Por Julia Merodio

Año tras año celebramos el día 2 de febrero la fiesta de la Presentación del Señor; fiesta muy querida por todos, en tiempos cercanos a los nuestros, pero que ha ido perdiendo fuerza debido a que es un día laboral y la gente tiene que trabajar.

Pero creo que no podemos perder algo tan cercano y significativo; por eso, ya que somos una comunidad de matrimonios y creemos en la familia, me ha parecido oportuno, darle una relevancia especial y dotarla del esplendor que merece, ya que está implicada en nuestra realidad.

LUCIENDO COMO ANTORCHAS

Cuando perdamos el miedo a dejarnos encender, como verdaderas antorchas, la luz de nuestro testimonio iluminará los ojos de las personas que están a nuestro lado y gracias a ello podrán ver  la salvación que Dios ha venido a traernos.

En la fila se encontraban, unos jóvenes esposos, con un niño en brazos y una ofrenda, para entregar en el Templo, como mandaba la tradición.

A su lado pasa mucha gente, que en un día tan señalado, han llegado al templo para hacer su oración. Sin embargo nadie ha sido capaz de ver que, en aquella fila, esperaba el Señor para ser presentado en el templo con una humanidad como la nuestra.

Nadie fue capaz de ver que Dios sigue cumpliendo su promesa. Y el mismo Jesús, nacido en Belén que se hizo Palabra, Luz,  Comunicación…  quiere, de nuevo, iluminar a “los que vivimos en tinieblas y sombras de muerte”. Quiere que lo antiguo se haga nuevo. Quiere habitar en nuestros corazones en Espíritu y verdad.

Porque Jesús fue presentado en el templo para cumplir la Ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente.

Y allí estaba el anciano Simeón que impulsado por el Espíritu Santo reconoció al Señor y lo proclamó con alegría.

Eso es lo que vamos a hacer nosotros en este día, ir al encuentro con Cristo, reconocerlo como Luz  y llevar su resplandor a nuestro entorno.

“Mirad, yo os envío mi mensajero, para que prepare el camino ante mí.

Entrará en el santuario, el Señor, a quien vosotros buscáis. ¡Miradlo entrar!

¿Quién podrá resistir el día de su venida?

¿Quién quedará de pie cuando aparezca?

Será como fuego de fundidor, como lejía de lavandero y hará presentar al Señor, la ofrenda, como es debido”

                                 (Malaquías 3, 1 – 4)

 SE TRATA DE ILUMINAR

Me gusta que a la fiesta, de la Presentación de Jesús en el Templo, se le llame: el día de las Candelas o la Candelaria. Y me gusta porque la candela se puede encender e iluminar con ella toda la estancia. ¡Tiene que ser, verdaderamente, triste vivir a oscuras, con la luz apagada y sin ver por donde caminar!

Pero es, todavía más triste detectar que, esta escena sigue siendo hoy realidad, en un mundo donde precisamente la luz es la reina de la vida cotidiana y la encargada de dar los mensajes más atractivos.

Sin embargo la luz de Dios, es otra cosa, parece que nos molesta, es una luz tan nítida y potente que al reflejarse en nosotros deja al descubierto demasiadas pobrezas y preferimos apagarla, preferimos taparla para no encontrarnos con nuestra realidad.

Aunque mirándolo bien, nos damos cuenta de que Dios tampoco nos lo pone demasiado fácil. Si se presentase ante nosotros con más claridad, con un ropaje más adecuado… pues quizá nos hiciese caer en la cuenta de que es Él, pero se pone en sitios tan vulgares que es imposible reconocerlo.

¿Acaso se le puede ocurrir a alguien que Dios pueda estar en la fila del paro,

—  o pidiendo limosna en la puerta de una Iglesia,

—  o tirado en la calle con señales de muerte,

—  o temblando de frío en aquella chabola,

—  o muriendo de sida abandonado y solo…?

En cambio, si nos preguntasen si queríamos verlo, todos confirmaríamos nuestro deseo de ver al Señor, por eso me conmueve observar que tan sólo, Simeón, un anciano que ya no podía con su alma, un anciano que estaba punto de decir adiós a la vida, fuese el único que lo reconociera en aquella fila mezclado con el resto de la gente que llenaba el templo.

Pero no fue casualidad, al anciano Simeón vio al Señor porque estaba preparado. Había vivido una entrega incondicional a Dios y cuando aquel joven matrimonio pone a Jesús en sus brazos llega a sus ojos, despiertos, tal destello de luz, que ante el asombro de María y José, declara a gritos que es “luz de la naciones y gloria para su pueblo Israel…”

 “Cuando entraban con el niño Jesús sus padres, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

 Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador.

                                      (Lucas 2, 30 – 35)

 

ANTE NUESTRA HISTORIA PERSONAL     

Nosotros, sin embargo, arrastramos una vida trivial, fruto de la historia que nos condiciona. Acumulamos jornadas de esfuerzo y trabajo, de luces y sombras, de errores y fracasos, de incoherencias y olvidos del Señor. Una historia de experiencia del bien y del mal, de dolor y de lágrimas, de ruido y despilfarro… Y hemos de reconocer que en medio de tanto ajetreo, en medio de tantas circunstancias adversas nos resulta imposible ver al Señor.

Aunque es verdad que en el olvido de la gente y en el desgaste de nuestro caminar ha habido veces en que hemos reconocido el Rostro desfigurado de Cristo y nuestro corazón se ha conmovido, y aún en medio de tanta oscuridad, hemos sido capaces de ver centellear una luz distinta a las que habíamos conocido hasta ahora.

Y hemos sido capaces de ver con nitidez que, aunque la historia de los hombres se va separando cada vez más de la historia de Dios, Él sigue en cada fila, en cada dolor, en cada acontecimiento poniéndose delante del hombre para mostrarle su cercanía y su resplandor.

Mas a nosotros eso no nos interesa demasiado preferimos ser señores de nuestra propia historia y si nos dejan, incluso de la historia de Dios.

Por eso conmueve observar que, a pesar de nuestro egoísmo y prepotencia Dios no nos abandona y sigue esperando pacientemente,  la hora en que la vida del hombre y la suya se encuentren para no separarse  jamás.

Esta es la realidad que encontramos plasmada en esta fiesta, en la que celebramos el encuentro de dos historias distintas, en el signo evidente que nos ofrecen Simeón y el niño Jesús. La humanidad ansiando un Salvador y Dios saliendo al encuentro del hombre para hacer su deseo realidad. Simeón hombre de remarcada piedad, cargado con una historia antigua sobre sus espaldas se retira para dar el relevo a Jesús que llega, a sorprendernos, con la novedad del Reino, invitándome a ser luz.

Pero sé muy bien que nosotros somos astros opacos que solamente daremos la luz que recibamos de Él, por eso nuestra luz será más potente, en tanto en cuanto, seamos capaces de acercarnos a ese Dios de la Vida, Luz de las naciones.

No dudes en llegar a la oración día tras día a encender tu luz. Si eres fiel y constante en ello Dios te hará brillar de tal forma que tu luz la verán los demás por donde quiera que vayas

Y esa luz que vivirá en nosotros irá destruyendo la oscuridad de la duda, de la incertidumbre, de la apatía… y será como un amanecer porque la Luz del Señor resplandecerá a raudales.

“¡Portones, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria!

¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios de los Ejércitos: Él es el Rey de la gloria.

                                   (Salmo 23, 7 – 10)

 

¡ENCENDED LA VELA!

Y aquí estamos ante esta nueva oportunidad, pidiéndole a Dios fuerza para hacer lo que hasta ahora no hicimos, para conquistar lo que parecía inconquistable, para alcanzar la alegría de buscar lo nuevo y recuperar lo mejor de la vida

Estamos aquí para sentir, como María y José la admiración de algo que no entendemos demasiado, pero escucharemos el mensaje y lo guardaremos en nuestro corazón.

Ahora para terminar os animo a todos, en especial a los matrimonios que encendáis una vela –la vuestra-, que la hagáis lucir un rato delante de Dios, Luz de las naciones y que la guardéis como algo preciado.

Después tener esto muy en cuenta:

Ya tenéis la vela que ha lucido ante el Señor. Ella quiere alertaros de que tenéis que ser luz para vuestros hijos y para todos los demás.

Ponedla en vuestra casa en un sitio visible. Os daréis cuenta de  que es una cosa humilde y no tiene belleza, por lo que pasará desapercibida para cuantos la vean, pero allí permanecerá.

 Cuando la luz del sol luzca, en vuestra vida, no necesitaréis encenderla, pero allí seguirá gritándoos en silencio vuestro compromiso.

            Mas:

  • El día en que el sol se esconda y la oscuridad empiece a entrar por los rincones de vuestra relación ¡encendedla!
  • Cuando el cansancio os traicione y no logréis poneos de acuerdo ¡encendedla!
  • Ese día en que os cuesta tanto perdonar, ceder, dar el primer paso ¡encendedla!
  • Ese otro día en que se apodere la rutina y el cansancio ¡encendedla!
  • Ese día en que os cueste unir vuestras manos, miraos a los ojos y decir ¡te quiero! ¡Encendedla!
  • Ella os recordará que la cera y le mecha no pueden lucir por separado, han de estar juntas para poder encenderse y dar luz. Y que vosotros, si no estáis fundidos en uno en el otro y los dos en Dios, seréis dos seres apagados que quieran o no vivirán en tinieblas y vuestros hijos serán los primeros en saborear la oscuridad.