Es significativo observar que, cuando te adentras en la Secuencia de Pentecostés observas, como se fusionan las tres festividades que la Iglesia sitúa en estos domingos consecutivos.

Primero hallamos la venida del Espíritu, comienzo de la Secuencia; “Ven, Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo…” –palabras, tomadas para la oración, la semana pasada- pero enseguida encontramos: la hondura y la profundidad que nos llevan a recorrer las maravillas del Señor, para con el ser humano y que nos hacen entrar en una profunda adoración.

Es el momento en el que, te descubres presente ante la Trinidad de Dios y eres capaz de creer, en ese amor del Padre manifestado en el Hijo, amor que por medio del Espíritu Santo llena toda la tierra.

Por eso, acercarse a la Trinidad es descubrir que en Dios todo es entrega, participación, intercambio, amor desinteresado, cercanía hacia el otro.
De ahí la súplica hecha oración:

Entra hasta el fondo del alma,
divina Luz, y enriquécenos:
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

EN PROFUNDA ADORACIÓN

Cuando la persona es capaz de postrarse ante el Señor, para alabarle y adorarle, lo primero que descubre es el vacío que siente, el ser humano, cuando no es capaz de percibir que, esta habitado por el mismo Dios.

En ese momento la persona se da cuenta, del poder que impera dentro de ella, para dar paso: a tantas imperfecciones, tantas equivocaciones, tantas faltas… es un poder sutil, casi imperceptible pero que poco a poco va minando sin piedad; haciendo que, el ser humano se vaya convirtiendo: en un vació difícil de llenar.

No tenemos nada más que, echar un vistazo para encontrar a jóvenes y menos jóvenes, incluso personas con más edad: ociosas, vacías, sin criterio… sólo les preocupa: la buena vida, el placer, el parecer, el pasarlo bien… y cuando comparten su juicio, descubres que su interior está bastante deshabitado.

Este es el vacío que, todos tenemos en más o menos medida; y este vacío es el que os invito a presentar hoy ante el Señor.
• Este vacío que, solamente se puede llenar con: Horas en su presencia. Con la interiorización de la Palabra. Con el alimento de su entrega.
• Este vacío que pide: adoración, silencio, confianza, abandono en las manos del padre…
• Este vacío que, no se llena con cosas, ni con ocio, ni con relaciones humanas… se llena con amor, con donación, con respeto, con perseverancia…
• Este vacío que solamente podrá ser colmado por el Señor.

EN PROFUNDO RESPETO

Cuando aprendamos a rastrear a través de la creación, las huellas de Dios.
Cuando aprendamos que la verdad plena está en el amor profundo y concreto a Dios y al hermano.
Cuando entendamos que, “llegar Dios al fondo del alma” consiste, en descender hasta el misterio insondable, caeremos de rodillas para adorar la grandeza absoluta… y empezaremos a notar que nuestra vida está presidida por la Trinidad de Dios.

Ya vamos comenzando a ver que, poco a poco, las palabras de la Secuencia, empiezan a tener eco dentro de cada uno y nos van haciendo descubrir nuestro vacío; empezamos a tomar conciencia de todas esas personas que, tanto queremos y que también tienen sus vacíos; de esas otras que caminan a nuestro lado y están en idénticas condiciones; de algunas que vemos con un aspecto envidiable pero se descubre que dentro no tienen nada… y decidimos presentarlas ante el Señor.

Es el momento de la oración. De la Oración profunda. Nos ponemos en presencia del Señor de la vida y le presentamos nuestra realidad.

Señor:
Hoy te pedimos un corazón blandito. Un corazón capaz de:
– Sentir con los demás.
– De dedicarles nuestro tiempo.
– De acoger la realidad de los que viven con nosotros.
– De tolerarlos.
– De respetarlos.
– De seguir creyendo, en ellos y en Ti.
– De seguir esperando.
– De seguir amando.
– Y seguir orando…

Danos un corazón que se vaya haciendo grande de tanto dar, de tanto vivir la misericordia, de tanto ser bondadoso, dulce, compasivo… de tanto intentar parecerse al tuyo.
Y, sobre todo: VEN. Ven a cada uno de nosotros, no nos dejes solos, sin Ti todo es complicado y doloroso. Por eso te repetimos desde lo profundo del corazón:

“Ven dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos”

BAJO EL ALIENTO DE DIOS

Hay cosas que no son opinables, son demostrables y la secuencia nos las presenta con estas, maravillosas, palabras: “Mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento”
Cuando sacamos a Dios de nuestra vida, cuando nos falta Cristo el desamor de adueña del corazón y empieza a ganar la batalla.

La persona, cada día, reza menos; la eucaristía se va abandonando; el acercamiento a Dios deja de tener sentido… y aquello que pedíamos en el momento del Gloria nos suena a palabras caducadas.
¡Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros! Pero vemos desalentados que ese pecado del que, pedíamos a Dios que nos librase se va adueñando de nuestro entorno, de nuestra familia, de nuestra parroquia, de nuestro mundo… Es el pecado de querer ser más que Dios, de querer que sea Él, el que haga nuestra voluntad y llenos de sorpresa observamos como se va adueñando de todo y de todos.

No puede estar más claro. Necesitamos el aliento de Dios, ese aliento que, al recibirlo, nos crea y renueva la faz de la tierra.
Qué pocas veces nos paramos a pensar lo que significa: El Aliento de Dios y, sin embargo, ¡Qué sería el ser humano sin ese aliento!
Después de que Dios, crease al hombre, nos dice el Génesis, que tuvo que infundirle su espíritu de vida.
Cuando rezamos Laudes encontramos, uno de los textos, que dice estas bellas palabras: “No hay brisa si no alientas”
Precisamos, para todo el aliento de Dios. Ese aliento que sopla dónde quiere y cómo quiere.
Y esto que podría parecer, a simple vista, algo a lo que no hay que prestarle tanta atención, lo barajamos en la misma vida; quién no ha oído decir: Lo que necesita es alguien que lo aliente, o ¡Tenemos que darle aliento!

Pues esta es la clave, tenemos que seguir recibiendo el aliento de Dios, para poder seguir caminando, en este mundo, donde:
– Los cristianos resultamos incómodos.
– Dios se intenta sacar de la vida.
– La Iglesia empieza a tener ciertas dificultades.
– La familia esta asediada y empieza a perder su valor.
– Las vocaciones disminuyen.
– Y la gente sólo busca consumir para satisfacer su “hambre”. Un “hambre” que no logra apagar porque no encuentra el aliento que necesita para sofocarlo. Que no es otro que:

El Aliento de Dios.