Los últimos serán los primeros.
Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad.
Porque mis planes no son vuestros planes, ni vuestros caminos son mis caminos –oráculo del Señor–. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes. (Is. 55,6)
Si la semana pasada, se trataba de entrar en el Banquete, esta semana vamos a ver, qué puesto debemos elegir en él. Y para ello, nos vamos a acercar a los que se fueron a vivir con Jesús, pues seguramente ellos sabrían muy bien lo que debían hacer.
Sin embargo, al aproximarnos a ellos, nos damos cuenta de que tampoco tienen las cosas muy claras. Un día y otro, nos sorprendemos, al ver cómo Jesús tiene que ir aleccionándolos de cuál ha de ser su proceder ante cada circunstancia. Y, precisamente, lo que ahora les quiere enseñar, es que aprendan a elegir.
Cuando nos ponemos ante el evangelio de Jesucristo, nos damos cuenta de que, eso de que sus seguidores se disputasen los primeros puestos era algo habitual, de hecho Jesús se lo recrimina en diversas ocasiones; es más, incluso trataban de hacer méritos para conseguirlo, sin importarles en absoluto dejar relegados a los demás del grupo; mientras que, Jesús, con admirable paciencia los reprendía, una y otra vez y les enseñaba con parábolas que, en ocasiones ni siquiera escuchaban y en otras no acababan de entender.
Pero, ¿acaso no os suena habitual este comportamiento? ¿Acaso hoy no nos disputamos los primeros puestos en la Iglesia? ¿Acaso nos inquieta mucho relegar a los demás? ¿Acaso no tratamos de hacer méritos para “comprar” a Dios? ¿O no oímos la Palabra de Dios sin escucharla…?
Esta es la realidad. El proceder de Dios siempre nos resulta atípico, extraño, paradójico… o, cuando menos sorprendente; por eso nos deja tan desconcertados a los que vivimos en este mundo, donde conseguir el primer puesto es tan meritorio y tener, las riendas de la vida en nuestras manos, tan sugestivo. Pero todos sabemos la diferencia que existe entre:
• Los criterios de Dios y los nuestros.
• Y el proceder de Dios y el nuestro.
Precisamente, esa es la situación que nos acompaña en este momento. Aunque con una luz mortecina, nuestras lámparas pasaron el “examen” y entramos a formar parte del banquete.
Pero, por mucho que deseemos seguir buscando la provisión de “aceite”, seguirle sin desfallecer, vivir su evangelio y ser fieles a su Palabra… nos encontramos con que todas esas buenas intenciones, están acompañadas de nuestra humanidad, nuestra manera de ser y nuestra falta de exigencia… y, que, con más frecuencia de la que creemos, seguimos un criterio muy distinto, al utilizado por Dios e indudablemente, muy lejano a los requerimientos que nos brinda su evangelio.
Por eso, ante esta circunstancia, la primera pregunta que nos viene a la mente es esta: ¿Tanto puede importarle a Dios, la cuestión del sitio que ocupemos cada uno? Yo creo que el mensaje de Jesús es mucho más amplio y más profundo que limitarse a ver “lo de los puestos”
Pero Jesús, que nos conoce de manera plena, posiblemente quisiera dejar plasmada esta situación para que supiésemos elegir el puesto que queremos dar a cada cosa.
Quizá, con elo, quiso alertarnos de que la oración también debe de tener un sitio destacado en nuestra vida. De ahí que deberíamos preguntarnos:
• Y yo ¿qué sitio doy a la oración en mi vida?
• Y ¿qué sitio ocupa mi vida en la oración?
A la oración hay que llegar, como al lugar de la necesidad, al ámbito del acatamiento. Porque orar es un Éxodo. Orar es salir de uno mismo para ir a ese lugar solitario donde Dios y la persona se encuentran cara a cara, donde la vida nos sale al encuentro, donde Dios nos descubre un modo diferente a lo que habíamos pensado.
Y yo creo, que esto es lo que Jesús quería descubrirles, a los de la boda de la parábola, (Lucas 14,7–11) Quería enseñarles lo que eran para Él los encuentros con su Padre. Quiere mostrarles una manera distinta de vivir, de comportarse, pero no todos aceptan su propuesta.
Seguramente, entre los invitados a la boda habría muchos fariseos y gente afín a ellos que, como tantas veces -se nos alerta- irían a coger los puestos más destacados donde se les pudiera ver bien; también parece que daba cierto prestigio invitar a los pobres, pero –rara paradoja- a ellos los sentaban en una mesa aparte y creo no equivocarme, si digo que eso no le inquietaría demasiado a Jesús, era lo normal en aquel momento.
Pero, Jesús está inquieto, porque debe de observar algo más entre los asistentes. Y, es entonces, cuando se dispone a decirnos que cuidemos el puesto que queremos ocupar. Porque, lo que realmente preocupa a Jesús, no es el ver la conducta de los fariseos, sino el ver que muchos de los suyos van olvidando sus enseñanzas y desean colocarse al lado de los destacados, de los que triunfan, de los que buscan ser reconocidos… Dándose cuenta, una vez más, de que el comportamiento de sus seguidores, en el fondo, difiere muy poco de las actitudes que tienen los que en el mundo quieren sobresalir.
Y esa es la realidad que continúa en el momento presente. Esa es la situación de la que nos tenemos que examinar nosotros.
• ¿Qué puestos deseamos: los que vamos a la iglesia, los que hacemos oración, los que asistimos a la adoración del Santísimo…?
• ¿Junto a quién nos ponemos?
o ¿Junto a nuestros amigos?
o ¿Junto a los que piensan como nosotros?
o ¿Junto a los que nos dicen lo que queremos oír?…
Pues ya veis, como ellos, seguimos buscando los primeros puestos, con la diferencia de ver, que hoy no hay personas valientes -como Jesús- que nos alerten de ello.
Esa persona está muy cualificada para hacer esa actividad –nos dicen- pues ¡perfecto! Que la realice. Pero sabiendo que ella es un mero instrumento, que es Dios el que la está realizando a través suyo y, que por lo tanto, la manera de actuar de sus seguidores tiene que estar asentada en la humildad, que consiste en no buscar honores para hacerse valer, sino en acoger sus palabras que nos dicen que “todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”
Esta es la lección que debemos aprender los que hacemos oración. Qué importante será descubrir que no somos nosotros los que oramos, que es Dios el que ora en nosotros y se muestra a través nuestro.
El que Dios nos dé capacidades no es motivo para querer ponernos por encima de los demás sino para compartirlo con ellos desde la humildad y la sencillez, pues el peor mal que puede entrar en un corazón es el mal del orgullo, de la vanidad, de la vanagloria… ya que ellos son los enemigos de su mensaje. Y ahora ¿qué tal? ¿Todavía seguimos creyendo que podríamos colocarnos en el primer puesto?
Esto es lo que, realmente, se aprende en la oración. Cuando una persona hace oración, al pasar el tiempo se da cuenta de que todo se simplifica. Ya no necesita pensar si está en el primer puesto, en el segundo o en el tercero… ya no necesita apoyos, ni puestos destacados, para encontrarse con Dios, ya puede hacer callar a todo tan sólo con mirarle a Él. Dándose cuenta de que, cuando ya parece que el silencio ha llegado a su ser, surge la Presencia de Dios, y entonces… se humilla ante tanta grandeza y su corazón se llena de disponibilidad y ofrecimiento, tomando conciencia de que todo le ha sido dado.
Pero esto no es cosa de unos pocos, esto es cosa de todos y Jesús quiere alertarnos de ello reiteradamente, diciéndonos que para Dios todos somos iguales. Que hemos de tener en cuenta, que la misión que Dios nos ha encomendado no es ni mejor, ni peor que la del que está a nuestro lado; que es distinta y única; y, que nos la ha encomiendo, no para que compitamos con los otros, sino para ponerla a su servicio, para ponerla en común con la suya; para que sume, para que engrandezca…
Jesús nos alerta de que, en la Iglesia de Jesucristo, no hay primeros ni últimos. Que, entre los seguidores de Cristo, no hay cristianos de primera y de segunda; porque para Dios, antes de ser persona, antes de ser cristianos… somos hijos, hijos muy queridos y hermanos, que no luchan por sobresalir, ni por escalar puestos; si no por servir, por colaborar, por ayudar, por vivir en coherencia…
Lo vemos cada día. Todos estamos invitaos a la misma mesa. Una mesa, que se abre para todo el que quiere llegar a compartir el Don que nos ofrece el mismo Dios –allí no hay diferencias de ninguna clase-
Sin embargo, pocas veces nos paramos a pensar, que cuando comulgamos todos somos iguales ante al amor de Dios. Pocas veces pensamos que, somos invitados a trabajar con Él en su Reino, un Reino donde no hay primeros puestos ni privilegios de ninguna clase, sino felicidad y dicha. Donde todo está envuelto en un amor inmenso y providente.Por eso:
“No escalemos la montaña,
para que todo el mundo pueda vernos.
Escalémosla, para que nosotros
podamos ver el mundo”