Estamos en el día del enfermo. Por eso, para la oración de hoy, me he detenido en el segundo capítulo del evangelio de Marcos, donde se nos narra el hecho de ese paralítico que, fue presentado ante Jesús por cuatro hombres que, sobre una camilla lo hicieron llegar hasta él. Y, al reflexionar sobre ello, he pensado ¿cuánta gente presentaría S. José a Jesús, lo mismo que esos camilleros?

De ahí que, haya decidido que, sea S. José, el que presida hoy nuestra oración. Pues yo me imagino que, lo mismo que nosotros, diría a la gente de su tiempo: ¡No te preocupes que, esto te lo soluciona mi hijo en un momento!

Y… me parece asombroso cómo, sin pretenderlo, el relato del evangelio -tantas veces leído-, nos ha metido de fondo en la oración de intercesión. Esa oración que, utilizaremos hoy, para pedir por nuestros enfermos.

       Ya sé que, al decir esto, muchos estaréis pensando, pero si S. José es el patrono de la buena muerte ¿qué tiene que ver eso con la enfermedad? Pues tiene mucho que ver porque, aunque lo ignoremos es también esperanza para los enfermos. Ya que S. José, es capaz de darse cuenta, de todo lo que nos molesta o nos hace sufrir, para salir en nuestra ayuda.

Por eso, sería bueno que, hoy le pidiésemos la gracia de darnos cuenta, también nosotros, de esos que lo están pasando mal, a fin de que, nos ayudase a interceder por todos los que, están en un momento delicado –sea de la índole que sea- que, nos ayudase a unirnos a ellos de corazón, a sentir compasión por ellos, a experimentar sus sufrimientos en nuestra carne… y a  ponerlos –junto a él- ante el Señor para que los auxilie.

Porque eso es lo que, S. José hace. Cuando un enfermo se le acerca para pedirle auxilio, no puede ignorarlo; en el momento que se da cuenta de que le pide ayuda, no se para a mirar su vida, ni su forma de ser, ni sus debilidades… él, lo lleva rápido a Jesús para que lo sane.

Por eso, no nos dé miedo poner a todos los “lisiados” que encontremos en esa camilla que porta S. José. Pongamos, en este momento, a todos esos “lisiados” de esperanza. A esos “lisiados” de amor que, de tanto ver sufrimiento se les va secando el corazón. Pongamos, a los encerrados en su soledad; a los postrados en esa cama de hospital; a los que la gente no ve, porque están pasando todo en silencio, junto a las personas que los cuidan…

Sigamos poniendo enfermos, contagiados, moribundos… no nos dé miedo. Por muchos que pongamos, en la camilla siempre caben más. Pongamos también en ella, a este mundo enfermo de cuerpo y de alma, que lucha por salir de tanto deterioro, tanto hundimiento, tanta desolación… Este mundo que, lejos de arrodillarse ante Dios y pedirle amparo, solamente piensa en volver a aquello que dejó, infectado de poder, egoísmo y mentira… este mundo que no es capaz de percibir la novedad que, Dios nos está mostrando con este sinsentido que nos toca vivir.

Sin olvidarnos, de poner en la camilla a esas personas cercanas que, llevamos en el corazón y lo están pasando mal y a todos los enfermos que, hoy, nadie pedirá por ellos.

MOMENTO DE ORACIÓN

¡¡Levantaos, nos dice hoy S. José!! ¡¡Poneos en pie, como dijo mi hijo al paralítico!! ¿No os dais cuenta de que Dios está aquí para levantaros, para quitar vuestra enfermedad y hacer que recuperéis la verdadera vida?

 

PADECER CON LOS QUE PADECEN

Lo que más le gusta a una persona que está pasando un momento amargo de enfermedad, de soledad, de sufrimiento… es encontrar a alguien que se solidarice con él, que le comprenda, que le ayude… que, esté dispuesto a padecer con él.

Surgiendo en ello, el momento de la compasión. Ese momento en el que S. José entra en juego, porque tiene un corazón compasivo.

Pero, hemos de tener claro que la compasión no puede llevarnos a turbar a la otra persona. La compasión es ese sentimiento que nos invita a llegar hasta el enfermo: de puntillas, en silencio… a creer en él, a quererlo, a enjugar su llanto, a curar sus heridas… olvidándonos de la incomodidad que eso pueda causarnos.

La compasión, ha de ser la Palabra compartida, el gesto de ternura, la mano tendida al dar y al recibir… Ha de ser la luz que, haga al mundo un lugar mejor y más delicado.

  • ¿Es así mi compasión?
  • ¿Qué lugar ocupa la compasión en mi vida, en este tiempo de pandemia?
  • ¿Qué me diría, Jesús, de mi manera de ser compasivo?

 

YO HE VENIDO A SANAR A LOS ENFERMOS

Creo que, hoy, todos tendríamos que acercarnos al gran sanador, pues ¿quién no tiene alguna dolencia de cuerpo o de alma? Todos deberíamos llegar a su presencia como enfermos, como necesitados de salvación.

Pero hay otros enfermos de los que no quiero olvidarme y, a los que os invito a traer –como esos camilleros- ante Jesús. Son los enfermos que no tienen acceso al médico; que carecen de medicamentos; que no tienen una casa donde refugiarse; que, no tienen ni siquiera una bebida caliente para que los conforte.

Vamos a poner en la “camilla” a las familias de los enfermos. A sus hijos –algunos posiblemente pequeños- a los cuidadores, a todo el personal sanitario… y a todos los que tienen el alma herida y dolida porque no ven salida a sus padecimientos.

Preguntándonos desde lo más profundo:

  • ¿Reconozco al Señor, como el gran sanador?
  • ¿De qué querría que, me sanase hoy a mí?
  • ¿De qué quiero que, sane a los enfermos que llevo en el corazón?
  • ¿De qué querría que sanase a nuestro mundo?

 

MARÍA, SALUD DE LOS ENFERMOS

Hoy es, la Virgen de Lourdes. Y es precioso que, el día del enfermo este enclavado en una festividad de la Virgen. Porque ella, sabe mucho de dolor, de cruces inesperadas, de punzadas en el alma… sabe mucho de desconcierto y soledad… por eso, está ahí intercediendo por nosotros, ante su hijo, para que nos ayude en esta pandemia que nos acecha. Ya que María es: la gran intercesora.

A la vida de María – lo mismo que a la nuestra también llegó lo inesperado. Su hijo, tendría que cargar con una Cruz y caminar hacia su propia muerte. ¡Estaba desconcertada!

Eso mismo nos está pasando a nosotros en este momento de la historia. Como María, vamos viendo a los nuestros cargar con la cruz de la enfermedad. ¿Cómo ser capaces de imaginar lo que, una madre ha podido experimentar, cuando su hijo la ha llamado diciendo que estaba infectado de Covid y no podría verlo? ¿O un hijo, al que le haya dicho, eso mismo su madre? ¡Imposible contabilizar las lágrimas y el desgarro de tanta gente como se encuentra en tan nefasta situación!

Por eso, necesitamos saber que, la madre siempre nos está esperando para poner nuestras enfermedades y sufrimientos en manos de su Hijo. Ella es la intercesora entre Dios y nosotros, es la medianera de todas las gracias, la que arranca del corazón de su hijo cualquier favor por difícil que parezca.

Por eso, vamos a pedirle que interceda por todos los enfermos y necesitados. Pero también:

  • Por los que se han alejado de Dios.
  • Por los que han prescindido de los verdaderos valores.
  • Por los que buscar placer, sin importarles que los demás paguen su irresponsabilidad.
  • Por los que desprecian a los que, son capaces de ayudar sin pedir explicaciones.
  • Por los que, la indiferencia les hace olvidarse de los que están sufriendo…
  • Por todas esas agonías lentas y muertes anunciadas que, no somos capaces de asumir.
  • Y por esos desenlaces tan tristes que, se nos van presentando cada día.

 

No dejemos de pedir a María y a San José que, nos infundan valor, esperanza, valentía y conformidad, para que se cumpla en nosotros, la voluntad de Dios, lo mismo que se cumplió en ellos.