Este año, me gustaría invitaros una vez más, a profundizar en la riqueza que encierra la Eucaristía, pues creo que es necesario desenvolver ese preciado regalo que Jesús nos hizo al decidir quedarse entre nosotros.
Pero… para llegar ahí, hemos de estar convencidos de que:
- La Eucaristía es fuente y cuna de toda vida cristiana, pues contiene todo el bien espiritual de la iglesia, es decir: Cristo mismo, nuestra Pascua.
- Es Comunión, porque en ella nos unimos a Cristo que nos hace partícipes, de su Cuerpo y de su Sangre, para formar un solo cuerpo. Haciéndose carne, de nuestra carne, para transformarnos a nosotros en otros Cristos.
- Y es Acción de Gracias, por tantos dones recibidos de Dios.
“Jesús, tomó el pan y el vino
y pronunciando la acción de gracias…”
Pan partido y sangre derramada. ¿Quieres tomar la decisión de amar con todo lo que conlleva de ofrenda, silencio y gratuidad?
El que Jesús decidiera quedarse en la Eucaristía, para estar siempre con nosotros, es un bien que jamás podremos llegar a comprender, ni a agradecer; pero al menos, deberíamos pararnos ante este gran Don, para ir acercándonos un poco más -cada día- a su grandeza.
Es bueno recordar siempre, que Jesús -en el momento más sublime de donación y entrega- en lugar de ascender, desciende, se arrodilla, se humilla y lleno de bondad comienza a lavar los pies a sus discípulos.
Sabemos bien que ellos quedan desconcertados, saben que no son dignos de ese gesto de ternura de Jesús y así se lo hace saber Pedro… pero lo que entonces no intuyen, es lo que conlleva esa enseñanza.
Sin embargo, lo más triste, es que también a nosotros se nos haya olvidado, comulgamos como si nada estuviese sucediendo, como si fuese algo normal y corriente en nuestra vida. Pero:
- ¿Se nos ocurre preguntarnos si también nosotros estamos dispuestos, a descender, a arrodillarnos, a humillarnos… a lavar los pies a los que se los han manchado del polvo del camino?
Jesús ya había hablado de todo esto a sus discípulos. Ya les había dicho en una ocasión -al referirles una de las parábolas: “Seréis mis seguidores cuando en lugar de buscar los primeros puestos intentéis ocupar los últimos” Pero, una vez más, ellos escucharon sin oír y siguieron “rifándose” los lugares más importantes del Reino.
¡Qué poco difiere nuestra vida de esta situación! Nosotros también comulgamos sin escuchar las palabras de Jesús. Nosotros ansiamos los primeros puestos dentro y fuera de la iglesia y huimos de servir a los demás y buscamos el placer, el tener y el sobresalir… Pero eso sí, ahí estamos –puestos un día y otro- en la fila de los que van a recibir el Cuerpo de Cristo.
¡Qué lejos vivimos de lo que Jesús pretendió hacer cuando quiso regalarnos el gran Don de la Eucaristía! ¡Y qué poco lo valoramos!
Por eso es necesario que volvamos a recordar, que cuando Jesús ofrece la Copa –a los discípulos- el día de la Cena, les está diciendo desde lo más profundo de su corazón ¿podréis sostener en vuestras manos, la copa de la vida que os espera de ahora en adelante? ¿Podréis sostenerla cuando os llegue la persecución, el acoso, el sufrimiento…?
Soy consciente de que el ambiente en que vivimos no nos lo pone fácil. Todos conocemos a gente que no permite coger nada de lo que se le da y, mucho menos, la Copa de la Cena, porque cree que cogerla es signo de inferioridad. Gente, que cuando le llega un mal momento lo ocultan sin ser capaces de pedir ayuda –aunque lo están pasando muy mal- porque ello les hace sentirse suficientes.
Esta es la realidad del mundo de hoy. Una realidad, que si no salimos de ella, difícilmente podremos sentarnos en la mesa de la Cena para entrar en la gratuidad de Dios.
Dios en el momento de la Eucaristía, se ofrece por entero a nosotros. Pero eso nos da demasiado miedo porque lo primero que pensamos es: ¿y qué nos pedirá a cambio?
¡Cuándo acabaremos de aprender que Dios –Sacramento de presencia viva- es gracia, regalo… es Don salido de sí para darse a los demás!
Y eso es, sencillamente, lo que se nos pide a nosotros día del Corpus Christi. Que aprendamos a darnos gratuitamente como lo hizo Jesús. Que aprendamos a descender a nuestro fondeo donde habita Dios. Que aprendamos a humillarnos…
Porque no se puede recibir a Dios y no dar una perspectiva nueva a nuestra vida. No se puede recibir a Dios -que se hace uno con nosotros- y vivir sin tener las mismas actitudes que Jesús. Por eso, recibir a Cristo, nos ha de llevar a:
- Crear alegría.
- A dar esperanza.
- A ser personas de acogida.
- A abrir nuestra puerta y nuestro corazón al necesitado.
- Y a esforzarnos por vivir en la alabanza, el abrazo y la fiesta.
Porque Jesús nos da la vida, para que –por medio de ella-seamos partícipes en el diálogo de amor que nos une al Padre.
Nos da la vida, para que por medio de ella, nos entreguemos no sólo en la eucaristía, sino en los detalles de cada día, siendo presencia suya en el mundo.
Y nos regala la vida para enseñarnos, a que hemos de ser ante –cada ser humano- portadores de salvación.