Quizá pueda parecer una ofensa comenzar un artículo, enviado de forma primordial a personas comprometidas con este epígrafe, pero nada más lejos de la realidad. Yo misma me vi sorprendida al adentrarme en él.
Estoy segura que nunca se me hubiera ocurrido escribir sobre ello de no haber sido porque echaron un folleto en mi buzón en la que se leía. Y tú ¿te avergüenzas del evangelio? ¡Avergonzarme del Evangelio! ¿Cómo voy a avergonzarme yo del evangelio? Pero la pregunta me hizo seguir leyendo y, aunque todo era muy escueto, llamó mi curiosidad de manera firme.
En ese momento me iba a la parroquia, así que lo metí en el bolsillo y con mi folleto a cuestas me presenté ante el Señor. Pero ese folleto me seguía interrogando, por lo que recurrí a S. Pablo y en Romanos encontré lo que buscaba. “Pues no me avergüenzo del evangelio que es fuerza de Dios para que se salve todo el que cree, tanto si es judío como si no lo es” (Romanos 1, 16 – 17)
Seguí en silencio pero, ¿por qué dice S. Pablo, sin que nadie le preguntase, dice que no se avergüenza del evangelio? Entonces me di cuenta de que allí precisamente estaba la respuesta. El evangelio es un mensaje que proviene de Dios y que tiene que ser acogido y proclamado con fidelidad por mucho que cueste y los apóstoles lo habían entendido perfectamente. Lo que pasa es que, a veces a nosotros, nos acechan dos equivocaciones.
Somos dados:
• A quitarle el contenido para hacerlo más asequible.
• O a añadirle información y adornarlo para hacerlo más atractivo.
No es nuevo para ninguno de nosotros leer que, el evangelio ha sido manifestado en todos los continentes de la tierra, en todas las condiciones sociales, raciales, culturales, económicas… Produciendo en todas ellas el mismo fruto. El evangelio ha despejado tinieblas, ha roto ataduras, ha libertado a los cauticos y ha dejado a todos la Paz. Pero también hemos visto, que muchos se aparten de él porque les parece demasiado exigente.
Sin embargo, es grandioso que después de 2019 años no haya perdido nada de su esencia, ni de su poder. Pues, el poder de Dios para la salvación, es el mismo hoy que cuando fue proclamado por primera vez y por mucho que nos envuelva el pecado, la desesperanza o la degradación, nada de ello será obstáculo para que el Evangelio siga llevando a todos la abundante gracia de Dios.
Mas, es triste que, aún entre los cristianos haya una ignorancia que dificulta la manera de proclamarlo y vivirlo, queriendo muchos tergiversarlo con la mayor tranquilidad, para afianzarse en su criterio. Pero también para esto hay una advertencia severa en Gálatas 1, 7 “No hay otro evangelio distinto al de Cristo, aunque muchos quieran manipularlo. Por eso, el que predique un evangelio distinto al que Jesús anunció y nosotros recibimos ¡caiga sobre él la reprobación!”
Por lo tanto no puede estar más claro. El creyente debe de expresar la misma convicción y la misma actitud que tenían los apóstoles, pues ellos no se avergonzaron del evangelio de Jesucristo, estaban muy orgullosos de él. Sin embargo, por mucho que queramos darlo por hecho, sería bueno que incidiéramos en ello y nos preguntásemos:
• ¿Cómo descubro yo como creyente, si me avergüenzo del evangelio de Jesucristo?
• ¿Cómo puedo saber si estoy avergonzado de él?
Pues hay evidencias que pueden sacarnos de esta duda, compartiré las que a mí me llegan en este momento, seguro que vosotros encontraréis muchas más.
1ª.- Antes de que Jesucristo ascendiera al cielo dio un encargo a los apóstoles: “Id y haced a todas las naciones discípulos míos” (Mateo 28, 19) Por lo que la tarea de la Iglesia y del creyente es predicar y compartir a todos el mensaje del evangelio. De ahí que cuando fallo en mi tarea, en mi deber, cuando no predico ni comparto mi fe, es porque me estoy avergonzando del evangelio.
¡Qué importante! Ahí lo tenemos. No intentar llevar a todas las personas a la fe en Cristo y al arrepentimiento es avergonzarse del evangelio. Nunca se me había ocurrido, ni me había detenido en ello.
Pero también, callar acerca de lo que Cristo hizo en la cruz en el calvario o en su resurrección… es una forma de avergonzarse del evangelio. Y Cuando preferimos no hablar de nuestra fe, no hablar de exigencia, no hablar de la salvación en Cristo Jesús… no solo estamos desobedeciendo el mandato que nos Él nos dio, sino que también estamos evidenciando y avergonzándonos del evangelio.
2ª.- Asimismo sabemos que el evangelio es ofensivo para el mundo, para los que no quieren creer, para los que tratan de ocultar sus equivocaciones… Y cuando nosotros estamos más preocupados por no ofender a esas personas, que por revelar el verdadero mensaje, aunque nos parezca que no, nos estamos avergonzando del evangelio.
3ª.- Y cuando queremos enfatizar más en los beneficios de la tierra, bienestar, éxito, vida sin problemas… que en la salvación que dice: “que el discípulo no puede ser más que su Maestro y que nadie puede ir a Dios si no acepta beber el cáliz que bebió Jesús”, nos estamos avergonzando del evangelio. No podemos olvidar que fue el mismo Él mismo, el que dijo a sus discípulos: “en el mundo tendréis tribulaciones y aflicción” Y Pablo, fue muy claro al decir “es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”… Sin embargo la frase repetida de hoy es “quiérete a ti mismo” mientras el evangelio nos dice: “el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la ganará” (Mateo 16, 25) Por tanto será necesario ver cómo nos afecta todo esto a nosotros. Deberemos pensar en las veces que primamos la cantidad de personas que visitan nuestras iglesias, a la calidad de vida y la auténtica experiencia de Jesucristo que hay en ellas, pareciendo –a veces- que somos hábiles vendedores que intentan promocionar un ”producto” llamado Cristo. Adornamos el mensaje para que las personas se sientan atraídas y lo acepten, aunque nunca les hayamos explicado la naturaleza del arrepentimiento y de lo que significa para la persona el haber optardo por Cristo.
Por tanto la conclusión no puede estar más clara, necesitamos predicar el Evangelio tal y como es. Para poder decir como Pablo a los corintios:
“He predicado el Evangelio tal y como lo he recibido,
sin quitarle ni añadirle nada,
pues solamente quiero que produzca salvación
a los que andan perdidos” (I Cor. 15,)