EL PAPA JUAN PABLO II

UNA PERSONA MISERICORDIOSA

 

Por Julia Merodio

 

EL PAPA ERA UNA PERSONA DE CORAZÓN

Fue en la Vigilia del Domingo de la Divina Misericordia cuando el Papa hace su último viaje, el más largo, el que no tendría fin. Y será, seis años después, cuando también en el Domingo de la Divina Misericordia se reconozca su santidad y sea beatificado.

Aquel último viaje, sin duda, fue mucho más dichoso y sosegado que los anteriores que había realizado. En él se encontró con Dios y con todos los que ocupaban un sitio muy privilegiado en su alma. Pero, su corazón lo dejó en la tierra y, ese corazón misericordioso, nacido del contacto con el Señor y con la Virgen es hoy reconocido, no sólo por cuantos tuvimos la suerte de conocerlo, sino por multitud de personas de diferentes tendencias y credos.

De ahí que, la categoría de alma de nuestro querido Papa Benedicto XVI, haya querido elevarlo a los altares y reconocerlo Beato, con una premura que sorprende y que emociona a la vez. Benedicto XVI, desde esa sabiduría que lo caracteriza y, ese conocimiento que le proporcionó su cercanía a Juan Pablo II, le fue haciendo descubrir que, lo que lo definía por entero, era: Su gran corazón.

Pero, no sólo lo descubrió Benedicto XVI, todos pudimos comprobarlo.

El Papa era profundo, cercano, entrañable, comprensivo, se emocionaba con facilidad, aunque nunca dejaba de ir al fondo de las cosas y de los acontecimientos.

El corazón del Papa dejaba ver con sus actuaciones, su equilibrio, su coherencia, su lucidez, su espiritualidad, su cercanía con el Señor…

En el corazón del Papa se palpaba su profundidad, su  sabiduría, su santidad, a la cual sólo se llega por pura gracia, adquirida en el silencio y la humildad de escuchar a Dios.

Por eso, desde este amor de Dios, es desde donde el Papa ha conseguido ser alguien querido y admirado por todos, sin importar su ideología ni su religiosidad.

 

HA SIDO EL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

Son ya seis años los que, Juan Pablo II, celebra su Pascua de Resurrección, junto a Cristo Resucitado y, estoy segura de que en ellos ha experimentado lo maravilloso que es,  pasar de la muerte a la Vida.

El Papa lo tenía bien merecido. Él no escatimo esfuerzos a la hora de:

  • Entregar su vida para que viviésemos mejor los demás.
  • Compartir su gozo, aunque a él no le aportase ningún beneficio.
  • Aceptar a cada uno, de los que llegaban a él, con su realidad; sin temor a ser  rechazado por no pensar como ellos.
  • Sembrar la paz y la tranquilidad, aún cuando todos los acontecimientos le fueran adversos.
  • Consolar a los otros, afrontando su situación personal y ayudándoles a buscar soluciones.
  • Ofrecer signos de resurrección a todos los que estaba privados de libertad, de justicia, de concordia de paz…

Y esto hoy ya es posible porque:

El grano de trigo cayó en tierra, murió… y el  fruto ya empieza a brotar. ¿No lo notáis?

 

MIRANDO AL PAPA

Siempre me ha impresionado mirar al Papa. Cuando lo he seguido en sus viajes y, mucho más cuando estuve cerca de él, al mirarlo vislumbraba:

  • Un hombre tremendamente enamorado de Dios y de las personas.
  • Signo de Jesucristo cabeza y pastor de la Iglesia.
  • Capaz de proclamar la Palabra por doquier, regalando el perdón y ofreciendo la salvación a cuantos llegaban a él.
  • Capaz de congregar en unidad al Pueblo de Dios.
  • Capaz de entregar la vida por el bien de los demás…

 

De ahí que me pareciese que, hace falta una gran dosis de generosidad para entregar una vida. Y es que, esto no es frecuente en el tiempo y el entorno en que nos toca vivir. ¿Cómo no resultar sorprendente, la promesa de fidelidad que el Papa renovaba día tras día, en un mundo donde, precisamente, no se lleva eso de compromisos largos?

Por eso, veintiséis años de Pontificado parecen demasiados para nuestra mente que, mide y pesa las cosas con unos criterios totalmente diferentes a los de Dios y, por lo tanto, también a los suyos

Por eso, para que ello sea una realidad, es necesario creer en Alguien, fiarse de Él, adherirse a Él y hacer de la vida una ofrenda de:

  • Amor.
  • Desprendimiento.
  • Entrega.
  • Y  servicio.

Y así lo hizo el Papa. Cuando llegó al pontificado era una persona joven, dinámica, deportista, fuerte. Su elección a Regir la Iglesia de Jesucristo, tenía por delante una vida recién estrenada, llena de fuerza y vigor, marcada por esa gracia especial que había recibido de lo alto.  Era, esa llamada a la santidad a la que, desde lo profundo de su ser, había dicho SÍ ofreciéndose a servir, desinteresadamente, a todos sus hermanos.

Pero él, sabía bien, que para la misión que se le pedía necesitaría todas sus energías y todos sus resortes.

  • ¡Qué tacto tendría que tener cuando hablase!
  • ¡Qué compasivo habría de ser en su trato con los demás!
  • ¡Qué generoso en su escucha!
  • ¡Qué fuerte en su silencio!
  • ¡Qué valiente en sus decisiones!
  • ¡Qué claro en sus designios…!

Tendría que hacerse uno con Cristo, viviendo para los demás, orando con y por los demás, siendo el camino que los llevase al Padre; pues él sabía, mejor que nadie, que era: “Cristo visible en la tierra” y que el mundo necesitaba sentir el amor del Padre a través suyo.

De ahí que, todos pudiésemos comprobar que Juan pablo II fue, durante todo su pontificado: la Buena Noticia que Jesús nos había anunciado.

Fue a la vez: Mensaje y mensajero. Y pudo serlo porque un día preguntó al Señor, ¿dónde vives? Escuchando de boca de Jesús ¡ven y lo verás! Y el Papa fue y vio… aquí lo tenemos demostrado.

Lo hemos comprobado personalmente. El no lo pensó dos veces salió de sus condicionamientos y se lanzó con valentía a vivir el proyecto que el Señor le acababa de brindar, una misión que se reflejó ante nuestros ojos dejándonos atónitos de su inmensidad.

 

EL PAPA Y MARÍA

En la vida del Papa no podía faltar la Madre. Por eso, tenía a María en un sitio muy privilegiado de su corazón. El Papa, sabía mejor que nadie, que María ayudó a la Iglesia naciente a crecer en su comienzo, como ayudó a Jesús a crecer cuando era niño.

Y sabía que, María ayudaría, al que su Hijo había elegido para regir la incipiente Iglesia, protegiéndolo y fortaleciéndolo… porque en él estaba configurado elmismo Cristo.

Por eso María veía en el Santo Padre ese hijo predilecto y sentía por él una ternura especial y un amor profundo. Lo miraba con esa mirada, con la que sólo es capaz de mirar una Madre como ella.

Lo miraba: Con sus ojos misericordiosos.

Y  le daba:

  • Valentía para responder a ese enorme compromiso que había aceptado.
  • Y le ayudaba a ser otro Cristo en la tierra.

 

El Papa lo entiende perfectamente y pone a Cristo como centro de su vida, para desde Él: ayudar a los demás, perdonarlos, sanarlos, liberarlos, pacificarlos…

— El Papa sabía perfectamente que podía cambiar al mundo y ahí está amando hasta las últimas consecuencias.

— El Papa sorprende por su capacidad para vivir en relación, para tener la esperanza de que es posible seguir avanzando un poco cada día; para enseñar con su vida y con sus palabras a vivir desde el evangelio de Jesús.

— El Papa es la persona que sabe mirar a todos, con ojos nuevos, con los ojos de Cristo, para que todos se sientan tenidos en cuenta, queridos, valorados.

— El Papa siempre ha estado atento a los síntomas de desilusión que pudieran llegar a algún rincón de su Iglesia y allí ha estado él sin rendirse, buscando la manera de ayudarle, ofreciéndole su mano de forma sincera y su colaboración desinteresada.

— Pidiendo por cualquier necesidad en público y  sin miramientos, demostrándonos con ello que, todos estamos implicados en la misma tarea y que todo lo que hacemos es obra de Dios.

Nosotros lo hemos contemplado en directo porque hemos tenido la dicha de recibirlo, en nuestra patria. Él, personalmente, vino una y otra vez a visitarnos. Todavía tenemos fresca su imagen en nuestra retina, su sonrisa en nuestra mente y sus palabras en nuestros oídos. A su lado sentimos la dicha, la emoción, el entusiasmo. Lo vimos emocionar a niños, jóvenes, mayores… y no pudimos dejar de preguntarnos ¿qué tiene el Papa para que produzca estas sensaciones?  Hoy lo tenemos claro El Papa tenía a Dios. El Papa, no era otro Cristo en la tierra, como solíamos decir; yo creo que el Papa era Cristo otra vez. Cristo único Pastor que ha cuidado muy de cerca de todos sus hijos.

 

EL PAPA ERA UN HOMBRE DE ORACIÓN

¡Qué importante ha sido la oración para el Papa!

De él sí que podríamos decir con certeza que: “Perseveraba en oración con María”

A mí me parece que si hay un ejemplo en la Iglesia de hoy, de oración y perseverancia, ese ha sido El Papa.

Siempre me ha impactado verlo en oración pero una de las veces que más huella dejó en mí fue cuando estaba en oración ante el Señor, expuesto en la Custodia, en la explanada de Fátima.  Y junto al Papa, la Virgen.

¡Qué grande tiene que ser adorar al Señor junto a María! Pensé. Yo me imaginaba que a la Virgen tendría que gustarle mucho aquello que estaba pasando.

Al fondo, dos bellas imágenes, de los dos niños a los que había elegido la Madre para hacer llegar al mundo su mensaje “¡Orad! ¡Orad por la Iglesia! La Madre sabía que los niños eran los predilectos de su Hijo, por eso los eligió como portadores de la gran noticia. ¡Decid al mundo todo lo que amo a cada uno de mis hijos! ¡Decidles cómo los llevo en mi corazón! Dadles la clave para llegar hasta Cristo. Decidles que lo importante es la oración. Decidles que se dejen hacer por Él un poco cada día” Y todo esto sellado por el Papa. ¡Era conmovedor!

No puedo olvidarme, tampoco, de un testigo de excepción: Sor Lucia. Ella lo había visto todo, lo había vivido todo, y allí estaba, junto al Papa. Los dos sencillos, serenos, en silencio. ¡Qué poco se hacen notar las almas grandes! ¡Qué lección para los que queremos acercarnos a la Virgen!

Junto al Papa un grupo de niños en un signo profundo de adoración. Yo me preguntaba: ¿Cuántas veces llevamos nosotros a la iglesia a nuestros hijos? ¿Cuántas de esas veces les enseñamos a adorar, a reconocer a Cristo en el pan y en el vino? ¿Cuántas les enseñamos como han de recibirlo al comulgar? ¿Les enseñamos a valorar su amor? Deben de ser muy pocas, cuando el Papa ha tenido que elegir este momento para recordárnoslo.

Pero, como siempre, allí estaba él a nuestro lado.

El Papa estaba en oración. Al Papa lo hemos visto rezar y eso le gusta a la gente. Es doloroso no ver en oración a los sacerdotes en las iglesias. Pero el Papa oraba y lo mostraba y se le notaba.

Desde cualquier realidad el Papa nos ha gritado con su vida que era:

  • Un hombre de oración y que reconocía al Espíritu Santo como primer agente de evangelización
  • Un hombre de oración que, sabía muy bien, que la acción de Dios era una llamada a cada uno en su situación particular y por eso ayudaba a  sus hijos a tener un encuentro personal con el Dios que salva.
  • Un hombre de oración que tenía sus raíces en la tierra viva del Evangelio y tenía a Jesucristo como centro de su vida; así ofreció a todos, razones sólidas para vivir y testimonios ciertos para esperar.
  • Un hombre de oración que vivía profundamente su responsabilidad a cargo de la Iglesia de Jesucristo, haciéndose cercano a todos sin querer privilegios y sirviendo a la Iglesia universal.
  • Un hombre de oración, que sabía respetar como nadie  el ritmo interior de cada persona, y ponía todos los medios para hacer posible el crecimiento de la semilla de fe sin forzarla ni atropellarla.
  • Un hombre de oración que sembraba la paz,  alegría, la Buena Noticia del Evangelio, sin importarle las dificultades, seguro de que lentamente estaba abriendo caminos al Reino de Dios entre los hombres.
  • Un hombre de oración que estaba siempre atento a la voz del Espíritu, viviendo como hombre nuevo, sintiéndose, desde su humildad, instrumento de Dios y siendo para quienes lo hemos contemplado imagen de Cristo vivo; capaz de hacer florecer lo impensable; y  llevando a Dios a cuantos se cruzaron en su camino.

 

Y aquí está la certeza de este momento:

El Papa hizo visible la novedad de Dios, porque trabajó sin desfallecer  las profundidades de su corazón.