por Julia Merodio | Oct 19, 2017 | Rincón de Julia
Evangelizadores y evangelizados
Cuando los carteles de DOMUND llegan a mis ojos, -el lema elegido- me grita en lo más hondo. = SE VALIENTE LA MISIÓN TE ESPERA =
Y, es que este año el DOMUND tiene para mí una connotación muy significativa por dos motivos:
• Primero.- Por la persecución que están sufriendo los evangelizadores en el momento actual. Algo que me lastima y me indigna.
• Y en segundo lugar, porque este año estemos entrando a fondo en el tema de la Nueva Evangelización.
De ahí que, -El DOMUND: domingo Mundial de la propagación de la Fe- me haya parecido, un momento privilegiado para solidarizarnos con cada evangelizador, para plantearnos nuestra responsabilidad de evangelizados, para ponernos de frente ante nuestra tarea de evangelizadores, ante nuestra responsabilidad de envío, de entrega, de solidaridad… Un momento que convierta nuestra rutina en una respuesta y un compromiso.
Y aquí está, un año más, este día tan señalado en el que se nos invita, no sólo a trabajar -cada uno- allá donde nos encontremos, sino a llevarles a todos la fe. Pero ¿por dónde empezar?
Bien sé que el protagonismo de esta jornada es para los misioneros y es curioso que en un mundo donde todo se cuestiona, se debate, se enjuicia… en el tema de los misioneros, estemos casi todos de acuerdo. Es, por tanto un momento precioso para felicitar a esas personas, hombres y mujeres, que dejándolo todo, se ponen en camino hacía rumbos desconocidos, sin más avales que su fe, su confianza en el Señor y sus ganas de regalar vida por doquier. Ellos dan todo a cambio de nada y, tan sólo, para que la gente conozca a Dios y sepan que los ama inmensamente.
A simple vista todo parece fácil y bonito. Pero cuando se nos llena la boca hablando de ellos, deberíamos preguntarnos: ¿a mí me importa algo el qué los misioneros no duerman mientras yo estoy en mi confortable cama? ¿Me molesta que ellos coman al día un plato de arroz mientras yo estoy en un lujoso restaurante eligiendo a la carta? ¿A mí me afecta el que tengan que andar kilómetros y kilómetros por parajes peligrosísimos, mientras yo voy en un lujoso coche con todas las prestaciones? Porque, si todo esto no nos incumbe, quizá deberíamos guardar todas esas palabras bonitas que decimos.
Pero, la mi¬sión es cosa de todos los que seguimos a Jesús, de todos los que somos creyentes. El mismo Papa Francisco lo ha dicho con estas palabras: “La Iglesia es misionera por naturaleza; porque si no lo fuera, no sería la Iglesia de Cristo”
Por lo tanto, nosotros somos misioneros y nadie puede escapar a esta realidad. Es misionero:
• El sacerdote.
• El religioso-a.
• El padre – la madre de familia.
• Los esposos.
• Cada persona en particular…
Todos somos misioneros y, por lo tanto evangelizadores, trasmisores de la fe, portadores de la Buena Noticia del Evangelio. Y, lo queramos o no, a todos se nos pedirá cuenta de cómo hemos llevado a cabo nuestra misión. De ahí que, el Papa Francisco, nos esté invitando constantemente a ser testigos valientes, alegres y generosos del mensaje de Jesús y a llevarlo hasta los últimos confines de la tierra, sin límites ni fronteras. Él nos lo dice así en:(Evan¬gelii gaudium, 20): “Es necesario sa¬lir de la pro¬pia co¬mo¬di¬dad y atre¬ver¬se a lle¬gar a to¬das las pe¬ri¬fe¬rias que ne¬ce¬si¬tan la luz del Evan¬ge¬lio”
Pero para evangelizar tendremos que estar evangelizados y tendremos que conocer el Evangelio; porque el mundo necesita el Evangelio de Jesucristo, como algo esencial.
Sin embargo la realidad nos dice que cada vez estamos más lejos de esta situación. Se han pasado los años en los que había que evangelizar fuera de nuestra tierra, ahora hay que evangelizar también dentro y no sólo a los demás, sino que también tenemos que evangelizarnos nosotros.
Sé bien, que esto que digo con tanta reiteración -de evangelizarnos a nosotros mismos- puede causar cierta sorpresa, pero hemos de ser conscientes, de que no podemos llevar el evangelio si nosotros no lo hemos interiorizado y no lo hemos hecho vida. Me causa cierta inquietud el oír: “yo por el mero hecho de estar bautizado ya soy evangelizador” Muy bien, pero ¿qué evangelio anuncias, el tuyo o el de Jesucristo?
Porque en este momento de la historia no podemos ir con divagaciones, hemos llegado a prescindir de Dios de tal manera, que necesitamos una evangelización profunda y efectiva.
• ¿Qué piensan nuestros jóvenes sobre, lo de tener fe o no tenerla?
• ¿Qué piensan los matrimonios sobre la fidelidad?
• ¿Qué piensan los sacerdotes sobre su compromiso y perseverancia?
• ¿Qué piensan nuestros políticos sobre la responsabilidad, el servicio y la justicia?…
Sabemos que, hay cosas en la vida que nadie puede hacer por nosotros y esta de evangelizar, es una de ellas. Por tanto será bueno que nos examinemos particularmente ya que se nos pide una respuesta personal y nadie podrá responder por otro.
• ¿Cuál es mi realidad como misionero –evangelizador-?
• ¿Qué me exige esta responsabilidad?
o ¿Cómo la trabajo?
o ¿Cómo respondo a ella?
• ¿Voy al núcleo de donde parten las circunstancias?
Desde que Jesús, eligiese a los doce y los mandase a evangelizar, no ha dejado de optar por personas de todos los tiempos para confiarles, -como a ellos-, la misión de predicar la Buena Nueva del Evangelio. Sin embargo, es bueno darse cuenta de que, cuando Jesús llama a seguirle no nos pide que sepamos mucho, ni que tengamos buena presencia, ni don de gentes, ni modelos de última moda… ¡No! Jesús no hace casting. Jesús, sólo quiere oír de nuestros labios ¡Aquí estoy!
Porque lo que a Jesús le preocupa el cambio del ser humano; pues, solamente cuando la persona cambie, empezará a cambiar nuestro mundo recuperando los valores perdidos y será capaz de hacer, cada día, un hueco mayor para que vaya entrando en él el Reino de Dios. Reino de justicia, de paz, de verdad, de amor…
Pero no nos olvidemos de que, el verdadero evangelizador es Cristo. Y es Él, el que -a través de su Iglesia- continúa su misión de -Buen Samaritano-, curando las heridas sangrantes de la humanidad, y -de Buen Pastor-, buscando sin descanso a quienes se han perdido por caminos tortuosos y sin una meta.
Tomemos conciencia de ello y pidámosle su gracia para ir cambiando nuestro corazón, renovándonos lo más posible. Pero siempre con la seguridad de que Dios nos quiere como somos. A nosotros, solamente nos toca responder a tantas gracias, con nuestro sí incondicional salido de lo más profundo de nuestro ser.
Terminemos pidiéndole a María que nos ayude a ser misioneros, a llevar la Buena Nueva de Jesús allí donde estemos –como ella lo hizo- Y ella, la Reina de los Apóstoles, nos guíe en nuestro caminar.
Pues la misión nos espera
y nosotros, queremos optar por ella
con auténtica valentía.
por Julia Merodio | Oct 12, 2017 | Rincón de Julia
Siendo hoy la Virgen del Pilar, no podría escribir nada que no fuese dedicado a María. Pues ella, no sólo es la primera evangelizadora, sino que es la que alienta y sostiene a cualquier evangelizador.
Por otro lado, he vivido muchos años en Zaragoza y no puedo dejar de alegrarme y entrar en fiesta cuando llega esta emblemática fecha.
A mi mente vienen tantos “pilares” vividos con mis padres, -que están ya con el Señor-; la devoción que sentían a la Virgen. Mi padre era Caballero del Pilar y algunos años nos levantaba para ir a misa de Infantes a las seis de la mañana, a la que él asistía siempre.
Estuve hace poco en Zaragoza y al bajar a ver la Virgen, llegaba hasta mis ojos aquel reclinatorio donde mi padre la velaba. ¡Velar a la Virgen! ¡Me entusiasma!
Además, quiero invitaros a acercarnos a la Madre en este mes, porque Octubre es un mes que rezuma sentido mariano al conjugarse dos fiestas de la Virgen: la del Rosario el día 7 y la del Pilar el día 12.
EN ORACIÓN ANTE LA VIRGEN
Empiezo mi artículo vistiéndome, por dentro, de gala con todo Zaragoza que canta a María, diciendo con fe:
“Este pueblo que te adora,
de tu amor favor implora,
y te aclama y te bendice,
abrazado a tu pilar.
Hago extensivo mí canto a la Virgen, a toda la Hispanidad y a toda la Iglesia; pidiéndole a la Madre una bendición muy especial para todos sus hijos.
EL PILAR DE LA VIRGEN
Decía la semana pasada que, para ser un buen discípulo hay que llegar a Dios y hoy os digo que, para llegar a Dios hay que acercarse a la Madre.
Por eso ella, que conocía como nadie el papel que jugaba en la ingente tarea de la evangelización, al ver la angustia que siente el apóstol Santiago ante la imposibilidad de evangelizar España, decide alentarle aproximándose a él y al resto de sus hijos para ser: nuestro punto de referencia, nuestro sosiego, nuestra mediadora. Ella quería tener un lugar de cita y encuentro donde siempre pudiésemos encontrar su presencia; y así, cuenta la tradición, que a orillas del Ebro los ángeles nos trajeron un pilar.
La Virgen podía haber buscado una manera más majestuosa para hacerse presente, pero elige esta: -Una columna alta para invitar a todos a mirar a Dios-
Una columna firme que refleja una fe fuerte, contra la que no pueda la desconfianza, el escepticismo, ni la increencia de nuestro tiempo. Y, encima de ella, una Virgen pequeña, humilde y hermosa, cuya imagen ocupa el centro de la majestuosa Basílica, esperando a sus hijos para compartir con ellos sus añoranzas, sus proyectos, sus fracasos… Ella, con su amor de Madre, comparte angustias, dolores, gozos y esperanzas de cuantos llegamos a su altar. Ella, con su presencia callada, rezuma olor a evangelio ofrecido desde la verdad de Dios.
No dejéis hoy de silenciaros y cerrar los ojos para contemplarla. No dejéis de mirarla en silencio, de pedirle que nos dé fuerza para volver a mostrar a su Hijo, a este mundo tan falto de Dios.
En Zaragoza esto se entiendo con facilidad. Cuando te encuentras con alguien que conoces y le preguntas a dónde va, la gente responde con normalidad: “voy a ver la Virgen” porque no necesitan más. Todos saben que la Madre, con sólo mirarnos, ya ha entendido todo lo que se funde en nuestro fondo.
Por eso la gente va al Pilar a orar, aunque sea, simplemente con una mirada; pues, ¿quién mejor que la Madre puede entender el lenguaje de la mirada? ¿Quién mejor que la Madre, para enseñarnos la manera de comunicarnos con el Señor?
Si hay una oración brotada de la disponibilidad de -una pobre de Dios- es la de María. Nos lo deja plasmado en el Magníficat, en el que ella se sitúa ante su Señor, desde la libertad de un ser creyente y entregado a realizar en todo, los designios de su Señor.
La oración de María es única. Solamente una madre puede llegar al corazón del hijo de manera tan singular; por eso su oración destilaba certeza, fe, confianza… y cuando estos ingredientes se juntan, toman esa fuerza capaz de convertir la súplica, en gratuidad, siendo capaz de decir:”Engrandece mi alma al Señor”
Ella sabe que ha sido escuchada, ha sido elegida, ha sido sellada. En sus labios no hay engaño y su súplica ha subido hasta Dios. El Omnipotente ha puesto la vista en la humildad mayor de todo lo previsible y por eso todas las generaciones celebramos esas obras grandes que en su persona ha hecho la misericordia del Señor.
De ahí que, los días en los que conmemoramos una festividad de la Virgen deban de ser una invitación a mirar a María, a hablar con ella, a escuchar lo que nos dice, a interiorizar su deseo de que mejoremos nuestras vidas… y a escuchar –de nuevo- de sus labios: ¡Haced lo que Él os diga!
Por eso, ante este derroche de gracias, os invito a llegar a su presencia -en este día tan especial- para decirle:
Madre: a Ti acudimos porque queremos llegar a Jesús de tu mano.Pídele que nos dé la gracia de parecernos a Ti: recibiéndolo como tú lo recibiste, siguiéndolo como tú lo seguiste, mostrándolo como tú lo mostraste y amándolo como -sólo tú- supiste amarlo.
por Julia Merodio | Oct 5, 2017 | Rincón de Julia
Al ponerme ante este apasionante tema –de la evangelización- que nos acompañará durante este curso, me daba cuenta de que nos convendría detenernos en un paso previo –al de comenzar a evangelizar- que se suele pasar por alto y que, precisamente es el que da fuerza a la tarea evangelizadora.
Lo encontramos plasmado en el evangelio de Mateo 28, 19:
“Id y haced discípulos…”
Luego ya se les asignará la misión, la tarea, el servicio… pero lo primero es: Hacer discípulos -buenos discípulos-
Sin embargo, al echar un vistazo a la realidad observo, que gran parte -de los que están ya evangelizando- este paso lo han pasado por alto. Han entrado en la evangelización sin haber pasado por el discipulado. De ahí que me pareciese importante invitaros a tomar conciencia de ello.
El mismo evangelio nos muestra como Jesús elige a unas personas –como nosotros- sin grandes títulos, sin grandes fortunas, sin puestos destacados…, para enseñarles: a SER. ¡A SER DISCÍPULOS! Y es curioso que –como en la vida misma- “la formación del grupo, corra a cargo de la empresa”. Y esos discípulos, a los que Jesús ha elegido y libremente han decidido seguirle, lejos de ponerse a evangelizar, se van a vivir con él y, como aprendices -se forman junto a su maestro- para aprender bien la apasionante tarea del discipulado.
Por tanto, lo primero que hacen los discípulos es escuchar lo que Jesús les dice, lo que les propone… tienen que conocerle, prendarse de Él… porque evangelizar no es, solamente, hacer que los demás conozcan a Jesús; evangelizar es llevar a los demás su evangelio, es… dar por entero a Jesucristo.-Y, desgraciadamente, nadie puede dar lo que no tiene-
El padre Larrañaga lo dice con esta acertada frase: “nadie puede hablar de Dios si antes no ha hablado con Él” porque si no escuchas a una persona, puedes decir lo que opinas de ella y pueden ser cosas preciosas, pero rara vez coincidirá con su realidad.
Yo creo que ahí está nuestro fallo, en que no dejamos que sea -el mismo Jesús- el que nos aleccione. Nosotros nos aleccionamos oyendo conferencias, haciendo cursos, respondiendo cuestionarios… Es más, cuando nos adentramos en el evangelio, siempre vamos a los capítulos donde encontramos a los discípulos metidos en la vida cotidiana, puestos en camino, acompañando a Jesús en sus actividades… pero pocas veces nos detenemos en esos textos que nos dicen que Jesús aleccionaba a sus discípulos a solas, les explicaba el contenido de las parábolas, compartía sus inquietudes con ellos –aunque fuesen tardos en entender-… Y, es que Él, sabía mucho de esto porque se retiraba una y otra vez –a solas- para hablar con su Padre. Pues hay cosas que no se aprenden en los libros, se aprenden viviéndolas.
Así lo encontramos plasmado en Lucas, 18:
“Entonces le preguntaron los discípulos: ¿Qué significa esa parábola? Él les respondió: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan”
En Marcos 4, 34:
“Todo se lo decía en parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado”
En Mateo 13,36
“Dejando a la multitud entró en la casa. Entonces se le acercaron sus discípulos, diciendo: Explícanos la parábola de la cizaña del campo”…
Después de todo esto, llega el momento de ponernos ante nuestra situación. Estamos cuadrando las agendas del curso. Reuniones, cursos, catequesis, ayudar en Cáritas… Pero, entre tanta actividad ¿hemos dejado algún momento del día para Leer la Palabra de Dios? ¿Qué tiempo hemos destinado para que Jesús, como a los discípulos, nos explique a solas lo que eso significa? ¿Hemos dejado algún momento para retirarnos -como Él- para hablar y escuchar al Padre?
Es preciso tomar conciencia de que, en nuestra manera de vivir, hay actitudes que parecen discrepar un poco de lo que pretendemos y esa dicotomía desconcierta a los que ven nuestra forma de comportarnos.
Plasmo una muestra de ello: Misa solemne. Entronización de la Palabra. Una persona -sube hasta el altar- con el magnífico leccionario en alto, la gente lo ve, opina… A unos les parece bien, a otros no les dice nada… bueno, parece bonito… Pero ¿alguien habla sobre lo que esto significa? ¿Alguien dice a la asamblea que, lo que esto quiere decir es que, esa Palabra la tenemos que entronizar en nuestro corazón? Y nosotros –“los del Libro”- ¿La hemos entronizado en nuestro corazón o seguimos, como siempre, mirando a ver si ha causado impacto o no?
Quizá esta semana fuese bueno que nos parásemos ante el texto del profeta Ezequiel en el capítulo 2:
“El Espíritu entró en mí mientras me hablaba y me puso en pie; y oí al que me hablaba.
Les comunicarás mis palabras, no importa que escuchen o no, porque son un pueblo rebelde. Pero tú, hijo de hombre, escucha lo que te digo; no seas rebelde como este pueblo; abre la boca y come lo que te doy. Yo comí y me supo dulce como la miel. Entonces me dijo: Hijo de hombre, ve al pueblo de Israel y comunícales mis palabras”
Que inimaginable lección “Yo comí…” ¿Acaso se nos puede quitar la sed mirando el agua? ¿Acaso nos podemos emborrachar haciendo una disertación sobre el vino? De igual manera, solamente cuando la Palabra de Dios entre dentro de nosotros –hasta lo más profundo- será cuando pueda fecundarse, para salir renovada y ofrecerla a los demás.
Acerquémonos a Jesús. Escuchémosle como le escuchó María. Guardemos la Palabra en el corazón como hizo ella y, como ella, transparentemos a Dios, para que los demás sean capaces de llenarse de su presencia.
Seamos valientes; no escatimemos el tiempo de escuchar a Jesús; digamos al mundo los cambios que Dios hace, en la persona que opta por Él y decidamos ponerle como centro de nuestra vida.
Pues cuando, realmente,
se experimenta el amor de Dios,
lo primero que surge
es, el ir a compartirlo con los demás.
por Julia Merodio | Oct 3, 2017 | Rincón de Julia
Cuando me he puesto a escribir sobre la Nueva Evangelización, lo primero que me ha venido a la mente es que, los que vais a recibir mis escritos sois ya personas evangelizadoras, pero pensaba que, a veces, nos hemos metido en esto de evangelizar: por hacer algo, porque tenemos buena disposición, porque nos salía de dentro, porque nos lo han pedido… sin una opción sería, sin unos planteamientos fuertes, sin unos conocimientos auténticos… De ahí, que me pareciese estar en un momento privilegiado para tomar conciencia de lo que estamos haciendo, porque en muchas ocasiones nos hemos puesto a evangelizar sin habernos planteado: cómo evangelizamos, desde dónde evangelizamos, para quién evangelizamos… El mundo en el que vivimos nos hace ser personas de superficie, pero para evangelizar se necesita bajar a la profundidad. Porque, la luz que muchos van buscando, no la encontraran en nuestro activismo –por muy importante que sea- sino en el brillo que se trasluce de lo que brota de nuestro fondo.
Porque, el mundo –al que pretendemos evangelizar- está lleno de oscuridades y por muchos focos potentes y sofisticados que le pongamos no logrará salir de ellas. Solamente nuestro modo concreto de vida; nuestros compromisos –no pretenciosos- con los demás; y nuestra fe, humilde en Dios -siempre, inmensamente mayor que nosotros- podrán iluminar esas oscuridades. Todo lo demás ciega. No nos confundamos, cuanto más dentro está Dios de una persona, más dispuesta estará para brillar sirviendo y dándose a los demás.
Por eso sería bueno, que revisásemos cómo –nosotros y no otros- somos los que no nos dejamos alegrar por las sorpresas del evangelio; cómo –nosotros y no otros- dejamos de preocuparnos por encarnar la paz que tanto defendemos; cómo –nosotros y no otros- desistimos de afrontar las exigencias que nos vienen y de perdonar nuestras equivocaciones…
Ya sé que muchos podréis seguir diciendo: pero con el tiempo que llevo yo haciendo esto ¿qué me vas a decir a mí?
Pues precisamente por eso, es posible que sea el momento oportuno para volver –con ánimo renovado- sobre los pilares de la evangelización.
Pero que nada nos desinstale. Dios, en su infinito amor, soñó unos planes de evangelización -para cada uno personalmente- y todos sabemos, que Él lleva a cabo todo lo que comienza.
Por eso, tan solo nos queda pensar:
• Que la obra de Dios sobre mí, ya está en marcha.
• Qué estoy en las mejores manos para llevarla a cabo.
• Y que Dios cumplirá su compromiso hasta el final.
Y ahora que sé todo esto:
¿Permitiré quedarme sin terminar mi tarea?
Por tanto, es necesario caer en la cuenta de que, lo que tengo que hacer he de hacerlo –con sumo esmero- porque es el plan -de evangelización- que Dios ha elegido para mí. Pues:
El que ha puesto, los deseos de evangelizar, en mi corazón,
ha sido el Señor.
El que me ayuda en su realización,
es el Señor.
El que me invita a asumir mis compromisos,
es el Señor.
El que me da fuerza para cumplirlos,
es el Señor.
De ahí que:
o Ya no deba importarme en qué tramo del camino estoy.
o Ni el que me acechen las dudas,
ni la fatiga,
ni el cansancio,
ni el tedio…
…
Porque:
– Él me dará esperanza, cuando fallen mis fuerzas.
– Valor cuando falle mi fe.
– Y confianza cuando me aceche la duda…
Pues sé, que yo puedo fallar, pero Él no fallará. Por eso, viviré con la seguridad de que, si el Señor se ha comprometido conmigo, en esta tarea de la evangelización, cumplirá su compromiso hasta el final. Porque:
“Su misericordia es eterna
y no abandona la obra de sus manos”
por Julia Merodio | Jun 15, 2017 | Rincón de Julia
Todavía sentimos la grandeza vivida la semana pasada, en la que nos rendíamos en adoración, ante la inmensidad de Dios; cuando ese Dios, inconmensurable, decide estar siempre con nosotros –en nuestro centro- y es que, nos ama tanto, que no duda en ofrecernos lo máximo que tiene: La vida.
Por eso ante, un gesto tan inusual, de amor verdadero; la Iglesia decide dedicar, este día, a celebrar el hecho, de mayor magnitud, para la vida humana. Y lo hace con la festividad del Corpus Christi.
Estamos, por tanto invitados a compartir el pan y el vino que, en la consagración, se convertirán en Cuerpo y Sangre del mismo Cristo. Hecho que, de nuevo, se halla implícito la Secuencia de Pentecostés.
“Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo;
doma al espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero…
ACOGIENDO LOS DONES DEL SEÑOR
Cuando alguien nos hace un regalo nos sentimos inmensamente dichosos; pero cuando alguien se nos da por entero, lo queramos o no, quedamos un poco desbordados.
Vivimos en una sociedad donde todo se compra y se vende, donde a todo se le pone un precio. Y si alguien generosamente nos regala algo, más valioso de lo normal, andamos con cuidado porque quizá quiera cobrar un precio demasiado alto.
En un mundo así imposible comprender el DON de Dios, imposible asimilar la Eucaristía.
La Eucaristía es dar y recibir, la Eucaristía es compartir y el problema de compartir es que exige compromiso; una condición de la que, en más o menos medida huimos todos un poco.
Por eso en esta mañana os invitaría a preguntarnos:
• Y yo ¿de verdad me quiero comprometer con el Señor?
Lo vemos, en la misma Iglesia; se pide una persona para hacer un servicio determinado y, normalmente la gente se presta a ello; pero se pide una continuidad y todo el mundo huye; nadie quiere compromisos y muchos menos si son para un periodo largo de tiempo.
Con esa actitud imposible entender la Eucaristía. La Eucaristía lleva sellado el signo y el compromiso. El cáliz que presidió la Cena, y que se ofreció como bebida de salvación, es el mismo vivido por Cristo cuando dice al Padre “aparta de mí este Cáliz”. Por eso, necesitamos acoger muy dentro, que celebrar la Eucaristía, no es hacer unos gestos más o menos significativos, sino comprometernos con el Señor, poniendo en sus manos nuestra vida.
Pero esta experiencia es personal; de ahí que, cuando recibo a Cristo, me hago uno con Él en mi carne, en mi sangre, y me estoy comprometiendo con el Señor en la historia de salvación que Él había proyectado, para el ser humano, desde siempre.
Por tanto, estamos ante una nueva oportunidad de:
– Reconocer el amor que anida en nuestro corazón…
– Renovarlo, haciéndolo fuerte, sincero, verdadero, pleno…
– De hacer que, ese amor de sentido a nuestra vida, llevándonos a una donación total…
– Y de lograrás que nuestras, Eucaristías, sean un compromiso fuerte con el Señor.
“RIEGA LA TIERRA EN SEQUÍA”
El Señor, para quedarse en medio de nosotros quiso elegir algo tan cotidiano como el pan y vino; sin embargo, para que las dos semillas germinen es necesaria el agua. ¿Cómo nacer el trigo en una tierra cuarteada? ¿Cómo crecer la cepa en tierra seca?
Pero hay otra sequía, no menos significativa, es la sequía del alma. ¡Qué poco nos ocupamos de ella! ¡Qué poco nos preocupa! Es revelador que, no se hable de ella en las noticias, pero es todavía más significativo que lo pasemos por alto las personas que intentamos vivir en el seno de la misma iglesia.
Sin embargo la Secuencia sí lo tiene presente. Las palabras que siguen así nos lo indican: “Sana el corazón enfermo”
No puede haber vida donde hay sequía y como nosotros, nos hemos negado a recibir el agua de la gracia, ha enfermado nuestro interior y ¡Hay tantas enfermedades acumuladas en nuestro corazón!
El desamor se está instalando en nuestra vida, sin casi darnos cuenta de ello, y si no somos conscientes, difícilmente vamos a hacer nada para remediarlo. A muchas personas se les ha olvidado que existe el Sacramente de la Reconciliación y que es algo importante recibir al Señor dignamente.
Sé bien que no comulgamos porque somos buenos, sino porque somos pobres y necesitamos de Dios, pero también sé que el Sacramente de la Reconciliación es, como el paso previo al encuentro. Cuando vamos a encontrarnos con alguien relevante, cuidamos nuestro aspecto, nuestra manera de comportarnos, nuestra pulcritud… y resulta que para recibir al Único importante, al más importante, ni siquiera nos planteamos estas cosas.
Creo que, este es un momento significativo para recurrir, de nuevo, a la Secuencia de Pentecostés, Ella, es un discurrir de la sanación de Dios. Pero, para ser sanado, primero hay que reconocerse necesitado de ello; y nosotros, en este momento, nos reconocemos enfermos, pobres, carentes de amor y necesitados de sanación.
Toda la sociedad necesita ser sanada. Por eso nuestra oración va a ser, una oración en plural, para que en ella entren todos los seres humanos; así lo hizo, el mismo Jesús, cuando subió a la Cruz para salvarnos a todos, sin excepción. Por eso, en primer lugar, pondremos a esas personas que, nunca rezarán con la Secuencia: porque no la conocen, porque nadie les ha hablado de ella, incluso por aquellos que, conociéndola la desprecian.
Por tanto, tomaremos conciencia de que vamos a entrar en el fondo, de la Secuencia, con una actitud de perdón y vamos a dejarnos llevar por, ese hilo conductor de súplica, que nos muestra. Vamos a silenciar nuestro interior y a pedir con humildad:
Señor:
- Mándanos tu Luz. Nuestros ojos están enfermos de tanto mirar, pero Tú sabes bien que no son capaces de ver.
Se han acostumbrado a las luces, que ciegan sin alumbrar, pero que son capaces de impedir que miremos al astro rey, a “nuestro Sol”
Por eso necesitamos tu Luz. Esa Luz capaz de mostrarnos nuestra indiferencia, de sofocar nuestra tiniebla y de mostrarnos el Camino. Esa luz que guíe nuestros pasos por el sendero del bien.
- Haz que llegue a nosotros ese viento impetuoso que sacudió a los Apóstoles en el Cenáculo. Ese viento que quita los miedos y hace saltar del cómodo refugio, para salir con energía, a comunicar la Buena noticia de la Salvación. Sin embargo ayúdanos a encontrarte, en la brisa suave de la interioridad. Que, como el profeta Elías, nos lleve a la gracia del contagio, de la sintonía contigo para emprender una búsqueda apasionada.
- Inunda, nuestro corazón, de esa: fuerza y atrevimiento capaces de, disolver el hielo de la indiferencia, que anida en nuestro interior. Calienta nuestra existencia y líbrala de la frialdad con que vivimos las cosas de Dios.
- Abrasa, de amor nuestra, alma para que sea capaz de olvidarse de sí misma porque, de verdad le importan los otros. Haz que sepamos llorar con los que lloran y llevar cerca un pañuelo para enjugar sus lágrimas.
- Mándanos, Señor, ese torrente de agua, de Tú Agua Viva, que nos fecunde; que llene de oasis nuestros resecos desiertos, que nos lave y nos renueve. Que nos reconforte y nos llene de alegría ante la fecundidad de nuestro renacer.
- Y, vuelve una vez más, a llenarnos de dones. Que nunca olvidemos que, cada día Tú, por puro amor: “Creas todos los bienes, los llenas de vida, los bendices y los repartes” Ayúdanos, a hacer nosotros lo mismo, con bondad y tu gracia.
- Sálvanos Señor, porque buscamos salvarnos y danos, una y otra vez, tu gozo eterno.
por Julia Merodio | Jun 13, 2017 | Rincón de Julia
Es significativo observar que, cuando te adentras en la Secuencia de Pentecostés observas, como se fusionan las tres festividades que la Iglesia sitúa en estos domingos consecutivos.
Primero hallamos la venida del Espíritu, comienzo de la Secuencia; “Ven, Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo…” –palabras, tomadas para la oración, la semana pasada- pero enseguida encontramos: la hondura y la profundidad que nos llevan a recorrer las maravillas del Señor, para con el ser humano y que nos hacen entrar en una profunda adoración.
Es el momento en el que, te descubres presente ante la Trinidad de Dios y eres capaz de creer, en ese amor del Padre manifestado en el Hijo, amor que por medio del Espíritu Santo llena toda la tierra.
Por eso, acercarse a la Trinidad es descubrir que en Dios todo es entrega, participación, intercambio, amor desinteresado, cercanía hacia el otro.
De ahí la súplica hecha oración:
Entra hasta el fondo del alma,
divina Luz, y enriquécenos:
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.
EN PROFUNDA ADORACIÓN
Cuando la persona es capaz de postrarse ante el Señor, para alabarle y adorarle, lo primero que descubre es el vacío que siente, el ser humano, cuando no es capaz de percibir que, esta habitado por el mismo Dios.
En ese momento la persona se da cuenta, del poder que impera dentro de ella, para dar paso: a tantas imperfecciones, tantas equivocaciones, tantas faltas… es un poder sutil, casi imperceptible pero que poco a poco va minando sin piedad; haciendo que, el ser humano se vaya convirtiendo: en un vació difícil de llenar.
No tenemos nada más que, echar un vistazo para encontrar a jóvenes y menos jóvenes, incluso personas con más edad: ociosas, vacías, sin criterio… sólo les preocupa: la buena vida, el placer, el parecer, el pasarlo bien… y cuando comparten su juicio, descubres que su interior está bastante deshabitado.
Este es el vacío que, todos tenemos en más o menos medida; y este vacío es el que os invito a presentar hoy ante el Señor.
• Este vacío que, solamente se puede llenar con: Horas en su presencia. Con la interiorización de la Palabra. Con el alimento de su entrega.
• Este vacío que pide: adoración, silencio, confianza, abandono en las manos del padre…
• Este vacío que, no se llena con cosas, ni con ocio, ni con relaciones humanas… se llena con amor, con donación, con respeto, con perseverancia…
• Este vacío que solamente podrá ser colmado por el Señor.
EN PROFUNDO RESPETO
Cuando aprendamos a rastrear a través de la creación, las huellas de Dios.
Cuando aprendamos que la verdad plena está en el amor profundo y concreto a Dios y al hermano.
Cuando entendamos que, “llegar Dios al fondo del alma” consiste, en descender hasta el misterio insondable, caeremos de rodillas para adorar la grandeza absoluta… y empezaremos a notar que nuestra vida está presidida por la Trinidad de Dios.
Ya vamos comenzando a ver que, poco a poco, las palabras de la Secuencia, empiezan a tener eco dentro de cada uno y nos van haciendo descubrir nuestro vacío; empezamos a tomar conciencia de todas esas personas que, tanto queremos y que también tienen sus vacíos; de esas otras que caminan a nuestro lado y están en idénticas condiciones; de algunas que vemos con un aspecto envidiable pero se descubre que dentro no tienen nada… y decidimos presentarlas ante el Señor.
Es el momento de la oración. De la Oración profunda. Nos ponemos en presencia del Señor de la vida y le presentamos nuestra realidad.
Señor:
Hoy te pedimos un corazón blandito. Un corazón capaz de:
– Sentir con los demás.
– De dedicarles nuestro tiempo.
– De acoger la realidad de los que viven con nosotros.
– De tolerarlos.
– De respetarlos.
– De seguir creyendo, en ellos y en Ti.
– De seguir esperando.
– De seguir amando.
– Y seguir orando…
Danos un corazón que se vaya haciendo grande de tanto dar, de tanto vivir la misericordia, de tanto ser bondadoso, dulce, compasivo… de tanto intentar parecerse al tuyo.
Y, sobre todo: VEN. Ven a cada uno de nosotros, no nos dejes solos, sin Ti todo es complicado y doloroso. Por eso te repetimos desde lo profundo del corazón:
“Ven dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos”
BAJO EL ALIENTO DE DIOS
Hay cosas que no son opinables, son demostrables y la secuencia nos las presenta con estas, maravillosas, palabras: “Mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento”
Cuando sacamos a Dios de nuestra vida, cuando nos falta Cristo el desamor de adueña del corazón y empieza a ganar la batalla.
La persona, cada día, reza menos; la eucaristía se va abandonando; el acercamiento a Dios deja de tener sentido… y aquello que pedíamos en el momento del Gloria nos suena a palabras caducadas.
¡Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros! Pero vemos desalentados que ese pecado del que, pedíamos a Dios que nos librase se va adueñando de nuestro entorno, de nuestra familia, de nuestra parroquia, de nuestro mundo… Es el pecado de querer ser más que Dios, de querer que sea Él, el que haga nuestra voluntad y llenos de sorpresa observamos como se va adueñando de todo y de todos.
No puede estar más claro. Necesitamos el aliento de Dios, ese aliento que, al recibirlo, nos crea y renueva la faz de la tierra.
Qué pocas veces nos paramos a pensar lo que significa: El Aliento de Dios y, sin embargo, ¡Qué sería el ser humano sin ese aliento!
Después de que Dios, crease al hombre, nos dice el Génesis, que tuvo que infundirle su espíritu de vida.
Cuando rezamos Laudes encontramos, uno de los textos, que dice estas bellas palabras: “No hay brisa si no alientas”
Precisamos, para todo el aliento de Dios. Ese aliento que sopla dónde quiere y cómo quiere.
Y esto que podría parecer, a simple vista, algo a lo que no hay que prestarle tanta atención, lo barajamos en la misma vida; quién no ha oído decir: Lo que necesita es alguien que lo aliente, o ¡Tenemos que darle aliento!
Pues esta es la clave, tenemos que seguir recibiendo el aliento de Dios, para poder seguir caminando, en este mundo, donde:
– Los cristianos resultamos incómodos.
– Dios se intenta sacar de la vida.
– La Iglesia empieza a tener ciertas dificultades.
– La familia esta asediada y empieza a perder su valor.
– Las vocaciones disminuyen.
– Y la gente sólo busca consumir para satisfacer su “hambre”. Un “hambre” que no logra apagar porque no encuentra el aliento que necesita para sofocarlo. Que no es otro que:
El Aliento de Dios.