El miércoles de Ceniza que vamos a celebrar, da paso a la cuaresma, camino que nos llevará a la Pascua. Y, aunque se ha perdido mucho el significado y el contexto de la cuaresma, todavía vemos que muchas personas se acercan a la iglesia a cumplir con el rito de la imposición de la Ceniza.
Pero todavía nos falta bastante para tomar conciencia de lo que encierra esta realidad. La gente sigue teniendo guardado el concepto de que la cuaresma es un tiempo triste llamado a la penitencia y a dejar todo lo que exige llevar una vida cómoda.
Por eso, a mí me gustaría invitaros, a que esta cuaresma dedicásemos un tiempo a profundizar lo que, en realidad nos regala este tiempo de gracia.

La cuaresma, lejos de lo que podamos pensar es una llamada a la santidad, una llamada a revisarnos por dentro, a llegar a lo más profundo de nuestro ser y a que todo esto nos lleve a Dios. Porque cuando nos alejamos de Dios, no sólo nos alejamos de Él, nos alejamos de los nuestros, de la comunidad parroquial, de los que comparten nuestra vida… y lo que es peor nos alejamos de nosotros mismos.

De ahí que la cuaresma sea, ese momento privilegiado de reencuentro que nos haga descubrir nuestras tinieblas y, sacándonos de ellas, nos lleve a buscar la auténtica Luz: Cristo.

Pero iremos poco a poco. Si no actualizamos lo que ya hemos escuchado tantas veces, corremos el riesgo de que la gente desconecte, pensando ¡ya estamos con lo de siempre! Cuaresma: igual a conversión, limosna, oración y ayuno, escuchando después una larga lista de consejos extraños que ya casi nos sabemos de memoria. Pero qué pasa Julia, ¿qué las cosas han cambiado y ahora eso ya no sirve? Pues mira no, no han cambiado –la Palabra de Dios no puede cambiar- pero hay que darle forma, ¿acaso alguno de nosotros, usamos la ropa que usaba nuestra abuela, se calienta en la lumbre que ella se calentaba o hacemos la vida que ella hacía? Sin embargo, seguimos vistiendo, calentándonos y comiendo. Y puede ser que, ahí esté la clave para vivir una cuaresma nueva, transformadora y llena de vida.
(Ya sé que esto ha podido quedar muy bonito, pero ahora veremos si soy capaz de plasmar todo lo que mi interior siente. Posiblemente no, pero quizá esto os dé pie para hacer vosotros algo valioso que merezca la pena)

Por mucho que cambien las cosas, lo que nunca podrá cambiar es, que a lo primero que se nos invita en este tiempo de cuaresma sea a la: CONVERSIÓN
El hecho de recibir la ceniza, quiere recordarnos que somos poca cosa, que no podemos estar orgullosos de nuestra manera de hablar, de actuar, de comportarnos… que hemos de dejar los resentimientos, la envidia, el egoísmo, el confort… Nos quiere llevar a darnos cuenta de nuestra fragilidad, a darnos cuenta de que vamos prescindiendo de Dios en nuestra vida y que, casi sin darnos cuenta vamos dejando de amar, tomando conciencia de que hemos de cambiar de actitud y de que necesitamos convertirnos.
Pero, el decir “yo quiero convertirme” no cambia a nadie, eso no nos va a transformar por dentro. Para convertirnos, lo primero que necesitamos es querer cambiar, pero:
• ¿Cambiar qué?
• Cambiar ¿por qué?
• Cambiar ¿para qué?
Solamente Jesús puede ayudarnos a resolver estos interrogantes, por lo que necesitamos, mirarle y escucharle, porque ahí encontraremos las ganas de ser mejores, a la vez que le pidamos la gracia de la conversión. Pues la persona que no quiere saber nada de Dios, la persona que le da la espalda… se condena a la nada, por eso nuestro Dios, rico en misericordia, nos da una nueva oportunidad para retornar a la casa del Padre.

Pero es realmente asombroso, que Dios no deje nada a nuestro antojo. Él conoce nuestra fragilidad y no escatima esfuerzos para ayudarnos a salir de ella.
Dios cuando nos pide algo, nos da el medio para llevarlo a cabo, Y si para cambiar se nos insta a pedir la gracia de la conversión, es ahora en este tiempo de gracia cuando se nos pide que escuchamos al Señor de manera especial. Por lo que, si necesitamos escuchar a Jesús, no os quedará más remedio que entrar en la:
ORACIÓN
De nuevo llegamos a lo familiar, a lo que llevamos oyendo una cuaresma tras otra. ¿Rezas, o no rezas? ¿Estás dispuesto a rezar más durante esta cuaresma? ¿Te esforzarás para progresar más en la oración? Y ahí estamos estrujando nuestra mente para ver si somos capaces de lograrlo.
Pero esto no es así. Para orar lo primero que necesitamos es tomar conciencia de que somos amados sin merecerlo –lo dice reiteradamente el Papa Francisco- Por eso la oración no es un deber, es una necesidad, la necesidad de corresponder al amor de Dios.
La oración es, adquirir esa experiencia de compasión y misericordia que se produce, en el “cara a cara” con el Señor que “nos amó primero y se entregó por nosotros” (Gal. 2, 20)
La oración ha de ser una exigencia, que nos lleve a hacer la voluntad de Dios, tratando de dejarnos tocar por Él para que vaya destruyendo las durezas de nuestro corazón. Por eso sería bueno pensar que quizá, el que tiene problemas con la oración es porque tiene problemas de fe. Lo vemos con claridad, si nuestra fe es fría, también lo será nuestra oración. Y si la fe es un añadido a nuestra vida, también lo será nuestra oración.
La oración es, fidelidad, entrega… es buscar el agua viva, es dejarse curar las cegueras… Es estar dispuestos a resucitar a tantas muertes como asolan nuestra vida.
La oración es el amor hecho vida. De ahí la dificultad de hablar de la oración. Pues nadie puede enseñarnos a manejar el amor, porque el amor: brota o no brota. Pero si tenemos un corazón orante, allí encontraremos la fuente.
De nuevo me diréis: pues enséñanos a hacer oración y os diré, no se puede enseñar a hacer oración, como no se puede enseñar a reír, ni a llorar, ni a amar… eso surge o no surge.
Se pueden enseñar prácticas de oración, pero nunca a hacer oración. Poe eso el encuentro con el Señor es imprescindible, porque Él es el único que puede enseñarnos a orar. De ahí que, el encuentro con el Señor haya que cultivarlo, haya que cuidarlo, haya que darle tiempo… para que surja de nuestro fondo, lo que Él va haciendo en nosotros, el amor transformante de Cristo, para que luego podamos ofrecerlo.

AYUNO
También hemos de plantearnos el ayuno una vez más, aunque sé que cuando hablamos de ayuno es como si nos produjese risa. Comer menos, comer ¿qué?, comer porque… ¡Tanta gente ayunando para adelgazar! Quizá esto del ayuno nos suene a “dieta barata” Pero eso no es lo peor. Lo peor es, que nos quedemos tan tranquilos.
Hace pocas semanas hablábamos de que Jesús se hizo semejante a nosotros para que, pasando por nuestra realidad, la conociese tan profundamente, que pudiese solidarizarse a nuestras realidades mucho mejor. Pues quizá esto mismo sea lo que realmente busque el ayuno. Ayunar para que, conociendo lo que es pasar hambre, sintiendo el estomago vacio, viendo el desprecio de los que “comen tanto que tienen que hacer dieta” y viendo a nuestros hijos llorar porque tienen hambre, nuestro ser se conmueva de tal manera que seamos capaces de dar hasta que nos haga daño (como decía Madre Teresa)
Pero esto del ayuno es mucho más amplio. No sólo hay que dar, hay que darse. Hay que tomar conciencia de que estamos hablando del ayuno voluntario, pero existe el ayuno involuntario, ese que no tiene alternativa, ese que presencia nuestro despilfarro, cuando algunos no tiene lo necesario para sobrevivir.
El ayuno no consiste en privarnos de un gusto, es dar gusto a los que no saben ni lo que es eso…
El ayuno tiene que ser una actitud de vida, tiene que formar parte de ella, tiene que llegar a surgir sin que, ni siquiera nos lo hayamos planteado.
¡Cómo necesitaríamos esta cuaresma ponernos delante de Dios para que, fuese Él mismo el que nos explicase lo que, realmente, es el ayuno!

LIMOSNA
Y llegamos a la limosna. El Antiguo Testamento, siempre ha hecho mucho énfasis en los beneficios de dar limosna. Las personas caritativas eran muy queridas y valoradas en el Antiguo Testamento, pero como todo, con el tiempo se ha ido deteriorando.
Lo mismo que el ayuno, la limosna también ha de ser una actitud de vida ha de formar parte de ella. La limosna “no es dar, es tener el monedero abierto” para que tenga acceso a él todo el que lo necesite.
Lo que pasa es que, el mundo en el que vivimos no nos lo pone fácil. Tanto abuso, tanto engaño, tanta gente explotada pidiendo y pasando dificultad para los que se aprovechan de ella.
Sin embargo, eso no puede adormecer nuestra generosidad. Nosotros sabemos bien que no sólo hemos de compartir lo que tenemos, hemos de saber que los bienes de la tierra son de todos. Que la tierra produce lo necesario para que nadie pase hambre y que, si hay personas que pasan hambre es porque, los sistemas injustos que nos hemos montado, les quitan lo necesario para sobrevivir.
Por eso es necesario que, en el silencio, miremos esas zonas de nuestro corazón que todavía están atadas a la comodidad, al consumo… y, muchas veces, al despilfarro. Miremos todo eso que nos ata y nos lleva a gastar para ser admirados y estar en los primeros puestos.

Y. después, preguntémonos:
¿Cómo querría Dios que viviese yo esta cuaresma?