Estamos ante la conmemoración de Jesucristo Rey del Universo. Y yo no sé si realmente este título de rey les gusta demasiado a los modernos,  para asignarlo a Jesús. Las imágenes de Jesucristo como Rey que, hace muy pocos años, presidían todas las estancias principales de las casas, han desaparecido y cuando se habla de Jesucristo como Rey, se buscan miles de recursos  para no herir sensibilidades. Pero ¿por qué?

¿Será porque también lo hemos desechado como Rey de nuestro corazón?

Por eso yo, este año, quiero mostrar una ruta nueva basada en un suceso real, capaz de demostrar que realmente Jesucristo es el Rey del Universo,  además de ser el rey de todos los corazones. El protagonista de ello, es un ladrón condenado a muerte, que fue capaz de “robarle” el corazón al a Dios, en el último suspiro de su vida.

  • Y yo que estoy aquí haciendo oración ¿Qué sitio doy a Dios en mi vida?
  • ¿Realmente, es Jesucristo el rey de mi corazón?

La verdad es que, es impresionante observar como la actitud y las palabras de Jesús fueron haciendo mella en aquel corazón machacado. Yo creo que, en ese momento, en el que la crueldad ha terminado y va cayendo sobre la persona -como un alivio al terminar un duro trabajo- una profunda aceptación; es cuando uno comienza a darse cuenta de que, como la tierra, su corazón está tan roto y desgarrado que ya no ofrece ninguna resistencia, sino que se ofrece abierto y dócil a la voluntad de Dios, para que ella lo penetre y lo llene.

Pues al darse cuenta de cómo Jesús está entregando su vida al Padre, él quiere entregar también la suya. “Padre todo está consumado” –El “fracaso” ha sido aceptado.

Es el instante en el que el ladrón, se entrega al Padre en un derrumbamiento total. El dinero, el querer sobresalir, el prestigio, el conseguir el mejor botín… se han borrado de su vida, han dejado de contar y se da cuenta de que solamente le queda una realidad: Cristo.

Por lo que ya, lo único que importa, lo único que basta es, el verse acogido por Jesús, después de haberle manifestado su arrepentimiento.

¡Jesús acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino!”

  • Y nuestro corazón ¿cómo está en este momento?
  • ¿Van haciendo mella en nosotros las palabras de Jesús?

La escena la conocemos perfectamente. Las autoridades del momento temblaban pensando que Jesús podía quitarles el reino. Pero, este pobre hombre ¿qué clase de Rey puede ser? Sin embargo, lo que decían sus labios, no coincidía con lo que sentía su corazón. Por eso una y otra vez le preguntan ¿pero tú eres Rey? Pilatos, vaya pregunta estúpida que acabas de hacer ¿acaso tiene aspecto de rey este acusado? Sin embargo, en aquel silencio interminable, se oyen las palabras de Jesús “tú lo  has dicho: ¡Yo soy Rey! Y Pilatos mostrando una sonrisa irónica y con el rostro demacrado, tiembla de pies a cabeza ante tan grave afirmación.

Resultando que, ellos que estaban tan seguros de que no era rey, no solamente se lo preguntan constantemente, sino que para ridiculizarlo ponen un letrero en lo alto de la cruz que dice: “Este es el Rey de los Judíos”

Pero lo que allí se contemplaba no tenía nada de realeza, allí solamente había dolor, sangre, gritos… y los dos malhechores que le acompañaban cosidos a sus distintas cruces.

Ahí estaban los tres crucificados, en tres cruces distintas pero unidos por la misma suerte.

Me encantan las palabras de S. Agustín que dicen de ello algo precioso: Ahí tenemos tres hombres en cruz: uno que da la salvación, otro que la recibe y un tercero que la desprecia. Pero, la pena es la misma para los tres, aunque mueran por diversas causas.

Aquí está la lección que esto nos deja en este momento. Cuando una persona está pasando por un momento duro, lo tiene que pasar igual si lo acepta, que si lo rechaza, ¡pero qué diferencia pasarlo de una manera o de otra!

  • Y yo ¿acepto os momentos duros de mi vida?
  • ¿Cómo cuál de los tres condenados reacciono?

Más, en este momento, hay un nuevo giro en los gritos de los dos crucificados que desconcierta a todos. Uno de ellos abre su boca para decir con palabras entrecortadas: “¿Ni siquiera temes a Dios tú que estás en el mismo suplicio? Lo nuestro es justo, pues estamos recibiendo lo que merecen nuestros actos, pero este, no ha hecho nada malo. Para añadir seguidamente.

 “¡Jesús acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino!”

La respuesta de Jesús no se hace esperar. Y sus Palabras retumban en el corazón de los presentes.

En verdad, en verdad te digo:

que hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lc.23-43)

       Aquí está la comprobación. ¿Acaso después de esto podemos seguir dudando de que Jesucristo sea Rey?

Dios siempre es más grande de lo que nosotros podemos abarcar e imaginar y aquí tenemos a un ajusticiado que, a la misma hora de morir, es capaz de “arrebatar” a Jesús el Paraíso.

Pero claro me imagino que no le costaría mucho entrar en el corazón de Jesús cuando se lo habían abierto de par en par.

  • Y yo que rezo cada día el Padrenuestro. Yo que digo “venga a nosotros tu Reino” ¿hago mías esas palabras de “Acuérdate de mí, ahí, en tu Reino”?

Esto es lo que hoy celebramos. Celebramos a Jesucristo Rey. Un rey  que no sale en televisión, ni en los medios de comunicación, ni se le reconocen mansiones, ni sequito, ni vasallos… un Rey que, con tan poca relevancia, no parece impactar mucho a su seguimiento, en el momento actual.

Sin embargo es grandioso conocer a un Rey que lo único que necesita para reinar son corazones liberados, disponibles, entregados… corazones abiertos –como el suyo- donde pueda encontrar un hueco pequeño para depositar esa pequeña semilla para hacerla fructificar.

  • Y nosotros, los que estamos aquí, en adoración ante el señor, ¿tenemos disponible nuestro corazón, para que el Señor pueda depositar en él, esas semillas de fe, de bondad, de misericordia… que Él desea que comiencen a producir?
  • ¿Somos capaces de gritar todo esto al mundo?

Nos hemos convencido de que, nuestro Rey, es un Rey con un corazón inmenso, capaz de acoger en su reino a todos los despreciados, abandonados, solos, desechados, relegados, sufrientes, desconcertados…

Con un corazón sin barreras; un corazón que no discrimina, ni juzga, ni condena…

Con un corazón, abierto a todas nuestras necesidades. Capaz de servir, de amar, de sufrir…

Con un corazón, que nos llama a hacer un mundo más humano, donde todos podamos ser felices.

De ahí que, sería importante que desde ahora, cuando digamos:

Venga a nosotros Tú Reino,

lo hagamos, estando dispuestos a aceptar

todo eso, a lo qué nos compromete”