Un año más llegamos al día 19 de marzo, día de S. José, en el que la iglesia celebra el día del seminario. Este año, con el precioso lema: “Sé de quién me he fiado” y posiblemente por ser día laborable tendrá menos incidencia que otros años. Por eso creo, que no puede pasar inadvertido para nosotros, ha de llevarnos a hacer un inciso, para pedir por los sacerdotes y ser generosos para ayudarles en sus necesidades.

No podemos olvidarnos de pedir por ellos, no podemos olvidarnos de pedir por las vocaciones, no podemos relajarnos ante una realidad que tanto nos afecta. Pidamos al Señor que siga enviando obreros a su mies.

Hoy más que nunca necesitamos estar a su lado, pues aunque nos parezca que es lo habitual entre nosotros, quizá no hemos dedicado el tiempo suficiente a preguntarnos ¿quién acompañaría nuestro camino hacia Dios si no hubiese sacerdotes? ¿Quién podría perdonar nuestro pecado si no hubiese sacerdotes? ¿Qué sería de nosotros si no hubiese un sacerdote para celebrar la Eucaristía? ¿Qué sería de nosotros si no pudiésemos recibir al Señor en nuestro corazón?… Sin embargo se nos olvida el orar por las vocaciones; se nos olvida ayudar para que puedan vivir dignamente; se nos olvida que, como personas que son, necesitan nuestra compañía, nuestro cariño, nuestra comprensión, nuestra apoyo…

También es necesario tener presentes a tantos sacerdotes como acompañan a los cristianos perseguidos, para que no les falte nunca nuestra oración y nuestra ayuda, a fin de que puedan perseverar en la fe y mantener su testimonio de fidelidad incondicional a Cristo.

Por tanto, recemos hoy, día del seminario, por todos los sacerdotes del mundo, por los que se preparan para serlo y por todos los que responderán a la llamada del Señor.
Y… valoremos a los sacerdotes. No olvidemos nunca su dignidad, su valentía, su dedicación… no dejemos de ver, como los ama Dios y cómo nos ama Dios a nosotros, a través de ellos.

Valoremos lo que junto a ellos hemos vivido y aprendido y estimemos lo que significa para nosotros, el que un día, al decirles Jesús ¡Ven y verás! lo dejasen todo y le siguieran.

Y, sobre todo, seamos agradecidos. Demos gracias por cada uno de ellos, desde el corazón.
Demos gracias por los de nuestra parroquia –cada uno la suya- que nos acompañan a diario, estando disponibles todas las horas del día para responder a nuestras necesidades.

Gracias por perdonar nuestros fallos en nombre de Dios.
Gracias por alimentarnos, cada día, con el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Gracias por preparar con entusiasmo la liturgia, tratar con esmero la homilía y poner un gran cariño en las catequesis, gracias por preocuparse de manera muy especial, en la preparación bautismal, de juventud, del matrimonio… Sin olvidar la acogida y ayuda a los necesitados.

Y, sobre todo, gracias porque han tenido la valentía de ser:
Sacerdotes de Cristo