“Y había allí seis tinajas de piedra, puestas para ser usadas en el rito de las purificaciones de los judíos. Jesús les dijo: Llenad de agua las tinajas. Y ellos las llenaron hasta el borde”

Acabábamos el artículo anterior, -tomado de Las Bodas de Caná y titulado: “No ha llegado mi hora”- diciendo que por la sensibilidad y ruego de María, Jesús pasa de ser la persona -a la que acompañaban sus discípulos-, a ser la persona en la que hay que creer.

Decíamos también que, donde está María comienza el discípulo su camino de fe y aprende a descubrir quién es Jesús.

Y esto es precisamente lo que le pasa al maestresala. La frase contundente de María: “Haced lo que Él os diga” prodiga su aceptación  para hacer lo que Jesús le dijese y resulta que Jesús le dice algo incomprensible a su razón: “Llenad las tinajas de agua”

Todo ser humano guarda en su bodega alguna tinaja, lo que pasa es que nos cuesta tanto descender que no sabemos en qué situación se encuentra.

Sin embargo Dios, desde su infinito amor, llenó hasta rebosar las tinajas de nuestra bodega, pero las llenó de semillas. Semillas que cada uno hará crecer según sea su capacidad y dedicación.

Lo que pasa es que, hoy se habla tanto de todo lo que Dios hace por nosotros, que nos vamos olvidando de que cuenta con que todo ser humano realice, también, la tarea asignada.

La gente cree que como Dios lo hace todo ella no tiene nada que hacer, pero se equivoca. Los grandes santos que sabían mucho de esto lo entendieron a la perfección. S. Agustín decía “Dios que te creo sin ti, no te salvará sin ti” y S. Ignacio de Loyola: ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?

Lo vemos en el evangelio. Jesús para dar de comer al gentío quiere que le presten dos panes y cinco peces y cuando Jesús sana a Naamán el leproso le manda bañarse siete veces en el Jordán –Jesús siempre cuenta con nosotros para realizar su obra-

Pero, nosotros nos vamos descuidando y esas tinajas que Dios puso en nuestra bodega llenas de amor, de generosidad, de alegría, de fidelidad, de comunión, de paz, de perdón… con el tiempo se han ido vaciando. Unas veces porque hemos sacado sin reponerlas y otras porque de no usarlas se han ido evaporando y creo que no hay que insistir demasiado en ello para ver que hoy estamos sufriendo este problema.

¿Qué personas tienen tiempo para pararse a ver si las tinajas de su corazón están llenas o vacías? ¿Quiénes son capaces de percibir que en aquella bodega –de su fondo y en aquellas tinajas estaba la esencia, el símbolo del signo?

Este pasaje de Las Bodas de Caná se suele relacionar siempre con la vida matrimonial y es perfecto, pero nadie puede quedar excluido a la hora de interrogarse, pues todos tenemos una alianza con el Señor y todos podemos apropiárnoslo.

Qué bueno sería que nos preguntásemos por ejemplo ¿cómo va nuestro diálogo? El superficial perfecto, pero ¿y el diálogo profundo donde se deliberan las cosas de “dentro” y donde se pregunta cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida?

Y ¿cómo va nuestro diálogo con Dios? Posiblemente el superficial también esté aceptable, pero… ¿y el diálogo de “dentro”? ¿Y el diálogo personal con el Señor?

Cuántas veces preguntamos al otro ¿qué es lo que te agrada de mí? Y cuántas nos preguntamos ¿qué es lo que a Dios le agrada de mi vida? ¿Hay que ayudar en algo?

¿Cómo están las tinajas de nuestro corazón? ¿Hay alegría para que lleguen al corazón de los demás, comenzando por nuestros hijos?

Y ¿cómo están las tinajas del corazón de un sacerdote, para que su alegría llegue al corazón de cada miembro de su parroquia? Posiblemente no nos lo hemos preguntado ninguna vez. Es demasiada la responsabilidad que estas preguntas conllevan como para estar indagando.

Somos incapaces de darnos cuenta de que, cuando aparecen los desajustes de la vida solemos  perder la paz, nuestra vida se agita y, a veces decimos –palabras hirientes de las que nos arrepentimos a los cinco minutos- pero que ya han hecho una herida de tal calibre que mostrará muchos años la cicatriz.

Otras veces radica en que, en lugar de afrontar la situación callamos, pero vivimos resentidos entrando en una espiral en la que ya no somos capaces de amar. Se nos ha finalizado el amor y ya no podemos perdonar, se han fragmentado las tinajas de nuestro corazón. Había comunión y eso se derramaba sobre los hijos que gozaban del amor de sus padres, pero ahora las cosas han cambiado y la vida de los hijos se tambalea, no saben a qué atenerse.

Había comunión y se derramaba sobre todos los miembros de la comunidad parroquial, pero al cambiar las cosas las divisiones se han ido adueñando de todos.

No somos capaces de darnos cuenta de que el principal problema  consiste en que, cuando se acaba el vino se acaba la fiesta y todos quieren marcharse. Allí solamente queda soledad, incomunicación y escepticismo, siendo los más perjudicados los más cercanos.

Pero hay una gran esperanza: esto se puede solucionar.

Hace poco le preguntaban en televisión, a un matrimonio que llevaban 60 años casados, ¿nos podríais decir el secreto de que vuestro amor haya durado tantos años? Entonces ella contestó: “es que en nuestros tiempos cuando una cosa se rompía la arreglábamos, no la tirábamos a la basura” ¡Es impresionante la contestación!

Pero le faltó decir que, en su tiempo y en el nuestro, seguimos contando con María para que interceda ante su Hijo para que obre el milagro, para que nos ayude a resolver el problema. No olvidemos que ella nos sigue repitiendo las palabras que llevan a la solución “Haced lo que él os diga”

Hagamos como el maestresala. Esperemos la respuesta de Jesús aunque sus soluciones no logren ser siempre aceptadas por nuestra mente estrecha y corta. Hagamos lo que Jesús nos dice. Y preguntémonos:

¿Qué nos dice –hoy- Jesús que hagamos?