Pablo, después de conocer a Jesús, se da cuenta de qué ha llegado a él -algo tan grande- que no se lo puede guardar, tiene que ofrecerlo, que gritarlo, que regalarlo…Y así lo deja plasmado. Es un suspiro salido de lo profundo de su corazón: ¡Ay de mí si no evangelizará! (1 Co. 9,16) Pero eso no queda ahí, él sigue diciendo algo que nos interesa mucho a los evangelizadores “porque evangelizar no es gloria para mí, sino necesidad…”

·         Y para nosotros –evangelizadores- ¿es también necesidad evangelizar?

 Evangelizar.- ¡Ahí está la gran tarea! Hay que evangelizar.

Hace unos días volví a recibir un correo -de esos que corren, reiteradamente, por Internet- cuya certeza es muy cuestionable, en él que se decía que, en un lugar concreto de España, se va a aprobar una ley de actividades religiosas. Quizá muchos de vosotros también lo habréis recibido, pero para los que no lo hayan visto copiaré uno de sus párrafos: “para reunirse en un lugar religioso se necesitará licencia; una licencia que la dará o la quitará el ayuntamiento. Naturalmente el ayuntamiento podrá quitarla en el momento que lo considere oportuno; y si se aprueba la ley, cualquier alcalde podrá cerrar una parroquia porque no tiene licencia para realizar actividades religiosas, o porque a él no le parezca bien el que la tenga”  Sigue mucho más, pero lo dejaré aquí.

¡Me quedé perpleja! No por la veracidad del hecho, que la desconozco, sino porque alguien intenta sembrar desconcierto y destrucción, de la peor manera que puede hacerse, dejando en los corazones un poso de resentimiento, para que mientras la discordia se adueñe de la situación, el evangelio quede relegado, olvidado y enterrado.

Parece increíble que, en un mundo tan culto todavía no nos hayamos dado cuenta de que, la Palabra de Dios, jamás podrá ser callada ni anulada por nadie. Lo dice el mismo evangelio: “Mis Palabras no pasarán” (Mat. 24,35) Y me parecía increíble que, en este momento de la historia, sea precisamente ese mundo tan ilustrado, el que más necesite de evangelización.

De ahí que os invite a pararnos ante estas palabras que Pablo nos regalada y que quizá necesitemos interiorizar:

“Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!

Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío es que me han encargado este oficio. Entonces ¿Cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación de esta buena noticia. Porque siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a todos.

Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.

Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes” (Corintios 9, 16 – 19. 22 – 23)  

No se puede plasmar de una manera nítida, la importancia que ha tenido para Pablo su encuentro con Jesucristo.

La fascinación que le dejó ese encuentro, lo lleva a pregonar las maravillas que puede proporcionar el caminar en busca del Rostro de Dios.

Pero no olvidemos que Pablo era una persona preparada; había estado formándose para ello un tiempo considerable; por eso, de lo profundo de su corazón salen esas enseñanzas que plasma con la mayor sencillez y sinceridad. Sin embargo, lo que quiere dejar claro es que ya no se busca a sí mismo, si no a Cristo con quien se había encontrado. Y lo dice así “el hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia” ¡Cómo va a haber soberbia en anunciar lo que ocupa el corazón!

De ahí que sus palabras nos estén diciendo hoy a nosotros, que:

  • El enuncio del evangelio ha de hacerse desde una gratuidad total.
  • El anuncio del evangelio, ha de ser para llevar a los demás la Buena Noticia de Jesús, no la nuestra. Buscando la mayor gloria de Dios, no queriendo la gloria de nosotros mismos.
  • Y que es importante tener en cuenta que, unas veces será fácil y otras complicado, pero en ambos casos nuestra única pretensión ha de ser, llevar el mensaje de salvación, a cualquier rincón de la tierra.

 

Sin embargo, no es menos elocuente y cuestiona profundamente el que pueda decir el apóstol a una sociedad montada en el consumo: Mi paga es anunciar el Evangelio de balde, sin beneficio alguno, ni personal ni económico, valiéndonos sólo de la gracia del Señor. Porque esto hace personas libres.

¡Qué claridad la de Pablo! Si no cobramos al hacerlo, nada puede cuestionarnos; pues cuando no hay en ello ningún condicionamiento, es el mismo corazón el que trasmite, encontrando a los hermanos en tu mismo plano, iguales a ti. Es el momento en que puedes ser:

  • Esclavo, con los que viven en esclavitud.
  • Débil con los que, se han instalado en sus debilidades.
  • Pobre, con los que se han sumido en su pobreza.
  • Alegre, con los que viven la alegría.
  • Bondadoso con los que necesitan compasión…

Y esto ¿para qué? Para ganar a todos –nos lo dice Pablo- Porque si, para cada uno de nosotros, participar en el evangelio es lo mejor que nos puede pasar, no podemos escatimar esfuerzos, para que el resto de las personas puedan participar, también de todos estos bienes.

Ante nosotros acaba de aparecer una realidad que no podemos leer de pasada. Orémoslo largamente. Solamente en la oración encontraremos esa respuesta que el Señor nos dará a cada uno personalmente.

Y para entrar en ella, os dejo esta oración del Cardenal Martini, tan específica, para cualquier momento de oración.

 “Te damos gracias, Señor, por este tiempo que nos concedes para escuchar tu Palabra.

Te pedimos que hagas en nosotros oyentes atentos, porque en tu Palabra está el secreto de nuestra vida, de nuestra identidad, de nuestra verdadera realidad a la que somos llamados.

Aleja de nosotros, Señor, todo prejuicio, toda prevención, todo preconcepto que nos impediría acoger libremente la Palabra de tu Evangelio.

María, Madre de Jesús que meditabas en tu corazón las palabras y los hechos de tu Hijo, haz que te imitemos con sencillez, con tranquilidad y con paz.

Quita de nosotros todo esfuerzo, ansia o nerviosismo y haznos atentos oyentes para que nazca en nosotros el fruto del Evangelio”