por Admin-Web-QC | Feb 16, 2012 | Rincón de Julia
ENSEÑAR CON AUTORIDAD
Por Julia Merodio
No sé por qué, las palabras que, realmente esta semana, han llamado mi atención son las que dicen, que “Jesús enseñaba con autoridad” pero las hemos leído y escuchado tantas veces, que ya a penas nos sorprenden.
Hoy día, no sólo nos deja indiferentes la expresión, sino que además nos parece algo pasado de moda y caducado.
Sin casi darnos cuenta, hemos dejado de conectar con el mensaje. Tantos años predicando, oyendo homilías, tratando el tema de “enseñar con autoridad” para llegar al momento en que la autoridad, no sólo es rechazada, sino castigada. ¿Qué padre, madre, profesor… puede hoy educar a su hijo con autoridad? Hoy los padres son amiguetes, colegas… y así nos va.
El mundo moderno no entiende la autoridad como Jesús trata de ofrecerla. Nuestra sociedad ha confundido autoridad con autoritarismo y por supuesto, no puede admitir ninguna clase de autoridad, venga de donde venga. ¿Cómo van a ejercer la autoridad los padres con sus hijos? ¿Cómo van a ejercer la autoridad los profesores en los colegios? “Eso sería nefasto para los niños”, los frustraría, los ofendería… y así vemos un día tras otro, a lo que nos ha llevado. Padres llorando el despecho de sus hijos y profesores degradados por los alumnos, “algo sin importancia” lo pide el progreso y la erudición.
ANTE LA REALIDAD ACTUAL
Nada mejor que ponerse ante una realidad, para que uno se dé cuenta de ella. Esto que sirve de comentario y que ya empieza a calar, hasta a los que la han promovido, puede ser que tenga bastante de realidad.
La autoridad no es una palabra más o menos acertada. La autoridad requiere un comportamiento adecuado en el que la ejerce. La autoridad se traduce en un ejemplo de coherencia, veracidad, fidelidad, esfuerzo, voluntad… una serie de valores y actitudes que desgraciadamente estamos perdiendo, deshaciendo así, los pilares donde tendría que asentarse la autoridad.
De ahí que ahora quede claro que cuando se dice en el evangelio que, “Jesús, enseñaba con autoridad” se nos esté diciendo que Jesús actuaba con honestidad, con lealtad, con honradez, con integridad… o lo que es lo mismo Jesús hacía todo “a conciencia”, con coherencia, con honestidad..
OBRAR A CONCIENCIA
No soy ajena a saber que, una cosa es el dicho y otra la acción. Sé que, a veces oímos, aunque cada vez menos, “lo he hecho a conciencia” pero que cuando se trata de referirnos a la verdadera conciencia la cosa decae hasta límites insospechados.
¿Quién puede parase hoy a pensar en su conciencia? Y además ¿Qué es la conciencia, para qué sirve?
Ciertamente me estoy metiendo en un terreno difícil para mí, pero no dejaré de plasmar alguna pincelada.
La conciencia, en una versión coloquial como la mía, es: esa voz interior que nos ayuda a discernir lo bueno de lo malo y esto no es algo que acabe de descubrir yo misma, todos lo hemos experimentado.
Ya en el origen, -nos lo muestran los primeros versículos del Génesis- al presentarnos la creación, ante la persona humana aparecen dos opciones: el bien y el mal. Opciones que se repetirán a lo largo de toda nuestra vida. Pero, ante esa persona no aparece un ángel, ni un hada madrina, ni nadie capaz de decirle la opción que ha de tomar, la persona se encuentra sola ante su libertad para elegir la que quiera. Sin embargo sí escuchará esa voz interna que le interpela y le interroga.
¿Por qué Adán y Eva se esconden al obrar mal? si estaban solos, si nadie los había visto… Se esconden porque esa voz interior les dice que han obrado mal.
¿Por qué todos estos abusos que salen a la luz, un día sí y otro también, se tapan? Porque los que tratan de hacernos ver que eran correctos sabían que no lo eran, pues alguien que hace las cosas bien no tiene por qué ocultarse.
Y esta es nuestra realidad. En cualquier iniciativa a tomar, se nos presentan los dos caminos y, nosotros, desde nuestra libertad habremos de elegir el uno o el otro.
ESCUCHANDO LA VOZ INTERIOR
Ante esta perspectiva, yo creo que sería preciso escuchar esa voz interior, que no debemos ignorar, una voz a la que podemos llamar conciencia, una voz, a la que podemos hacerle caso o no, una voz que por mucho que la tapemos aparecerá.
Lo que pasa es que, a veces molesta tanto prestarle atención, que la vamos ahogando hasta hacerla imperceptible, dando lugar a todas esas irregularidades que en cada momento se nos van presentando y que a veces rozan límites que nadie podía sospechar. Pero ¿por qué pasa esto?
Porque hemos perdido el sentido de lo auténtico, hemos perdido el sentido de injusticia, hemos anulado lo que podía advertirnos de nuestra manera irregular de actuar. Hemos llegado a un momento en el que pensamos que Dios creó la conciencia para torturarnos, pero en nuestro fondo sabemos que eso no es así. Dios creo la conciencia para ayudarnos a la hora de tomar decisiones. Porque Dios sabía que la persona, necesitaba un “supervisor” que le señalase los límites, que le marcase el camino, que le hiciese distinguir los efectos que pudiera tener su comportamiento y ese supervisor se llama conciencia.
PERO ¿DE QUÉ CONCIENCIA HABLAMOS?
Para mí la conciencia ha de descansar en esa participación de amor que Dios tiene para cada uno de sus hijos. Es ese abrazo que Dios nos regala para enseñarnos a vivir, para satisfacer nuestros vacíos, para hacernos ver por dónde transitar, para mostrarnos cómo hemos de construir la vida.
Pero no podemos olvidar que la conciencia ha de estar bien formada empezando por el orden natural, porque es preciso que distinga el bien del mal, lo bueno de lo malo, es preciso que examine y reflexione ante un hecho concreto, es preciso que conozca lo recto, aunque ignore en lo más profundo que la está marcando el mismo Dios.
De ahí la importancia de conjugar lo espiritual y lo neutral, pues una conciencia meramente espiritual y no imparcial sería una conciencia vacía e inútil ya que la norma que rige y construye a la persona es la objetividad.
Por eso la conciencia siempre ha de crecer desde Dios, pues o crece en bondad, en comprensión, en amabilidad, en conocimiento… -frutos del Espíritu- o se destruye.
SOMOS RESPONSABLES DE LO QUE HACEMOS
De ahí que, la mayor verdad de la conciencia sea esta: cada uno somos, personalmente, somos responsables de lo que hacemos. No hay nada que pueda eximirnos de nuestra responsabilidad y el abandono de nuestro deber debería implicar una sanción.
Es verdad que, a veces la toma de decisiones, el optar de una determinada manera, el escoger un establecido camino, nos resulte doloroso e incluso nos exija un sacrificio, pero el saber renunciar a lo que no está bien es lo que hace crecer y madurar a la persona.
Por eso quiero invitaros a detenernos ante esta gran realidad, a pararnos de nuevo sobre el tema y reflexionar, una vez más sobre algo tan importante para nuestra vida. Tomando para ello, las palabras con que la define el catecismo de la Iglesia Católica:
“La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona reconoce la calidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto” (n. 1778)
EDUCAR EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD
Puede ser que el tema esté ya más o menos claro, pero ahora se necesita vivirlo, hacerlo realidad y este pluralismo cultural con tantos intereses superpuestos no ayudan a ello.
De ahí que sea preciso volver a educar el conocimiento de la auténtica verdad y la defensa de la propia libertad.
Tenemos que dejar a un lado los comportamientos que nos presenta la sociedad, la seducción que nos ofrece la propaganda y el alimento de tanta desmoralización, para poder tender a la belleza moral y la claridad de la conciencia.
Pero además, nosotros, los que nos decimos cristianos, todavía hemos de dar un paso más. Hemos de preocuparnos del crecimiento de nuestra conciencia alimentándola con las principales verdades de la fe, esas que recibimos en la infancia y que hemos ido adaptando a las diversas etapas por las que hemos pasado, abriendo nuestra mente y nuestro corazón para acoger las actitudes fundamentales basadas en el respeto y la franqueza de la persona.
Una tarea delicada, que corresponde inculcar ya desde niños, para afianzarla en la juventud, a padres de familia, profesores y comunidad cristiana a la que esos niños y jóvenes pertenecen.
No podemos pasar más tiempo sin ayudar a nuestros jóvenes, a comprender los verdaderos valores de la vida, el amor y la familia, sin olvidarnos de los que elijen la vida sacerdotal o consagrada. A todos hemos de mostrarles la belleza de la santidad, la alegría de la responsabilidad y el gozo de ser colaboradores con el Señor, en la misión de regalar vida.
Esto precisa una formación humana y cristiana capaz de defender la vida, de ayudar a crecer en valores a las familias, de auxiliar a los enfermos y socorrer a los más débiles.
Y para que esto llegue a ser realidad, tendremos que buscar las respuestas en nuestro interior, donde Dios ha dejado impreso su mensaje de amor. Donde la persona se alimenta para poder “enseñar con autoridad”
por Admin-Web-QC | Feb 15, 2012 | Rincón de Julia
NOS DISPONEMOS A ESCUCHAR
Julia Merodio
El Miércoles de Ceniza, abrirá las puertas de la Cuaresma, con una invitación clara a la escucha, la interiorización y la conversión.
De ahí que me parezca importante, dedicar un rato de oración para reflexionar sobre la escucha de la Palabra, pues cuando aprendamos la diferencia que existe entre oír y escuchar empezaremos a saborear, esos regalos de amor, que el Señor quiere hacernos llegar, en estos tiempos fuertes, que la Iglesia nos brinda.
NUESTRAS ESCUCHAS
Si hay algo, que vamos perdiendo de manera incontrolada, es el saber escuchar. No hace falta ahondar demasiado en el tema, para caer en la cuenta de ello.
- Llegamos a una reunión de amigos y, nos parece saber de antemano lo que vamos a escuchar; de tal modo que cuando nos hablan, ni siquiera oímos lo que dicen, sino que vamos predispuestos a imponer nuestro criterio, para que lo escuchen los demás.
- Esto hace que no dejemos que los otros terminen lo que están diciendo, sino que antes de que acaben de hablar, ya estamos imponiendo nuestras razones.
- Tenemos otra situación clara, con frecuencia hablamos todos a la vez, difícil manera de saber lo que el otro dice y encima a gritos para que nuestra voz suba un tono más, que la del que tenemos a nuestro lado.
- Tampoco escuchamos a los “nuestros” -tan “carcas” los pobres- que nos van a decir a nosotros, personas insertadas en la sociedad… y con toda clase de estudios.
- Nos agarramos, también a veces, “al ataque”, eso da un resultado excelente para que no nos reprendan; y, claro, en lugar de escuchar lo que nos dicen, empezamos a dar gritos para, no oír a los que nos hablan y, que los demás no se enteren de lo que decimos nosotros.
- Otra situación para eludir la escucha la encontramos cuando nos parece, saber de antemano, todo lo que el otro nos va a decir. ¡Consejitos a nosotros, personas de sabiduría! Y así, ocasión, tras ocasión seguimos cerrados en nuestro mundo pobre y estrecho, sintiéndonos los “super-sabios, de la sociedad”
Con este, raquítico esquema prefabricado ¿Cómo esperar que la Palabra de Dios penetre en nosotros?
En realidad, tampoco sé si nos interesa mucho dejar que anide la Palabra en nuestro corazón, complica y exige demasiado; yo creo que, más bien, lo que pretendemos es saber algo de ella, para quedar bien cuando llegue la ocasión y saber, lo suficientemente poco, como para que no nos interpele excesivamente.
LA ESCUCHA DE DIOS
Más de una vez nos hemos planteado si, realmente, Dios nos escucha, sobre todo, cuando sus criterios difieren de los nuestros. Sin embargo, si somos capaces de recorrer nuestra trayectoria de vida, nos daremos cuenta de que, el único que escucha siempre es Dios.
Él espera siempre, comprende siempre, acoge siempre, sorprende siempre… Él no impone sus criterios acepta los nuestros. Él no habla, deja que nosotros hablemos. Él no juzga, no critica… Él siempre quiere ser uno con nosotros.
Dios ha sido así para todos los seres humanos de todos los tiempos. Si hay algo que me deja sorprendida, al máximo, es la manera que tenía de comunicación y escucha hacía su pueblo. Él escuchaba sus gritos de auxilio, sus súplicas en la aflicción, sus palabras de alabanza, su fe ante los signos que les ofrecía… Y ellos, su pueblo, se sentían escuchados. Por eso no dudaban en comunicarse con su Dios, con su único Dios.
No tenemos nada más que abrir el Antiguo Testamente para observarlo: “Escucha Israel…” Escucha… Porque se trata de escuchar…
“Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno.
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
Guarda en tu corazón estas palabras que hoy te digo.
las a tus hijos y háblales de ellas estando en casa o yendo de viaje, acostado o levantado; átalas a tu mano como signo, ponlas en tu frente como señal; escríbelas en las jambas de tu casa y en tus puertas” (Deuteronomio 6, 4 – 9)
DIOS ESCUCHA SIEMPRE
Creo que, no puede haber mejor momento que este, para hacernos seriamente este planteamiento. Dios escucha siempre, pero para que una persona escuche otra tiene que hablar.
Estamos en el punto más álgido de la oración: diálogo entre Dios y el ser humano. Vemos, como los hombres del Antiguo Testamento buscaban una relación con Dios y sentían presta su respuesta. Pero claro, nosotros estamos en otro tiempo. Nosotros somos del Nuevo Testamento; no querrán ahora hacernos ver “zarzas ardiendo” ni subir a esas montañas a encontrarnos con Dios. Ahora vivimos en las grandes ciudades. Subimos en ascensor y guisamos con vitrocerámica; Lo de la zarza y el monte… hay que reconocer que quedan desfasados. Y es, precisamente a esto a lo que nos vamos a referir.
Dios, para el que no existe el tiempo, es infinito en su escucha; y así lo experimentan José y María, personas que nos traerían la novedad de la escucha de Dios. Él no tiene sitios concretos de comunicación, pero sí un lugar preciso: el corazón.
José y María nos lo muestran con precisión. Ellos supieron escuchar, supieron oír y supieron responder. Por ellos pudimos llegar a contemplar, al mismo Dios, en la carne de un Niño indefenso, para que “nos escuchase en directo” Puede ser que nos parezca salido de la realidad el hablar con un Niño que no habla y escuchar a un Bebé que sólo sabe llorar, pero ¡Qué sorprendente! Los que fueron capaces de hacer la prueba, todos salieron gritando su confirmación.
Por eso sería bueno que nos preguntásemos:
¿Soy capaz de escuchar a Dios?
¿Me siento escuchado por Dios?
MOMENTO DE ORACIÓN
Vamos a tomar una actitud de escucha y acogida. Vamos a dejar que la Palabras nos penetre, nos empape… haga poso en nosotros. Vamos a escuchar a Dios con sencillez y calma; pero, sobre todo, vamos a escuchar con el corazón.
Vivimos en un mundo complejo. Hasta nosotros llegan mensajes que nos afectan tanto de forma positiva como negativa. Ante ellos ¿nos dejamos llevar por la corriente, o tratamos de ser nosotros mismos? ¿A qué comportamiento nos llevan?
Detengámonos a pensar que, ese comportamiento –bueno o malo- será el que llegue a los demás.
Cuando le regalo un tiempo a Dios ¿soy capaz de llegar a un diálogo profundo con Él, o me quedo flotando en la superficie?
Ahora, sin perder el clima de oración, pediré al Señor que me enseñe a escuchar desde:
— La sinceridad: Para que me llegue la palabra nítidamente.
— El esfuerzo: Para que no trate de buscar lo que no cuesta.
— La perseverancia: Para volver a ella, una y otra vez, aunque no se vean resultados.
Podemos afianzar nuestra oración reflexionando con estas palabras de Isaías.
“Escuchad sordos; mirad y ved ciegos. Veíais muchas cosas pero no reteníais; estabais atentos pero, pero nada oíais.
El Señor quería manifestaros su salvación y hacer grande y gloriosa su alabanza, pero nada pudo hacer; erais un pueblo saqueado y encerrado en mazmorras” (Isaías 42, 18 -24)
por Admin-Web-QC | Ene 14, 2012 | Rincón de Julia
por Admin-Web-QC | Ene 14, 2012 | Rincón de Julia
por Admin-Web-QC | Dic 14, 2011 | Rincón de Julia
SOMOS EVANGELIO PARA EL MUNDO
Por Julia Merodio
Por mucho que nos hayamos esforzado, en estas dos semanas que llevamos de Adviento, tenemos muy claro que, la iniciativa ha siempre es de Dios y que, ha sido Él, el que ha llenando, de ternura y alivio, nuestro ser.
Se nos ha mostrado como Padre y Hacedor; moldeando nuestra arcilla y confortándonos en nuestra fragilidad. Se nos ha mostrado como consolador, para darnos fuerza y confianza. Ahora en esta tercera semana, somos enviados a proclamar, todas esas finuras que hemos vivido junto a Él y que tan Buena Noticia han sido para nuestra existencia. Por tanto tomaremos conciencia de que somos:
EVANGELIO PARA EL MUNDO
Al adentrarnos en algunas de las lecturas, tomadas del profeta Isaías para este tiempo de Adviento, nos sorprende encontrar, entre sus líneas, implícita a María.
Y sorprende, porque siempre se espera a María, como protagonista, en la cuata semana de adviento; sin embargo el profeta Isaías, a pesar de mostrar su sentimiento, con tanta antelación; parece conocer a María de forma singular y la plasma de una manera única. Parece gritar, como la historia humana acogida desde Dios, es siempre antigua y siempre nueva; siempre prodigiosa y siempre sublime.
Siendo así ¿Cómo no elegir a María como la gran portadora de la Buena Noticia? Nos basta con tomar el evangelio de Lucas para, desde su sobriedad, darnos cuenta de ello.
Lucas no duda en situarnos ante uno de los últimos rincones del mundo, para presentarnos a esa joven que ha sido “agraciada”, porque Dios ha puesto su mirada en ella.
Pero ¿es que Lucas no sabía lo que hacía? Lucas, no pretende impresionar a nadie. Lucas que, ha vivido junto a Jesús, se ha dado cuenta de que, las cosas de Dios se escapan, un poco, a nuestra mente humana; y, ahí está la realidad. Solamente los que saben leer con los ojos del alma, serán capaces de entenderlo. Por eso María, escasa de cultura, leyó las maravillas del Señor, con tan singular nitidez y las pregonó con tanta fidelidad.
María ha sido capaz de expresar su amor, porque ha vivido bajo la mirada de Dios. El amor de Dios se había encarnado en Ella y eso le hacía mostrar: al Dios de la paz, del amor, de la esperanza… a cuantos se cruzaban con en su camino.
La criatura nueva, que acababa de tomar vida en su seno, le había hecho nacer un nuevo corazón, todavía mayor del que ya poseía y la Buena Noticia brotaba de su manera de vivir y de amar.
María vivía una historia de gracia donde, el punto de partida, había sido: la revelación del amor de Dios.
María había dejado a Dios, que le susurrase su nombre y la inundase de su inmensa misericordia.
Y todo ello le hacía ser: El gran Evangelio para el Mundo.
ES HORA DE CONTEMPLAR
Esta tercera semana, querría invitaros a que nuestra oración fuese de Contemplación. Por lo que, tendremos que pedir al Señor su gracia, para entrar en ella con la sorpresa y la humildad que merece. Pues, cuando la persona ha tenido experiencia de Dios y ha reflexionado sobre Él, nota como sus actitudes, emociones, sentimientos, afectos y manera de ser cambian, al ser contemplados a la luz de su Palabra. Y ya no se puede prescindir del encuentro personal con el Señor; se necesita buscarlo, hallarlo, sentirlo… se necesita contemplarlo.
Porque es contemplando donde uno puede meterse en el mundo escondido de Dios. Un mundo donde toda regla desaparece, toda estrategia se suprime, toda metodología se simplifica… y, solamente se encuentra la gratuidad de Dios dándose a conocer. Por tanto, es precisamente, en ese momento, en el que se toma conciencia de lo que es el mundo de la gracia; donde no hay deudas sino don y gratuidad.
La Contemplación es, en sí misma, oración profunda y personal. En ella nada importa el saber, sino el sentir.
Cuando se han hecho Ejercicios Ignacianos reiteradas veces, la contemplación empieza a hacerse algo habitual en la vida.
S. Ignacio tiene una maestría especial, para instar a la persona a situarse en la escena, como si se hallase presente. Él nos pide que veamos a los personajes, escuchemos lo que hablan, nos hagamos uno con ellos y compartamos la realidad de lo que se vive; y esto, no para recibir información si no para sentir al Señor, para ir entrando en ese mundo, escondido donde el conocimiento de Dios plenifica a la persona.
Para hacer una oración de Contemplación, no se necesita tener una inteligencia privilegiada, se necesita tener sed de Dios, ansia de buscarlo, de conocerlo de amarlo.
Para contemplar, no se necesita hacer experimentos, sino ansiar un encuentro personal con el Señor, para compartir con Él hasta que se note que va ocupando el corazón.
MOMENTO DE ORACIÓN
Como cada semana nos ponemos en presencia del Señor. Nos silenciamos y buscamos ese momento de encuentro, donde cada uno no puede dejar de preguntarte:
- ¿Qué quiere Dios de mí?
- ¿Cómo puedo ser Buena Noticia para el mundo?
La respuesta del Señor no tardará en llegar. A cada uno le dirá algo personal y único, pero también habrá una respuesta común para todos. Serás Buena Noticia para el mundo:
– Siendo fiel al Evangelio.
– Siendo fiel a tu carisma personal.
– Siendo fiel a los signos de los tiempos.
Porque Dios, en cada momento nos hablará de una manera distinta y lo importante será acoger esa Palabra que nos ha llevado hasta la contemplación, bajo la luz del Espíritu Santo; teniendo la seguridad de que, cuando Dios quiere algo de nosotros, no hay duda de que es posible. Él, lo confirmará cuando quiera, lo hará como quiera, pero sin dudarlo se efectuará, pues Dios tiene poder para realizar lo imposible.
También es cierto que Dios, conoce nuestra fragilidad y nuestra debilidad, pero con su misericordia infinita, pacientemente, nos irá preparando, caldeando, enseñando… irá respetando nuestro proceso, dejando que lo rumiemos, que lo interioricemos… que vayamos purificando la Palabra, objetivándola, haciéndola vida, hasta que vea que ya estamos preparados para salir al mundo, a llevar su Salvación a los demás.
Para seguir esta oración, podemos tomar estos versículos del profeta Isaías, seleccionados para el tercer domingo de Adviento:
“Como el suelo echa sus brotes, como el jardín hace brotar la semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos” (Isaías 61, 10 – 11)
Los frutos son el lenguaje de nuestra vida “Por sus frutos los conoceréis” dice la Palabra de Dios:
El árbol bueno, da frutos buenos.
El árbol malo, da fritos malos.
Y nosotros ¿Qué frutos damos?
Nada permanece oculto a los ojos de Dios. Para Él la noche es clara como el día y la tiniebla el comienzo de la aurora.
Dios no nos pide acopio de bienes sino confianza. Por tanto hagamos un gran acto de fe en el Señor, eso nos llevara a acoger la voluntad de Dios con alegría y acción de gracias.
Seamos en la vida verdaderos precursores y verdaderos profetas. Posiblemente creamos, que son pocos los que lo reconocerán, pero sin saber cómo, la presencia de Cristo se irá haciendo presente en nuestro mundo.
por Admin-Web-QC | Nov 28, 2011 | Rincón de Julia
ORACIÓN PARA ADVIENTO
Por Julia Merodio
Ha comenzado el Adviento. Y, algunos años, nos cuesta empezarlo más que otros.
Porque sabemos bien que, cada Adviento es: una nueva tarea, un nuevo compromiso y un nuevo esfuerzo.
Pero, a pesar de todo, queremos empezarlo con: entusiasmo, con alegría renovada, con ilusión siempre nueva.
Sabemos, que Dios viene; viene cada día y está a nuestro lado: en nuestra familia, nuestros amigos… en las cosas sencillas y en nuestra misma persona.
Pero eso no nos impide decirle: ¡Ven pronto Señor! ¡Ven, de nuevo; ven una vez más, a nuestra vida! ¡Te necesitamos!
Gracias, por este tiempo de adviento, que nos regalas.
Gracias, por darnos la oportunidad, de comenzarlo de nuevo.
Gracias, por tu nueva presencia, que nos envuelve.
Ayúdanos, a llenar este adviento de: paz, de solidaridad, de amor, de esperanza, de entusiasmo… Para decirte cada día, desde lo profundo de nuestro corazón: ¡Ven, Señor, Jesús!
ORAMOS –A DOS COROS-
Queremos preparar tu llegada, Señor.
Queremos alabarte, sentirte, recibir tu amor profundo.
Queremos glorificarte y cantar para Ti.
Queremos despertar, levantarnos, mirar hacia arriba…
Queremos despertar al que duerme.
Acompañar al que camina solo por la vida.
Al que no cuenta contigo y pasa de Ti.
Y a los que están sumidos en los sueños de la muerte.
Queremos ser vasija de barro, que Tú llenes con tu gracia.
Queremos ser, sandalia para los pies descalzos.
Cantimplora para saciar la sed del caminante.
Candela que alumbre a los que caminan en la noche.
Por eso, te necesitamos, Señor. Te necesitamos,
para que libres de obstáculos nuestro sendero.
Te necesitamos más que el agua en el desierto.
Más que el aire para respirar.
Más que el sueño para nuestro descanso.
Contigo, el camino se hará más fácil y llevadero.
Las crisis tendrán salida y las preguntas respuesta.
Contigo, nuestro corazón se llenará hasta su fondo.
Y no habrá obstáculo que no seamos capaces de superar.
TEXTO EVANGÉLICO Isaías 41, 17- 20
Yo, el Señor, os responderé. Yo, el Señor, no os abandonaré. Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque y el yermo en fuentes de agua; pondré en el desierto cedros y acacias y mirtos y olivos; plantaré, juntos en la estepa: cipreses, olmos y alerces.
Para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado.
PARA LA REFLEXIÓN
Un año más, aparece ante nosotros el tiempo de Adviento y nosotros nos encontramos en el umbral de la puerta esperando entrar en él.
Todavía no hemos sido capaces de darnos cuenta que el Adviento está insertado en nuestra vida como algo innato en ella.
Que Dios no viene y se va según llegue o termine el Adviento. Que Dios llega a nuestra vida hoy y vendrá mañana, lo mismo que se hizo presente ayer. Porque Dios viene, siempre viene; el problema radica en que nosotros seamos capaces de verlo y acogerlo.
Pero también hacen falta precursores que griten su llegada y todos vemos que escasean demasiado. Por eso, en este tiempo de Adviento, tendremos ante nosotros una petición permanente. Pediremos al Señor, que mande sacerdotes a tantos sitios donde nadie hablará del Adviento. Que se acuerde de suscitar vocaciones en su iglesia.
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En lo que a todos respecta, se trata de estar atentos a su venida, de ser capaces de detectar su llegada, de descubrir sus pasos caminando con los nuestros.
Lo que pasa es, que no siempre resulta fácil situarse en el umbral de la puerta y esperar a Dios.
De ahí, este tiempo de Adviento, tan significativo y predilecto, que nos ayuda a introducirnos en el silencio para escuchar sus pasos y esperar su llegada.
Es triste que solamente unos pocos seamos conscientes de ello. La sociedad actual no está preparada para entrar en el silencio y, todavía menos, para ser paciente ante la llegada de acontecimientos; por eso el Adviento pasa desapercibido sin que muchos de los que comparten con nosotros se enteren de que ha llegado. Y es que… ¡cuesta tanto esperar! ¡Cuesta tanto silenciarse!
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Nosotros sabemos que estar conectados con el Señor no es fácil. A veces, nos gustaría que nos hablase de otra manera, que se presentase de diferente forma, que nos avisase de sus llamadas y las hiciese de manera más convencional, porque hemos visto demasiadas veces que, muchos se van cansados de esperar; no han sido capaces de reconocerlo. Otros, quizá la mayoría, se van porque han pensado que esto no iba con ellos.
Fijaos en lo que os digo – dice Dios- Yo, sí sabía bien, que esto iba a pasar, por eso os he regalado un nuevo Adviento.
Quizá fuese bueno que, durante ese tiempo, os preguntaseis, vosotros, los que no os habéis marchado:
– Cuando estoy en el umbral de la puerta: ¿A qué Dios espero?
– Cuando llamo, ¿por qué Dios pregunto?
– Cuando me abre ¿lo reconozco?
– Sé que llega el tiempo de Adviento. ¿Entro en él, abierto a las sorpresas de Dios?
– ¿Me he planteado que, quizá, esté yo llamando a la puerta de un dios, que no es el Dios de Jesucristo?
– ¿O, quizá, que el Dios que me abre, no es el que me gustaría encontrar al otro lado de la puerta…?
TODOS
Señor:
Yo sé que estás en las ternuras manifestadas.
En las bondades regaladas,
En los enfados perdonados.
En los encuentros inesperados.
Sé que estás, Señor:
En las indiferencias superadas.
En los silencios acogidos.
En el reencuentro sugerente.
En las emociones compartidas.
Estás, en la calma de la oración.
En el silencio del alma.
En la paz del corazón.
En la fidelidad al compromiso adquirido.
En la unidad de sentirnos hermanos.
Y en las emociones con sabor a Dios.
PETICIONES -Espontáneas-
PADRENNUESTRO
ORACIÓN FINAL
Madre: Queremos, como tú, ser Adviento, desde nuestra realidad personal; desde el puesto donde Dios nos ha situado; desde nuestra manera de comportarnos.
Enséñanos: la forma de estar abiertos, a la voluntad de Dios; de estar siempre disponibles y de vivir de modo pleno y comprometido la realidad del mundo.
Ayúdanos a ser Adviento para los demás, desde un estilo de vida sencillo como el tuyo, basado en la espera y el compromiso.
Haz que nos esforcemos por conseguir, un crecimiento personal, que nos identifique cada día más contigo, en que de verdad haya una coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos.
Y que, todo esto, se traduzca en una acción de gracias, por tantos dones recibidos; porque ellos son, los que nos hacen acoger con alegría, las sorpresas de Dios.