Si quieres ser voz para el mundo, tendrás que hablar a cada persona desde lo concreto de su situación particular, desde la verdad de su ser.
Más, para transmitir el mensaje de esta manera, antes tendrás que haberlo acogido, en lo profundo de tu corazón.
En la segunda semana de Adviento, aparece en la liturgia un personaje muy singular. Su nombre: Juan Bautista. Él mismo nos alerta de que ha recibido una misión de parte de Dios. Dice ser el precursor. Intuimos que ante sí tiene una tarea ardua y difícil. Nos damos cuenta de que es “la voz de la Voz” y eso conlleva una situación poco confortable le esperan la: soledad y la persecución.
Su fortaleza, contrasta con su sosiego y su paz capaces de contagiar a todos. Se adivina en él una confianza inquebrantable. Por su semblante, su rara manera de vestir y sus palabras, demuestra que es un hombre que vive a la escucha. Y vive a la escucha porque ha sido designado para hablar.
Estamos ante, el precursor, ante el instrumento de la Palabra, ante el puente de la comunicación con Dios.
Su encargo no se hace esperar “Preparad el camino al Señor”. Sois, como yo: mensajeros de Dios; los encargados de gritar a todos que se acerca la salvación. Pero no olvidéis los dos requisitos, necesarios para hacerlo realidad:
• Vivir a la escucha.
• Trasmitir con nitidez.
Su coherencia impresiona, Juan, sabe que no es Jesús, sabe que su predicación tiene otros acentos y otras llamadas. Juan, sabe bien, cuál es su lugar, su misión, su papel… en relación a la Buena Noticia de Jesús. Para Juan, Jesús es: “El que puede más que él” y “al que no es digno de desatarle las sandalias” Él no esconde que no es el evangelizador esperado, él anuncia al gran evangelizador, sin embargo parece que sus recomendaciones son importantes para los que pretendemos evangelizar. Es más, yo creo que aún sin saberlo, es nuestro modelo de evangelizador, pues clama en el desierto de quienes no prestan oídos a la Salvación que ya llega; tal y como nos pasa ahora a nosotros. Y me parece, sumamente importante, copiar de su perseverancia, pues aún en medio de tantas dificultades, él no desespera; él necesita llamar a todos los que tienen el corazón abierto y necesitado de salvación.
Él nos dice sin rodeos –lo que he venido plasmando en artículos anteriores- : No podéis pretender ser “voz de Dios” si antes no lo habéis escuchado en el silencio. Y no podéis dar un mensaje veraz, si el mensaje difiere de la Buena Noticia del Evangelio.
Vosotros tenéis que sacar de su dolor, a los que viven en el desánimo y tenéis que devolver las ganas de vivir y de compartir a los que se han replegado sobre sí mismos.
Tendréis que demostrarles: la grandeza de la fe, el poder de la esperanza y la fuerza del amor.
Tendréis que ser los mensajeros que lleven a todos la alegría de saber que ante ellos se abre una nueva oportunidad.
EL TESTIMONIO MARCA
Por eso, en este tiempo de Adviento, querría invitaros a ir por este camino, por el camino del silencio interior que habla de otra clase de necesidades y otra clase de respuestas. Un silencio que marca, que predica con la vida y llega con fidelidad a los destinatarios; pues, el mundo de hoy, está ávido de testimonios de vida y no de palabrería inútil, que no satisface el deseo de los que buscan.
Es significativo que aquel hombre, al que la gente veía extraño y, de quién Jesús diría más tarde “que era el más grande nacido de mujer”, se declare no sólo el precursor, sino el esclavo del Salvador; pues, al decir “que no era digno de desecharle la correa de sus zapatos” estaba diciendo que, -en aquel tiempo- solamente los esclavos se rebajaban a quitar las sandalias de los pies de sus amos para lavárselos y él ni siquiera era digno de ello. Un signo que debió gustar a Jesús ya que, Él mismo, lo usaría más tarde con sus discípulos.
Por eso, no deja de causar sorpresa, que a pesar de todo esto, la autoridad de Juan no perdiera ni un ápice de su esencia. Yo creo que todas las personas de Dios tienen una autoridad innata, es la autoridad de dejar transparentar al que representan, que es el mismo Dios.
No pasemos por alto -esta nueva oportunidad- que se nos brinda. No lo demos por sabido. Hagamos productiva esta etapa de nuestra vida.
Aprendamos a escuchar con atención la voz. Esa Voz que supera a todas las voces escuchadas. Incluso a esas que tanto nos habían sugestionado. Porque esta es la Voz del Señor.
Vamos a acercarnos a su Palabra. Vamos a salir de nuestro letargo, de nuestra rutina, de nuestra insensibilidad. Vamos a ponernos de pie nuevamente, para caminar por la vida atentos, a las llamadas que nos llegan desde cada persona que se cruza en nuestro camino; desde cada situación; desde cada acontecimiento.
Porque cuando creamos en la Voz, cuando escuchemos la Voz, cuando sepamos detectar la Voz, no dudaremos en vivir abiertos a la novedad de Dios y decirle desde lo profundo de nuestro corazón.
Señor:
Tú quieres que sea tu mensajero, quieres que sea tu voz para cuantos se cruzan en mi camino. Por eso, ayúdame a ser:
• Voz de consuelo: diciendo al abatido una palabra de alivio.
• Voz de esperanza: capaz de preparar tus caminos.
• Voz liberadora: amortiguando las cargas pesadas de los demás.
• Voz que sana: perdonando las ofensas de los otros.
• Voz que interpela: dando testimonio desde la vivencia del evangelio.
• Voz que alegre: regalando a todos la sonrisa y el buen humor.
• Voz que pacifique: ayudando, desde la serenidad y la calma.
• Voz para los demás: para los sin voz, para los tímidos, para los que se han encerrado en sí mismos.
• Y, sobre todo, voz que sepa romper el silencio de los que no tienen nada que decir.
Porque quiero, Señor, ser voz para los demás, llevándoles el mensaje que me brindas; llevando tu luz a los que andan en tinieblas y dejando como Juan:
..que Tú crezcas y yo disminuya.
Para la oración personal
Mi vida está saturada de voces que me mandan mensajes sin cesar:…
• Empezaré por todas las voces que llegan, calladamente, a mi ordenador.
¿Qué clases de mensajes me mandan?
¿Me resultan sugerentes?
¿Estoy “enganchado” a ellos?
• También recibo mensajes en la prensa, en las revistas, en la propaganda.
¿Cómo repercuten en mi manera de vivir?
¿Qué consecuencias me traen?
¿Se adueñan de mi mente?
¿Me quitan la paz?
• Mi mayor fuente de mensajes, a veces, “subliminales” que me “trago” con tranquilidad vienen del: televisor.
¿Cuánto tiempo veo la “tele”?
¿La antepongo a cualquier otra cosa?
¿Qué dejo de hacer por verla?
¿Cómo influye en mi vida?
• Observa como reaccionarías si, un día, llegases a casa y no pudieses acceder a todos esos medios.
• Toma conciencia de cómo interfieren en tu vida, cosas que te parecen tan normales.
• Date cuenta de, todas las veces, que te distorsiona, te angustia, te quita la paz.
¿Qué sientes al comprobar esta realidad?
• Busca soluciones para salir de todo esto. Piensa que, quizá este sea un momento privilegiado, que puede llevarte a que te liberes de ello.
• Busca un buen libro. Observa la repercusión que tiene para ti.
• Lee, cada día, un rato la Palabra de Dios. Déjala interiorizar en tu corazón. Vive con valentía su mensaje.
• Eres voz para los demás.
¿Qué mensaje les brindas?
¿Lleva luz a los que andan en tinieblas?
¿Dejas, como Juan, que Dios crezca y tú disminuyas?
• Aprende esta lección de silencio y recogimiento, que nos ofrece Juan, para poder dar testimonio. Sé valiente y honesto a la hora de hacerlo llegar a los demás.
• Pídele al Señor la gracia de llevar, siempre a todos, mensajes de liberación y consuelo.