ATREVÁMONOS A CRUZAR LA PUERTA
Por Julia Merodio
Un año más se abre ante nosotros la puerta que conduce a la Cuaresma y encontrar una puerta abierta, siempre causa curiosidad, dan ganas de asomarse a ver lo que se encierra su interior.
Sin embargo, asomarse a la Cuaresma es más serio, no seduce tanto. Asomarse a la Cuaresma posiblemente nos lleve a descubrir muchas promesas sin cumplir, cantidad de esperanzas perdidas, afluencia de sueños irrealizados… No es extraño, por tanto, que la gente salga huyendo; hoy día nos asusta enormemente la exigencia y el cambio.
Pero, a pesar de todo, os invito a hacer la experiencia, a descubrir lo que encierra este tiempo de gracia, a dejaros acoger por el Señor.
Es asombroso observar que, cuando uno llega a la casa del Padre, normalmente va a reclamar lo suyo, a cogerlo todo y marcharse. Pero, causa todavía más sorpresa el que, ante la extraña propuesta, sólo se escuche el silencio del Padre, porque contrariamente a lo que nosotros esperamos, el Padre siempre calla, simplemente mira sin decir nada, como si estuviese esperando nuestro vil comportamiento.
Sin embargo, su amor marca al sentir su mirada. En el denso silencio, se percibe lo que quiere decirnos y para asombro nuestro, ni una pregunta, ni un reproche; ¡eres libre para tomar tu propia opción!
Su respeto asusta. Muchos se van deprisa cayendo en el fango de su ceguera. Malgastan la vida, asfixian el amor y se quedan hambrientos e insatisfechos.
No se dan cuenta de que, si levantasen los ojos, divisarían la imagen del Padre en la puerta y escucharían la fuerza de su voz que siempre golpea. Notarían latir con fuerza su corazón y sus pasos se dirigirían, sin proponérselo, hacia los brazos del Padre, para decirle:
Padre, aquí vuelvo con el corazón roto y el alma deshecha ¡sé que he pecado, que quise borrar tu huella!
Y sosegadamente, con voz tenue oirían la voz del Padre al decirles:
* No importa hijo entra y déjame que te vea.
Tampoco a nosotros nos haría mal descubrir el Rostro de Dios. Ese Rostro que Jesús nos ha revelado.
Pero no siempre nos gustan los rostros de Dios que salen a nuestro encuentro, a veces ¡son tan distintos a lo que nosotros esperábamos!
De ahí que de nuevo se nos regale un tiempo de gracia. Un tiempo para tratar de descubrir nuestras perplejidades desde la oración, la adoración y el servicio.
Desde la oración.- Porque es expresión de reconocimiento. Dios centro de nuestra vida.
Desde la adoración.- Porque saber adorar es saber agradecer. Dios, dándonos sus dones a manos llenas.
Desde el servicio.- Porque el encuentro con Dios se hace realidad en el servicio a los hermanos. Todos hijos de un mismo Padre.
Es, cuanto menos curioso, que el tiempo de cuaresma se abra siempre con el evangelio de las tentaciones. Pero no hay nada de casual en ello. Todos sabemos que la eterna tentación del ser humano es: “querer ser dioses” y todo lo demás se deriva de ella.
Más ¿Quién nos tienta? ¿Quién nos incita al mal? Aunque nos parezca anticuado y no queramos hablar del maligno, el que incita al mal es él, el diablo.
Ya sé que muchos se reirán de esta afirmación, pero no tenemos nada más que acercarnos a la Palabra de Dios para encontrarlo, y uno de los sitios donde aparece es, en el desierto junto a Jesús.
Pero quizá tampoco tengamos que retroceder tanto, bastaría echar un vistazo a nuestra sociedad para encontrarlo caminando a nuestro lado.
Ante tal realidad es bueno no vivir obsesionados por él, pero tampoco ignorarlo, pues todos tenemos experiencias donde hemos sido tentados. Ya que, aunque el centro de nuestra vida sea Dios no podemos ignorar la astucia, el poder y la complicidad que tiene el maligno en la existencia de todo ser humano, sobre todo si intenta caminar por un sendero de rectitud.
La verdad es que la gracia es infinitamente más fuerte que el mal, pero sería peligroso olvidarnos de él, aunque, a veces, nos cueste aceptarlo.
No tenemos que hacer nada más que, un recorrido por toda la Biblia para encontrarlo:
- En el Paraíso, se nos muestra, en forma de serpiente.
- En el desierto, tentando a Jesús.
- En la oración del huerto, impidiendo a Jesús llegar hasta el final.
- En el ayuno, ofreciendo pan hasta hartarse.
- En la humildad, ofreciendo todos los bienes de la tierra…
Y es que, siempre que se busca de verdad a Dios, allí está su rival para impedirnos llegar. No tenemos nada más que observar nuestro camino, para descubrir la cantidad de veces que nos hemos encontrado “al adversario”. Es más si, no sale a nuestro paso la tentación, deberíamos pensar si ciertamente estamos en el verdadero camino que lleva a Dios.
Pero la tentación en sí no es mala, lo malo es caer en ella. Por eso hemos de tener claro que la mejor manera de vencerla es: dejarse seducir por Cristo.
De ahí la importancia de desierto, de silencio, de retirada, de acallar otras voces, otras sugerencias, para que la Palabra de Dios suene fuerte en nuestro corazón.
Dediquemos tiempo a estar a solas, para oír la llamada del Señor con más nitidez. Vamos a convencernos, de que solamente podremos vencer el mal cuando hayamos reforzado nuestra pertenencia a Cristo.
Como Jesús, dejémonos conducir por el Espíritu, hasta el desierto de nuestra vida. Él nos dará un corazón nuevo e infundirá a nuestro interior un Espíritu renovado.
Ese mismo Espíritu nos conducirá hasta la Pascua, porque sólo Él puede realizar en nosotros, ese paso que nos lleve de lo viejo a lo nuevo, de la muerte a la vida; en una palabra, que nos ayude en el proceso de conversión.
Abramos nuestro corazón al Señor durante este tiempo de gracia, que un año más se nos regala. Es una gran oportunidad para que hagan vida en nosotros, sus frutos de: caridad, gozo, paz, bondad, fe, mansedumbre…. Ellos harán que vayamos creciendo y madurando personal y comunitariamente.
Ya paras terminar, podemos decir al Señor:
Tú eres misericordia y bondad ofrecidas a cada ser humano. Ante tanta grandeza reconocemos nuestra miseria, nuestro barro y nuestra condición de pecadores.
Sabemos que tú comprendes nuestra fragilidad, nuestros fallos, nuestras caídas; porque quisiste hacerte hermano nuestro pasando por uno de tantos, para devolvernos nuestra dignidad perdida.
Mira nuestra tristeza, devuélvenos el gozo y la alegría y líbranos de tantas redes como nos acechan.
Crea en nosotros un corazón puro y sincero y fortalécenos con la fuerza de tu Espíritu.
Así podremos sentarnos en la mesa festiva del Padre, sentir su cálido abrazo y recibir la gracia de su perdón.