La valentía: característica de un evangelizador

La valentía: característica de un evangelizador

“Entonces dijo el Señor: Está bien, haré que salga de entre ellos un profeta como vosotros, uno que sea compatriota vuestro y repita lo que yo le mande”    (Deuteronomio 18, 17 -19)

LA VALENTÍA

Si nos acercamos al diccionario de la legua para ver el significado de valentía, encontramos los siguientes sinónimos:

Valentía.-  Esfuerzo, aliento, vigor.

Por tanto, decimos que es valiente la persona capaz de realizar empresas complicadas.

Pero cuando la valentía la vemos -además de con ojos humanos-, bajo el prisma de Dios, consideramos valiente al que es capaz de:

  • Dar sin calcular riesgos.
  • Optar, en serio por una determinada manera de vivir.
  • Realizar su vocación, con todas las consecuencias.
  • Hacer lo que se debe hacer, a pesar del riesgo y el peligro que comporte.
  • Y, de esta manera, ser signo, sacramento de bendición para cuantos le rodeen.

 

 EL RIESGO DE SER VALIENTE

A cualquiera le gusta que lo consideren valiente. Vivimos en un momento en que, todo lo que conlleva riesgo, es altamente valorado por la sociedad. Pero tenemos que ser sinceros y decir que, lo que hoy se presenta ante nuestros ojos atónitos es, que ser valiente es sinónimo de ser duro; de saltar por encima de los demás; de conseguir lo deseado; de devolver, al menos con la misma moneda y si puede ser con una crueldad mayor, pues mucho mejor.

En este contexto aparece, de nuevo insertado el evangelizador, metido en medio de este mundo que se ha dedicado ha degradar todo lo auténtico, haciéndonos ver que, la valentía sólo podríamos conseguirla, introduciéndonos en ese “progreso” que ha sido capaz de mancillar cualquier virtud, cambiándola por lo más burdo y grotesco, porque así viviríamos realmente felices.

Me causa risa, por no decir enojo, que esa gente que tanto alardea de progreso, repudiando todo lo que suene a religioso, siga instalada en el Antiguo Testamento: “ojo por ojo y diente por diente…”

Me gustaría decirles, que pagar con la misma moneda no tiene ningún merito. Cuando alguien nos hace daño, lo que nos pide el cuerpo es devolver el daño multiplicado, por lo que no parece necesaria la valentía para llevar a cabo el objetivo; sin embargo para lo que de verdad se necesita valentía es, para no devolver el daño, para no pagar con la misma moneda, incluso para ser capaces de devolver bien por mal.

Y aquí aparece el evangelizador. Defendiendo esos valores que quieren anular. Denunciando los antivalores que intentan imponer, especificando todo lo que dignifica a la persona, y demostrando, por medio de su testimonio, que todo esto es posible.

 

LA VERDADERA VALENTÍA

El evangelizador sabe muy bien que, en el ambiente que le rodea, no puede presumir de valentía. En su entorno no se considera valiente a:

  • Esa mujer que es capaz de cuidar a sus padres renunciando a cualquier comodidad.
  • Esa madre que se priva de cualquier cosa por mantener unida a la familia.
  • Ese padre que trabaja sin descanso para que en su casa no falte lo necesario.
  • Ese matrimonio que lucha por su relación en cada momento.
  • Esos sacerdotes, que sacrifican su vida para regalarla a raudales, en un pueblo sin ninguna comodidad.
  • Ni a ese religioso que siempre está disponible para salir de prisa cuando alguien precisa sus servicios.
  • Ni al misionero que deja todo a cambio, tan solo, de servir a los pobres…

 

Sin embargo esto no es nada nuevo, no tenemos nada más que dar un vistazo por la Biblia, para comprobar que los grandes profetas, se escondieron, huyeron, se camuflaron para no ser vistos por el Señor, porque les daba miedo realizar la misión que se les encomendaba. Pero Dios en su infinita misericordia, en su infinita bondad de Padre, siguió llamándolos, preparándolos y confortándolos, pacientemente y sin presiones, hasta que fueron capaces de responder a su llamada.

 

EL EVANGELIZADOR, UNA PERSONA ELEGIDA

El evangelizador, es por tanto, una persona elegida por Dios para que trasmita su Palabra y comparta su pan a fin de saciar el hambre de cuantos lleguen a él. Y todo, desde la gratuidad; sin esperar nada a cambio de su trabajo, ni elegir los destinatarios a los que ha de llevar el mensaje.

Por eso, el evangelizador necesita a la comunidad, para que le arrope, le acompañe, le proteja… No puede ser una persona aislada y encerrada en sí misma, su enseñanza tiene que ir dirigida por la comunidad en su conjunto, ya que se trata de una comunicación que no puede quedarse solamente para los más cercanos, su efecto ha de traspasar fronteras hasta llegar lo más lejos posible. Teniendo muy en cuenta que:

El evangelizador no está para ejercer de “dios”,

sino para “dar a Dios” a los demás.

 

El evangelizador ha de dar culto a Dios

El evangelizador ha de dar culto a Dios

Hay evangelios que nos parecen un poco desconcertantes. No nos resulta agradable sentirnos interrogados y en lugar de afrontarlos, tratamos de usar nuestros recursos, para escapar de ellos.

Pero creo que es necesario que, el evangelizador eluda, lo más posible, “todo lo que suene a ley” para centrarse en lo auténtico de Dios.

Porque cuando una persona escucha a Dios y le responde con generosidad, es capaz de dejar todos esos condicionamientos que le deslumbran para centrarse en el auténtico amor; pues solamente así comenzará a notar cómo comienza a llegar la luz a cuanto trata de evangelizar.

La tiniebla de angustia, el miedo, la ansiedad… que guardaba en su interior comienzan a aclararse,  percibiendo que lo positivo no está por encima de la persona, sino dentro de ella.

Nuestra vida de fe siente la certeza, de que es, el mismo Dios, el que nos busca, el que nos acoge, el que nos lleva a un camino de felicidad. Descubriendo entonces que, nuestra única tarea consiste en no poner obstáculos a la misión encomendada.

Hacer cada día, un acto de confianza en el Señor; como Pablo, como María, como los profetas, como los apóstoles… como tantos discípulos de Cristo que han venido después de ellos y que incluso viven entre nosotros; para dejar a un lado, todo lo que nos impide dar un auténtico culto a Dios; que reside en el interior de cada persona, al cual hemos de llegar, con respeto y dignidad.

¡CÓMO NOS GUSTA PONER CONDICIONES A DIOS!

Al ponerme ante la liturgia de esta semana de cuaresma, me daba cuenta de que, lo que pretende es llevarnos a descubrir esas veces que, también nosotros, ponemos condiciones a Dios para aceptar la salvación.

Como los judíos, queremos signos; como los griegos, sabiduría. ¿Quién no ha pedido, a Dios, algún milagro? ¿Quién no le ha pedido que se cumpliesen sus caprichos -aunque fueran disparatados- a la hora de evangelizar?

Pero no termina la cosa ahí. Todos conocemos a evangelizadores –muy metidos en las parroquias y quizá nosotros mismos-, que también le hemos exigido a Dios que: la revelación satisfaga nuestra inteligencia; que la Iglesia se ajuste a nuestros criterios y que el Papa diga siempre lo que nosotros queremos escuchar.

Sin embargo, aquí tenemos a Pablo, tan lejano en el tiempo y tan próximo en  la realidad; mostrándonos al verdadero Mesías. Al Cristo que él predica, al que encontró en el camino de Damasco y se adueñó de su vida, de forma singular.

  • Un Cristo crucificado que desinstala a cuantos deciden seguirle.
  • Un Cristo crucificado que nos muestra la salvación, no como obra humana llena de espectacularidad, sino como obra de Dios: pobre, humilde y… cautivadora.

Por eso la predicación de Pablo es valiente y decidida y muestra –sin ningún miedo- como el evangelio se opone frontalmente a lo que, judíos y griegos, reclaman.

El apóstol ha descubierto que la sabiduría y el poder salvador de Dios están en Cristo crucificado, donde el evangelizador puede percibir su debilidad y su absurdo, contemplando asombrado cómo, de todo eso que a nosotros nos parece negativo, Dios hace brotar la auténtica vida.

Pablo nos muestra que, la relación con el Señor, no es una dependencia mercantil de “compra y venta”, ni una relación de fuerza y poder… sino la antítesis de todo eso.

El apóstol quiere recordarnos que, lo que da valor a la fe no puede atribuirse a ningún ser humano, sólo a la fuerza de Dios, plasmada en Jesús de Nazaret que vino a traernos la Buena Noticia. Él mensaje liberador que rompe cualquier expectativa humana, para proyectarse más allá de nuestras propias conquistas.

Pablo nos invita hoy, a dejar de creer en la persona autosuficiente que sólo piensa en sí misma, para acercarnos al verdadero y auténtico Dios, que ha hecho de la Cruz un medio de santificación que, nos une a todos en:

  • Un mismo evangelio.
  • Un mismo bautismo.
  • Un mismo pan.
  • Una misma fe.
  • Y un mismo Señor.

Ahora sí, ahora ya podemos preguntarnos, y para nosotros:

¿QUÉ SIGNIFICA EL TEMPLO?

Jesús, quiere llegar al templo para encontrarse con Dios y se encuentra con gente que, en lugar de buscar a Dios mercadea con él. Y Jesús siente un inmenso dolor. No puede consentir que hagan eso en la casa de su Padre.

Veamos como Jesús, en esa precisa ocasión, llama Padre a Dios. Y nosotros ¿lo sentimos como Padre?

Porque esta una de las condiciones indispensables para un evangelizador; concienciarse de que, el verdadero templo no es un edificio de piedra, sino el corazón de cada persona a la que intenta evangelizar.

El Templo De Dios no es un edificio –más o menos suntuoso-, sino el fondo, el interior la persona; de ahí que el nuevo Templo de Dios sea su Hijo, el Mesías, Cristo Jesús al que la semana pasada nos invitaba a escuchar, desde el Monte de la Transfiguración.

Aquel al que fuimos capaces de decirle al verlo transfigurado:

Me  sedujiste, Señor, y me dejé seducir. Venciste las resistencias  de  mi  corazón,  como  la  luz  vence  la  oscuridad  de la noche. Me sedujiste, Señor y quiero entrar en un proceso de conversión.

Ayúdame a no  olvidarme, de que en Ti: vivo, me muevo y existo; para que pueda seguir repitiendo: Me sedujiste, Señor y me dejé seducir.

 

Llamados a renacer

Llamados a renacer

Después de vivir con los discípulos un tiempo, Jesús se da cuenta de que no han entendido nada de lo que les va diciendo.
Sabe que ellos –lo mismo que nosotros- necesitan: ver, oír y palpar… Sabe que su fe, todavía no está fuerte y andan, un poco, desconcertados; por lo que decide ofrecerles una nueva experiencia de vida. Decide citarlos en un Monte: El Monte de la Transfiguración.

Pero es curioso que en esta ocasión no invite a todos a subir al Monte; Jesús, para este nuevo empuje que quiere dar a los suyos, elije a tres de ellos -a los que quiere- Elige a Pedro a Santiago y a Juan y los invita, Jesús nunca impone, siempre propone.

Y hoy, quiere llamarnos a nosotros a renacer, a empezar una nueva vida, a dar un cambio a nuestro corazón. Y – lo mismo que a ellos- nos propone subir al monte con Él ¿Lo acompañaremos?

Y es que, la Transfiguración tanto para los apóstoles, como para nosotros, es la fuerza que nos afianzará en la fe, ante la pasión que se aproxima.

Pues la Cruz es un regalo del amor de Dios; pero Él antes del dolor nos muestra su amor; porque sabe que la Cruz, antes de experimentar el amor, ni se entiende ni se acepta.

De ahí que la subida al monte de la transfiguración, sea la que sirve de preparación para subir al Calvario.

Los evangelizadores de hoy, necesitamos ver que Cristo, cabeza de la Iglesia, es capaz de transfigurarse, de irradiar y manifestar esperanza… necesitamos descubrir su gloria entregada, por medio de todos los sacramentos.

Los evangelizadores de hoy necesitamos:

  • Abrirnos, a la  luz  de  Dios.
  • A la  majestad  que  su gloria produce en nosotros.
  • A esa  sorpresa que nos hace renovarnos.
  • A ese poder, del Señor, que es capaz de realizar; lo que a  nosotros, nos parece imposible.

Pero hay algo que fascina: Jesús los llama porque se fía de ellos y si hoy nos llama a nosotros para que evangelicemos, es porque también se fía de nosotros. ¡Dios fiándose del ser humano! Y por esa confianza que Dios tiene en nosotros: somos lo que somos.

Lo que no podían suponer los que acompañaron a Jesús es que, lo que iban a contemplar en el Monte cambiaría su existencia.

Al ver a Jesús transfigurado toman conciencia de lo que supone la misericordia de Dios y el oír la voz, del Padre, les hace sentirse personas amadas y perdonadas; por eso, en su corazón endurecido; brota, al instante, un inmenso agradecimiento.

   “Este es mi Hijo, el amado, ¡Escuchadle!”

¡Gran lección para los que han acompañado a Jesús! Acaban de aprender que, todo el que acoge, a Jesús, en su vida y es capaz de subir al Monte con Él, quedará transfigurado y podrá mostrar, a Cristo, a los hermanos.

La Transfiguración es una gracia, pero nunca una “gracia barata” el Señor impone sus reglas y sus condiciones. El Señor no actúa en atención a nuestros méritos por grandes que nos parezcan –pues a Dios no se le comprar- pero tampoco actúa caprichosamente.

De ahí que lo primero que nos mande sea: salir.

Dios dijo a Abraham. (Génesis 12 1 -4)

SAL.- Sal Abraham, sal de tu tierra de tu patria, sal de tu familia y de tus seguridades; sal de tus costumbres de tus comodidades, de tu tranquilo refugio y de tus convencimientos. Sal también de ti  mismo. No te apegues tanto a tus criterios y a tus puntos de vista. No te tengas tanto aprecio.

Vacíate del todo y mira tu propio vacío. Es bueno que te veas así: pobre pequeño. Porque, así podré darte la mayor de tus grandezas y llenar tus vacíos consiguiéndote la libertad más hermosa.

Pero, acompañar a Jesús no es fácil. Se trata de:

  • Ascender. De subir. Y subir siempre cansa.
  • De ir ligero de equipaje. Seleccionando lo que, de verdad, es imprescindible, y eso no siempre es sencillo.
  • De estar abiertos a la novedad de Dios.

Por tanto, un evangelizador tiene que subir.

Moisés sube al monte Sinaí para encontrarse con el Señor y allí Dios le habló. (Éxodo 19, 3)

SUBE.- Moisés, amigo, sube hasta la cima del  monte. No sigas los caminos cómodos y tranquilos del rebaño. Sube hacia metas más altas. En la montaña se respira mejor; subiendo te encontrarás más fuerte. El camino que sube es el que eleva, el que hace crecer, el que te lleva hacia la verdad más plena, a la fe más pura, al amor más grande.

Subid para escuchar la voz del Padre,  porque de lo que se trata es:

De acoger su Palabra.

La escucha ahora, va dirigida a Pedro.

ESCUCHA.– Escucha Pedro, amigo, y escuchad también vosotros: Santiago, Juan… y vosotros, evangelizadores del siglo XXI, vosotros que habláis demasiado y a penas sabéis lo que decís.

Escuchad, amigos todos, que no sois capaces de hacer silencio en vuestro corazón, que Habláis y no escucháis.

Incluso cuando os acercáis a Mí no paráis de hablar y no abrís el oído para escuchar mi palabra.

Los discípulos no han de confundir a Jesús con nadie, ni siquiera con Moisés y Elías –representantes de A. T.- no deben de confundir Su Palabra con esas otras palabras que llegan de una parte y de otra. Pero la voz añade algo más ¡Escuchadle!

Dice el relato que los discípulos al oír esto caen al suelo “llenos de espanto”  Están sobrecogidos por esa experiencia de Dios tan cercana, pero también por lo que han oído ¿Pero podrán vivir escuchando, solamente a Jesús? ¿Serán capaces de reconocer en él la presencia misteriosa de Dios? Y nosotros ¿podremos vivir de esta manera?

Jesús “se acerca y, tocándolos, les dice: ¡Levantaos! ¡No tengáis miedo! Jesús sabe que necesitan experimentar la cercanía humana, el contacto de su mano –no sólo el resplandor de su rostro.

Yo creo que si nos diésemos cuenta de todo esto. Si nos diésemos cuenta de que siempre que escuchamos a Jesús – en el silencio de nuestro ser- lo primero que nos dice es: Levántate y no tengas miedo, todo el mundo tendría tiempo para escucharle.

Por eso, no podemos quedarnos indiferentesj ante esta oportunidad que se nos ofrece. Subamos al Monte con Jesús por mucho que nos agote subir la cuesta. Escuchémosle. Dejémonos Transfigurar por el Señor, pues en este mundo donde estamos inmersos…

necesitamos resplandecer con fuerza

para que la gente

comience a percibir un poco de claridad.

El evangelizador y las tentaciones

El evangelizador y las tentaciones

En el proyecto de evangelización que se está trabajando en la Archidiócesis de Madrid –como los que se estén trabajando en cualquier otro sitio-, uno de los primeros temas propuestos fue el de las Tentaciones, contexto que nos presenta la liturgia en el primer domingo de cuaresma. Y es que todos sabemos que si Jesús pasó por ellas, nosotros no podemos eludir el ser tentados.

Es, cuanto menos sorprendente, el que Jesús, termine de ser ungido Hijo de Dios en el Bautismo- en el que se le proclama Hijo Predilecto- y sea precisamente en ese momento en el que Jesús es sometido a la prueba en cuanto Hijo de Dios.

Pero esto no es nada nuevo. El libro del Eclesiástico, en el capítulo dos, ya nos lo dice así:Hijo, si te decides a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba…”

Jesús, comienza la misión que tiene encomendada y lo primero que encuentra es la prueba.

“No seas tonto, no te calles, diles quién eres, deja a todos boquiabiertos…” ¡Cómo nos hubiera gustado a nosotros un Dios así! ¡A lo grande…!

Sin embargo, Jesús, es fiel a la misión que ha recibido. Y vemos que mientras el pueblo de Israel ha ofendido gravemente a Dios intentando tentarlo, obligándole a hacer un milagro. Jesús se opone a ello quedando demostrado que, mientras Israel cae en el pecado, Jesús permanece fiel.

Esta es la gran lección para un cualquier evangelizador, la fidelidad de Jesús a Dios ante cualquier tentación.

Fijaos qué importante, para un evangelizador, el tema de la fidelidad. La queja, la murmuración, el descrédito… son frutos de la desconfianza y el evangelizador ha de ser persona que confía.

Sin embargo cuántas veces nos pasa esto a nosotros: tenemos que hacer una tarea y no es precisamente lo que más nos apetece; o aparece esa persona que siempre viene a fastidiar… y nos sentimos molestos, la desconfianza hacia los demás aparece en nuestro fondo, estamos siendo como ese pueblo que murmuraba contra Moisés, aunque en realidad, de quien de verdad desconfiaban, no era de Moisés sino de Dios –lo mismo que nosotros-.

Aquí aparece la grandeza de Jesús. Él venció las tentaciones para que nosotros no tengamos que quedarnos estancados en nuestra queja, sino que podamos acudir a Él para que vuelva a vencer en nosotros la tentación, una y otra vez.

Pero Jesús, no busca ser tentado, la tentación le llega -lo mismo que a nosotros- cuando menos la espera, por lo que nos conviene tener claras una serie de premisas antes de enfrentarnos a ella.

  • La tentación no es mala, lo malo es caer en ella.

Nada de lo que nos circunda es malo, si fuera malo Dios no lo habría creado, las cosas no son malas nosotros con nuestra actitud las hacemos buenas o malas.

Convertir las piedras en pan ¿es malo? ¡No! Si hubiera sido malo no habría realizado la multiplicación de los panes.

¿Entonces dónde está lo malo? En que Jesús hubiera querido mostrar que era Dios antes de haber llegado La Hora.

¿Qué es por tanto lo que nosotros tenemos que hacer ante todo esto? Descubrir las tentaciones que nos circundan para andar con cuidado de caer en ellas.

Es verdad que hay tentaciones que conectan con el mal, pero esas son más fáciles de descubrir. Sin embargo, las tentaciones de Jesús no tienen una raíz pecaminosa, pues convertir las piedras en pan hubiera sido sorprendente. Pero en estas tentaciones -que se le presentan a Jesús-, hay algo que debe alertarnos; ellas aparecen cuando Jesús está desprotegido, cuando la fe, la esperanza y el amor podían comenzar a oscurecerse porque el hambre y la soledad comenzaban a hacer mella en Él.

Cuando la fe, la esperanza y el amor empiezan a oscurecerse en nuestro fondo, cuando se van  desvaneciendo, cuando las vamos perdiendo y, a veces -hasta sin darnos cuenta-, nos vamos alejando de Dios, vamos entrando en lo fácil y nos vamos predisponiendo para caer en la tentación. ¡Va, total, tampoco es tan malo! ¡Total, todos lo hacen! Total… si ese que parecía bueno lo hizo… ¡aunque lo haga yo! Y vamos cediendo, cediendo…

Y así se le presenta la tentación a Jesús, con razones aparentemente buenas: apariencia de bien –tentación de los que nos decimos seguidores de Jesús

Porque esa es nuestra mayor tentación: poseer y dominar para evangelizar, que la iglesia sea rica para que los demás nos sigan, para que conozcan lo qué es la iglesia... -Cuánto más poseamos, más sepamos y más dominemos… mejor evangelizaremos y a más llegaremos-  Pero fijaos, Jesús entiende que no es eso lo que quiere el Padre. Y, ciertamente, mirándolo desde fuera, puede parecer lo razonable, no parece nada malo… ¡es verdad! Pero no es evangélico porque le falta amor.

Y Jesús tenía que ser =Semejante a sus hermanos=

        Por eso hemos de tener en cuenta, que estas tentaciones de Jesús relacionadas con el poder, con la soberbia y con creerse un dios, son tentaciones muy actuales en nosotros y en nuestra Iglesia. El diablo sabía muy bien cuales iban a ser los puntos flacos de los seguidores de Jesús.

Pero hay un segundo epígrafe en el evangelio de las tentaciones. Jesús es llevado al desierto. Y ¿por qué? Porque es más fácil caer en la tentación cuando la persona está sola, cuando está desamparada.

Sin embargo, aunque el desierto es el lugar de la prueba, también es el lugar de encuentra con Dios.

Por eso sería bueno que, de vez en cuando, visitásemos el desierto. ¿O acaso no necesitamos el silencio, el sosiego y la paz? ¿Acaso no necesitamos estar en un sitio que nos aparte de los ruidos de la vida cotidiana, de esos ruidos que nos alejan de nuestro interior y de la misma voz de Dios?

Un evangelizador, además de entrar en el desierto, tiene que tener muy claro que hay en él. Porque hay:

  • Desiertos planificados que, además de hacernos bien, puede gustarnos entrar en ellos, como pueden ser: unos ejercicios espirituales, irnos a algún país de misión para ver otras realidades, acudir aunque -sea de una manera más breve- a unas charlas cuaresmales…
  • Pero hay otro desiertos de los que nadie habla:

Los desiertos impuestos para algunos. Un desierto, que sí parece ser construido por el mismísimo demonio: un desierto que nace de la discriminación, del rechazo, de la expulsión, del fanatismo, del rencor… de tantos y tantos comportamientos excluyentes que los humanos vamos aprendido a lo largo de la Historia para separar a los que no nos gustan, a los que no piensan como nosotros, a los que son diferentes, a los que consideramos inferiores…

Y pasamos por ello sin querer ver que, ese desierto está lleno de dolor. De gente abandonada que no encuentra quien le ayude.

De ahí que, el evangelizador, ha de convertirse en esa persona fuerte, de piel curtida y superación en el cansancio, capaz –no sólo de cruzar el desierto- sino de ayudar a otros a cruzarlo con él; capaz de no quedarse instalado en ese lugar inhóspito sino de salir de él y ayudar a salir a los demás. Y ¿cómo? Pues:

Teniendo al Evangelio como plano de ruta, como GPS. Y a Jesús: como guía, como faro, como Luz… Sabiendo que Él será nuestro oasis cuando, en un momento inesperado, aparezca la sed.

Porque Jesús, es el camino y la verdad y la vida. Y justo, estas son las tres cosas que necesitamos para alcanzar nuestro objetivo.

 

¿Cuál es mi lugar en la evangelización?

¿Cuál es mi lugar en la evangelización?

Si la semana pasada tomábamos conciencia de que, nuestra obligación era evangelizar, en esta semana hemos de dar un paso más, para preguntarnos:

  • ¿Cuál es mi lugar en la evangelización?
  • ¿Cómo acceder a él?
  • ¿Cómo he de presentarme al llegar?
  • ¿Qué se espera de mí?

¿Cuál es mi lugar en la evangelización?

“Cuando tratéis de evangelizar, no hagáis el bien para ser vistos por los hombres, porque entonces el Padre celestial no os recompensará.

No hagáis lo que hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los alaben al verlos, pues os digo que ya han recibido su recompensa.

Vosotros actuad en lo secreto y vuestro Padre que ve en lo secreto os lo recompensará” 

          Al primer sitio, donde nuestra evangelización ha de llegar, es a nuestra familia, a nuestras comunidades, a nuestro entorno, a nuestro trabajo, a nuestras amistades, a nuestro tiempo libre… a todo lo cotidiano y habitual.

Dios no quiere cosas raras. Dios es el Dios de la vida, de la vida cotidiana, de lo usual, de lo pequeño, de lo que pasa desapercibido, de lo humilde…

A nosotros no se nos pide que vayamos sermoneando a la gente, ni juzgando a los demás, ni metiéndonos en la vida de nadie… A nosotros se nos pide una conducta coherente con lo que pensamos y decimos, una conducta que pregone, con la vida, nuestra condición de cristianos.

De ahí que, uno de nuestros principales valores ha de ser la honestidad.

En este momento de la historia en que, los que seguimos a Jesús no estamos demasiado bien vistos en la sociedad, nuestra honestidad es una de las primeras virtudes que se van a poner en juego.

Aunque no nos demos cuenta, más de una persona nos va a estar observando, preparada para ver nuestros fallos más que nuestras virtudes.

Pero lo más importante es, que los primeros que observarán nuestra conducta serán nuestros hijos y ellos copiarán todo lo que hagamos aunque no seamos conscientes de ello.

Por eso será importante que revisemos cómo es nuestra honestidad, nuestra compostura, nuestra acogida a los demás…

  • ¿Me gustaría que copiasen mis hijos lo que yo hago?
  • ¿Creo que los va a llevar por el camino que me gustaría que fuesen?
  • ¿Se alegrarán algún día de que haya decidido evangelizarlos desde el evangelio de Jesucristo?

Otro de nuestros modos de comportarnos ha de ser:

El de tener una actitud correcta con los demás.

“Pero a vosotros que me escucháis os digo, amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que odian; bendecid a los que os maldicen; orad por los que os calumnian…

Tratad a los demás como queráis que os traten a vosotros”   (Lucas 6, 27 -32)

Dios siempre nos sorprende con sus procedimientos; por eso nos dice que, sea de la índole que sea, el lugar donde nos toque evangelizar, tengamos presente que Dios no acepta el pecado, pero ama al pecador.

Esto es muy importante a la hora de pensar en evangelizar a los que, por estar cerca nos incomodan más.

Por eso tenemos que cuidar mucho de que, en nuestro corazón no se instale el orgullo; el que nos creamos mejores de los demás y que por eso evangelizamos, el que tengamos presente de que nosotros también tenemos necesidad de ser evangelizados.

Es también muy importante tener paciencia y compasión en los momentos en que aparecen los roces, en que nos sentimos relegados, en los que no nos sentimos reconocidos, ni valorada nuestra tarea…

Será duro, pero también es una manera de evangelizar el no querer sobresalir, el no querer cambiar a los demás, el aceptarlos como son, el amarlos y perdonarles el mal que nos hayan podido hacer.

De nuevo será este un buen momento para pararnos a ver nuestro comportamiento cotidiano, familiar, de comunidad, con la gente.

  • Observemos nuestro comportamiento en los distintos sitios donde se desarrolla nuestra vida cotidiana.
    • En la familia.
    • En la parroquia.
    • En los grupos.
    • En las actividades diarias.
  • Observemos ante el Señor, que muchas veces nos comportamos mejor con la gente de fuera, que con los que convivimos…

Por último vamos a fijarnos en el comportamiento de Jesús.

“Os digo que si no sois mejores que los maestros de la ley y los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”

                                    (Mateo 5, 20-21)

Cómo era Jesús con los suyos, con los que encontraba por los caminos, con los que le presentaban…

Para desde ese comportamiento ver cuál es el nuestro –cada uno ha de ver el suyo personalmente-

  • ¿Cómo es mi carácter?
  • ¿Mis estados se ánimo?
  • ¿Cómo soy capaz de enfrentar las tribulaciones?
  • ¿Vivo quejándome de cuanto me acontece?
  • ¿Qué dirían de mí –como evangelizador- los que me conocen?
  • ¿Qué diría Jesús?

 Hemos de tomárnoslo en serio. Tenemos un mensaje claro que llevar a los demás. Será decisión libre de los demás el aceptarlo o rechazarlo, pero nosotros hemos de cumplir perfectamente nuestra misión de: ser Evangelizadores.

 

 

Ay de mí si no anuncio el Evangelio…

Ay de mí si no anuncio el Evangelio…

Pablo, después de conocer a Jesús, se da cuenta de qué ha llegado a él -algo tan grande- que no se lo puede guardar, tiene que ofrecerlo, que gritarlo, que regalarlo…Y así lo deja plasmado. Es un suspiro salido de lo profundo de su corazón: ¡Ay de mí si no evangelizará! (1 Co. 9,16) Pero eso no queda ahí, él sigue diciendo algo que nos interesa mucho a los evangelizadores “porque evangelizar no es gloria para mí, sino necesidad…”

·         Y para nosotros –evangelizadores- ¿es también necesidad evangelizar?

 Evangelizar.- ¡Ahí está la gran tarea! Hay que evangelizar.

Hace unos días volví a recibir un correo -de esos que corren, reiteradamente, por Internet- cuya certeza es muy cuestionable, en él que se decía que, en un lugar concreto de España, se va a aprobar una ley de actividades religiosas. Quizá muchos de vosotros también lo habréis recibido, pero para los que no lo hayan visto copiaré uno de sus párrafos: “para reunirse en un lugar religioso se necesitará licencia; una licencia que la dará o la quitará el ayuntamiento. Naturalmente el ayuntamiento podrá quitarla en el momento que lo considere oportuno; y si se aprueba la ley, cualquier alcalde podrá cerrar una parroquia porque no tiene licencia para realizar actividades religiosas, o porque a él no le parezca bien el que la tenga”  Sigue mucho más, pero lo dejaré aquí.

¡Me quedé perpleja! No por la veracidad del hecho, que la desconozco, sino porque alguien intenta sembrar desconcierto y destrucción, de la peor manera que puede hacerse, dejando en los corazones un poso de resentimiento, para que mientras la discordia se adueñe de la situación, el evangelio quede relegado, olvidado y enterrado.

Parece increíble que, en un mundo tan culto todavía no nos hayamos dado cuenta de que, la Palabra de Dios, jamás podrá ser callada ni anulada por nadie. Lo dice el mismo evangelio: “Mis Palabras no pasarán” (Mat. 24,35) Y me parecía increíble que, en este momento de la historia, sea precisamente ese mundo tan ilustrado, el que más necesite de evangelización.

De ahí que os invite a pararnos ante estas palabras que Pablo nos regalada y que quizá necesitemos interiorizar:

“Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!

Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío es que me han encargado este oficio. Entonces ¿Cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación de esta buena noticia. Porque siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a todos.

Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.

Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes” (Corintios 9, 16 – 19. 22 – 23)  

No se puede plasmar de una manera nítida, la importancia que ha tenido para Pablo su encuentro con Jesucristo.

La fascinación que le dejó ese encuentro, lo lleva a pregonar las maravillas que puede proporcionar el caminar en busca del Rostro de Dios.

Pero no olvidemos que Pablo era una persona preparada; había estado formándose para ello un tiempo considerable; por eso, de lo profundo de su corazón salen esas enseñanzas que plasma con la mayor sencillez y sinceridad. Sin embargo, lo que quiere dejar claro es que ya no se busca a sí mismo, si no a Cristo con quien se había encontrado. Y lo dice así “el hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia” ¡Cómo va a haber soberbia en anunciar lo que ocupa el corazón!

De ahí que sus palabras nos estén diciendo hoy a nosotros, que:

  • El enuncio del evangelio ha de hacerse desde una gratuidad total.
  • El anuncio del evangelio, ha de ser para llevar a los demás la Buena Noticia de Jesús, no la nuestra. Buscando la mayor gloria de Dios, no queriendo la gloria de nosotros mismos.
  • Y que es importante tener en cuenta que, unas veces será fácil y otras complicado, pero en ambos casos nuestra única pretensión ha de ser, llevar el mensaje de salvación, a cualquier rincón de la tierra.

 

Sin embargo, no es menos elocuente y cuestiona profundamente el que pueda decir el apóstol a una sociedad montada en el consumo: Mi paga es anunciar el Evangelio de balde, sin beneficio alguno, ni personal ni económico, valiéndonos sólo de la gracia del Señor. Porque esto hace personas libres.

¡Qué claridad la de Pablo! Si no cobramos al hacerlo, nada puede cuestionarnos; pues cuando no hay en ello ningún condicionamiento, es el mismo corazón el que trasmite, encontrando a los hermanos en tu mismo plano, iguales a ti. Es el momento en que puedes ser:

  • Esclavo, con los que viven en esclavitud.
  • Débil con los que, se han instalado en sus debilidades.
  • Pobre, con los que se han sumido en su pobreza.
  • Alegre, con los que viven la alegría.
  • Bondadoso con los que necesitan compasión…

Y esto ¿para qué? Para ganar a todos –nos lo dice Pablo- Porque si, para cada uno de nosotros, participar en el evangelio es lo mejor que nos puede pasar, no podemos escatimar esfuerzos, para que el resto de las personas puedan participar, también de todos estos bienes.

Ante nosotros acaba de aparecer una realidad que no podemos leer de pasada. Orémoslo largamente. Solamente en la oración encontraremos esa respuesta que el Señor nos dará a cada uno personalmente.

Y para entrar en ella, os dejo esta oración del Cardenal Martini, tan específica, para cualquier momento de oración.

 “Te damos gracias, Señor, por este tiempo que nos concedes para escuchar tu Palabra.

Te pedimos que hagas en nosotros oyentes atentos, porque en tu Palabra está el secreto de nuestra vida, de nuestra identidad, de nuestra verdadera realidad a la que somos llamados.

Aleja de nosotros, Señor, todo prejuicio, toda prevención, todo preconcepto que nos impediría acoger libremente la Palabra de tu Evangelio.

María, Madre de Jesús que meditabas en tu corazón las palabras y los hechos de tu Hijo, haz que te imitemos con sencillez, con tranquilidad y con paz.

Quita de nosotros todo esfuerzo, ansia o nerviosismo y haznos atentos oyentes para que nazca en nosotros el fruto del Evangelio”