No es casual que, la semana de Oración por la Unidad, termine invitándonos a la conversión. Pues para ser personas de unidad necesitamos convertir nuestros pensamientos, sentimientos, afectos, deseos, actitudes, frustraciones, desilusiones… y también nuestros logros y triunfos, para no creernos poseedores de la verdad, ni mejores que los otros.

De ahí que, esta emblemática semana, termine con la conversión de San Pablo que, creyéndose un auténtico cumplidor, es encontrado por Cristo en su camino equivocado. ¡Qué gran lección para todo evangelizador, que –como él- quiera ser de verdad cristiano y apóstol!

Pablo, no busca a Jesús, es Jesús quien sale a su encuentro. Y, ese encuentro con Jesús, le deja tan fascinado que se compromete a llevar la Buena Noticia a todos los pueblos y a entregarse por la unidad y la concordia de los cristianos. De ahí la importancia de que nos ayude a nosotros en la búsqueda humilde y sincera de llevar a todos el mensaje de Jesús sin hacer acepción de personas.

Todo evangelizador, ha de tener muy claro que, lo que distingue a los seguidores de Jesús es el haber tenido una experiencia fuerte, de encuentro personal con Él. De haber vivido a su lado, de haber escuchado su Palabra, de haber dialogado con Él y de haber compartido su mesa. Pero Pablo nos demuestra que, para que esto sea realidad, no se necesita haber vivido físicamente con Jesús, -como algunas veces pensamos-, Pablo tampoco vivió a su lado, como los apóstoles, pero tuvo la experiencia del encuentro y desde ese momento comenzó a vivir esa realidad apasionante.

Sin embargo, hemos de tener muy presente que, para hacerlo posible, Pablo tuvo que Convertirse.

CONVERSIÓN DE PABLO

A medida que Pablo va conociendo a Jesús, su mundo se descoloca.

El Dios que conocía Saulo era un Dios juez, temible, al acecho de nuestras equivocaciones y errores.

Y Jesús le muestra un Dios Padre siempre dispuesto a la misericordia y el perdón.

El Dios que Saulo había estudiado, era –el Dios motor del mundo- que vivía sentado en su trono, mientras nosotros convivíamos con los problemas de la tierra y Jesús se lo muestra como Alguien próximo y cercano, compañero de todos los caminos e implicado en todas nuestra vicisitudes –por pequeñas que sean-

Jesús revoluciona la idea que, Pablo tiene sobre Dios; él nunca podría haber intuido lo que Jesús le presenta.

Jesús empieza a llenar y a satisfacer los deseos que Pablo tiene de Dios y él comienza a darse cuenta de que, todo aquello que había aprendido en la escuela de Gamaliel, no saciaba su corazón; es ahora cuando su corazón late de forma diferente y, cuando empieza a vislumbrar el auténtico Rostro de Dios.

Pablo lo entiende a la perfección y se compromete en cuerpo y alma. Ya no parará hasta que haya mostrado el Reino de Dios a cuantos se crucen en su camino.

Este debe de ser el camino de todo evangelizador. Volver al primer encuentro con el Señor, a ese encuentro donde vislumbramos la luz, donde reconocimos el auténtico Rostro de Cristo y notamos que nuestro corazón latía a ritmo diferente. A ese encuentro donde fuimos capaces de comprometernos con Él, para llevar la Buena Noticia del Evangelio por todos los lugares donde nos movamos.

Por tanto ¡Convertiros! Esta es la palabra clave.  Sin embargo todos sabemos que nos cuesta demasiado: agradecer, cambiar, crecer, pensar antes de actuar, ser honestos con nosotros mismos, discernir…

Es necesario, por tanto, que nos hagamos criaturas nuevas –como dice S. Pablo- y eso solamente es posible en Cristo y desde Cristo.

De ahí que la conversión no sea cuestión de esfuerzo, ni de hacer meritos para tener contento al Padre; sino de procurar vencer las resistencias que nos impiden dejarnos abrazar y besar por Él. Pues la conversión, no se realiza cuando cambiamos de aspecto, sino cuando somos capaces de cambiar de corazón.

Es por tanto importante, darnos cuenta de que hoy se nos presenta una nueva oportunidad: La oportunidad de cambiar nuestra existencia.

Lo que pasa es que, a veces, comenzar a vivir de una manera nueva, después de haber vivido tantos años aferrados “a lo de siempre”, da un poco de vértigo; nos resulta más fácil seguir agarrados a lo viejo; limpiar nuestra cárcel, pintar los barrotes, pero permanecer en ella; pues nos asustan, demasiado, las promesas del Padre y nos agarramos a las reivindicaciones que nos puedan librar de ellas.

Pero no lo olvidemos. Convertirse,  es  comprometerse con el Señor a seguir mostrando su Reino a los hermanos. Y para ello hemos de morir –un poco cada día- a nosotros mismos para ir resucitando para los demás.

Y yo creo, que con esta actitud de conversión, solamente nos queda acercarnos al salmista, para decirle al Señor:

Me  sedujiste, Señor, y me dejé seducir.

Venciste las resistencias  de  mi  corazón,

como  la  luz  vence  la  oscuridad  de la noche.

Me sedujiste, Señor

y quiero que mi vida, sea en todo momento,

 un proceso de conversión.