Ante nosotros aparece un nuevo Adviento. Y digo nuevo porque Dios no quiere “clones” Él es siempre novedad, siempre primicia y quiere que, fijándonos en Jesús, cada uno caminemos hacia Él, con nuestra vida, nuestra realidad y nuestra historia.

Y aquí tenemos un tiempo propicio para hacerlo. Un tiempo privilegiado de la Iglesia: El Adviento.

Este año, quiero abrir el Adviento presentando ya a María, pues –como todos sabéis- por ser el 25 aniversario -de la dedicación de la Catedral de la Almudena- la Santa Sede ha concedido un año jubilar –Año Santo Mariano- en el que será bueno acercarnos a la Madre para descubrir lo que significa tener los mismos sentimientos de Cristo que, como dice nuestro Cardenal D. Carlos Osoro, “no es ni más ni menos que no considerar el poder, la riqueza y el prestigio como los valores supremos de la vida. Pues estos no responden a la sed profunda del corazón”

CON UN CORAZÓN ESPERANZADO
En la gran pantalla del mundo observamos, como la programación completa de nuestra vida, se va emitiendo sin parar. Vidas entrelazadas, acontecimientos esperados e inesperados… todo fluyendo sin que nadie pueda detenerlo, mientras la mayoría de la gente duerme sin ser consciente de ello. No son capaces de observar que las situaciones de la vida no esperan, siguen pasando por mucho que nosotros nos hayamos adormilado.
Y, en esa gran pantalla, acogiendo cada acontecimiento del ser humano, cada resquicio de la creación: feliz o desdichado; alegre o molesto; bueno o malo… DIOS. Dios, como fuerza capaz de equilibrar los diversos aspectos de la vida, por los que cada persona tiene que pasar y que tan difícil resulta conciliar: amor, armonía, felicidad, trabajo y bienestar.

Aquí lo tenemos. Ante nosotros se presentan, dos vidas entrelazadas, acogiendo sin objeciones la acción de Dios en su existencia. Capaces de equilibrar los aspectos más inesperados e insospechados y aceptando –desde la más profunda humildad- ese plan de Dios capaz “de desconcertar a los más sabios y entendidos” en el que se delega a la mujer la misión de continuar la obra salvadora.

LAS DOS MUJERES DEL ADVIENTO
María es una mujer del Antiguo Testamento y su vida discurre, insertada en ese momento histórico.
Es una mujer de pueblo, sin cultura –pues a las mujeres no se les permitía saber- y preparada para estar sometida. Por su parte, se había ofrecido, a servir al Señor desde su virginidad, por tanto no aspiraba, como el resto de las jóvenes, a ser madre del Mesías prometido.
Cerca de ella: otra mujer. Una prima suya, de edad avanzada y estéril, muy apenada porque no podía tener hijos y, en la sociedad machista en que vivía la culpa de la esterilidad era siempre de la mujer.
Y sorprende comprobar que, los dos primeros capítulos de Lucas, estén dedicados a ellas. Sin embargo Lucas quiere plasmarlo así, porque sabe que el encuentro de esas dos mujeres, pondrá de manifiesto el comienzo de la historia de salvación.
Lucas había descubierto que, en ese encuentro, acababa de unirse: el Antiguo Testamento con el Nuevo, las palabras: “Mirad que hago nuevas todas las cosas” empezaban a cumplirse. Y en ese mismo instante, terminaba de aparecer: El Adviento.

EL ADVIENTO
El Adviento, en la forma de escribir de Lucas tenía dos constantes:
• Dos anuncios.
– Uno concedido a: Zacarías –Antiguo Testamento.
– Otro dedicado a María -Nuevo Testamento.
Como consecuencia de los dos anuncios se produce:
• Un encuentro: el de dos mujeres embarazadas.
• Y, como resultado: dos nacimientos:
– El del Precursor: Profeta del Altísimo
– El del Hacedor: Hijo del Altísimo.
De nuevo la acción de Dios, poniendo vida donde hay esterilidad: De nuevo creando, salvando y amando.
Y, en esa sociedad, donde la mujer era “algo” Dios se encarga de depositar su confianza en esas dos mujeres, irrelevantes, y por mediación de ellas enviar al Salvador y a su profeta.
Allí están las dos, dispuestas a todo, sin importarles las consecuencias que el hecho pudiese acarrearles. Lo que Dios les había pedido, no era fácil de asimilar para la gente, pero ellas –llenas de gozo- lejos de deprimirse y esconderse, irrumpen en alabanza a su Señor.
María diciendo: “¡Qué se haga como tú quieras, mi Señor!
Isabel, sin embargo, es capaz de decir: “¿De dónde que venga a visitarme la madre de mi Señor? Cuando advertí tu presencia, la criatura, que va a nacer, saltó de gozo en mi seno”

Aristóteles decía que “la esperanza es el sueño del hombre despierto” y yo creo que la liturgia de Adviento lo ha entendido de forma admirable.
Todos los ciclos de la liturgia, empiezan el Adviento señalando la grandeza de saber confiar, de tener esperanza y más, nosotros, que tenemos a la Virgen de la Esperanza en un lugar muy privilegiado de nuestro corazón.
De ahí que me parezca que, no puede ser más oportuno el tema de la esperanza, que cuando se trata de pedir al Señor por los jóvenes y ponerlos en sus manos.
Se empiezan a oír voces de que los jóvenes están despertando, de que es el momento de los jóvenes y nosotros, no podemos quedarnos de brazos cruzados en una misión tan importante. Pues si esperamos a Dios, que viene a salvarnos, ¿no sería un contrasentido que dejásemos de esperar en aquellos que lo tendrán que anunciar en el futuro? Ellos son los futuros maestros, los futuros médicos, los futuros gobernantes de la nación, los futuros sacerdotes…
Y nos cuestiona oírles decir que no creen, que son agnósticos, que lo que han visto no los convence… y vemos cada día más claro el por qué de su increencia; no les hemos dado razones sólidas para esperar. ¿Qué puede esperar una persona en paro, después de haberse esforzado para tener una buena preparación? ¿Qué puede esperar un joven que ve el deterioro de la familia, de las comunidades, de la Iglesia? Esas personas están dormidas, no ven con claridad, su visión está distorsionada y hasta que no despierten no serán capaces de ver la realidad.
De ahí la importancia de velar. De estar pendientes de ellos, de trasmitirles un testimonio creíble, de hacerles saber que, para que una vela alumbre han de juntarse dos substancias: Cera y pavesa, por eso las personas no podemos ser luz por nosotros mismos, necesitamos una segunda substancia, necesitamos a Dios.
¡Cuánto tenemos que aprender de María! Ella vive desde la libertad más plena. Ella ha dejado las esclavitudes, ella ha entrado en el mundo de Dios.