Los días van pasando y parece que la cosa no cambia demasiado. Subidas y bajadas en las cifras de enfermos y muertos, pero todo sigue más o menos.

La gente comienza a cansarse. Lo de la alegría y las caceroladas de las terrazas, ya no hace tanta gracia y el dolor cada día nos va llegando desde gente más cercana.

El drama que nos asola se comienza a palpar. Personas con establecimientos cerrados casi dos meses, afrontando pagos sin tener ingresos. Pedidos de personas que necesitan hasta lo más básico, familias destrozadas por la muerte de seres queridos -muchos sin tener una edad avanzada-… Personas que han perdido el trabajo…

Y resulta que, el pasaje de Emaús que este domingo se lee en el evangelio, comienza a tener una fuerte actualidad.

Dos de los discípulos de Jesús que, se habían unido a Él porque creían que a su lado iban a tener todo solucionado, se encuentran con que su Maestro ha muerto y reposa en un sepulcro, como todos los demás.

Su esperanza se ha desvanecido y solamente encuentran en su corazón tristeza, miedo y decepción. ¡Nosotros esperábamos…!

Nosotros también esperábamos una economía boyante, unas vacaciones idílicas, un aumento de sueldo… y demás promesas hechas a diestro y siniestro. Pero eso duró poco. Nos llegó lo que menos esperábamos y por unas cosas y otras nos encontramos metidos en una pandemia de la que nadie sabe cuándo, ni cómo vamos a salir.

Pero, nos dice el relato evangélico que, de pronto, Alguien se les une en el camino. Jesús que caminaba a su lado, sin que lo percibieran lo más mínimo, toma forma en su vida y aparece como un desconocido que se une a su caminar.

Pero ya veis, nada hay nuevo bajo el sol. También Jesús caminaba a nuestro lado, sin embargo preferimos no reconocerlo, ¡para qué complicarnos la vida! –Nos decíamos- Pero de pronto toma forma y lo hace para decirnos: mirad, hay muchas cosas que producen sufrimiento en la existencia y esta que padecéis, es una de las más fuertes; sin embargo el dolor y el sufrimiento no puede robaros la vida. Creíais que la felicidad estaba en el mundo que os ibais montando y ya veis la felicidad, no está en lo que sucede –por bueno o malo que sea- sino en cómo se acoge, como se enfrenta, como se asimila…

Estamos en Pascua, Jesús ha resucitado y Él hoy quiere manifestarnos que la tristeza, la oscuridad, la angustia, lo duro de la vida… nos  abre al misterio del Amor de Dios que es el que da sentido pleno a nuestra existencia.

Por eso sería bueno que, hoy nos dejásemos acompañar por el Señor para contarle todo lo que inquieta a nuestro corazón. Nosotros, en este momento, necesitamos más que nunca desahogarnos, necesitamos que alguien comparta ese fardo que llevamos cargado y que tanto nos pesa, necesitamos abrirnos a la presencia de Jesús Resucitado, para que nos muestre el camino acertado de cómo salir de esto.

Pero, no nos equivoquemos. Dios no nos dice que nos solucionará los problemas de la vida con una barita mágica. Jesús viene a iluminar nuestra vida, nuestro camino… para que seamos capaces de tomar las medidas precisas para remediarlo.

Y aquí lo tenemos. Ninguna receta milagrosa, ninguna solución definitiva, ninguna certeza. Simplemente una invitación a leer y a comprender. A descubrir que sólo Él, es capaz de hacernos entrar en el sentido de los acontecimientos; sólo Él, es capaz de enfocarlos con una luz más clara; sólo Él, es capaz de valorarlo todo con otros criterios más precisos. Jesús, enseñándonos a ver e interpretar –esta pandemia- de una manera nueva y diferente. Jesús, enseñándonos:

  • A no preocuparnos tanto por iluminar nuestra mente, sino a tener el coraje de arriesgar el corazón.
  • Jesús, haciéndonos caer en la cuenta, de la necesidad que tenemos de ver si nuestro corazón, “arde o no arde” dentro del pecho, ante lo que nos van presentando
  • Diciéndonos que la comprensión de su Palabra no es cosa de expertos, sino de gente que se siente necesitada de Alguien que pueda ayudarle.
  • Situándonos en una realidad nueva, para emprender el camino del amor a los demás. Del dar, del compartir…
  • Y enseñándonos dónde y cómo encontrar la fuerza para llevarlo a cabo: en su Palabra, y en la Eucaristía.  

Mas, parece que eso no nos gusta demasiado. Nosotros queremos resultados más rápidos y respuestas más concisas. Por eso abundan tantas “soluciones” como se brindan desde cualquier medio de comunicación, de taoístas, adivinos y videntes… que nos quitará el problema que llevamos encima dándonos fechas, datos, resultados… mandándonos a encender la vela, o a ponernos una cinta, de un color determinado… y cuántas personas caen en ello, gastándose montones de dinero creyendo que eso es posible.

Como los discípulos de Emaús seguimos diciendo ¡nosotros esperábamos! Teníamos un falso concepto de la vida, de lo que es vivir.

Pero hay algo precioso en el pasaje. Ellos no buscaron a Jesús; fue Jesús el que salió a su encuentro. Pensaban en un Mesías triunfalista y llevaba tres días muerto. Pero, “El caminante” les dice: ¡Torpes y necios para entender!

Lo mismo que nosotros, tratan de tapar la realidad huyendo porque no pueden con tanto dolor, con tanta frustración… Pero ellos se dejan acompañar por Jesús y nosotros ¿nos dejamos acompañar por Jesús? Y ¿cómo vamos a dejarnos acompañar por él si nadie nos habla de ello?

Me diréis, pero si ahora hemos hecho de las familias auténticas iglesias domesticas, donde se reza, se celebra la eucaristía, estamos comunicados, nos ofrecemos opciones de ayuda, de dónde poder encontrar eso que nos gustaría… Y es verdad, pero ¿y esa gente que se pasa el día pegada al televisor viendo las mil variedades de ocurrencias para poder pasar el confinamiento un poco mejor, quién les habla de todo esto?

Creemos que, ante tanto dolor y desajuste lo mejor es tapar la realidad, no somos capaces de dejarnos acompañar por Jesús, a fin de que nos dé esa luz especial que nos ayude a interpretar la vida.

Por eso hoy, me gustaría invitaros a abrirnos a la presencia de Jesús Resucitado en nuestro caminar. A dejarnos ayudar por Él; a dejarle tomar la iniciativa; a dejarle que nos hable que nos interpele, que nos escuche, que nos lleve a ese destino incierto -que tanto nos preocupa- pero que Él ya tiene preparada la solución, porque nos ama demasiado como para dejarnos abandonados a nuestra suerte. Por eso no tengamos miedo, pues:

Cuando pensamos que todo está perdido,

viene Dios y  nos dice:

NO TEMÁIS, YO ESTOY CON VOSOTROS