ORAR POR OTROS

Por Julia Merodio

Hay dos días en el año que, todavía, tienen una relevancia destacada y son:

  • – La Solemnidad de Todos Los Santos.
  • – La Conmemoración de los Fieles Difuntos.

Por ser correlativas parece que las dos se refieren a los difuntos, aunque no sea así. Es más, por ser festivo el día de Todos los Santos, se dedica a honrar a los difuntos con mayor esplendor. 

No hace demasiados años, las iglesias se llenaban de fieles que iban a orar por sus seres queridos, ya difuntos; pero con tristeza observamos que cada vez hay más gente que ha sustituido la oración por el consabido ramo de flores, convirtiendo tan magnífica realidad en un negocio. De ahí que este año quiera llamar vuestra atención para invitaros a reflexionar sobre la grandeza de: Orar por otros.

 

DIOS NOS PENSÓ FELICES

            Si hay algo que se graba en el alma de forma especial y por lo que todos hemos pasado, es el momento de una separación.

            Cada ser querido que se va, nos deja dentro un desgarro tan grande, que nos hace odiar la muerte, verla como una enemiga, no queremos saber nada de ella y preferimos ignorarla ya que no la podemos erradicar. Pero ¿Por qué?

            La muerte es consubstancial a la persona, si nacemos tenemos que morir y vivir ignorándolo no nos va a librar de ello. Es más, hoy día en que la medicina, gracias a Dios, ha hecho tan grandes descubrimientos y está tan avanzada, la gente se muere más joven; solamente tenemos que detenernos ante los accidentes de tráfico, consumo de droga, alcohol, reyertas… De ahí que quisiera invitaros a mirar de frente esta realidad que nos acompaña.

            Hay unas palabras, que no sé si son conocidas por demasiada gente, pero que aparecen en la liturgia de difuntos. Dicen así: “La vida no se termina se transforma…” Y si eso es cierto ¿Por qué llorar la muerte como la derrota final?

            Cuando nos encontramos con un bebé nadie piensa que sus comienzos no fueron precisamente, el que un niño apareciera en el seno de la madre. El bebé era un ser microscópico que todavía no tenía ninguna apariencia humana, pero allí escondido en el seno de la madre comenzó a formarse hasta aparecer transformado en ser humano en el momento de ver la luz. ¿Qué pasaría allá dentro? ¿Qué dificultades tendría que pasar hasta llegar a término? Y después del nacimiento ¿Qué dificultades encuentra para adaptarse al nuevo hábitat? Nunca lo sabremos, aunque todos hayamos pasado por ello, pero si tenemos la certeza de que es una realidad. En este momento creemos que ya está todo hecho, que ya hemos alcanzado la plenitud, pero no es así.

            El ser humano, al nacer, ha pasado -por decirlo de alguna manera- al segundo estadio donde sigue preparándose para la plenitud de su vida que todavía está por llegar. De ahí que nuestra vida sea un proceso en el que cada uno es responsable de elaborar.

            En el día a día, ese ser inmaduro y dependiente, adquiere una nueva dimensión que nadie podrá realizar por él. En sus manos se ha puesto un trozo de creación de la que es responsable. Tendrá que trabajarla debidamente y con responsabilidad, sabiendo que de ella depende el trabajo de otros.

            Para esa tarea cuenta con la gracia de Dios y los dones que Él le va entregando para su perfecta realización.

            El primer don, que el ser humano encuentra en su camino es: La Libertad. En todo cuanto aparezca ante él se presentarán diversas opciones, de las que libremente tendrá que escoger la que desee.

            El segundo don, que encontrará es: El Discernimiento. Él le ayudará a elegir con acierto la senda adecuada… y así irá encontrando dones, como soportes donde apoyar su elección.

            Y todo esto ¿para qué? Para alcanzar la misión que, en este segundo estadio, tenemos encomendada: Aprender a Amar.

            Ahí lo tenemos, esta es la trayectoria por la que nuestros seres queridos han pasado y por la que tendremos que pasar nosotros; porque: Al atardecer de la vida nos examinarán del amor.

            Es significativo que, hasta que no perdemos un ser querido, no nos damos cuenta de cuánto nos amaba, de cómo amaba, y de lo que representaba en  nuestra vida.

             Pero hay algo, realmente, tranquilizador saber que, aunque se ha alejado, aunque se ha partido… no nos ha dejado, no lo hemos perdido… Ese ser que tanto amábamos no puede desaparecer, él permanece. Por eso oramos por él. Por eso lo recordamos. Por eso seguimos amándolo.

 

Momento de Oración

            Busco el lugar donde me silencio cada día. Me relajo hasta que los agobios, que me acompañan, empiezan a desaparecer.

            Traigo a mi mente, esos seres queridos por los que hoy quiero orar. Quizá este sea un reto que me cueste afrontar, para ello suplico a Dios y le pido su Espíritu de fortaleza.

            Sigo en silencio hasta notar que, la gracia de Dios me va calmando, me consuela y me da valor para superar estos momentos duros por los que estoy pasando.

            En esta actitud orante, voy dejando que Su gracia llene cualquier espacio vacío de mi corazón y de mi vida, apoyándome con fuerza en el infinito amor del Señor.

            Tomo conciencia de todo lo bueno que junto a ellos he vivido y doy gracias por haber sido posible.

            Después cada uno puede decir lo que le sale de lo profundo del corazón.

Puede, por ejemplo, decir -el nombre o el parentesco del ser querido-, hoy quiero orar por ti. Sé que ya perteneces a esa creación nueva, donde no hay llanto ni dolor; sé que has dejado tu humanidad y tu naturaleza es divina, sé que eres feliz junto a Dios, con esa felicidad soñada por Él para toda la humanidad y sé que, junto a Dios ya eres feliz porque su benevolencia y generosidad te inundan.

            Al pensar en ti, visualizo en mi mente con perfección esos maravillosos momentos que hemos pasado juntos y me doy cuenta que siempre tuvimos todo lo necesario para llevar a cabo nuestros sueños, aunque a veces, no supimos aprovecharlo.

            Percibo todo lo que de ti he aprendido para seguir el camino de la vida. Percibo tu fuerza y tu cercanía y te siento junto a mí como nunca lo había percibido antes.

            Oro por ti, porque sé que todo lo bueno ya es posible para ti y para cuantos vivís junto a Dios.

            Quiero orar, también hoy, por todos los que no tienen a nadie que ore por ellos. Sé que serán los predilectos del Señor y por eso los pongo en sus manos.

Después para terminar doy gracias, lentamente, sin precipitarme, por el gran don de la fe.

“Damos siempre gracias a Dios, por todos vosotros y os recordamos en nuestras oraciones. Hacemos memoria, ante nuestro Dios y Padre de vuestra fe, de vuestro trabajo, de vuestra caridad y de la perseverante esperanza en nuestro Señor Jesucristo, sabedores de vuestra elección, amados de Dios” 

                                     (I Tesalonicenses 1, 3 – 5)

 

A TI QUE LLORAS

            Quiero llegar a tu lado, estar junto a ti que lloras para decirte que llorar es bueno, que Jesús también lloró y que si necesitad llorar ¡Llores!

            Las separaciones son duras y cuesta aceptarlas, por eso es lógico que llores, pero no lo hagas con pena; ese ser, tan querido, por el que lloras ha llegado a la plenitud y goza de la mayor felicidad.

            Si contemplamos la curva de la vida observamos como la persona adulta va hacia las características de la niñez. Hay un momento en el que, incluso necesita apoyos para andar, se vuelve dependiente, la comida ha de tomarla triturada, se asemeja en todo a un Bebé y tiene que salir de la tierra, como salió del útero, formado para tomar nueva vida. Ya lo decía Jesús “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos” Y los que se han ido ya se hicieron como niños… 

            Pero ¡Oh milagro! Cuando la persona pasa a la vida plena deja todas las deficiencias que le acompañaban para convertirse en un ser perfecto. Nunca he podido olvidar una persona que contaba en televisión como su hija con síndrome de Down al morir le desapareció la deficiencia y sus facciones quedaron perfectas. Y es que es así, eso mismo pasará a todos los demás, los ciegos verán, los mudos hablarán, el Reino se hará realidad y todos poseerán la tierra de la que habla el evangelio.

            Qué pasa ¿todavía sigues llorando? Pero ¿a qué ahora lo haces de emoción? ¡Ay si descubriesen un móvil con el que pudiésemos hablar con los que ya gozan de la plenitud de Dios! ¡Cuántas cosas nos dirían! ¡Cómo pondrían al descubierto nuestra equivocación!

            Es posible que nos dijesen: No perdáis vuestro precioso tiempo buscando la manera de vivir mejor, ¡vivid dándoos a los demás! Dios ha puesto en vuestras manos las herramientas necesarias para que seáis felices ¡usadlas! ¡Trabajad! ¡Cuidad todo lo que se os ha dado! Amaros, respetaos, sumad esfuerzos, nunca restéis. Que en vuestro comportamiento no haya divisiones. Que os avale un mismo pensar y un mismo sentir. Haced un hueco a Dios en vuestra vida.

            No esperéis comprar la gloria ni hallarla con vuestros descubrimientos, por grandes que sean no dejarán de ser medios para llegar. Todo está descubierto; acercaos al evangelio de Jesucristo y encontraréis la verdad plena y hasta que os encontréis de nuevo, con los que os están esperando, vivid la dicha de sentirlos, cada día en lo más profundo de vuestro  corazón.

 

Para terminar podemos decir al Señor:

 

¡Cómo quisiera, Señor, haber vivido!

¡Cómo quisiera, Señor, haber amado,

cuando lleno del polvo del camino,

en tu presencia me halle derrumbado!

 

¡Dirás, Señor, haberme conocido!

¡Me tomarás, con mimo, de la mano,

si mi traje de fiesta está hecho añicos

y mi trato, todavía, es inhumano!

 

Quizá te apiades, Señor, al verme roto

quizá te apiades, al verme avergonzado

y me digas: entra y arréglate enseguida

porque el Padre, te estaba ya esperando.