por Admin-Web-QC | May 15, 2012 | Rincón de Julia
Por Julia Merodio
Cuando la semana pasada os planteaba el tema de la alegría, quedaba claro que nuestro Dios es un Dios gozoso y entusiasta, capaz de vivir en fiesta; lo que ya no quedaba tan claro es que, ese Dios de la fiesta y el gozo fuese un Dios que ríe.
Es sorprendente comprobar que, en nuestra iconografía no aparezcan, o aparezcan muy pocas imágenes y cuadros de Jesús riendo. Es verdad que, en todas nuestras representaciones de Jesús, hemos sido capaces de plasmarlo con semblante alegre, agradable, satisfecho, acogedor… pero riendo, en raras ocasiones por no decir en ninguna. Y yo me pregunto ¿acaso Jesús no reiría en las Bodas de Caná? ¿Y en los banquetes de los que nos habla en el evangelio?
Ante esta realidad no es extraño que al ver a unos cristianos tan serios y parcos en expresiones de alegría, la gente piense que nos hemos olvidado de reír, o lo que es peor que lleguen a pensar que ser cristiano lleva implícito ocultar la risa.
Sin embargo nada más lejos de la realidad. Fue el mismo Dios el que nos creo con la sonrisa “puesta” La risa en tan consubstancial al ser humano como el llorar, o el parpadear, de ahí que Jesús no iba a ser una excepción; digo yo, que él también nacería con la sonrisa “puesta” como cualquier bebé.
Lo que pasa es que esto de la risa debe de ser cosa muy seria, tan seria que, en este momento de la historia han tenido que aparecer clases de “risoterapia” para llevar a la gente a no perder tan hermosa cualidad.
Más, es significativo que, cuando la gente no sabía nada, sobre los músculos que se movían al reír y todos sus beneficios al hacerlo, la gente riese abiertamente y con demasiada frecuencia.
Ciertamente, hasta que no aprendamos a reír no podremos comprender a nuestro risueño Padre, Dios, con el que es fácil reírse de esas propuestas, a veces, graciosas capaces de llevar a la risa a cuantos lo acompañaban en el camino.
Fijaos cómo se reirían los paisanos de Zaqueo que, al ver llegar a Jesús se sube, ridículamente, en aquel sicómoro ¡alguien tan importante como él! Y no es de extrañar que semejante situación también a Jesús le produjese risa y quizá fuese riendo como le mandase bajar de allí. Pero debía de ser algo tan cotidiano que a nadie le produjo extrañeza, ni siquiera al mismo Zaqueo, él baja con naturalidad sin que le viniese a la mente la idea de denunciar a Jesús por ridiculizarlo, cosa tan implantada en nuestros días, Zaqueo lejos de reprocharle lo que había hecho lo invita a comer, dejándose salvar por Él.
Y ¿no os parece, qué Jesús reiría después de pronunciar cada Bienaventuranza? ¡Bienaventurados los pobres…! Y Jesús sonrió. Hoy diríamos que eso no tiene ninguna gracia ¡qué lástima! Nos hemos hecho mayores y hemos dejado de sorprendernos.
Creo que, es importante situarnos en la escena. Jesús, ante aquellos rostros expectantes que lo taladraban con la mirada, quiere mandarles un resquicio de esperanza y lo hace con esas sorprendentes palabras. Es curioso que los que lo escuchaban no se sintiesen humillados, ni ridiculizados.
Quizá no hayamos sido capaces de captar las dos características que encuadran el hecho.
La primera está en comprobar que Jesús no les deja con un regusto a frustración. Jesús después de cada Bienaventuranza les ofrece una recompensa: Bienaventurados los que son tan libres, que escogen el camino de la pobreza, porque ellos serán saciados. Dios los llenará.
La segunda consiste en que, Jesús, no ofrece las Bienaventuranzas, sentado en un trono, ni sobre la atalaya de un suntuoso castillo, con sus buenos escoltas y rodeado del séquito real; Jesús les habla a su altura y con una claridad que pueden entenderle. Jesús está allí con ellos, en el mismo lugar y Jesús viste como ellos, una simple túnica y unas sandalias similares a las suyas, de ahí que lejos de irritarles sus palabras, les consuelen y les den algo de la felicidad que no poseen. Y todos reirían y Jesús con ellos.
No hay que ver nada más que la manera que tenían de acercarse a Él. Todos le buscaban. Y es que Jesús era una persona divertida; lejos de pronunciar impresionantes sermones, les contaba parábolas amenas, tan entretenidas que nadie tenía prisa por irse.
Nos lo cuenta el mismo evangelista. Dice que se les hace tan tarde, que el mismo Jesús, apiadándose de ellos les da de comer y lo hace tan abundantemente que, Jesús al verlos saciados, se siente dichoso y riendo da gracias al Padre por su derroche de bondad.
Los que vivían a su lado debieron de aprenderlo muy bien. ¿Alguien se imagina a Pedro y a Juan dando la mano al paralítico, al que estaban curando, con un rostro amargado? ¿Acaso Pedro y los demás apóstoles, al dar testimonio de Jesús pondrían cara de resignación y amargura? ¡Cómo se graba en el corazón la sonrisa de un rostro! Por eso la sonrisa de Jesús se había grabado en la cara de sus discípulos.
Pero claro después de insistir tanto sobre la risa de Jesús, es posible que alguno podamos preguntaros y ¿cómo sería la risa de Jesús?
La risa de Jesús creo que sería preciosa y natural. Yo me la imagino como la de esa madre que, con un poco de carne picada y un puñado de arroz, es capaz de hacer comida para todos sus hijos y nietos que se encuentran en paro y al verlos tan dichoso sentados a la mesa y saciando su hambre, aunque su corazón llore, su cara muestra una amplia sonrisa, muy similar a la sonrisa de Dios.
Sería también, como la de ese padre que con una escasa pensión ha acogido en su cada a la familia de sus hijos, a los que les han quitado el piso, para que tengan un techo donde cobijarse y una sopita caliente.
La sonrisa de Dios sería como la de esas personas de cáritas que, cada día preparan comida y bocadillos para cuantos van llegando.
Y como la de aquel misionero, que ha cambiado su bienestar, por la más absoluta precariedad para que niños y mayores puedan sonreír.
Me la imagino, también, como la de ese sacerdote que, sin ninguna comodidad, está en aquel pueblo perdido y atiende a los ancianos y enfermos de la zona.
La sonrisa de Dios sería como la de esos jóvenes que acompañan a niños con problemas y son capaces de hacer que la sonrisa llegue a su cara.
O como la de esos ancianos que ahora cuidan de sus nietos porque sus hijos tienen un horario estresante y unos sueldos muy bajos y los divierten contándoles cada día las mismas aventuras.
O esas monjitas de clausura que sonríen mirando la Custodia, a la vez que su boca se llena de risas al pedir por todo y por todos; porque ellas saben mejor que nadie, que ese al que se lo piden lo puede todo y que pase lo que pase, vela por sus hijos.
Y Jesús sigue riendo cuando descubre a esas personas que saben que, para ser feliz no hace falta tener cosas inservibles, ni almacenar lo que nunca se va a utilizar, porque la risa brota, simplemente, cuando se tiene un corazón sencillo capaz de abrirse para albergar una débil y frágil semilla, capaz de hacer germinar y fructificar todas las bondades y generosidades que Dios va poniendo en él, porque sabe que los demás al comprobarlo y compartirlo reirán de gozo y de paz.
Por eso me atrevería a pediros que vayamos por la vida con la sonrisa puesta, regalándola a cuantos se crucen en nuestro camino, pues creo que no podemos imaginar, lo que le debe de gustar a Dios ver la sonrisa en un rostro.
por Admin-Web-QC | Abr 30, 2012 | Rincón de Julia
LA ALEGRÍA: Signo evidente de Resurrección
Por Julia Merodio
Los que de verdad, queremos vivir este tiempo de Pascua, en el que estamos inmersos, todo nos incita a la alegría, al gozo, a la alabanza, a la acción de gracias…
Sin embargo, cuando salimos a la calle, cuando nos insertamos en la vida, esta alegría se difumina haciéndonos topar con rostros tristes, expectantes, interrogantes, apenados… Personas incapaces de entrar en la fiesta, en la celebración y en la dicha.
Nuestra sociedad no está pasando su mejor momento. La crisis, el paro, el malestar general, el descontento en todos los ámbitos… salta a la vista y no hay día que no nos levantemos con un sobresalto mayor que el anterior, hecho que nos impide encontrar esos signos de Resurrección que tanto ansiamos.
Sin embargo, nosotros sabemos bien, que Dios nos creo para ser felices. Es más si nos adentramos en el evangelio de Jesucristo, encontramos en él, ese hilo conductor que es la alegría y el gozo, cualidades que nos hacen afianzar nuestro criterio de que, algo de fondo está fallando en nuestra realidad, llevándonos a vivir esta discrepancia continua entre lo que nos gustaría hacer y lo que hacemos; entre lo que nos gustaría ser y lo que somos.
Más, la vida de Dios, al contrario de lo que la gente cree, lejos de sacarnos del mundo nos inserta en él; lejos de alejarnos de los desfavorecidos, nos acerca a ellos; lejos de rechazar a los molestos, nos invita a acogerles y ayudarles.
El que, el evangelio nos presente la alegría y el gozo, no es óbice para ocultar la realidad de la existencia con toda su crudeza; al contrario de lo que muchos piensan, el Evangelio nos brinda la realidad sin reservas, sin distorsionarla… pero con la grandeza de ver, hasta en los hechos más dolorosos un resurgir de resurrección que nos lleva a la dicha.
No podemos tenerlo más cercano. Acabamos de pasar la Semana Santa, nadie puede negar el dolor que despliegan los acontecimientos que hemos contemplado:
- Un inocente condenado a muerte.
- Unos seguidores incondicionales, que no dudan en huir cuando las cosas se ponen mal.
- Unos amigos capaces de abandonarle, negarle, traicionarle.
- Unos poderes públicos y religiosos haciendo los “chanchullos” en la noche para no ser vistos, saltando las normas, mintiendo sin piedad y falsificando los hechos, para seguir apoltronados en ese poder que los tenía atrapados
¡Cómo respiran al ver que se habían salido con la suya! ¡Qué orgullosos se sienten de haber conseguido humillar al mismo Dios!
Sin embargo era, ese mismo Dios libertador, el que estaba esperándolos para darles la gran lección, para invitarlos al cambio, para decirles que por muy oscura que sea la hora más álgida de la noche, siempre será sacudida por el amanecer.
Gran enseñanza para este mundo singular en el que, la alegría y el gozo, no proliferaban demasiado. Pero esto no es nada nuevo, lo mismo pasaba en aquel momento en el que Jesús resucitó.
Los pobres eran tan pobres que les resultaba imposible alegrarse y los ricos eran tan ricos que lejos de estar alegres se sentían asqueados de tanta orgía y despilfarro. De entrada parece que Jesús tampoco tuvo las cosas demasiado fáciles, acabamos de plasmar por todo lo que tuvo que pasar.
Al ver esta realidad la gente cree, que los cristianos vivimos una vida de privaciones y dolor, que somos personas tristes y mortificadas, que tenemos que pasarnos la vida cumpliendo normas que no nos gustan… Nada más lejos de la realidad, lo que Dios quiere es que sus hijos estén siempre gozosos. El gozo, lo encontramos en todo lo que suena a Dios. Lo mismo lo veremos plasmado entre los frutos del Espíritu Santo, que en su llegada al mundo en la más extensa miseria; pero todos hemos constatado que, en su nacimiento los que lo veían se llenaba de gozo.
Sin embargo, advertimos con tristeza, que esta realidad, muchos la rechazan abiertamente, no quieren esforzarse por vivir desde la alegría, la verdad y la libertad, no quieren acoger las demandas de los demás, no quieren compartir con ellos, ofrecerles sus dones, no quieren vivir como resucitados… y, ahí está el resultado:
- Un mundo que ríe, pero que no está alegre.
- Un mundo que disfruta a tope, pero no encuentra el gozo.
- Un mundo que se mueve sin parar, pero no es libre.
- Un mundo que hace obras de arte admirables, pero no tiene tiempo para regocijarse con ellas…
Por eso nosotros, queremos vivir de otra manera. Nosotros hemos comprobado que, cuando dejamos de hacerlo así, cuando no nos dejamos llevar por lo efímero, se produce el milagro.
Somos capaces de mirar a nuestra familia, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestro grupo, a nuestra comunidad… con ojos nuevos, con mirada resucitada.
Somos capaces de dejar que esa vida de resucitado nos inunde, que entre dentro de nuestra casa, de nuestra actividad… hemos sido capaces de abrirle la puerta, de quitar obstáculos, de acogerla en lo profundo de nuestro ser.
Por eso la resurrección ha llegado y el gozo la preside. Porque, la resurrección, no es algo inalcanzable, es algo que ha llegado ya… que sigue llegando, que nos llega hoy –precisamente hoy-
- La palabra de consuelo más importante, la podemos pronunciar hoy.
- La sonrisa más sincera, la podemos regalar hoy.
- El compartir más desinteresado, lo podemos realizar hoy.
- El abrazo más cálido, lo podemos conceder hoy.
- Porque, también la Resurrección entra en cada una de nuestras vidas, para llenarlas de una profunda alegría, HOY.
Dejémonos alcanzar por el Resucitado, dejemos esa vida rutinaria y opaca que nos envuelve, dejemos el cansancio, la apatía, el tedio… Dejemos que Jesús Resucitado nos repita de nuevo ¡¡Alegraos!!
No lo hagamos como meros espectadores, desde la distancia, acojámoslo como la mejor noticia que pudiera llegar hasta nosotros, como si nos llegase una brisa suave que refrescase nuestro rostro, como si el agua fresca bañase nuestro ser, como si la luz de la mañana hiciera resplandecer nuestra existencia.
¡¡Alegraos!!! ¡Puede haber noticia mejor! ¡Puede haber regocijo más hermoso! A nosotros, solamente nos corresponde, acoger o rechazar esta alegría, desde nuestra libertad de hijos muy queridos por nuestro Padre: Dios.
por Admin-Web-QC | Abr 19, 2012 | Rincón de Julia
LA FE: ¿ALGO PASADO DE MODA?
Por Julia Merodio
En este mundo estresado y estresante en el que nos movemos, en el que las noticias se suceden a un ritmo trepidante y nos envuelven de manera inevitable, la gente ya no tiene tiempo de volver atrás, lo pasado no le seduce y mucho menos si ese pasado puede cuestionar su vida lo más mínimo.
Desde esta perspectiva observo que, cada vez hay menos gente que se acerque a la Palabra de Dios; la Biblia ya no atrae y si encuentras ofertas relacionadas con ella, suelen ser de autores que la distorsionan a gusto del consumidor, con el fin de vender más libros.
Tampoco se encuentran profetas valientes capaces de hacer llegar su voz a cuantos están inmersos en esta equivocación, cada uno va a lo suyo tratando de quedar bien con todos, colgando la etiqueta de “tolerancia”
Y yo me pregunto, si Jesús volviera de nuevo a convivir con nosotros ¿qué nos diría?
Es triste observar que cuando hablamos de lo auténtico solamos hacerlo en pasado o condicional, pocas veces en presente. No nos damos cuenta de que esto es un error, que la vida de dentro no es algo del pasado, porque entre otras cosas no pasa, permanece.
Jesús no tiene que volver. Jesús no es un mago que aparece y desaparece –como creen muchos- Jesús permanece está aquí. Está en cada uno indiscriminadamente, aunque no seamos capaces de reconocerlo, para darnos vida, para ayudarnos en el camino, para fortalecernos, para alentarnos… Lo que pasa es que, con la luz de nuestro corazón apagada, nos resulta difícil verlo.
Pero, es hoy, precisamente hoy, cuando Jesús vuelve a mostrarnos sus llagas, esas llagas todavía abiertas por el dolor y la indiferencia de la humanidad. Esas llagas que delatan nuestra irresponsabilidad, nuestra equivocación, nuestra indiferencia… Más ¿acaso hay alguien a quién le guste mirar unas llagas? Los que vivimos en la actualidad no queremos ver esas cosas. Huimos de los molestos, de los que muestran dolor, de los fastidiosos… y más, si ellos nos hacen ver nuestra forma equivocada de vivir.
Sí, sí, ya sé que esto requiere echar mano de la Fe. Sé que, ciertamente en este momento de la historia, esa Fe no vende; que la confianza se ha perdido y que muchos quieren hacernos ver que estas generosidades han pasado de moda ¿será verdad?
Si echamos un vistazo a la situación que vivimos nos damos cuenta de que, los que nos decimos cristianos, los que pretendemos vivir desde la fe, no siempre somos capaces de hacerlo responsablemente; es más, hay demasiada gente que todavía lleva puesto el traje de la primera comunión, no ha sido capaz de progresar, se ha quedado estancada, reduciendo su fe a unas simples fórmulas caducadas, que muchos aprovechan para ridiculizar un Don tan grandioso y preciado como es el Don de la Fe.
Y no es extraño, muchos piensa que la fe es algo que se puede vivir separada de la vida, como si fuese algo que acoplamos a los acontecimientos; de ahí que, a Dios lo identificamos fuera de la tierra, arriba en el cielo, lo suficientemente lejos para que no nos cuestione.
Hemos olvidado que la fe es “un acto personal: es la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela” y esto no lo digo yo, lo dice el catecismo de la Iglesia católica.
La Fe es creer que: Dios está en la vida de cada ser humano, no pasivamente sino activamente. La Fe es saber que a Dios le preocupan nuestros problemas, pero no solamente los que se salen de la normalidad, sino los problemas cotidianos, los de cada día.
La dificultad radica en que la Fe no se puede estudiar, ni hace falta tener una clase concreta de religiosidad para poseerla. La Fe se alimenta de las experiencias y vivencias de otros, cuando se saben contrastar con humildad.
Por eso en todo el proceso de la Resurrección en el cual estamos inmersos, los discípulos dan fe de lo que han visto y oído; no de algo etéreo, sino de algo real.
Sin embargo, todo esto que podríamos hacer con facilidad, se complica al tener que realizarlo en un mundo donde nos conciencian, insistentemente de que:
- La religión es un “comecocos”, un terreno donde se refugian las beatas y las personas inseguras que, no encuentran un sitio en esta sociedad culta y próspera.
- La fe es algo anticuado, que no necesitamos los que tenemos: toda la clase de seguros a todo riesgo, para cualquier imprevisto que se pueda presentar.
- Además, la gente te dice: yo tengo mi fe, mis creencias, mi Virgen, mi Dios… ¡Ah sí! ¿Acaso conocéis distintos tipos de fe, distintas Vírgenes, distintos Dioses…? ¡Esto si que es progreso!
- Sin contar a los más listos que nos dicen: lo tenemos claro, Dios no existe, si no ¿por qué permite el mal en el mundo?
Esto mismo preguntaron cierto día una elocuente persona a ALBERT EINSTEIN y esto es, lo que él contestó: El mal no existe, o al menos no existe por sí mismo. El mal es simplemente la ausencia del bien… El mal es una definición que la persona se ha inventado para describir la ausencia de Dios.
Aquí lo tenemos. Ante una pregunta que nos deja sin habla, llega Jesús y nos responde, enseñándonos sus manos y sus pies llagados, diciéndonos: Mirad, aquí tenéis los males del mundo, esos que os parece imposibles de resolver y que han sido sanados con mis heridas.
Ha llegado la gran novedad de Dios, un Dios que se nos comunica y se nos da. Un Dios que nos conforta en nuestra vida, un Dios que se nos regala como Palabra y como Alimento…
No dejemos de asimilar su mensaje, no dejemos de alimentar ese proceso de crecimiento en la Fe… Hagamos todo lo posible para que, esa Fe en Dios, eche raíces profundas en nuestra vida y en nuestra historia.
por Admin-Web-QC | Mar 30, 2012 | Rincón de Julia
ORAR LA SEMANA SANTA CON LOS SALMOS
Por Julia Merodio
Al ponerme a preparar una temática, que pudiese brindaros un guión de oración para la Semana Grande, me he dado cuenta de que nunca os he ofrecido una oración con los Salmos para estos días y, precisamente en esos días santos, vemos por medio del relato de la Pasión, que la boca de Jesús recitó salmos en cada uno de esos momentos aciagos por los que iba pasando.
De ahí que este sea el esquema de oración que os ofrezco, para que por medio de él, estemos todos unidos en oración y adoración ante el Señor.
DOMINGO DE RAMOS.- Salmo 50
Ha llegado la hora. Jesús lo sabe mejor que nadie, por eso llama a los suyos para que se pongan en camino. Tienen que subir a Jerusalén. Muchos los siguen por las grandes maravillas que le vieron hacer, en especial por la última “La resurrección de Lázaro”.
Los apóstoles intuyen, por el gesto serio del Maestro, que las cosas no van bien y andan remisos. Pero Jesús sabe cual es la misión que ha de cumplir y nadie lo detendrá, llegará hasta el final; y cuando llegue revelará que el Dios entregado en la Cruz es el que da a todos la vida.
Sin nadie esperarlo al acercarse a Jerusalén Jesús decide entrar triunfalmente.
Esta es la única vez en todo el evangelio, que Jesús se deja proclamar Rey: en su “entrada triunfal en Jerusalén”.
Mas admira ver a ese Rey mandando a los suyos a buscar un pobre pollino ¿qué clase de rey es este?
Sin embargo parece que a la gente le gusta porque salen a su encuentro de todos los rincones para vitorearlo, aclamarlo: ¡Hosanna el Hijo de David!
Le ponen sus mantos de alfombra para que pase. Debe de ser gente humilde esta que lo aclama. Deben de ser los que lo vieron curar, multiplicar los panes, hacer milagros, hablar en el monte…. Los grandes, los acostumbrados a Herodes con sus soldados me imagino que se quedarían en sus casas.
Por eso sus seguidores son los pobres y los niños; porque, solamente ellos son capaces de alegrarse con las sorpresas, son capaces de maravillarse con sus signos, son capaces de ver que el sello de su coronación es el gozo y la paz.
EN ACTITUD ORANTE. Contempla a Jesús, percibe su intimidad, escucha lo que te dice, déjate contagiar por sus sentimientos…
Síguelo en silencio. Pídele que te dé fuerza para acompañarlo, no sólo en el triunfo, sino también en su pasión. Dale gracias por haberte permitido vivir esta cercanía con Él.
Pregúntale, también, por su Madre. Acompáñala en estos días tan dolorosos y difíciles para ella.
Pídele que te ayude a pasar junto a ellos las dificultades de tu vida y dile que te contagie de su fe para llegar a la resurrección.
Está claro que Jesús es un rey de misericordia, un Dios de bondad, por eso le vamos a decir:
Misericordia, Dios mío por tu bondad,
por tu inmensa compasión,
lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Devuélveme la gracia de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
PARA LA ORACIÓN
Señor, en Ti ponemos nuestro barro y nuestro amor,
porque reconocemos, que tu inmensa ternura
puede limpiar nuestro pecado.
Ante Ti, reconocemos nuestra condición de pecadores, nuestro egoísmo, nuestro juego sucio…
Pero conocemos tu amor sin límites y tu ternura de Padre.
Por eso, nos ponemos ante Ti para decirte: Señor: hemos pecado y nos sentimos avergonzados por el mal que hemos hecho.
Devuélvenos la alegría de la salvación; no tengas en cuenta nuestros fallos y líbranos de volver a caer en la red de la tiniebla.
Crea en nosotros un corazón puro y renuévanos por dentro con espíritu firme.
JUEVES SANTO.- Salmo 115
Es Jueves Santo. Y hoy, lo mismo que en el primer jueves Santo de la Historia, la unidad, la fraternidad y la comunión entre todos los seres humanos es la gran preocupación de Jesús, ya que Él quiere que sean el signo de los suyos.
Jesús quiere que, estas actitudes sean el reflejo que los caracterice ya que, ellas son la señal del cristiano el modo de proceder de un apóstol.
Dios, misterio de amor, unidad en tres personas, que viven dándose, amando y comunicándose con cada ser humano.
Y lo que es más sorprendente. Todo esto realizándose en un mundo lleno de imperfecciones.
Jesús quiere que todos seamos uno, sin elección de personas, sin separar a nadie. Él no elige a los libres de pecado sino a cada ser de un mundo traidor al que ha venido a redimir.
Aquí está el amor de Dios llegado al límite. El amor de Dios que pide al Padre la unidad, a pesar de estar palpando la existencia de la incomprensión, la traición, la hostilidad y el rechazo.
Unos seres así de mediocres son los que ama Jesús, por unas personas así es por las que está dispuesto a cargar con la Cruz.
EN ACTITUD ORANTE
En Esta noche santa, Jesús reza, suplica, pide…por nosotros, como lo hizo en el sermón de la Cena que Juan nos narra.
Ante estos hechos deberíamos estremecernos, caer de rodillas y decirle al Señor:
- Aquí estoy, Señor, para que me prestes tus ojos cuando trate de mirar al mundo.
- Aquí estoy para que me des fuerza para creer.
- Aquí estoy para dejarme lavar los pies por Ti.
- Aquí estoy dispuesto a vivir en unidad y fraternidad con todos los hombres.
- Y sobre todo, aquí estoy, para decirte, balbuceando y temblando, que quiero comprometerme contigo hasta el final.
Queremos vivir en unidad
Esta noche queremos sentirnos más hermanos que nunca, Señor. Esta noche queremos vivir apiñados, como un racimo que deja escapar su néctar para que lo saboreen los que van llegando. Esta noche queremos sentir lo grande que es vivir en comunidad.
Una comunidad donde todos trabajemos por los demás, donde todos seamos piedras vivas que sostengamos el trozo que tenemos encomendado, donde seamos pan partido para que llegue a todos.
Tú quieres, Jesús, que todos seamos uno. Que nos sentemos alrededor de tu mesa para escuchar tu palabra y repartir tu pan. Tú quieres que nos marque la fuerza de tu Espíritu de amor. Tú quieres ser para nosotros el Centro y la Fuerza de nuestras vidas.
Tú nos dijiste, Señor, que nadie tiene amor más fuerte que el que da la vida por el amigo; danos la gracia de buscar fecundidad en nuestra relación familiar, nuestra relación con los amigos, con la comunidad; y sobre todo ayúdanos a saber morir contigo, cada día un poco; sabiendo que, cuando el grano de trigo muere, es cuando desprende fecundidad.
Por eso queremos repetirte:
El cáliz que bendecimos
es la comunión de la sangre de Cristo.
¿Cómo pagaré al Señor el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre.
Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava,
rompiste mis cadenas.
PARA LA ORACIÓN
Estoy contigo, Señor esta noche,
porque tu amor da sentido a mi alma.
Estoy contigo, porque eres
mi salvación y mi esperanza.
Tú eres Señor: compasivo y justo,
guardas a los humildes, levantas al abatido
y salvas la vida de los que se encuentran en peligro.
Por eso, aquí me tienes esta noche, Señor.
Porque quiero ser fiel a la voz de tu llamada,
porque quiero ser seguidor de tu proyecto,
porque quiero romper las cadenas que me aprisionan
y seguirte con fidelidad hasta el final.
VIERNES SANTO.- Salmo 30
Jesús camina ya hacia la cruz. Ha pasado una larga noche en la que ha sufrido toda la clase de torturas y los salmos salen cada vez, con mayor dificultad, por la boca de este crucificado a punto de morir.
Por eso hoy es un día de Recogimiento ante la Cruz. La Iglesia, siempre unida a su Señor, lo ha entendido muy bien. Ni hoy ni mañana se celebrarán sacramentos. El altar va a estar completamente desnudo salvo en el momento de la comunión y los celebrantes vestirán de rojo, como signo del color del sacrificio.
Os invito a desnudar nuestra alma, a vivir con fuerza momento de la comunión con los hermanos. Demostremos, por fuera y por dentro, que queremos morir a todo lo viejo que tanto nos ata, para resucitar con Cristo a la vida en plenitud.
EN ACTITUD ORANTE
Miremos de nuevo la Cruz. Veamos a Jesús clavado en ella. No puede moverse. Ese es su sitio. Un sitio provisional, pero en este momento su sitio.
Con ello quiere enseñarnos que, hay unos momentos en la vida, a los que yo llamo: “el sacramento del estar” que son esos momentos en los que solamente se requiere guardar silencio, pero se necesita la presencia.
- Es ese momento, de dolor, en el que no podemos entrar.
- Ese momento, en el que nos encontramos, ante una muerte.
- Ese momento, en que los hijos, reclaman la presencia de sus padres, para dejar de hacer, lo que harían si ellos no estuviesen.
- Ese momento, en que se necesita saber que alguien está a nuestro lado.
- Ese momento, en el que precisamos saborear que alguien nos ama en silencio.
Sumergidos en esta realidad recitemos lentamente:
A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado;
tú que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
Tú el Dios leal, me librarás.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor.
PARA LA ORACIÓN
— Ya sé que te clavaron en un madero
por ser coherente con tu vida.
Ya sé que eres bandera discutida,
que ante Ti nada puede ser neutral.
Eres vergüenza y locura para el hombre que te rechaza,
pero sabiduría y poder para el que te acoge desde su corazón.
Eres, desde la Cruz, lealtad para la humanidad entera,
eres la manifestación de la gloria de Dios al hombre,
eres la fuente de la vida y el camino de salvación.
— Por eso estamos, ante Ti Señor, callados y desconcertados,
fascinados y atraídos por tu presencia,
asombrados ante la grandeza y la valentía de tu vida,
en busca de lo verdadero y lo auténtico.
— Tú proclamaste línea a línea, tu Evangelio, de par en par.
Tú pusiste la luz en lo alto para que alumbrase a todos,
Tú sembraste semillas de vida en nuestro corazón,
y dijiste que lo esencial residía en el amor.
— Por eso necesitamos decirte hoy:
Que queremos vivir desde la verdad,
que queremos convertirnos,
queremos un cambio de corazón,
para ser fieles a las normas de vida que nos dejaste,
y coherentes a la hora de actuar.
Para así, mirar de frente tu Cruz sin bajar los ojos.
SÁBADO SANTO.- Salmo 43
Toda la Iglesia permanece en oración junto al sepulcro, en este día tan señalado. Es día de meditación, de contemplación, de oración.
Por eso he elegido el salmo 43 porque veo como el salmista llama a su Dios, en una hora de dolor y duda, en la hora de la muerte. Eso mismo suplicamos, nosotros, hoy a Dios.
¡Cuántos sábados Santos en la vida humana!
¡Cuántos silencios y cuántas esperas!
Vamos a decirle con el salmista, cada uno personalmente y,
EN ACTITUD ORANTE
Ten piedad, compadécete de mí Señor, recibe mis lágrimas porque estoy deprimido y mi alma se ha llenado de angustia. Nadie me toma en cuenta. Soy como algo sin valor.
Creía que tenía amigos y ahora me encuentro solo. Tan sólo me quedas Tú, Señor. Pero yo confío en Ti y te amo.
En tus manos pongo mi destino, mi vida, mi forma de conducirme porque creo en tu bondad y en tu misericordia.
Me has brindado tu perdón y al sentirme regenerado mi corazón ha saltado de gozo.
Gracias por alentar mi vida aún en las horas más amargas y duras.
Mi alma desfallece,
mis adversarios me insultan,
y todo el día me repiten:
¿Dónde está tu Dios?
Los acontecimientos, en los que el salmista, se ha visto envuelto vuelven a ser realidad. Todo ha quedado solo, la gente se ha ido y Tú, Señor, reposas en el sepulcro, pero… ¡compréndelo! eran vacaciones y no había tiempo que perder, cada uno tiene sus problema.
Ya ves Señor como se va endureciendo nuestro corazón. Ni siquiera, viéndote muerto, somos capaces de agradecerte lo que has hecho por nosotros. Pasamos ante el sufrimiento de los demás como si no tuviésemos nada que ver en él.
Más, el sufrimiento, no desaparece porque no queramos verlo. A todos nos llega antes o después, no hay nada más que mirar en derredor nuestro. ¡Cuánta gente desfallece, como Tú, en este momento! ¡Cuántas vidas segadas por el tráfico, la guerra y la injusticia!… sin embargo preferimos no verlo, no enterarnos, no comprometernos. Mas la gente nos sigue preguntando, como al salmista ¿dónde está tu Dios?
Ante la pregunta, muchas veces, nos sentimos desconcertados, confundidos, pobres. Nos damos cuenta de que caminamos solos, lejos de Dios y vamos sin rumbo, sin meta fija, vamos a la deriva.
Hemos intentado buscar el camino verdadero pero cuando nos metemos en la vida de la exigencia y el evangelio, se burlan de nosotros y nos dejan desplazados. Nos llegan gritos de insultos y hacer de lo más sagrado, mofa y ridículo y nos damos cuenta de que las cosas no son tan distintas a las que a Ti te llevaron a esta situación.
Pero aquí estamos contigo Señor. Tú conoces nuestro corazón y nuestra entraña ¡Despierta ya! Ven, pronto, a rescatarnos y haznos sentir tu amor.
Me envolvían redes de muerte,
caí en tristeza y angustia,
invoqué el nombre del Señor
¡Señor salva mi vida! (Salmo 116)
¡Qué fácil es tener fe cuando todo va bien! ¡Pero qué difícil resulta cuando Dios calla! ¡Cuánta gente estará en este momento en una situación similar! Cuánta gente increpando a Dios ¿por qué a mí? ¿Por qué ahora? ¿Por qué de esta forma tan inesperada? Sin darnos cuenta que estamos pidiendo explicaciones a una persona de treinta y tres años, que ha muerto en una Cruz y que su único delito consiste en haber amado hasta el extremo.
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único,
para que no perezca ninguno de los que creen el Él,
sino que tengan vida eterna” (Juan 3, 15 – 17)
¡Que afán por querer tapar el sufrimiento! ¡Qué esfuerzos para enmascararlo! ¡Qué miedo sentimos al mirar de frente la muerte! ¿Cómo se nos puede pedir que contemplemos a un cadáver, tan demacrado, que deja el corazón encogido?
Pero Él nos ha enseñado, desde la Cruz, a mirar con ojos nuevos. Él nos ha enseñado a descubrir vida donde otros solamente ven sepulcros llenos de muerte.
Él nos ha dicho, desde la Cruz, con su voz temblorosa y tenue, las palabras más hermosas que se pueden escuchar. Él dejaba una inmensa paz en nuestro corazón hecho pedazos. Algo distinto, a lo habitual, estaba sucediendo, algo sublime estaba a punto de llegar.
Después de esto, ya no dudaré de mirar de frente la realidad, por dura que me parezca. La contemplaré en silencio, sin prisas. Viendo a Cristo inerte, reconoceré que yo también debo pedir perdón, que debo fijarme en Él y, aunque me resulte difícil, reconocerlo como mi Rey. Porque:
“El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN Salmo 117
Cristo resucitado está presente entre nosotros. Sus signos son evidentes en toda la Iglesia. Pero este hecho extraordinario y único pertenece a un mundo que nos supera y sólo podemos asumirlo bajo dos importantes valores: la fe y la esperanza.
No esperéis demostraciones. No esperéis palpar ni probar los hechos; Jesús que conoce nuestra necesidad de hechos probados nos dice: “dichosos los que creen sin haber visto”.
Mas este hecho insólito tiene una señal muy concreta: su estilo de vida, y el estilo de vida del Resucitado ya empieza a palparse en la comunidad.
¡Mirad cómo se aman! Exclamaban los que por primera vez conocían a los seguidores de Jesús. Y es que los signos que distinguían la vida de sus seguidores eran: la relación fraterna, el ayudarse unos a otros en sus necesidades, el perdón de sus faltas, la superación para seguir a Cristo en un mundo lleno de perseguidores.
Pero estos signos, por los que se destacaba la Iglesia de los primeros tiempos, han de corresponder, también, a la nuestra y a nosotros nos toca estar alerta para irlos proclamando a los demás.
De ahí que sea preciso detenernos, ponernos delante del Señor y en silencio preguntarnos:
– ¿Qué signos he descubierto yo en la Iglesia, que me digan que esta es la Iglesia de Jesucristo? Piensa en algunos concretos.
– ¿Qué signos he mostrado yo para que la perciban los demás?
EN ACTITUD ORANTE
Así, en esta actitud orante, piensa delante del Señor qué significa para tu vida el que Cristo haya resucitado, pues sólo cuando este hecho tenga para ti una resonancia especial podrás invitar a todos a gritar con el salmista:
“Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia” (Salmo 117)
La luz pascual ilumina nuestros rostros que permanecían oscuros. La Luz pascual ha iluminado la fe dormida en tantos corazones. Y esa misma luz ha llegado hasta nosotros para exclamar con Sto. Tomás: “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”.
Y es que, aunque nuestra vida está plagada de señales evidentes del amor de Dios, los ojos de nuestras almas no están lo bastante claros para ver con nitidez. Puede ser que las señales de la pasión sigan grabadas, todavía, en nuestros corazones, pero lo que los demás esperan de nosotros son signos de fe que lo demuestren. Ya que solemos tener una clase de fe cuando nos acercamos a Dios y otra muy distinta para vivir entre los hombres, y lo que el Señor Resucitado espera de nosotros es esa coherencia para que cualquiera que se acerque a nuestra vida verifique por las obras que Cristo ha resucitado.
Y os aseguro que solamente el rostro que ha mirado a Cristo, sin cansarse, en la pasión podrá ser portador de la luz pascual, pues en él se habrá grabado, sin a penas darse cuenta, la gran bondad de Dios.
“La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo”
Hoy, ayer, mañana y siempre, está el Señor actuando en nuestra vida. Él es el amor derramado dentro de cada corazón. Él nos envía la gracia y el poder de su Espíritu de vida.
Él es la piedra angular que tantos, siguen queriendo rechazar, sin darse cuenta de que precisamente Él, y sólo Él, es el cimiento donde se apoyan nuestras vidas.
Él es la fuerza, el soporte, el cimiento, el pilar y la firmeza donde se apoya cada comunidad de creyentes. Él es el amor-fiel de Dios que sostiene al mundo y al hombre.
Ante el Resucitado entenderemos que su plenitud y verdad superan cualquier flaqueza, que las puertas del Reino están abiertas de par en par para el que quiere encontrarse con Él. Que su mesa está repleta de pan para los que buscan saciar su hambre, y que el que cumple su palabra nota la felicidad y el gozo en su corazón.
Por eso, nosotros, queremos vivir como resucitados desde la salida del sol hasta su ocaso, porque sabemos que el Señor es nuestro guía, nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida.
El Señor es para nosotros esa inmensa alegría nacida del agua y del Espíritu y esto nos mueve a vivir en una constante acción de gracias por esa gran misericordia que ha tenido con cada uno de nosotros. Él ha llenado nuestras vidas de dones y riquezas, Él nos ha regalado el don de la fe, del perdón, de la perseverancia.
Por eso hoy le pedimos un corazón grande, que no se guarde tantos beneficios para el sólo; que sepa compartirlos con los hermanos, que descubra que hay mucho más gozo en dar que en recibir, que sepa abrirse con generosidad a la novedad del evangelio y que tenga la seguridad de que el amor es el único camino que lleva a la felicidad.
“Señor, danos la salvación,
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios: Él nos ilumina” (Salmo 117)
Ya nos ha llegado la luz de Dios. Nos ha llegado la salvación. Por eso nuestra boca susurra el aleluya y canta de gozo ante el derroche de generosidad salido de Cristo resucitado.
Por eso desde lo profundo del corazón exclama:
- Yo sé que has resucitado, Señor, y quiero vivir a tu lado una vida que no termine.
- Quiero junto a Ti que eres el amor-fiel entregado al hombre, amar a todos mis hermanos.
- Quiero ser libre, y vivir esta libertad desde el proyecto de vida que me has encomendado.
- Quiero caminar sin cansarme haciendo camino por mi paso en este mundo.
- Quiero que mi vida seas Tú y que por Ti me mueva, viva y exista.
- Porque quiero vivir para siempre esta vida eterna que eres Tú.
- Creo en el Reino que me has prometido.
- Creo en que el amor nunca muere.
- Y creo… que al final, siempre, me esperarás Tú.
- Gracias por haber hecho posible con tu resurrección esperar la vida eterna.
- Gracias por haberme hecho capaz de esperar contra toda esperanza.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN Salmo 117
Cristo resucitado está presente entre nosotros. Sus signos son evidentes en toda la Iglesia. Pero este hecho extraordinario y único pertenece a un mundo que nos supera y sólo podemos asumirlo bajo dos importantes valores: la fe y la esperanza.
No esperéis demostraciones. No esperéis palpar ni probar los hechos; Jesús que conoce nuestra necesidad de hechos probados nos dice: “dichosos los que creen sin haber visto”.
Mas este hecho insólito tiene una señal muy concreta: su estilo de vida, y el estilo de vida del Resucitado ya empieza a palparse en la comunidad.
¡Mirad cómo se aman! Exclamaban los que por primera vez conocían a los seguidores de Jesús. Y es que los signos que distinguían la vida de sus seguidores eran: la relación fraterna, el ayudarse unos a otros en sus necesidades, el perdón de sus faltas, la superación para seguir a Cristo en un mundo lleno de perseguidores.
Pero estos signos, por los que se destacaba la Iglesia de los primeros tiempos, han de corresponder, también, a la nuestra y a nosotros nos toca estar alerta para irlos proclamando a los demás.
De ahí que sea preciso detenernos, ponernos delante del Señor y en silencio preguntarnos:
– ¿Qué signos he descubierto yo en la Iglesia, que me digan que esta es la Iglesia de Jesucristo? Piensa en algunos concretos.
– ¿Qué signos he mostrado yo para que la perciban los demás?
– ¿Qué signos he descubierto en los otros que me hayan llevado a esta afirmación?
EN ACTITUD ORANTE
Así, en esta actitud orante, piensa delante del Señor qué significa para tu vida el que Cristo haya resucitado, pues sólo cuando este hecho tenga para ti una resonancia especial podrás invitar a todos a gritar con el salmista:
“Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia” (Salmo 117)
La luz pascual ilumina nuestros rostros que permanecían oscuros. La Luz pascual ha iluminado la fe dormida en tantos corazones. Y esa misma luz ha llegado hasta nosotros para exclamar con Sto. Tomás: “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”.
Y es que, aunque nuestra vida está plagada de señales evidentes del amor de Dios, los ojos de nuestras almas no están lo bastante claros para ver con nitidez. Puede ser que las señales de la pasión sigan grabadas, todavía, en nuestros corazones, pero lo que los demás esperan de nosotros son signos de fe que lo demuestren. Ya que solemos tener una clase de fe cuando nos acercamos a Dios y otra muy distinta para vivir entre los hombres, y lo que el Señor Resucitado espera de nosotros es esa coherencia para que cualquiera que se acerque a nuestra vida verifique por las obras que Cristo ha resucitado.
Y os aseguro que solamente el rostro que ha mirado a Cristo, sin cansarse, en la pasión podrá ser portador de la luz pascual, pues en él se habrá grabado, sin a penas darse cuenta, la gran bondad de Dios.
“La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo”
Hoy, ayer, mañana y siempre, está el Señor actuando en nuestra vida. Él es el amor derramado dentro de cada corazón. Él nos envía la gracia y el poder de su Espíritu de vida.
Él es la piedra angular que tantos, siguen queriendo rechazar, sin darse cuenta de que precisamente Él, y sólo Él, es el cimiento donde se apoyan nuestras vidas.
Él es la fuerza, el soporte, el cimiento, el pilar y la firmeza donde se apoya cada comunidad de creyentes. Él es el amor-fiel de Dios que sostiene al mundo y al hombre.
Ante el Resucitado entenderemos que su plenitud y verdad superan cualquier flaqueza, que las puertas del Reino están abiertas de par en par para el que quiere encontrarse con Él. Que su mesa está repleta de pan para los que buscan saciar su hambre, y que el que cumple su palabra nota la felicidad y el gozo en su corazón.
Por eso, nosotros, queremos vivir como resucitados desde la salida del sol hasta su ocaso, porque sabemos que el Señor es nuestro guía, nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida.
El Señor es para nosotros esa inmensa alegría nacida del agua y del Espíritu y esto nos mueve a vivir en una constante acción de gracias por esa gran misericordia que ha tenido con cada uno de nosotros. Él ha llenado nuestras vidas de dones y riquezas, Él nos ha regalado el don de la fe, del perdón, de la perseverancia.
Por eso hoy le pedimos un corazón grande, que no se guarde tantos beneficios para el sólo; que sepa compartirlos con los hermanos, que descubra que hay mucho más gozo en dar que en recibir, que sepa abrirse con generosidad a la novedad del evangelio y que tenga la seguridad de que el amor es el único camino que lleva a la felicidad.
“Señor, danos la salvación,
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios: Él nos ilumina” (Salmo 117)
Ya nos ha llegado la luz de Dios. Nos ha llegado la salvación. Por eso nuestra boca susurra el aleluya y canta de gozo ante el derroche de generosidad salido de Cristo resucitado.
Por eso desde lo profundo del corazón exclama:
- Yo sé que has resucitado, Señor, y quiero vivir a tu lado una vida que no termine.
- Quiero junto a Ti que eres el amor-fiel entregado al hombre, amar a todos mis hermanos.
- Quiero ser libre, y vivir esta libertad desde el proyecto de vida que me has encomendado.
- Quiero caminar sin cansarme haciendo camino por mi paso en este mundo.
- Quiero que mi vida seas Tú y que por Ti me mueva, viva y exista.
- Porque quiero vivir para siempre esta vida eterna que eres Tú.
- Creo en el Reino que me has prometido.
- Creo en que el amor nunca muere.
- Y creo… que al final, siempre, me esperarás Tú.
- Gracias por haber hecho posible con tu resurrección esperar la vida eterna.
Gracias por haberme hecho capaz de esperar contra toda esperanza.
por Admin-Web-QC | Mar 23, 2012 | Rincón de Julia
CITADOS EN EL MONTE DE LA TRANSFIGURACIÓN
Por Julia Merodio
Los grandes acontecimientos, de la vida de Jesús, suelen estar siempre situados en un monte. Y es que, el Monte, tiene un gran significada bíblico.
El Monte significa:
- Alianza.
- Revelación.
- Cercanía.
- Pertenencia…
De ahí que, la cita de hoy, se sitúe en el Monte de la Transfiguración.
Jesús, sabe mejor que nadie, que sus discípulos –lo mismo que nosotros- necesitan: ver, oír y palpar… La fe, todavía no es su fuerte y andan, un poco, desconcertados; por eso, Jesús, los cita para subir al Monte.
Lo que, en el Monte contemplan les hará cambiar su existencia. Al ver a Jesús transfigurado toman conciencia de lo que supone la misericordia de Dios y el oír la voz, del Padre, les hace sentirse personas amadas y perdonadas; por eso, en su corazón endurecido; brota, al instante, un inmenso agradecimiento.
“Este es mi Hijo, el amado, ¡Escuchadle!”
Acaban de ver con claridad y oír con nitidez… Acaban de aprender que, todo el que acoge, a Jesús, en su vida y es capaz de subir al Monte con Él, quedará transfigurado y podrá mostrar, a Cristo, a los hermanos.
San Pablo que, al encontrarse con Jesús, ha sido capaz de cambiar su vida, hasta quedar transfigurado; es capaz de gritar con fuerza: “Ya no soy yo, es Cristo, quien vive en mí”
Sería bueno que, este año, fuésemos nosotros los que acompañásemos a Jesús, al Monte de la Transfiguración. Que nos pusiésemos a su lado para escuchar las palabras del Padre. Que oyésemos, lo mismo que: Pedro, Santiago y Juan ¡Venid conmigo! Que tomásemos conciencia de que nos llama, a cada uno, personalmente.
Pero, hemos de tener claro que, acompañarlo no será fácil. Se trata de:
- Ascender. Y subir siempre cansa.
- De ir ligero de equipaje. Seleccionando lo que, de verdad, es imprescindible, y eso no siempre es sencillo.
- De estar abiertos a la novedad de Dios.
- De acoger las Palabras del Padre.
- Y, de bajar, a compartirlo con los hermanos.
Jesús, acaba de transfigurarse ante sus amigos. En el Monte han vivido una experiencia que los ha dejado sin habla. Pero tenía que ser así. Jesús, se había dado cuenta de que, el anuncio de la Pasión, había dejado desconcertados a sus seguidores y para sacarlos de su letargo, no tenía más remedio que, mostrarles su gloria.
Es verdad que, a pesar de todo, siguen sin entender –como nosotros- que la Pasión es el camino de la Resurrección.
La subida, al Monte, que Jesús les pide, anticipa la subida al Calvario y eso, sería demasiado para aquella gente ruda que le acompañaban; de ahí que tenga que fortalecer su fe antes de que lleguen, esos acontecimientos que, sin duda, les superaran.
Ellos admirados de lo que acaban de contemplar piden a Jesús quedarse allí, pero Él les dice que es preciso bajar a compartirlo con los que no han subido.
Es triste observar que, después de más de dos siglos de historia, las cosas no hayan cambiado tanto como esperábamos. Seguimos situados, en este tiempo de Cuaresma, con nuestra debilidad, nuestras tentaciones, nuestras incertidumbres… sumergidos, en un mundo, que trata de sofocar la Luz de Dios y su proyecto salvador; un mundo, en el que no tienen cabida, las actitudes que Jesús marca en el evangelio… por eso, Jesús quiere de nuevo, mostrarnos su camino, su proyecto y su nueva realidad.
Y nos signa una meta de altura. Una meta a la que no se puede acceder con “esas maletas” cargadas de seguridades y rutinas. Tradiciones y prácticas pegadas, como lapas, a nuestro interior.
Por eso es necesario, pedirle su gracia. “La gracia del Camino” Un camino en cuesta, cuya subida está llena de retos, de dificultades y de utopías.
Para escalarlo es preciso creer, en que arriba hallaremos: un mundo nuevo y una tierra nueva; donde habrá diferentes estructuras y una mejor justicia; una eminente política y una insigne Iglesia.
Un camino y un mundo donde, no haya, mapas ni rutas, marcadas de antemano, sino que todo se deje guiar por la fuerza del Espíritu.
Y, cuando ya nos hayamos dejado penetrar, de la gloria de Dios, bajar; bajar al mundo, a la vida cotidiana, para: “Tomar parte de los duros trabajos del evangelio…”
Todo desde, una historia de salvación personal, única e intransferible – la nuestra- Sabiendo que, en la manera de vivirla nos jugamos el éxito o el fracaso de nuestra vida.
Es un trabajo arduo y constante; un esfuerzo que nos va cincelando y haciendo crecer. En él, nos desgastamos y cansamos, pero nos vamos afianzando en hacer un mundo más humano y fraternal.
La gloria que, Jesús, nos ha manifestado en el monte, nos ayudará a asimilar:
- Nuestras derrotas y tropiezos.
- Nos enseñará a aceptarnos, tal como somos.
- A acoger el sentimiento de que somos efímeros y estamos de paso.
- A aceptar que nuestra realidad es provisional
Yo creo que es necesario contemplar, un poco de esta gloria de Dios, en tiempos de crisis. Aunque Jesús, no se quede en el monte gozando de la gratitud y la amistad de los “escogidos” Jesús, baja para enfrentarse a la realidad del sufrimiento, de la oposición de cuantos le rodean y la, perspectiva, de la muerte.
Jesús, como leemos en la carta a los hebreos es: humano y humanizante; semejante, en todo, a sus hermanos hasta identificarse con ellos en las situaciones más duras de la vida.
Por tanto, el grito de Jesús, hoy será para repetirnos que, también a nosotros, nos espera un mundo desestructurado e individualista. Un mundo, en el que los cristianos, estamos en crisis de evangelización; Un mundo, donde nos resulta difícil, mirar desde Dios la realidad. Donde consideramos, arduo, identificarnos por amor, con todas las víctimas que sufren; Un mundo donde, se complica demasiado el vivir el evangelio, hasta las últimas consecuencias.
Bajar del Monte, significa:
– Dar la cara en una sociedad plagada de paro, inseguridad y hambre.
– Una sociedad, que cuestiona los fundamentos de la ley natural y quiere, quitarse de encima, a Dios y a los hermanos que se lo recuerdan.
– Una sociedad que genera injusticia, apatía, desencanto…
– Una sociedad, donde las muertes injustas, salen un día y otro, a flote en cada informativo.
– Una sociedad, donde quieren hacernos creer que, el aborto ha dejado de ser un asesinato.
– Una sociedad, donde la intimidad de la persona se pasea por el plató de televisión siendo vendida por dinero.
– Una sociedad, en la que hombres y mujeres sufren la dureza del corazón humano.
Por eso necesitamos, “bajar del Monte” Bajar y ubicarnos en todas esas situaciones, a fin de darles un poco, de la Luz y el consuelo, que junto, a Jesús, hemos recibido.
por Admin-Web-QC | Feb 25, 2012 | Rincón de Julia
ATREVÁMONOS A CRUZAR LA PUERTA
Por Julia Merodio
Un año más se abre ante nosotros la puerta que conduce a la Cuaresma y encontrar una puerta abierta, siempre causa curiosidad, dan ganas de asomarse a ver lo que se encierra su interior.
Sin embargo, asomarse a la Cuaresma es más serio, no seduce tanto. Asomarse a la Cuaresma posiblemente nos lleve a descubrir muchas promesas sin cumplir, cantidad de esperanzas perdidas, afluencia de sueños irrealizados… No es extraño, por tanto, que la gente salga huyendo; hoy día nos asusta enormemente la exigencia y el cambio.
Pero, a pesar de todo, os invito a hacer la experiencia, a descubrir lo que encierra este tiempo de gracia, a dejaros acoger por el Señor.
Es asombroso observar que, cuando uno llega a la casa del Padre, normalmente va a reclamar lo suyo, a cogerlo todo y marcharse. Pero, causa todavía más sorpresa el que, ante la extraña propuesta, sólo se escuche el silencio del Padre, porque contrariamente a lo que nosotros esperamos, el Padre siempre calla, simplemente mira sin decir nada, como si estuviese esperando nuestro vil comportamiento.
Sin embargo, su amor marca al sentir su mirada. En el denso silencio, se percibe lo que quiere decirnos y para asombro nuestro, ni una pregunta, ni un reproche; ¡eres libre para tomar tu propia opción!
Su respeto asusta. Muchos se van deprisa cayendo en el fango de su ceguera. Malgastan la vida, asfixian el amor y se quedan hambrientos e insatisfechos.
No se dan cuenta de que, si levantasen los ojos, divisarían la imagen del Padre en la puerta y escucharían la fuerza de su voz que siempre golpea. Notarían latir con fuerza su corazón y sus pasos se dirigirían, sin proponérselo, hacia los brazos del Padre, para decirle:
Padre, aquí vuelvo con el corazón roto y el alma deshecha ¡sé que he pecado, que quise borrar tu huella!
Y sosegadamente, con voz tenue oirían la voz del Padre al decirles:
* No importa hijo entra y déjame que te vea.
Tampoco a nosotros nos haría mal descubrir el Rostro de Dios. Ese Rostro que Jesús nos ha revelado.
Pero no siempre nos gustan los rostros de Dios que salen a nuestro encuentro, a veces ¡son tan distintos a lo que nosotros esperábamos!
De ahí que de nuevo se nos regale un tiempo de gracia. Un tiempo para tratar de descubrir nuestras perplejidades desde la oración, la adoración y el servicio.
Desde la oración.- Porque es expresión de reconocimiento. Dios centro de nuestra vida.
Desde la adoración.- Porque saber adorar es saber agradecer. Dios, dándonos sus dones a manos llenas.
Desde el servicio.- Porque el encuentro con Dios se hace realidad en el servicio a los hermanos. Todos hijos de un mismo Padre.
Es, cuanto menos curioso, que el tiempo de cuaresma se abra siempre con el evangelio de las tentaciones. Pero no hay nada de casual en ello. Todos sabemos que la eterna tentación del ser humano es: “querer ser dioses” y todo lo demás se deriva de ella.
Más ¿Quién nos tienta? ¿Quién nos incita al mal? Aunque nos parezca anticuado y no queramos hablar del maligno, el que incita al mal es él, el diablo.
Ya sé que muchos se reirán de esta afirmación, pero no tenemos nada más que acercarnos a la Palabra de Dios para encontrarlo, y uno de los sitios donde aparece es, en el desierto junto a Jesús.
Pero quizá tampoco tengamos que retroceder tanto, bastaría echar un vistazo a nuestra sociedad para encontrarlo caminando a nuestro lado.
Ante tal realidad es bueno no vivir obsesionados por él, pero tampoco ignorarlo, pues todos tenemos experiencias donde hemos sido tentados. Ya que, aunque el centro de nuestra vida sea Dios no podemos ignorar la astucia, el poder y la complicidad que tiene el maligno en la existencia de todo ser humano, sobre todo si intenta caminar por un sendero de rectitud.
La verdad es que la gracia es infinitamente más fuerte que el mal, pero sería peligroso olvidarnos de él, aunque, a veces, nos cueste aceptarlo.
No tenemos que hacer nada más que, un recorrido por toda la Biblia para encontrarlo:
- En el Paraíso, se nos muestra, en forma de serpiente.
- En el desierto, tentando a Jesús.
- En la oración del huerto, impidiendo a Jesús llegar hasta el final.
- En el ayuno, ofreciendo pan hasta hartarse.
- En la humildad, ofreciendo todos los bienes de la tierra…
Y es que, siempre que se busca de verdad a Dios, allí está su rival para impedirnos llegar. No tenemos nada más que observar nuestro camino, para descubrir la cantidad de veces que nos hemos encontrado “al adversario”. Es más si, no sale a nuestro paso la tentación, deberíamos pensar si ciertamente estamos en el verdadero camino que lleva a Dios.
Pero la tentación en sí no es mala, lo malo es caer en ella. Por eso hemos de tener claro que la mejor manera de vencerla es: dejarse seducir por Cristo.
De ahí la importancia de desierto, de silencio, de retirada, de acallar otras voces, otras sugerencias, para que la Palabra de Dios suene fuerte en nuestro corazón.
Dediquemos tiempo a estar a solas, para oír la llamada del Señor con más nitidez. Vamos a convencernos, de que solamente podremos vencer el mal cuando hayamos reforzado nuestra pertenencia a Cristo.
Como Jesús, dejémonos conducir por el Espíritu, hasta el desierto de nuestra vida. Él nos dará un corazón nuevo e infundirá a nuestro interior un Espíritu renovado.
Ese mismo Espíritu nos conducirá hasta la Pascua, porque sólo Él puede realizar en nosotros, ese paso que nos lleve de lo viejo a lo nuevo, de la muerte a la vida; en una palabra, que nos ayude en el proceso de conversión.
Abramos nuestro corazón al Señor durante este tiempo de gracia, que un año más se nos regala. Es una gran oportunidad para que hagan vida en nosotros, sus frutos de: caridad, gozo, paz, bondad, fe, mansedumbre…. Ellos harán que vayamos creciendo y madurando personal y comunitariamente.
Ya paras terminar, podemos decir al Señor:
Tú eres misericordia y bondad ofrecidas a cada ser humano. Ante tanta grandeza reconocemos nuestra miseria, nuestro barro y nuestra condición de pecadores.
Sabemos que tú comprendes nuestra fragilidad, nuestros fallos, nuestras caídas; porque quisiste hacerte hermano nuestro pasando por uno de tantos, para devolvernos nuestra dignidad perdida.
Mira nuestra tristeza, devuélvenos el gozo y la alegría y líbranos de tantas redes como nos acechan.
Crea en nosotros un corazón puro y sincero y fortalécenos con la fuerza de tu Espíritu.
Así podremos sentarnos en la mesa festiva del Padre, sentir su cálido abrazo y recibir la gracia de su perdón.