Si la semana pasada nos deteníamos ante la interioridad, esta semana se nos quiere presentar la experiencia, pues interioridad y experiencia son dos caras de la misma moneda y han de formar una unidad.

Jesús se pone ante sus discípulos y se da cuenta de que viven en la superficialidad. Ellos están muy bien a su lado, hasta se sienten importantes porque mucha gente les sigue, pero han sido incapaces de enterarse que Jesús los ha elegido para realizar una misión y mucho menos para darse cuenta de lo que eso implica.

A su lado han tenido muchas vivencias. Le han visto sanar, dar de comer en el monte, echar demonios, incluso le han visto resucitar muertos. Y Jesús sabe que estas vivencias no van a olvidarlas, pero también sabe que les falta experiencia, les falta vida.

Por eso quiere prepararlos para lo que va a venir, pues no es fácil lo que les espera y sin una profunda experiencia de Dios, les será imposible poder aceptarlo.
Y vemos que Jesús no se equivocaba, pues los discípulos en el momento que vieron mal las cosas, huyeron, negaron conocerle, se escondieron… y tomaron el camino fácil.

Al ponerme ante esta realidad observaba que es lo mismo que nos pasa a nosotros. En nuestra Iglesia hay muchas personas espirituales, que siguen a Dios de cerca, pero que no tienen experiencia de Él. Van a misa, asisten a grupos, escuchan conferencias… van a cuanto se oferta en la parroquia, incluso ayudan y son eficientes, pero no se dan cuenta que les falta la experiencia de Dios.
Porque no es lo mismo religiosidad que interioridad y solamente la interioridad lleva la experiencia. La religiosidad se puede aprender: yo voy a misa los domingos porque mi padre siempre me decía que tenía que ir, porque me lo enseñaron en el colegio, porque en mis tiempos se hacía así… Yo rezo el rosario porque me he acostumbrado a rezarlo todos los días. Yo rezo el rosario de la misericordia porque el Sagrado Corazón ofrece unas promesas al que lo reza… Y esto es fantástico y la iglesia sigue en pie por todas estas personas que rezan y se acercan a Dios. Pero la interioridad es algo más costoso. La interioridad es algo por lo que hay que optar, algo que hay que cuidar, hay que abonar, hay que alimentar… y a veces sin gana, sin ver en ello ningún progreso, incluso viendo que muchos reprochan esa manera de proceder… La interioridad hay que acogerla gratuitamente sin pensar en recompensas ni en recoger frutos y la mayoría de las veces siendo la persona relegada y criticada, cuando no insultada.

Y así lo vemos constantemente. No tengo tiempo para “subir al Monte con Jesús” decimos las personas de nuestro tiempo y, Jesús –como siempre desmontando nuestras teorías; ¿acaso Él pregunta a Pedro, Santiago y Juan si tienen algo que hacer cuando les invita a subir al Monte? ¡Quiero que subáis conmigo al Monte! Son sus únicas palabras.

Pero Jesús tiene los pies en la tierra y sabe que no sólo hay que subir, sabe que hay que permanecer y también hay que bajar.
Porque no podemos equivocarnos, no podemos estar en permanente subida al encuentro de la gloria de Dios, no podemos estar extasiados mirándole cruzados de brazos. Jesús, no se queda en el monte gozando de la gratitud y la amistad de los “escogidos” Jesús, baja para enfrentarse a la realidad del sufrimiento, de la oposición de cuantos le rodean y la perspectiva de la muerte.

Pero subir al Monte es importante, porque en él se descubre que Jesús es la revelación de Dios, que Jesús es el sacramento de Dios, el que revela al Padre. Y se nos enseña que nosotros –la Iglesia, la comunidad- que vivimos una experiencia de discípulos y caminamos tras sus pasos, hemos de ser el sacramento de Jesús. Porque lo que en el Monte hemos de aprender es, que ser sacramento es ser signo y que si Jesús fue la revelación del Padre, nosotros tenemos que revelar a Jesús con nuestras palabras, con nuestras actitudes, con nuestro comportamiento… De ahí la importancia de escuchar a Dios en el silencio, para aprender a describir lo que debe de ser la vida del cristiano.

Sin embargo, cuando ya le habían cogido “gustillo” a eso de estar en el Monte, Jesús dice a sus amigos:
¡Bajad del monte! Es necesario que compartáis con los hermanos lo que aquí habéis vivido.

BAJAD.-

Aprended que no se puede estar siempre en la cumbre que hay que mezclarse con la realidad por mucho que nos cueste.
Ha sido fantástico subir a la Montaña y encontrarnos con Jesús, pero hemos de bajar para dar testimonio de lo que allí hemos vivido, porque esto no es frecuente, ni se encuentra con facilidad.
Hay personas que teniendo fe viven en este mundo complicado, en el que les resulta difícil tener un compromiso de vida. Otros, personas de iglesia que vamos a misa y comulgamos todos los días e incluso hacemos oración, salimos de la iglesia y se nos olvida a lo que nos hemos comprometido con Jesús.
Por lo que yo creo que hoy es un día importante para preguntarnos:
• ¿Y yo subo a la montaña o me resisto a subir?
• ¿Cuándo subo, realmente, me encuentro con el Señor? Porque sé que hay personas que suben y no se encuentran con Él.
• Y cuando bajo ¿soy capaz de dar testimonio, de mostrar que merece la pena encontrarlo y que vale la pena vivir por él?

Qué importante será, que tomemos conciencia de que nuestro mundo necesita escuchar a Dios, en lugar de hacer tantos esfuerzos por sacarlo de su realidad.
Nuestro mundo necesita saber que, cuando el creyente se detiene para escuchar en el silencio a Jesús, en su interior percibe que le dice: ¡No tengas miedo! ¡Abandónate, con toda sencillez, al misterio de Dios! No importa tu poca fe, eso basta. ¡No te inquietes! Si eres capaz de escuchar a Jesús descubrirás que el amor de Dios consiste en estar siempre perdonándote a ti mismo y perdonando a los demás. Y si crees esto tu vida cambiará y conocerás la paz del corazón.

Por eso ahora, después de haber vivido esta experiencia, solamente nos queda: poner en manos del Señor todos nuestros pensamientos, sentimientos y acciones para que nos ayude a ser transparentes en medio del ambiente donde estamos situados, a fin de que los demás puedan verlo a través nuestro.
Y que nos haga sencillos de corazón, para saber vivir con alegría, con gozo, con paz… esta experiencia que se nos regala. Sabiendo que Él nunca nos abandona ni nos deja solos en la misión encomendada.
Pues como dice S. Pablo:

“Nuestro testimonio consiste en anunciar abiertamente a todos la verdad. Ya que no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor” (2 Corintios 4, 2 – 5)