LA ALEGRÍA: Signo evidente de Resurrección
Por Julia Merodio
Los que de verdad, queremos vivir este tiempo de Pascua, en el que estamos inmersos, todo nos incita a la alegría, al gozo, a la alabanza, a la acción de gracias…
Sin embargo, cuando salimos a la calle, cuando nos insertamos en la vida, esta alegría se difumina haciéndonos topar con rostros tristes, expectantes, interrogantes, apenados… Personas incapaces de entrar en la fiesta, en la celebración y en la dicha.
Nuestra sociedad no está pasando su mejor momento. La crisis, el paro, el malestar general, el descontento en todos los ámbitos… salta a la vista y no hay día que no nos levantemos con un sobresalto mayor que el anterior, hecho que nos impide encontrar esos signos de Resurrección que tanto ansiamos.
Sin embargo, nosotros sabemos bien, que Dios nos creo para ser felices. Es más si nos adentramos en el evangelio de Jesucristo, encontramos en él, ese hilo conductor que es la alegría y el gozo, cualidades que nos hacen afianzar nuestro criterio de que, algo de fondo está fallando en nuestra realidad, llevándonos a vivir esta discrepancia continua entre lo que nos gustaría hacer y lo que hacemos; entre lo que nos gustaría ser y lo que somos.
Más, la vida de Dios, al contrario de lo que la gente cree, lejos de sacarnos del mundo nos inserta en él; lejos de alejarnos de los desfavorecidos, nos acerca a ellos; lejos de rechazar a los molestos, nos invita a acogerles y ayudarles.
El que, el evangelio nos presente la alegría y el gozo, no es óbice para ocultar la realidad de la existencia con toda su crudeza; al contrario de lo que muchos piensan, el Evangelio nos brinda la realidad sin reservas, sin distorsionarla… pero con la grandeza de ver, hasta en los hechos más dolorosos un resurgir de resurrección que nos lleva a la dicha.
No podemos tenerlo más cercano. Acabamos de pasar la Semana Santa, nadie puede negar el dolor que despliegan los acontecimientos que hemos contemplado:
- Un inocente condenado a muerte.
- Unos seguidores incondicionales, que no dudan en huir cuando las cosas se ponen mal.
- Unos amigos capaces de abandonarle, negarle, traicionarle.
- Unos poderes públicos y religiosos haciendo los “chanchullos” en la noche para no ser vistos, saltando las normas, mintiendo sin piedad y falsificando los hechos, para seguir apoltronados en ese poder que los tenía atrapados
¡Cómo respiran al ver que se habían salido con la suya! ¡Qué orgullosos se sienten de haber conseguido humillar al mismo Dios!
Sin embargo era, ese mismo Dios libertador, el que estaba esperándolos para darles la gran lección, para invitarlos al cambio, para decirles que por muy oscura que sea la hora más álgida de la noche, siempre será sacudida por el amanecer.
Gran enseñanza para este mundo singular en el que, la alegría y el gozo, no proliferaban demasiado. Pero esto no es nada nuevo, lo mismo pasaba en aquel momento en el que Jesús resucitó.
Los pobres eran tan pobres que les resultaba imposible alegrarse y los ricos eran tan ricos que lejos de estar alegres se sentían asqueados de tanta orgía y despilfarro. De entrada parece que Jesús tampoco tuvo las cosas demasiado fáciles, acabamos de plasmar por todo lo que tuvo que pasar.
Al ver esta realidad la gente cree, que los cristianos vivimos una vida de privaciones y dolor, que somos personas tristes y mortificadas, que tenemos que pasarnos la vida cumpliendo normas que no nos gustan… Nada más lejos de la realidad, lo que Dios quiere es que sus hijos estén siempre gozosos. El gozo, lo encontramos en todo lo que suena a Dios. Lo mismo lo veremos plasmado entre los frutos del Espíritu Santo, que en su llegada al mundo en la más extensa miseria; pero todos hemos constatado que, en su nacimiento los que lo veían se llenaba de gozo.
Sin embargo, advertimos con tristeza, que esta realidad, muchos la rechazan abiertamente, no quieren esforzarse por vivir desde la alegría, la verdad y la libertad, no quieren acoger las demandas de los demás, no quieren compartir con ellos, ofrecerles sus dones, no quieren vivir como resucitados… y, ahí está el resultado:
- Un mundo que ríe, pero que no está alegre.
- Un mundo que disfruta a tope, pero no encuentra el gozo.
- Un mundo que se mueve sin parar, pero no es libre.
- Un mundo que hace obras de arte admirables, pero no tiene tiempo para regocijarse con ellas…
Por eso nosotros, queremos vivir de otra manera. Nosotros hemos comprobado que, cuando dejamos de hacerlo así, cuando no nos dejamos llevar por lo efímero, se produce el milagro.
Somos capaces de mirar a nuestra familia, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestro grupo, a nuestra comunidad… con ojos nuevos, con mirada resucitada.
Somos capaces de dejar que esa vida de resucitado nos inunde, que entre dentro de nuestra casa, de nuestra actividad… hemos sido capaces de abrirle la puerta, de quitar obstáculos, de acogerla en lo profundo de nuestro ser.
Por eso la resurrección ha llegado y el gozo la preside. Porque, la resurrección, no es algo inalcanzable, es algo que ha llegado ya… que sigue llegando, que nos llega hoy –precisamente hoy-
- La palabra de consuelo más importante, la podemos pronunciar hoy.
- La sonrisa más sincera, la podemos regalar hoy.
- El compartir más desinteresado, lo podemos realizar hoy.
- El abrazo más cálido, lo podemos conceder hoy.
- Porque, también la Resurrección entra en cada una de nuestras vidas, para llenarlas de una profunda alegría, HOY.
Dejémonos alcanzar por el Resucitado, dejemos esa vida rutinaria y opaca que nos envuelve, dejemos el cansancio, la apatía, el tedio… Dejemos que Jesús Resucitado nos repita de nuevo ¡¡Alegraos!!
No lo hagamos como meros espectadores, desde la distancia, acojámoslo como la mejor noticia que pudiera llegar hasta nosotros, como si nos llegase una brisa suave que refrescase nuestro rostro, como si el agua fresca bañase nuestro ser, como si la luz de la mañana hiciera resplandecer nuestra existencia.
¡¡Alegraos!!! ¡Puede haber noticia mejor! ¡Puede haber regocijo más hermoso! A nosotros, solamente nos corresponde, acoger o rechazar esta alegría, desde nuestra libertad de hijos muy queridos por nuestro Padre: Dios.