¡Jesús ha resucitado! Pero parece que este año, la resurrección nos coge con el pie cambiado.
Las procesiones del Encuentro –que tanto añorábamos- suspendidas. Las felicitaciones de pascua… a distancia. Los WhatsApp, con frases de resurrección, mermados… y sólo vemos: confinamiento, enfermos y muertos. Pero a pesar de eso, no puede cabernos la menor duda de que Jesús ha Resucitado y hoy celebramos el Domingo de Resurrección.
AL TERCER DÍA RESUCITÓ
Es posible que, no hayamos sido conscientes de las veces que hemos pronunciado estas palabras, “Y resucitó al tercer día de entre los muertos” -las decimos en el credo que se reza en cada eucaristía- y que hoy las retomamos porque nos alertan de que: la inmovilidad de Jesús, las constantes vitales de Jesús, todo su cuerpo, se paralizaron. Jesús murió. Y murió de verdad, hasta el punto de ser depositado en un sepulcro, atado de pies y manos con vendas y sudario –como lo requería la costumbre- el cual se selló adecuadamente. Porque, “como el fruto, debía de madurar debidamente antes de ser comido” pero, no para permanecer en él, sino para salir a una Vida renovada.
De nuevo llega a nuestra mente la situación por la que estamos pasando. Cada día oímos como nos dicen -de pasada, para que no nos demos mucha cuenta- que esto llevará tiempo, que no terminará enseguida. Y vemos, que la muerte de Jesús nos alerta de ello, necesitamos un tiempo de aislamiento, de recogimiento, de maduración… hasta que todo comience de nuevo a funcionar y podamos decir con fuerza que hemos resucitado.
Pero eso de resucitar tiene unas características especiales. Nadie puede resucitar sin haber muerto antes. Y no un poco –totalmente- Nadie puede morir un poco, o se muere o no se muere.
Entonces me surge la primera pregunta: y nosotros ¿hemos muerto, realmente, a todo eso que nos impedía vivir? ¿Cómo va nuestra manera de enfocar la vida? Y nuestra manera de amar de darnos, de compartir, de ayudar… ¿Cómo va? ¿Están ya nuestros ojos preparados para ver la luz? En este confinamiento, donde hemos puesto tantas cosas en su lugar ¿hemos puesto a Dios en el lugar que le corresponde? ¿Dónde lo hemos situado en nuestra vida? ¿O todavía necesitamos un poco más de tiempo para ajustar algunos detalles?
Sin embargo, hay algo que nos ha de llenar de alegría. Saber que, el sepulcro es un sitio provisional, nadie puede vivir toda la vida metido en un sepulcro donde todo es oscuro y sombrío. Y nosotros… tampoco. A su debido tiempo, todo comenzará a tener sentido y saldremos de ello. Es verdad que esto no será fácil, pero pondremos todas nuestras fuerzas para lograrlo.
También necesitaremos, quitarnos todas esas “vendas y sudarios” que nos tenían atados. La vida ya no será la misma, tendremos que adaptarnos a una manera nueva de vivir y sería grandioso que, en esa nueva manera de vivir, lo primero que apareciera fuese la claridad.
Tenemos, además, que ser conscientes de que, este aislamiento habrá pasado factura a muchas personas que seguirán llenas de miedos, de carencias, llenas de precariedad… y serán incapaces de abrirse a lo nuevo, seguirán instaladas en su tristeza y sumidas en la oscuridad de su corazón. Y será ahí donde, Jesús resucitado, saldrá a nuestro encuentro para decirnos: ¡ayudadles vosotros a resucitar!
Pero Señor: Si, cuando esto comience a pasar, tendremos montones de cosas que poner al día y nadie nos querrá escuchar ¿Cómo podremos hacerlo?
Para hablar de resurrección no se necesitan muchas palabras, se necesitan obras. El amor les bastó, a los primeros cristianos, como distintivo de que algo nuevo había llegado ¡mirad como se aman! -Decían sus contemporáneos- Y os aseguro que, ahora como entonces, nuestro testimonio de vida será nuestra mayor disertación. Por eso: no os guardéis esa palabra de consuelo que los demás necesitan, ¡brindarla! Porque, ese será el momento.
No os guardéis esa sonrisa sincera que alberga vuestro corazón, ¡regalarla! porque, ese será el momento.
No os guardéis todo lo que tenéis, sólo para vosotros, ¡compartidlo! porque, ese será el momento.
Y después, pongámonos un rato –con calma y silencio- ante Cristo resucitado. Repasemos esas zonas de nuestro mundo que están necesitadas de resurrección. Hagámoslo hasta que nos duela el alma, hasta que descubramos que para entrar en el misterio hay que doblar la rodilla y el corazón. Oigamos de labios de Jesús.
No temáis. Yo os he elegido… Estoy aquí a vuestro lado para ayudaros.
Nunca os olvido. Os traigo mi paz. Os llevo a cada uno, en la palma de mi mano y os tengo en un sitio muy reservado, de mi corazón.
Ayudad a los que lo están pasando mal. Pues solamente quien se humilla puede vislumbrar los bienes de arriba. Pensad que, el orgulloso mira siempre desde arriba hacia abajo y sólo ve tierra, sin embargo el humilde mira desde abajo hacia arriba y sin pretenderlo contempla la inmensidad.
Qué importante sería que, en este aislamiento, nos hiciésemos esta pregunta:
• Y yo ¿desde dónde miro?
Volvamos a poner otra vez, en manos de Jesús resucitado, nuestra realidad. Dejémonos preguntar por Jesús ¿por qué lloras? ¿Qué te hace estar triste? No nos dé miedo el mostrar a Jesús nuestra vulnerabilidad, nuestro abatimiento, nuestras oscuridades… el momento por el que estamos pasando…. Observemos el mundo donde vivíamos. Démonos cuenta de que: era un mundo irreal. La gente reía, pero no estaba alegre. Intentaba disfruta a tope, pero no encontraba el gozo, ni era feliz. Se movía sin parar, realizaba viajes a grandes distancias… pero no era libre. Estaba lleno de obras de arte, pero no teníamos tiempo para disfrutarlas.
Mas, no perdamos nuestro tiempo en juzgar todo eso, simplemente acojámoslo con coraje y pongámoslo en manos del Señor. Compartamos con él, nuestros problemas, nuestras dudas, nuestras cobardías, nuestros fracasos, nuestras indiferencias… No nos encerremos en nosotros mismos, seamos conscientes de que vamos resucitando a valores que teníamos olvidados. Y, aunque todavía descubramos mucha muerte y mucha inseguridad a nuestro alrededor, no nos quedemos paralizados. Busquemos experiencias de resurrección en nuestra vida; y digamos a todos desde lo profundo del corazón: No tengáis miedo. No temáis…: