El domingo pasado, leíamos la Secuencia de Pentecostés que tanto nos gusta y que sería bueno que rezásemos con asiduidad; pero lo que quizá no descubrimos al leerla, es que en ella se fusionan las tres festividades que la liturgia nos presenta en estos tres domingos consecutivos.
Comienza diciendo:
Ven Espíritu Divino, manda tu Luz desde el cielo,
Padre amoroso del pobre, Don en tus dones espléndido. (Pentecostés)
Pero la Secuencia continúa adentrándonos en la hondura y la profundidad de Dios, que nos lleva a encontrarnos en las maravillas que el Señor nos regala, a la vez que nos hace entrar en profunda adoración.
Un momento, en el que se hace visible la Trinidad de Dios, a la vez que nos muestra que en Dios todo es entrega, participación, intercambio, amor desinteresado, cercanía al ser humano… Qué importante sería que le dijésemos desde lo profundo del corazón:
Entra hasta el fondo del alma, Divina Luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro,
mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento
EN PROFUNDA ADORACIÓN
Cuando la persona es capaz de postrarse ante el Señor, para alabarle y adorarle, lo primero que descubre es el vacío que siente el ser humano cuando no es capaz de percibir, que está habitado por el mismo Dios.
Es un momento en el que la persona se da cuenta, del poder del mal que impera dentro de ella para llevarla a realizar tantas equivocaciones, tantas imperfecciones, tantas faltas… un poder sutil, casi imperceptible que poco a poco va minándola sin piedad; haciendo que, su interior se vaya convirtiendo en un vació difícil de llenar.
Hace pocas semanas presentaban en televisión, un maravilloso “robot” que la ciencia había conseguido, capaz de hacer cosas inimaginables. Bajaba escaleras, hacía tareas domésticas, atendía a ciertos estímulos… tan auténtico que, daban ganas de levantarte del sillón y aplaudir. Pero, nadie era capaz de aclarar que le faltaba algo que el ser humano nunca será capaz de implantar en él: Un cerebro y un corazón.
Sin pretenderlo, esta maravilla de la ciencia nos estaba enseñando, en lo que puede convertirse una persona cuando le falta Dios; alguien sin cerebro y sin corazón. Alguien que, a base de no dejarle pensar se va convirtiendo en un ser inhumano que tan sólo piense en sí mismo; sin importarle, lo más mínimo los que tiene a su alrededor. Un ser solitario, por mucho que viva en ciudades superpobladas, un ser insociable que no es capaz, de cruzar unas palabras con los vecinos de sus inmensas torres de viviendas.
Así vemos a jóvenes y menos jóvenes, incluso personas con más edad: ociosos, vacíos, sin criterio… sólo les preocupa: la buena vida, el placer, el parecer, el pasarlo bien… y cuando comparten su juicio, descubres que su interior está bastante deshabitado.
Este es el vacío que, todos tenemos en más o menos medida; y este vacío es el que os invito a presentar hoy ante el Señor.
- Este vacío que, solamente se puede llenar con: Horas en su presencia. Con la interiorización de la Palabra. Con el alimento de su entrega.
- Este vacío que pide: adoración, silencio, confianza, abandono en las manos del padre…
- Este vacío que, no se llena con cosas, ni con ocio, ni con relaciones humanas… se llena con amor, con donación, con respeto, con perseverancia…
- Este vacío que solamente podrá ser colmado por el Señor.
CON HONDO RESPETO
Cuando aprendamos a rastrear a través de la creación, las huellas de Dios y le dejemos llegar hasta el fondo del alma… empezaremos a notar que nuestra vida está presidida por la Trinidad de Dios.
Cuando las palabras de la Secuencia, empiezan a tener eco dentro de nosotros para irnos descubriendo nuestro vacío; empezamos a tomar conciencia de todas esas personas que, tanto queremos y que también tienen sus vacíos. De esas otras que caminan a nuestro lado y están en idénticas condiciones; de algunas que vemos con un aspecto envidiable pero se vislumbra que dentro no tienen nada… y decidimos presentarlas ante el Señor.
Es el momento de la adoración. De la Oración profunda. Por lo que nos ponemos –en actitud orante- en presencia del Dios de la vida para presentarle nuestra realidad.
Señor: Hoy te pedimos un corazón blandito. Un corazón capaz de:
- Sentir con los demás.
- De dedicarles nuestro tiempo.
- De acoger la realidad de los que viven con nosotros.
- De tolerarlos.
- De respetarlos.
- De seguir creyendo, en ellos y en Ti
- De seguir esperando.
- De seguir amando.
- Y seguir orando…
Danos un corazón que se vaya haciendo grande de tanto dar, de tanto vivir la misericordia, la ternura, de tanto ser bondadoso, dulce, compasivo… de tanto intentar parecerse al tuyo.
Y, sobre todo: VEN. Ven a cada uno de nosotros, no nos dejes solos, sin Ti todo es complicado y doloroso. Por eso te repetimos desde lo profundo del corazón:
“Ven dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos”