CON ACTITUD VIGILANTE, Por Julia Merodio
Llena de aceite la aljaba;
prende, raudo la pavesa,
has de alumbrar el camino
del que busca la promesa.
En este mundo de las prisas, en el que nos encontramos insertos, cada acontecimiento da paso al siguiente sin dejarnos tiempo para interiorizarlo.
De ahí que, el final y el comienzo del año litúrgico, se sucedan como una prolongación más a la que estamos acostumbrados.
Sin embargo las cosas no son así. Este último domingo de Noviembre, empezará el tiempo de Adviento, el año litúrgico correspondiente al ciclo A, y por lo tanto vamos a entrar, en esa gran novedad que nos ofrecen, con todo lo que conlleva de sorpresa y admiración.
ESTE ES NUESTRO MOMENTO
Parece una paradoja, de esas que tiene la vida, el que os invite a preparar la llegada del Señor.
Y lo veo como una paradoja, porque cuando la liturgia de la Iglesia nos invita a la esperanza, a velar, a silenciarnos, a vaciarnos por dentro para acoger Su llegada; la sociedad, -para que no tenga cabida en ella-, empieza a llenar las calles de adornos, los comercios de ofertas, los medios de comunicación de anuncios sugerentes, mientras los megáfonos aturden llamando a la gente a consumir… y todo ello con una consecuencia clara: “encontrar la felicidad” ¡qué tristeza! No han sido capaces de observar que en lo que ya está lleno no cabe nada más, y que tanto derroche y palabrería inútil está llevando a la gente, no sólo a apartarse de Dios, sino a odiar las navidades, aunque sigan añorando la auténtica Navidad. La verdadera. Porque la gente ama la Navidad y ¡cuánto darían por encontrar su esencia!
Por eso, este año, quiero partir de aquí para invitaros a saborear el momento presente. El único momento que de verdad tenemos, el único momento lleno de gracia y presencia.
Un momento, que da paso a la novedad, la escucha y la espera. Una novedad, que lleva como signo la salvación y la gracia.
Una novedad que desemboca en el encuentro, del que trae la Salvación a este mundo plural e irreflexivo.
LA FECUNDIDAD DEL ADVIENTO
Para que una planta fecundice necesita ser plantada, regada, abonada, atendida…pero, sobre todo, necesita un surco donde ser depositada.
Propuesta que nos lleva a la segunda paradoja. ¿Cómo puede caber Dios, en este mundo del consumismo, donde tenemos todo lleno de trastos inútiles que posiblemente nunca llegaremos a necesitar? ¿Cómo hablar a la gente de cavar surcos, si lo único que gustar es movernos en superficie?
Está visto que Dios no encaja en los esquemas que, esta sociedad tan moderna, nos presenta. Dios necesita personas vacías de sí mismas y capaces de caminar, sin miedo, en medio de la noche para buscar la Luz. Y aunque nos parezca raro su existencia, las ha habido, las hay y las habrá.
Por eso, Dios que siempre encuentra lo que busca, se fija en: María de Nazaret, una joven que cumplía todas las condiciones de vacío, apertura, gratuidad y donación; una joven dispuesta a ofrecer todo lo que posee a su Señor.
El Emisario, de Dios, no tiene que hacer demasiado esfuerzo para encontrarla. Al divisar la estancia observa que allí está la persona que busca. Una joven en silencio, sola, con las entrañas vacías y al corazón, lo suficientemente aquietado, como para que se haga realidad lo imposible. Allí está ella, se encuentra a la espera, pero no a la espera de grandes acontecimientos ¡no! Ella es pobre y los pobres siempre esperan, pero no esperan cosas magníficas, ella solamente espera a su Señor.
Momento de Oración
Este Adviento vamos a buscar hacer nuestra oración al lado de María. Ella es la protagonista indiscutible del Adviento, ella es… la portadora de Dios.
A su lado nos relajamos, hacemos silencio… y, como ella esperamos al Señor. Esperemos el tiempo necesario para percibir su presencia. Todo esta vacío, todo surge, todo se renueva…
Con los ojos cerrados, divisemos dos alturas, -como si viésemos dos escenas superpuestas- En la de abajo contemplemos una cueva en la que la vida comienza a fraguarse, una vida totalmente distinta a la de arriba.
Pero hay algo, en ello, que sorprende; la vida de esta cueva tiene tanta importancia que si no fraguase, la vida en superficie dejaría de existir.
Veamos delante del Señor nuestra realidad. Miremos ante Él, si esa vida superficial que nos hemos creado, podría germinar sin una vida fuerte “de dentro” –la vida de la cueva- Tomemos conciencia de cómo, solamente la vida interior, es capaz de proporcionar el aliento necesario para seguir fructificando.
Observemos como la vida, al igual que una semilla, necesita un vacío donde depositarse y unos cuidados para poder germinar; como necesita ese vacío donde sosegadamente pueda crecer y alimentarse.
Seguimos junto al Señor, seámosle sinceros, a Él no se le puede engañar, respondamos a lo que este planteamiento nos sugiere: ¿Queremos vaciarnos para acoger El DON que se nos ofrece, o preferimos llenarnos de cosas para sobresalir ante los que nos rodean?
EL VACÍO COMO TAREA
Así de entrada parece que este epígrafe choca un poco ¡vaya tarea tan absurda! ¿A quién se le puede ocurrir desprenderse, de todo lo que tanto esfuerzo, ha sido capaz de adquirir? ¿Cómo deshacernos de lo que tanto nos gusta? ¡Mira que tener que vaciarse!
Sin embargo, si nos situamos en la realidad vemos que en el momento inicial, todo está vació. Nacemos sin tener nada, nuestra mente está vacía, no conocemos los prejuicios, ni los condicionamientos, ni nos inquieta poseer o no poseer… todo es virgen, no ha sido mancillado por nada, ni por nadie.
Eso mismo sucede si nos adentramos en la Biblia, en ella se nos muestra como, las personas que buscaban a Dios, eran personas vacías de cosas, vacías de sí mismas, vacías de todo aquello que pudiese quitar el sitio a su Dios.
Y precisamente, ese es el mensaje que la Palabra de Dios, nos trasmite en este ciclo A. Las lecturas de este primer domingo de Adviento, lo plasman con una hondura que estremece.
Es el evangelio de Mateo el que nos lo dice así: “En tiempos de Noe, antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba…pero vino el diluvio…”
El diluvio vino, como signo de vaciar y lavar la tierra que se había contaminado hasta llegar a prescindir de Dios.
Pero las cosas se olvidan, nadie aprende con las experiencias de otros y de nuevo, las personas de esos tiempos, lo mismo que las de los nuestros, vuelven a poner el corazón en el tener y otra vez se llenan de cosas, que escondan a Dios, porque Dios siempre resulta incómodo a los que viven de espaldas a Él.
Sin embargo Dios, el Dios de la alianza y el amor, no tiene en cuenta las infidelidades del ser humano y vuelve a salir a su encuentro. De ahí que sea ahora el apóstol San Pablo, ese hombre que encuentra a Dios en su camino, el que nos diga: “Daos cuenta del momento en que vivís, espabilaros, llega vuestra salvación. Nada de comilonas ni borracheras…Vestíos del Señor Jesucristo”
Y estas palabras, que hemos escuchado tantas veces y que volvemos a escuchar, no son baldías, estas palabras tocan el corazón de Agustín de Hipona, el gran San Agustín que, al igual que Pablo, descubre que todo lo encuentra pérdida, si no le deja llegar a Dios.
Ante tal descubrimiento, también, Agustín decide vaciarse, decide sacar de su vida todo aquello que le impedía acoger al Señor y, saltando en el vacío se pone manos a la obra de conversión. ¡Cómo deben gustar a Dios los corazones vacíos!
Creo que también nosotros tenemos que tomarnos en serio esta tarea y, como veis el tiempo apremia, por lo que vamos a decidir empezarla hoy, en este comienzo del Adviento, tiempo de gracia que Dios nos regala.
Y lo haremos poniéndonos en su presencia para que sea, Él mismo, el que nos ayude y nos diga qué cosas tenemos que quitar de nuestra vida, para dejarle sitio y que entre a formar parte de nuestra existencia.
Momento de Oración
Silenciamos nuestro interior. Tomamos conciencia de que estamos delante de Dios, nos serenamos y vamos dejando que, lentamente, la paz nos inunde. (Ahora dejamos el plural, ya que esta oración está planteada de forma personal)
Tomo conciencia de que Dios quiere hacer conmigo, lo mismo que hizo con María, una obra poderosa, para llevarla a los demás a través mío. Me voy dando cuenta de todas esas cosas que me lo impiden. (No sólo lo pienso, sino que pronuncio el nombre de todas ellas, para tomar una conciencia clara de lo que debo sacar de mi vida.
Quizá también sea bueno, mirando al Señor, dejar todo lo que tenemos ante Él. Todo, absolutamente todo. Esposo-a, padres, hijos…todo. Y luego ir cogiendo, exclusivamente, lo necesario, eso que a Dios no le impide entrar en nuestro interior.
Puede ser que al hacer la oración haya momentos que me inquieten, en esos momentos oiré a Jesús que me dice: ¡no te inquietes, te traigo mi paz!
Puede ser que, en otras ocasiones, me cueste desprenderme, o me resulte difícil, saber qué es lo que tengo que dejar; en ese momento y sin inquietarme le pido al Señor que sea Él el que me lo diga y, sosegadamente, espero lo que Dios me va sugiriendo.
Así con la reiteración voy aprendiendo a dejar fuera de mí, todo lo que no sirve para conducirme a mi bien.
Y como lectura donde afianzar nuestra oración, podemos tomarla de 2 Corintios 5, 17 “El que es de Cristo se ha hecho criatura nueva, lo viejo pasó, porque todo se hará nuevo”
También podemos usar las lecturas correspondientes, a toda esta primera semana de Adviento del ciclo A.
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