Si quieres ser presencia de Cristo en medio de la historia, acompaña, a Jesús, hasta el monte donde tuvo lugar su Ascensión; deja que te bendiga, que haga presente en ti su Espíritu. Y después, dile que te envíe a ser signo, para cada persona que se cruce en tu camino…

Segundo Misterio.- La Ascensión del Señor
Jesús vuelve a subir al monte para despedirse de los suyos. Su misión sobre la tierra ha terminado. Y quiere volver al Padre para preparar sitio a todos los que ama.
Le sigue una gran comitiva. En cabeza los apóstoles y entre ellos alguien muy especial, La Madre: María. Ella siempre mezclada con los demás. Siempre huyendo de privilegios, pasando desapercibida… aunque sin saberlo, brille con luz propia ante el mundo.

SUCEDIÓ EN UN MONTE
Nos sorprende observar, cómo elige Jesús, la montaña para los grandes acontecimientos de su vida.
– En la montaña multiplica el pan para que llegue a todos.
– En la montaña muestra su gloria el día de la transfiguración.
– En la montaña entrega la vida por amor a la humanidad.
– En la montaña nos enseña a perdonar, a acoger, a suplicar.
– En la montaña nos entrega a María por madre.
– Y ahora vuelve a subir a la montaña para despedirse de los suyos.
¡Qué significado tan especial debe de el Monte para Jesús!

Yo creo que lo hace así, porque el monte significa superación, ascenso, escalar, abrir caminos… Y Jesús sabe muy bien que el ser humano es el continuador de la creación, un productor de la tierra, un caminante en busca de Dios que es la perfección plena.
Y eso, precisamente, es lo que busca Jesús para cada uno de nosotros. Él ya había dicho “ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” ¿Acaso Jesús al decir esto ignoraba lo precario de la condición humana? Al contrario. Jesús conocía mejor que nadie la precariedad. Él había querido sentirla en su carne haciéndose hombre como nosotros… y sin embargo se atreve a decirnos que seamos perfectos.
Jesús sabía bien que cuando hablaba de perfección, se refería a la superación, al progreso, a la madurez… a dar pasos hacia adelante para alcanzar nuevas metas, a desarrollar los dones recibidos para compartirlos con los demás, a esforzarnos por llegar a Él, única plenitud.
Por eso cuando quiere referirse a la naturaleza humana, lo hace con su sencillez habitual: mostrándonos una semilla, un granito de mostaza… cosas insignificantes a primera vista. Para decirnos que, las grandes generosidades de la persona, Dios las ha plantado en nuestro corazón y a cada uno nos corresponde cuidarlas, engrandecerlas, hacerlas germinar… para que den fruto. Porque sólo así podremos ofrecerlas a los demás dignificadas.
Muy sencillo, pero muy costoso. Para llegar a hacerlo realidad, no queda más remedio, que insertar el amor en nuestra vida. Oigamos como nos lo dice Jesús: “Al que me ame, vendremos a él y haremos morada en él” (Juan 14,23) Y no es menos significativo lo que leemos en los salmos: “Dios habita en su santa morada…” (salmo 83) Pero:
– ¿Qué morada preparo yo a Cristo, para que habite en mí?
– ¿Cómo podría mejorarla?
Nos encontramos ante el misterio que hay dentro de cada persona al saber que Dios habita dentro de ella. Sin embargo, ¡Que diferente sería nuestro trato si fuésemos capaces de creérnoslo de verdad! ¡Cómo intentaríamos comprender a los que están a nuestro lado!
Todo ser humano es morada de Dios porque, un día, no sólo “la Palabra (Jesús) se hizo carne…” sino que además, habitó en nosotros.
Por eso Jesús nos dice hoy a cada uno en particular:
Ahora vivo en ti que me escuchas,
en ti que me rezas, en ti que me necesitas,
en ti que me amas…
Ahora vivo en ti si me dejas amarte.

• Pidiendo, al Señor, por todos los que viven como si Él no existiera, como si no estuviera en sus vidas, como si no les importasen los favores que les brinda, rezamos juntos: Un Padrenuestro y diez Avemarías –un misterio del Rosario-
Podemos terminar diciéndole:
Ayúdanos Señor a acompañarte al Monte de la Ascensión. A ese lugar donde siempre nos esperas para consolarnos, para fortificarnos, para alimentarnos. Ayúdanos a vivir, de una manera especial la Eucaristía, para hacer nuestra tu Palabra de vida; para dejar entrar, en cada uno, el amor con que nos amas y para llevar esa vida a cada hermano, que está esperando de nosotros algo nuevo y distinto de lo que hasta ahora les habían ofrecido.