo y perdonando a los demás. Y si crees esto tu vida cambiará y conocerás la paz del corazón.

Por eso ahora, después de haber vivido esta experiencia, solamente nos queda: poner en manos del Señor todos nuestros pensamientos, sentimientos y acciones para que nos ayude a ser transparentes en medio del ambiente donde estamos situados, a fin de que los demás puedan verlo a través nuestro.
Y que nos haga sencillos de corazón, para saber vivir con alegría, con gozo, con paz… esta experiencia que se nos regala. Sabiendo que Él nunca nos abandona ni nos deja solos en la misión encomendada.
Pues como dice S. Pablo:

“Nuestro testimonio consiste en anunciar abiertamente a todos la verdad. Ya que no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor” (2 Corintios 4, 2 – 5)

Las sorpresas de la vida

Las sorpresas de la vida

La liturgia, nos presenta un año más, el miércoles de Ceniza –puerta de entrada a la Cuaresma- Con ello quiere ofrecernos un tiempo de tranquilidad y silencio, un tiempo de preparación para acoger el acontecimiento más importante de nuestra vida. Un suceso que está ubicado en el Triduo Pascual y que es: La Resurrección de Cristo.

Por eso este año quisiera que nos centrásemos en la preparación, en dedicar este tiempo privilegiado de la iglesia a mirar nuestro fondo, a descender hasta lo más oculto de nuestro ser, a descubrir ese secreto que Dios diseñó, para cada uno al crearnos y que escribió en lo oculto de nuestro corazón y… a orar largos ratos dejando que Dios nos descubra el por qué y el para qué de nuestra vida. Quisiera que fuésemos capaces de hacer una buena escala de valores y dejásemos ciertas costumbres y ciertos hábitos para penetrar en la vida de dentro, en la que de verdad cuenta. Que dejásemos tanta palabrería inútil, tanta letra hueca… para introducirnos en silencio en lo nuclear.

Sé que todo esto asusta, que echa un poco para atrás, que la gente solamente quiere oír qué acciones debería realizar esta cuaresma para vivirla a tope y sentirse justificado y, lo que es más, le gustaría que fuesen difíciles de realizar para que contasen más ante los ojos de Dios. Sin embargo se nos olvida con frecuencia que las cosas de Dios siempre son fáciles, sencillas… pero con calado; que las complicaciones están fuera de su mundo, que los que complicamos las cosas somos nosotros. Que un Dios que pone cargas no es nuestro Dios. Que nuestro Dios es un Dios que libera, que seduce, que se da… por eso es muy importante que nos dejemos hacer por Él. No importa los proyectos que tengamos entre manos, ni lo que nos gustaría realizar esta cuaresma, pues -será Él mismo– el que llevará a buen término lo que comenzó en cada uno de nosotros.

Somos un proyecto suyo y lo que realmente importa es el llegar a descubrirlo, pues no hay cosa más maravillosa en nuestra vida que la de tener experiencia de Dios. Orémoslo junto al Señor en este tiempo privilegiado, es necesario que comprobemos por nosotros mismos que lo más bello que tiene un ser humano es su interioridad, porque precisamente las cosas importantes de la vida se funden dentro de cada uno –en su fondo-.

S. Agustín que, aunque tarde llegó a descubrirlo, decía: ¡Tarde te amé! Yo te buscaba entre las cosas bellas que veía pero no te encontraba… no te hallé hasta que te busqué dentro de mí.
De ahí que os invite a quitaros agobios durante esta cuaresma, a deshacer la impaciencia, a romper muchos nudos, a no imponernos cargas que nos hagan vivir desasosegados… y, sobre todo a suavizar nuestro comportamiento.

Pues lo primero que comprobamos es, que vivimos nerviosos conjugando la semana Santa con las vacaciones, buscando sitios donde poder pasarlas, ver donde podemos disfrutar de todo… sin darnos cuenta de que ese proceder nos agobia, nos llena de compromisos, nos recarga de obligaciones… y nos impide llegar al silencio, al sosiego y a la paz que este precioso tiempo requiere.

Por eso la iglesia conocedora de todo esto, nos ofrece en la primera semana de cuaresma el evangelio donde Jesús es llevado al desierto para ser tentado. Y mientras nosotros hacemos toda la clase de esfuerzos para explicarlo, Jesús nos demuestra la serenidad con la que acepta el cumplir su misión. Y mientras nosotros desconectamos, de lo que nos están diciendo, a los dos minutos porque todos los años se nos habla de lo mismo, Jesús nos invita a que tomemos conciencia del alcance de la propuesta.

Ante las tentaciones, Jesús no decae. Ante las tentaciones Jesús presenta la fuerza que tiene la persona que vive junto a Dios, –que su vida es Dios- Y, lejos de caer en la tentación, pregona lo que realmente es importante y nos muestra que el Padre, su Padre lo lleva en sus brazos para que no decaiga.

Jesús, con su entrada en el desierto nos hace ver, que el que ha optado por el Señor, el que vive desde Dios y solamente quiere cumplir su voluntad, es un ser capaz de darse, capaz de sacrificarse para que los demás tengan vida, capaz de dejar a un lado lo superfluo para vivir lo esencial, capaz de compartir, de levantar al caído, de implicarse en las necesidades de los demás…

Jesús, dejándose tentar por el diablo, nos está diciendo que también a nuestra vida llegarán, cuando menos lo esperemos, las sorpresas más insospechadas  y vendrán en forma de tentación –como apunta el evangelio- y nos encontraremos con contratiempos, con gente que nos juzgará como no nos gusta, con personas que nos ofenderán, que nos marginarán… ¡Qué importante será estar atentos a ver como respondemos! Pues esa manera de responder nos alertará de cómo está nuestro interior.

Y ante nosotros llega la demostración. La respuesta que Jesús da al tentador muestra lo que su interior esconde. Él no evita la tentación sino que sale indemne de ella.
Y con esa actitud nos está mostrando lo que se nos pide en este tiempo de cuaresma: Oración, ayuno, limosna y penitencia.

¿Seremos capaces de llevarlo a cabo?

Os comparto unas citas tomadas de la Palabra de Dios por si pudiesen ayudarnos para la oración.

• “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 19, 13)
• “Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8, 9)
• “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4,16)
• “Creer en la caridad, suscita caridad” (Papa Francisco)
• “Jesús, después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al final sintió hambre” (Mt 4, 1-2)

o Y nosotros ¿De qué tenemos hambre?
o ¿Tenemos hambre de Dios en esta Cuaresma?

¡Llenad de agua las tinajas!

¡Llenad de agua las tinajas!

“Y había allí seis tinajas de piedra, puestas para ser usadas en el rito de las purificaciones de los judíos. Jesús les dijo: Llenad de agua las tinajas. Y ellos las llenaron hasta el borde”

Acabábamos el artículo anterior, -tomado de Las Bodas de Caná y titulado: “No ha llegado mi hora”- diciendo que por la sensibilidad y ruego de María, Jesús pasa de ser la persona -a la que acompañaban sus discípulos-, a ser la persona en la que hay que creer.

Decíamos también que, donde está María comienza el discípulo su camino de fe y aprende a descubrir quién es Jesús.

Y esto es precisamente lo que le pasa al maestresala. La frase contundente de María: “Haced lo que Él os diga” prodiga su aceptación  para hacer lo que Jesús le dijese y resulta que Jesús le dice algo incomprensible a su razón: “Llenad las tinajas de agua”

Todo ser humano guarda en su bodega alguna tinaja, lo que pasa es que nos cuesta tanto descender que no sabemos en qué situación se encuentra.

Sin embargo Dios, desde su infinito amor, llenó hasta rebosar las tinajas de nuestra bodega, pero las llenó de semillas. Semillas que cada uno hará crecer según sea su capacidad y dedicación.

Lo que pasa es que, hoy se habla tanto de todo lo que Dios hace por nosotros, que nos vamos olvidando de que cuenta con que todo ser humano realice, también, la tarea asignada.

La gente cree que como Dios lo hace todo ella no tiene nada que hacer, pero se equivoca. Los grandes santos que sabían mucho de esto lo entendieron a la perfección. S. Agustín decía “Dios que te creo sin ti, no te salvará sin ti” y S. Ignacio de Loyola: ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?

Lo vemos en el evangelio. Jesús para dar de comer al gentío quiere que le presten dos panes y cinco peces y cuando Jesús sana a Naamán el leproso le manda bañarse siete veces en el Jordán –Jesús siempre cuenta con nosotros para realizar su obra-

Pero, nosotros nos vamos descuidando y esas tinajas que Dios puso en nuestra bodega llenas de amor, de generosidad, de alegría, de fidelidad, de comunión, de paz, de perdón… con el tiempo se han ido vaciando. Unas veces porque hemos sacado sin reponerlas y otras porque de no usarlas se han ido evaporando y creo que no hay que insistir demasiado en ello para ver que hoy estamos sufriendo este problema.

¿Qué personas tienen tiempo para pararse a ver si las tinajas de su corazón están llenas o vacías? ¿Quiénes son capaces de percibir que en aquella bodega –de su fondo y en aquellas tinajas estaba la esencia, el símbolo del signo?

Este pasaje de Las Bodas de Caná se suele relacionar siempre con la vida matrimonial y es perfecto, pero nadie puede quedar excluido a la hora de interrogarse, pues todos tenemos una alianza con el Señor y todos podemos apropiárnoslo.

Qué bueno sería que nos preguntásemos por ejemplo ¿cómo va nuestro diálogo? El superficial perfecto, pero ¿y el diálogo profundo donde se deliberan las cosas de “dentro” y donde se pregunta cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida?

Y ¿cómo va nuestro diálogo con Dios? Posiblemente el superficial también esté aceptable, pero… ¿y el diálogo de “dentro”? ¿Y el diálogo personal con el Señor?

Cuántas veces preguntamos al otro ¿qué es lo que te agrada de mí? Y cuántas nos preguntamos ¿qué es lo que a Dios le agrada de mi vida? ¿Hay que ayudar en algo?

¿Cómo están las tinajas de nuestro corazón? ¿Hay alegría para que lleguen al corazón de los demás, comenzando por nuestros hijos?

Y ¿cómo están las tinajas del corazón de un sacerdote, para que su alegría llegue al corazón de cada miembro de su parroquia? Posiblemente no nos lo hemos preguntado ninguna vez. Es demasiada la responsabilidad que estas preguntas conllevan como para estar indagando.

Somos incapaces de darnos cuenta de que, cuando aparecen los desajustes de la vida solemos  perder la paz, nuestra vida se agita y, a veces decimos –palabras hirientes de las que nos arrepentimos a los cinco minutos- pero que ya han hecho una herida de tal calibre que mostrará muchos años la cicatriz.

Otras veces radica en que, en lugar de afrontar la situación callamos, pero vivimos resentidos entrando en una espiral en la que ya no somos capaces de amar. Se nos ha finalizado el amor y ya no podemos perdonar, se han fragmentado las tinajas de nuestro corazón. Había comunión y eso se derramaba sobre los hijos que gozaban del amor de sus padres, pero ahora las cosas han cambiado y la vida de los hijos se tambalea, no saben a qué atenerse.

Había comunión y se derramaba sobre todos los miembros de la comunidad parroquial, pero al cambiar las cosas las divisiones se han ido adueñando de todos.

No somos capaces de darnos cuenta de que el principal problema  consiste en que, cuando se acaba el vino se acaba la fiesta y todos quieren marcharse. Allí solamente queda soledad, incomunicación y escepticismo, siendo los más perjudicados los más cercanos.

Pero hay una gran esperanza: esto se puede solucionar.

Hace poco le preguntaban en televisión, a un matrimonio que llevaban 60 años casados, ¿nos podríais decir el secreto de que vuestro amor haya durado tantos años? Entonces ella contestó: “es que en nuestros tiempos cuando una cosa se rompía la arreglábamos, no la tirábamos a la basura” ¡Es impresionante la contestación!

Pero le faltó decir que, en su tiempo y en el nuestro, seguimos contando con María para que interceda ante su Hijo para que obre el milagro, para que nos ayude a resolver el problema. No olvidemos que ella nos sigue repitiendo las palabras que llevan a la solución “Haced lo que él os diga”

Hagamos como el maestresala. Esperemos la respuesta de Jesús aunque sus soluciones no logren ser siempre aceptadas por nuestra mente estrecha y corta. Hagamos lo que Jesús nos dice. Y preguntémonos:

¿Qué nos dice –hoy- Jesús que hagamos?

En el día del enfermo

En el día del enfermo

Como todos sabéis hoy, día de la Virgen de Lourdes, es el día del enfermo. Y he pensado: ¡qué bien enlaza Dios las cosas! La Madre siempre arropando a cuantos están necesitados de sus cuidados.

Por eso, como es natural, no podía pasar este día sin tener un recuerdo, para todos mis amigos enfermos y para cuantos estén pasando un momento complicado, para cuántos me llaman para que oremos por ellos en la Adoración al Santísimo de los martes y para cuántos me habéis enseñado a enfrentar la enfermedad con valentía y fortaleza… a todos quiero deciros que os llevo en mi corazón.

Bien sé, que no somos muy proclives a decir a los demás que les queremos, que nos acordamos de ellos, que son importantes en nuestra vida… y, mucho menos a personas desconocidas con las que posiblemente no tengamos ningún contacto; pero hoy –por este medio que llega a todos- quiero acercarme a cuantos estáis sufriendo -sobre todos a los que más solos os encontréis- para deciros que admiro vuestra coraje y el gran valor que tiene para todos vuestro sufrimiento.

En este día del enfermo, os pongo ante el Señor. Y quiero hacerlo poniendo en sus manos y en su corazón, vuestro rostro y vuestra situación concreta, pues sé que sois sus favoritos y os ama de una manera especial.

También sé que es fácil decir cosas bonitas cuando se está en esa situación, pero nadie está bien indefinidamente. Por el dolor pasamos todos; unos antes, otros después; unos de una forma, otros de otra… pero nadie puede librarse de él. Yo también lo he conocido muy de cerca y he comprobado que en esos momentos Dios me llevaba en sus brazos lo mismo que ahora os lleva a vosotros.

Eso me ha enseñado que cuando la salud comienza a resquebrajarse, todo nuestro mundo se tambalea, los esquemas se trastocan, el corazón se suaviza y poco a poco vamos entrando en ese mundo de espera y abandono donde el dar y el recibir comienzan a formar una unidad. Pues ¿Quién más dado a dar y recibir que un enfermo?

Un enfermo es un ser desvalido. Hemos de tener una simple gripe y estamos a expensas de los médicos, del tratamiento, de ver si volveremos a sanar. Perdemos las seguridades que tanto apreciábamos y tan sólo nos encontramos con las manos tendidas y el corazón expectante. Dependemos de lo que vamos a recibir.
Pero un enfermo, sobre todo da: Da una perspectiva nueva de vida. Da humildad, da acogida, da agradecimiento… ¡Puede dar tanto un enfermo!

Así, nuestro querido Papa S. Juan Pablo II tan cercano a esta realidad, eligió el 11 febrero de 1984 para publicar la carta apostólica Salvifici doloris acerca del significado cristiano del sufrimiento humano, fijando al año siguiente esta misma fecha para instituir la celebración de la Jornada mundial del enfermo. Y decía –en la carta que escribió para tal evento- que lo hizo así, “porque quería que este día fuese un momento fuerte de oración y ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la iglesia, así como una invitación para que todos reconozcamos en el rostro del hermano enfermo, el rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación de la humanidad”
Por eso hoy, quiero hacer un llamamiento a todos, para que miremos el rostro de Cristo y veamos en él todas esas dolencias, esos males, esos sufrimientos, esas vidas segadas por la injusticia, por la miseria, por la marginación y con valentía seamos capaces de preguntarnos cuántas de esas heridas se han producido por nuestro egoísmo, por nuestra indiferencia, por nuestra apatía… Siendo capaces de mirarles de frente y ver a todos ellos, no como simples personas, sino como hijos de Dios queridos y privilegiados.

Pues todos ellos conforman en rostro de Dios. Por eso, Jesús al mostrar sus llagas nos está revelando a cada ser humano que sufre en el cuerpo o en el alma. Nos está presentando a la humanidad sufriente que, metida dentro de sus heridas, derrama sobre el mundo la sangre que conforta y el agua que regenera. Nos está expresando que cada persona que sufre a su lado, se convierte con Él en redentor del mundo.

¡Qué grandes sois mis queridos enfermos! ¡Qué dignidad la vuestra por haber elegido poner vuestros sufrimientos junto a los del Señor!

Yo querría pediros hoy, que os dejaseis besar por el Señor, lo mismo que se dejó besar el leproso del evangelio. ¡Cuántos seres de los que nos decimos sanos, vamos por la vida con el corazón lleno de lepra, sin quererla ver y sin dejarnos besar por el Señor! Pero vosotros no. Vosotros sois especiales, vosotros podéis saborear ese beso de Dios porque vuestro corazón está limpio. Porque en cada dificultad habéis experimentado su cercanía.
Quiero que comprendáis que vuestras heridas son una brecha donde nace el amor y la misericordia.
Quiero que sepáis que el cuerpo herido de Cristo os ha dado el coraje de seguir y la ternura de acoger, una ternura que os da fuerza para vivir por los demás, aunque no lleguéis lejos porque vuestros pasos no puedan ser largos. Una ternura que nace sólo, de los que viven su vida junto al corazón de Dios.
Gracias de nuevo. Seguiré pidiendo al Señor inmensamente por vosotros, le diré que guarde esta semilla de fe y entrega que sois vosotros. Cristo murió de una vez por todos, pero vosotros sois esos otros cristos que están muriendo cada día un poco, por todos los demás.

Quiero aprender de vosotros a morir -también yo- cada día un poco a mi egoísmo, a mi comodidad… porque todos unidos podremos ser luz para este mundo que camina en tinieblas.

¡No os canséis! Sabed que el Señor abre su mesa todos los días, para que cojamos fuerza y podamos seguir caminando. En ella nos sentaremos juntos y nos alimentaremos con la Palabra y con su Cuerpo y Sangre, para salir al mundo a manifestar que Cristo ama a todos, y vive en cada persona que es capaz de entregarse por los demás.

Os quiero de verdad y quiero mandaros todo mi cariño.

Entregaron una medida rebosante

Entregaron una medida rebosante

Sé, que atreverse a hablar de la vida consagrada una seglar es todo un reto, pero quizá sea bueno que alguien plasme como se ve -desde fuera- esta realidad tan sorprendente.
Entro en el tema, con admiración y respeto, pero siendo consciente de que, lo que pueda compartir distará infinito de la realidad.
Sin embargo, siento alegría y gozo al tratarlo pues, en primer lugar admiro profundamente la Vida Consagrada y además, tengo gran cariño por esas personas, algunas muy cercanas a mí.
Después, porque creo que acercándonos a ellas y a su manera de vivir, aprenderemos a mirar con ojos nuevos y podremos mostrarles -un poquito- el inmenso agradecimiento que merecen.

UN CANTO A LA VIDA
Quizá mucha gente no estará al tanto de que, el día 2 de Febrero, festividad de la Presentación del Señor, la Iglesia la dedica como: Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Y a mí me parece que, en este momento de la historia en el que la vida consagrada está tratada con tan poco respeto, tratar el tema puede ser un momento de gracia y encajarla en este día un privilegio, pues ¿qué es, la realidad de la vida consagrada, sino un canto a la Vida?
Todos queremos vivir: vivir a “tope”, vivir muchos años, vivir bien. Tener calidad de vida, presentar en nuestra vejez un aspecto intachable… y, no escatimamos esfuerzos para lograrlo, pero al final nos damos cuenta de que con tanta inquietud por aparentar, nos hemos olvidado de lo esencial: De Vivir.
Quizá sea esta una de las razones, por las que La Vida Consagrada no siempre esté valorada como se merece; muchos creen que, es algo que está ahí y que no sirve para nada. Opinan que, a ella pertenecen unas personas “raras” que se cierran en un convento para no enfrentarse con la realidad de nuestro mundo… Pero ¡qué gran equivocación!
Por eso, nuestro querido Papa San Juan pablo II, tan cercano a todas las realidades de la Iglesia, quiso darle el lugar que merecía -poniéndola en el candelero para que todo el mundo pudiese verla- celebrando así la primera Jornada de la Vida Consagrada -el día 2 de Febrero del año 1997-.
Y estas fueron las asombrosas palabras, que pronunció El Papa el día de la inauguración:
“Esta jornada quiere ayudar a toda la Iglesia a valorar, cada vez más, el testimonio de quienes han elegido seguir a Cristo, de cerca; mediante la práctica de los consejos evangélicos y, al mismo tiempo, quieren ser, para las personas consagradas, una ocasión propicia para renovar sus propósitos y reavivar los sentimientos que deben inspirar su entrega al Señor”

LA GRACIA DE LA ENTREGA
Es lógico que, en un mundo donde todo se mide por la productividad, por el porte, por la indumentaria… no quepa la paradoja que ofrece la Vida Consagrada -de darlo todo desde la mayor gratuidad- Por eso es preciso, presentar al mundo el gran Don que supone para la Iglesia una realidad como esta.
Al ponernos ante ella es fácil de comprobar, que no es un invento humano, sino una gracia de Dios. Pues ¿cómo entender con nuestro criterio limitado que, un/una joven, con una carrera universitaria terminada, con un buen puesto de trabajo, iniciando una juventud prometedora y con un físico notable… pueda dejarlo todo para ofrecer su vida a Dios?
Realmente, visto con nuestra pobre mirada: corta y miope, es imposible entenderlo, pero visto con los ojos del alma se entiende perfectamente. Pues lo esencial es invisible a nuestros ojos, solamente es perceptible con los “ojos” del corazón.
Ante esta realidad, lo que comprobamos al mirar a nuestro derredor, es la falta de vocaciones que sufre la Iglesia, sobre todo en los países ricos. Una circunstancia que nos interroga y nos cuestiona a todos, pero que poco hacemos por remediarla.
En la sociedad del bienestar, donde intentan sacar a Dios de nuestra vida, no puede extrañarnos lo que comprobamos. La auténtica vocación brota de un encuentro con el Señor y, ciertamente, no vivimos en una época donde proliferen tales encuentros.
Es verdad que se multiplican las reuniones, los mensajes, los WhatsApp, las comidas y cenas de trabajo… pero los encuentros con el Señor… eso, ya es otra cosa. Estamos esperando que Dios entre en la técnica moderna, para poder conectar con la juventud de hoy. Somos incapaces de darnos cuenta de que, lo que a Dios le gusta es el encuentro personal; sin pantalla por medio. Le gustan las miradas profundas, las palabras cálidas, los silencios prolongados… difícil cuestión para los que vivimos sumergidos en los grandes proyectos y el ruido estridente.

LOS FINES DE LA VIDA CONSAGRADA
El primer fin que tiene la vida consagrada es, alabar a Dios y glorificarlo por toda la humanidad. Ya que, esta debería de ser la condición de todo ser creado.
También tiene el propósito, de enriquecer a la Comunidad Cristiana con todos sus carismas.
Y, cómo no, ofrecer a los demás todos esos edificantes frutos, nacidos de una vida vacía de sí mismos y entregada a los demás.
La Vida Consagrada es, la respuesta a una llamada profunda, sentida en el corazón de la persona y acogida con generosidad. Estas personas, sorprendentes, deciden seguir su vida, caminando tras las huellas de Cristo; y con una radicalidad, que supera nuestros torpes criterios. Lo hacen desde: La castidad, la pobreza y la obediencia.
¡Qué sería del mundo sin estas personas!
Desde mi experiencia personal, puedo hablaros de la apertura tan impresionante que muestran cuando te acercas a ellos/as.
– La alegría los inunda.
– Su excelente manera de escuchar y compartir.
– Lo informados que están de las realidades de la vida.
– Como piden a Dios, cada día, por todo y por todos.
– Como gastan su vida a favor de los demás.
– Como presentan, ante el Señor, las realidades concretas de nuestro mundo.
Ellos son el pulmón de la Iglesia, el aire que necesita para respirar. Es como si, a través suyo, inspirásemos y espirásemos al Espíritu Santo, en ese aire que no se ve, pero que se necesita para que exista vida.
Ellos son, junto a nosotros, parte del Cuerpo Místico de Cristo, por eso aportan su multitud de carismas. Todos conocemos diversidad de órdenes religiosas, tanto de hombres como de mujeres: Las hay de clausura, dedicadas a la oración y adoración al Santísimo; a la enseñanza; al servicio de los desfavorecidos; otras se dedican a atender en los hospitales; hay misioneros/as que sirven en los países más pobres de la tierra… pero todos unidos en un mismo sentir y un mismo pensar: servir a Cristo. Siendo Luz para cuantos los rodean y, ofreciendo su afluencia de dones, con la fuerza del Espíritu Santo.

TODOS SOMOS CONSAGRADOS
Otra cosa importante, que nos recuerda esta jornada es que, todos somos consagrados. Nos consagraron al Señor en nuestro Bautismo y nos seguimos consagrando cada vez que repetimos esas admirables promesas, como puede ser en el momento de rezar el Credo en la Eucaristía. Por eso tenemos que valorar la Vida Consagrada, como un toque de atención para revisar los compromisos hechos a Dios y a los hermanos, desde nuestra realidad personal.
De ahí, el acierto del Papa al elegir el día de la Presentación del Señor para insertar esta Jornada, pues estoy segura de que con ello quiso poner a María como el Faro para iluminarnos y el Cobijo para ofrecernos a Dios.
¡No fue casualidad! Este día presenta la liturgia, cómo el anciano Simeón reconoce a Dios en aquel niño que portaban aquellos jóvenes padres. Y lo reconoce porque estaba preparado. Había vivido una entrega incondicional al Señor; de ahí que, cuando aquel joven matrimonio pone a Jesús en sus brazos llega a sus ojos, despiertos, tal destello de luz, que ante el asombro de María y José, declara a gritos que es “luz de la naciones y gloria para su pueblo Israel…”
Acaba de aparecer la respuesta. Solamente los que tienen sus ojos puestos en el Señor, los que van gastando su vida por Él son los que serán capaces de descubrirlo, sin importar el ropaje con el que quiera presentarse.
Pero es sorprendente que, el resto de los que estaban en el templo no lo reconocieron, solamente los que habían permanecido en oración y a la escucha en su presencia, fueron capaces de reconocerlo.
¡Qué gran toque de atención para nosotros! ¡Qué importante saber unir acción y contemplación! Pues, eso tan difícil para nosotros, es precisamente lo que hacen, sencillamente, los consagrados.

SE TRATA DE DARLO TODO
Por tanto, se trata de entregar una medida rebosante. Se trata… de darlo todo. De hacer una apuesta de verdad.
Sería bueno, que esta jornada nos llevase a revisar la diferencia que existe entre nuestra manera de medir y la manera de Dios.
Él, siempre dará mucho más de lo que nosotros podamos darle, pero admira profundamente, que siendo Dios cuente con nosotros para llevar a cabo su obra.
A Él, le gusta ver nuestra medida llena; le agrada nuestra generosidad, nuestro desinterés, nuestra entrega… Y ¿Quiénes mejor para darnos ejemplo que los que lo dieron todo?
Será bueno que esta semana busquemos tiempo de oración y ejemplos de gente que lo dejó todo por Cristo.
Posiblemente conozcamos a algunos personalmente, pero si no tomemos el evangelio y empecemos por los apóstoles, por María… busquemos personas de todos los tiempos, hasta llegar a nuestros días; personas a las que podamos designar con nombres y apellidos…
Después tengamos ratos grandes de silencio y acogida, pidiendo al Señor la gracia de: saberle responder, como ellos lo hicieron.