Por Julia Merodio

Descálzate compañero;

siente la arena en tus pies,

te espera un largo camino

hasta llegar a Belén..

 

EL DESIERTO COMO LUGAR DE ANUNCIO

Comenzamos la segunda semana de Adviento y parece que todavía se intensifican más las contradicciones entre los planes de Dios y los nuestros; ya que, si nos detenemos a pensar, la historia de salvación siempre empieza a gestarse en el desierto.

Pero ¿a quién se le podría ocurrir anunciar su espléndido negocio en el desierto? A nuestros contemporáneos, desde luego que no, pero parece que a Dios le gustó así.   

Si nos adentramos en el Éxodo, libro narrado años y años antes de la venida de Jesús, ya encontramos esta ocurrencia. Al empezar el capítulo 3 se nos cuenta que Moisés, hombre de Dios y uno de los grandes orante de la Biblia, apacentando el ganado de Jetró, su suegro, atravesó el desierto hasta llegar al monte de Dios: el Horeb.

Atravesar el desierto en la actualidad es algo paradisiaco. En un avión lujosamente equipado, atendido por agradables azafatas, leyendo la prensa o las revistas del corazón, viendo en televisión alguna película o documental y comiendo tranquilamente parece que seduce la oferta, pero en tiempo de Moisés era otra cosa. El desierto se pasaba desprovisto de cualquier seguridad. El calor sofocante del día, el frío de la noche, la ausencia de caminos y señales, la escasez de agua y de comida, la falta de conversación, la soledad y el aislamiento daban mucho para pensar, para entrar dentro de sí, para asumir la carencia de bienes, para entregarse a cualquiera que pudiese ofrecer un resquicio de seguridad.

  

CUANDO ES DIOS EL QUE HABLA

Sumido Moisés en esa soledad sonora, allá donde Dios aparece, ve divisarse el horizonte en el que se encuentra el Horeb. Lo que Moisés no sabía es que, era allí mismo donde, alguien le esperaba.

Le esperaba el Ángel de Dios que, como nos sigue diciendo el Éxodo, se aparece como llama de fuego en medio de una zarza que ardía.

La visión no pasa desapercibida a los ojos de Moisés, el espectáculo parecía insólito y, como cualquiera de nosotros, es atraído por la curiosidad. Decide observarlo más de cerca, pero al avanzar, del mismo centro de la zarza, se oye una voz que le dice: ¡Moisés! ¡Moisés! Él responde ¡Heme aquí!

La descripción no puede ser más fantástica. Moisés se había despojado de todo por eso estaba preparado para recibir la misión de salvar a su pueblo.

 ADVIENTO, UN TIEMPO SAGRADO

Puede ser que este epígrafe llame, poderosamente la atención de algunos, pero simplemente repito las palabras del encuentro en la zarza: “Quítate las sandalias porque el lugar que pisas es un lugar sagrado” Moisés se acaba de encontrar con Dios y esta experiencia íntima con Él, marca definitivamente la vida del profeta. Tanto que le hace portador de salvación.

¿Y, acaso no es eso lo mismo que nosotros intentamos hacer en este Adviento? Nosotros vamos al encuentro de Dios, a tener con Él una experiencia que marque nuestra vida. Y creo que si hay curiosidad al ver que Dios llama desde una zarza, no la hay menos al tener que contemplarlo en un recién nacido, reclinado en un pesebre.

Momento de Oración

Silenciamos, una vez más, nuestro interior, vamos a entrar en ese lugar sagrado donde se encuentra Dios. Un lugar que no es una zarza, ni una cueva, es nuestro lugar, ese donde la Palabra de Dios tiene una resonancia especial para nosotros.

Sosegadamente vamos haciendo desierto en nuestro interior. Dejamos a un lado: los ruidos, las cosas, las personas que nos distraen, las apariencias, los conflictos personales… todo lo que puede ocultar a Dios.

Tratamos de ver, lo que hay más allá de la escasez y limitaciones aparentes; y callamos por dentro y por fuera, para que sea Dios mismo el que nos lo muestre.

Ese Dios que llegó, llega y está llegando. Ese Dios que me ayuda a vivir en plenitud. Ese Dios que me trae la felicidad y el gozo. Ese Dios que viene a traerme la salvación.   

¿De qué tendrá que salvarme en este Adviento?

¿Por qué sendas tendré que caminar, qué caminos escoger… para que mi vida se vuelva más valiosa y abundante?

¿Elijo el gozo de vivir en plenitud, aunque me suponga mayor esfuerzo; o por el contrario, elijo el gozo momentáneo que se diluye como la cera, dejando la marca de su sinsabor?

EN EL DESIERTO UNA VOZ GRITA

De nuevo volvemos al desierto donde nos encontramos con un nuevo personaje. Al contrario que Moisés él no habla en nombre de Dios, él no es el salvador del pueblo, él anuncia la llegada de otro salvador, un salvador que, no se esfuerza por salvar un pueblo, Él es el Salvador de toda la humanidad.

Por eso la procedencia, del anunciante, tiene el sello del vacío. La seguridad en el mensaje demuestra que, es un hombre, capaz de interiorizar lo que dice, su fuerza al mostrarlo da señales de que lo cree firmemente… Pero, a pesar de todo, eso de que lo grite en el desierto, parece que nos sigue dejando un poco descolocados.

Sin embargo el hilo conductor continúa, Dios busca personas vacías de sí mismas para poder asentarse y, aquí está Juan que, lo mismo que a los profetas, lo mismo que a María, la Palabra de Dios le fue dirigida para que comenzasen su misión.

Ello nos indica, que Juan es hombre de oración, que se alimenta de la Palabra de Dios y que su mensaje, de arrepentimiento y conversión, coincide con el pasaje de Isaías: “una voz grita en el desierto, preparad el camino al Señor…” Juan quiere acentuar el final universalista de la cita de profeta “y toda carne verá la salvación de Dios”

Pero parece que, en nuestro tiempo, esto no tiene demasiado atractivo. ¿Qué hacer?

ALEJADO DEL MURMULLO DEL MUNDO

Es reiterativo observar que las personas de oración se alejan del mundo. Vemos como algunos monjes se retiraron al desierto para encontrarse con el Señor y, seguimos viendo, aunque en menor cantidad que, en este momento de la historia, jóvenes con carrera, con una colocación prestigiosa, con todas las necesidades cubiertas, se van a un convento de clausura para dedicar su vida al Señor.

Todos habréis comprobado como la gente, que nos rodea, se echa las manos a la cabeza ¿cómo es posible? Quizá el hecho no tenga la contestación lógica y razonada que ellos esperan, pero lo cierto es que, la felicidad que los-as envuelve dista mucho de la efímera felicidad que, a fuerza de arrojo quieren logran los grandes líderes que lo tienen todo.

 EL TESTIMONIO MARCA

Por eso en este Adviento quiero invitaros a ir por este camino, por el camino del silencio interior que habla de otra clase de necesidades y otra clase de respuestas. Un silencio que marca, que predica con la vida y llega a los destinatarios; pues, el mundo de hoy, está ávido de testimonios de vida y no de palabrería inútil, que no satisface el deseo de los que buscan.

Y es significativo que aquel hombre, de quién Jesús diría más tarde “que era el más grande nacido de mujer”, se declare no sólo el precursor, sino el esclavo del Salvador, al decir “que no era digno de desecharle la correa de sus zapatos” y vemos que es así, porque solamente los esclavos se rebajaban a quitar las sandalias de los pies de sus amos para lavárselos. Un signo que debió gustar a Jesús ya que, Él mismo, lo usaría más tarde con sus discípulos.

¡Qué sorpresa!, a pesar de todo ello, la autoridad de Juan no pierde un ápice de su esencia, todas las personas de Dios tienen una autoridad innata, es la autoridad de dejar transparentar al que representan, que es el mismo Dios.

 Momento de Oración

Volvemos a silenciarnos, para escuchar al personaje del desierto: “Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos” –nos grita-

Tomamos conciencia de lo que significa la palabra conversión. Nos damos cuenta de que nuestra conversión requiere un cambio de corazón y un cambio de alma.

De manera personal, cada uno, va tomando conciencia de que, cuando somos uno con el Señor, el bien y la paz fluyen en nuestra vida.

Volvemos al silencio interior, hasta darnos cuenta de que todo nuestro ser se ha silenciado, en ese momento ya estamos preparados para seguir oyendo las palabras de Juan:”Él os bautizará con Espíritu Santo…”

Tomo conciencia de que es, precisamente el Espíritu el que me da vida y aliento para seguir bendiciendo, para seguir esperando, para seguir orando… Así me adentro en la quietud, hasta que noto vibrar la presencia de Dios en mí y siento como van desapareciendo mis dudas y mis temores, saboreando el fruto de la conversión, que me va haciendo uno con el Señor.

Desde esta perspectiva, acojo los cambios que van llegando a mi vida. Elijo, lo que a Dios le agrada, cuando me encuentro en encrucijadas difíciles y hago los ajustes necesarios, para vivir en plenitud el adviento de mi vida.

Junto al Señor, acojo las oportunidades que la vida me ofrece, como dones de Dios y acepto el bien que ellas me proporcionan, como ese preciado regalo, que Dios me hace.

Le pido a Dios que me ayude a estar receptivo a todas aquellas personas que lo están pasando mal y comparto con ellas los bienes que Dios ha puesto en mí, tanto los materiales como los espirituales.

También presento, al Señor, a los olvidados, a los que nadie les habla de Él y estoy receptivo a sus necesidades para que comprueben que hay una manera de vivir que ellos desconocen.

Así, día a día, iré descubriendo más cosas sobre mí, sobre los hermanos, sobre el mundo que me rodea e iré dando gracias a Dios por su gran bondad.

 

“No os engañéis, hermanos, toda dadiva buena, todo don perfecto, viene del Padre de arriba, del Padre de las luces, en quien no hay cambios ni periodos de sombra”   (Santiago 1, 16 -18)