Tenía claro que esta semana nuestra oración tendría que estar dedicada a María. La semana abre con la fiesta de la Virgen del Rosario y se cierra, con la de la Virgen del Pilar y ¿cómo pasar por alto algo tan singular?
Pero mi empeño no era fácil. Todo lo que intentaba poner ya lo había plasmado en otras ocasiones y en lugar de conseguir escribir, borraba sin parar lo escrito.
Tenía que viajar y, como tanta gente en el autobús aproveché para orar un rato y, sin dar crédito a ello, de repente, me encuentro con esta preciosa leyenda que me conmovió. Estaba claro que la usaría en la oración de esta semana.
“Cuenta que, un acróbata y payaso, hastiado de recorrer el mundo, llegó a una abadía de monjes con la intención de recogerse allí y dedicarse por entero al servicio de Dios. Muy pronto, sin embargo, cayó en la cuenta de que no estaba preparado para vivir la vida de los monjes. No sabía leer ni escribir, era muy torpe para los trabajos manuales y los ratos de oración se le hacían interminables. A medida que pasaban los días, se veía cada vez más deprimido, como si tristeza cubriera su alma. Una mañana muy temprano, mientras los monjes estaban en oración, el payaso acróbata se puso a vagar por la abadía y llegó a la cripta de la iglesia, donde descubrió una imagen de la virgen. El payaso observó con atención su rostro cariñoso y sintió que no había hecho nada en su vida para demostrarle a la virgen su amor de hijo. Como lo único que sabía hacer bien era brincar y bailar, se despojó de su pesado hábito y empezó a ejercitar para la virgen sus mejores saltos, muecas y cabriolas, mientras le rogaba que aceptara su actuación como prueba de su amor. Desde ese día, mientras los demás monjes se entregaban a sus oraciones, el payaso bailaba y brincaba con toda devoción para la virgencita de la cripta. Un día, lo sorprendió un monje haciendo sus payasadas y, muy escandalizado, corrió a contárselo al abad. Bajaron los dos en silencio a la cripta y, ocultos detrás de una columna, presenciaron atónitos la actuación del acróbata hasta que cayó exhausto sobre el piso. Entonces, apenas pudieron creer lo que veían: la virgen se levantó, llegó hasta él, enjugó la frente sudada del payaso y depositó en ella un largo beso de agradecimiento y amor”
Después de leerla, me sentía pobre y necesitada ¡cuánto hemos crecido me decía! Nos hemos hecho tan altos y tan anchos, que ya no somos capaces de hacer “payasadas” para la Virgen, ahora solamente la miramos y le rezamos con palabras rebuscadas y oraciones que puedan impactarla. ¡Qué equivocación la nuestra!
Acababa de llegar en ese autobús para recoger a mi nieta de la guardería y al llegar a casa ella me escenificó, una y otra vez, la canción que ese día le habían enseñado en la guardería, yo me la comía a besos… y, en ese momento, volvió a mi mente la imagen de la Virgen besando al Payaso.
¡Qué complicados somos los mayores –pensé-! Tanto hablar de la Virgen y no se nos ha ocurrido pensar los besos que daría a Jesús cuando acabase de nacer; cuando de pequeño hiciese “payasadas”; cuando, después de aquel sobresalto, lo encontrase en el Templo. Y nosotros –mentes pensantes- lo único que se nos ha quedado, es el reproche que le hicieron sus padres: “cómo nos has hecho eso, ¿no sabías que tu padre y yo te andábamos buscando…?”
Los besos que le daría cuando se fuese a jugar con los niños del pueblo… y al irse a la cama; y cuando de mayor se despidiese de ella, para comenzar su vida pública… ¡Cuántos besos encogerían el alma de María al verlo partir…! Y ¡cuántos besos al darle ánimo para que no desfalleciese! Pero…, sobre todo, ¡qué largo aquel beso al recogerlo destrozado bajando de la cruz!
• Y yo ¿he sido capaz de pensar, alguna vez, en los besos de María?
Los besos de María no son algo del pasado, ni son exclusivos para Jesús. María sigue besando a cada hijo que se acerca a ella magullado por las caídas del camino. Sigue besando a cada hijo que ha equivocado la manera de vivir y… sigue besando a los que se encuentran en la soledad, en los que están postrados en la cama con una dolencia y en los que están a punto de partir.
Pero María, también sigue besando a los que tienen herida el alma, a los que no se sienten queridos, a los solos, a los que se sienten relegados y a los que despreciamos porque decimos “que no son como nosotros…”
Porque ¿sabéis? aquí entramos todos. En estas circunstancias se encuentra el mendigo y el poderoso; el que está lejos y el que está cerca; el que tiene muchos años y el que está en la flor de la vida… Sin embargo, lo triste es que, pocos advertimos cómo nos besa la Madre en esos momentos determinados. Pues,
• ¿Sentimos, realmente, los besos de María, cuando llegan los momentos duros a nuestra vida?
Fijaos cómo nos sentiríamos, si nos dejásemos besar por María cuando nos llegan los contratiempos de la vida.
Cómo se sentirían, si los que están en paro o atados a alguna adicción, se dejasen besar por María.
Y… ¡ay!, si nos dejásemos besar por María los que vamos a la iglesia, los que creemos “haber cumplido” los que abrimos la mano –a medias- para no complicarnos la vida.
¡Ay! si María pudiese besar a los políticos, a los de las grandes fortunas, a los que pueden engrandecer o destruir “de un plumazo” la humanidad.
Madre de los besos. Bésalos, aunque no se dejen. Hazles saborear la dulzura de tus caricias y la ternura de tu corazón…
Pero llega la segunda parte.
Y Jesús ¿no besaría a su madre? ¿Cómo la besaría?
La iconografía se ha encargado de demostrarnos esta realidad. El tema afectivo entre la madre y el hijo nos lo muestran los iconos del arte bizantino. Ellos manifiestan con delicadeza, la unión total de “Dios con su madre”
¿Quién no ha visto en cantidad de ocasiones, el icono en el que la Virgen aparece sentada, mientras que el Niño la abraza, juntándose las dos mejillas; y rodeándole el cuello con uno de sus bracitos, muestra la complicidad de amor, que hay entre ambos?
Y qué puede decir la gente, de la costumbre que se mantiene en Zaragoza, desde la Edad Media, de besar y tocar el Pilar de la Virgen.
Es impresionante la fila que se encuentra siempre para besar el Pilar. Y ¿quién no se admira al ver la oquedad -que beso a beso- se ha hecho en el jaspe de la columna?
Ni las alertas sanitarias han podido con esta centenaria tradición. Allá por el año 2009, el Ministerio de Sanidad que entonces dirigía Trinidad Jiménez, desaconsejó este tipo de ritos ante el riesgo de contagio de la gripe A. Sin embargo, la fe pudo más que los consejos de Sanidad y aún en aquellas fechas era habitual ver a los fieles postrarse ante la Virgen para besar la columna donde ella descansa.
Porque la Madre, también necesita besos. Necesita el beso de sus hijos, aunque estén perdidos, aunque se alejen de ella, aunque se aparten de su Hijo, aunque renieguen de Dios…
Y nosotros, los que decimos amarla:
• ¿Qué besos damos a la Virgen?
Más, no sólo eso. Hoy deberíamos preguntarnos: Y yo ¿a quién beso? ¿Cuánto hace que no beso a nadie? ¿Beso a los míos?
Y… ¿cómo los beso? Porque un beso puede sellar un amor para siempre, pero también una traición.
Por eso, hoy quiero invitaros, a regalar nuestros besos a los carentes de amor, a los solos, a los que sufren, a los que no se sienten comprendidos por nadie…
No olvidemos que los besos, los abrazos, la ternura… son curativos. Fijaos cuántos han vuelto a Dios al saborear la calidez de la Madre.
Porque la Madre siente, mejor que nadie, el beso que sale de una lágrima, de un dolor, de una espera, de una satisfacción, de una lucha…
Por eso, aprendamos de ella y sigamos descubriendo esos besos callados que tantas veces hemos recibido y han pasado inadvertidos en nuestra vida. Pensemos que,
El día que no besemos o no nos dejemos besar
será, porque
se nos habrá hecho viejo el corazón