Dentro de unos días celebraremos la fiesta de La Candelaria. Y, si hay un día en la que, San José es protagonista –por sí mismo- es este: El día de la Presentación de Jesús en el Templo. Esto, no lo digo yo, lo dice el evangelista Lucas en los versículos de su evangelio que, se leerán en la eucaristía del día: “cuando entraban con el niño Jesús, sus padres, para cumplir con él lo acostumbrado según la ley…” José no está en segundo lugar, José no es “el otro” José es el padre que, Dios ha dispuesto para que cuide de su Hijo, con todas las atribuciones y todos los títulos. Allí estaban sus padres.

       Y es de destacar que, José en un acto de abandono total, el mismo que años después haría su hijo al subir a la cruz para salvarnos, cogiese a María y al Niño y subiese al templo para ofrecerlo a Dios. Aquí lo tienes, Señor. Es tuyo. Tú eres su Padre. –Lo sé bien- A mí me lo has dejado, para que lo alimente, lo cuide y le enseñé a ser… como Tú quieres que sea; pero, aquí lo tienes, Señor. Haz de él lo que quieras. Hagas lo que hagas, yo estaré de acuerdo contigo y te daré las gracias. Y a mí, inspírame la manera de cuidarlo y ayúdame a aceptar los planes que tienes destinados para él.

¡Qué enseñanza para los padres!

Con esta actitud, S. José nos está enseñando:

  • La grandeza de poder ofrecer nuestros hijos al Señor.
  • El honor de celebrar la vida de nuestros hijos.
  • Nos invita a dar gracias, por el inmenso regalo de la paternidad y la fidelidad.
  • Nos invita a ver a Jesús y enseñarle a nuestros hijos a que lo vean, como Luz de las naciones y luz de nuestra vida.

Y… ahí están los jóvenes esposos, en aquella fila, con el niño en brazos y una ofrenda –la de los pobres-, para entregar en el Templo, como mandaba la tradición.

A su lado pasa mucha gente, que en un día tan señalado, han llegado al templo para hacer su oración. Sin embargo nadie fue capaz de ver que, en aquella fila, estaba el mismo Dios, escondido en una criatura indefensa que, en brazos de sus padres y, con una humanidad como la nuestra, esperaba para ser presentado al Señor.

Esto nos alerta, de la importancia de que, nuestro testimonio sea luz que, ilumine los ojos de las personas que estén a nuestro lado.

No pongamos obstáculos. Perdamos el miedo a dejarnos encender, como verdaderas antorchas. Iluminemos el mundo, para que pueda ver la salvación que, Dios, ha venido a traernos.

“Cuando entraban con el niño Jesús sus padres, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador.

(Lucas 2, 30-35)

JESÚS SE ENCUENTRA CON SU PUEBLO

Jesús fue presentado en el templo para cumplir la Ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente; sin embargo, el pueblo creyente, tanto el de entonces –como el de hoy-, no lo recoció.

Es posible que, si se presentase con más claridad, con un ropaje más adecuado, o en un sitio más correcto… pudiese ser reconocido, pero en esas zonas tan vulgares resulta imposible reconocerlo.

¿Acaso se le puede ocurrir a alguien que, Dios pueda estar en la fila del paro, o pidiendo limosna en la puerta de una Iglesia, o tirado en la calle con señales de muerte, o temblando de frío en aquella chabola, o muriendo de Covid abandonado y solo…?

No es que no queramos ver a Dios, ¡NO! Todos querríamos verlo; por eso conmueve tanto observar que, teniendo tantos deseos de ver a Dios, tan sólo –Simeón- un anciano que ya no podía con su alma que, estaba punto de decir adiós a la vida, fuese el único que lo reconociera en aquella fila mezclado con el resto de la gente que llenaba el templo.

Pero ¿acaso fue casualidad? ¡NO! El anciano Simeón vio al Señor porque estaba preparado. Había vivido una entrega incondicional a Dios y cuando aquel joven matrimonio pone a Jesús en sus brazos llega a sus ojos, semicerrados, tal destello de luz, que ante el asombro de María y José, declara a gritos que es “luz de la naciones y gloria para su pueblo Israel…”

  • Y yo ¿dónde y en quién reconozco a Dios?
  • ¿Estoy preparado, como lo estaba Simeón, para declararlo Luz de las naciones?
  • ¿Lo reconozco, cuando entra dentro de mí, en el momento de la comunión?

CON ROSTRO DESFIGURADO

Unos más y otros menos, todos arrastramos una vida trivial, fruto de la historia que nos condiciona. Acumulamos jornadas de esfuerzo y trabajo, de luces y sombras, de errores y fracasos, de incoherencias y de habernos olvidado del Señor. Una historia de experiencia del bien y del mal, de dolor y de lágrimas, de ruido y despilfarro… Y, en medio de tantas circunstancias adversas, nos ha resultado imposible ver al Señor.

Pero, también, es verdad que, en el desgaste de nuestro caminar ha habido veces en que, hemos reconocido el Rostro desfigurado de Cristo y nuestro corazón se ha conmovido, y aún en medio de tanta oscuridad, de tanto sufrimiento y de tanta pandemia, hemos sido capaces de ver centellear una luz distinta a la que, veníamos viendo brillar hasta ahora.

Y hemos sido capaces de darnos cuenta de que, aunque la historia de las personas se va separando cada vez más de la historia de Dios, Él sigue ahí, en cada fila, en cada dolor, en cada acontecimiento… poniéndose delante del ser humano, para mostrarle su cercanía y su resplandor; aunque, tristemente, no logre ser reconocido.

¡Qué importante sería, reconocerlo en medio de tanto desajuste como nos ha traído esta pandemia! Qué bueno sería verlo oculto en el traje de cada médico, de cada sanitario… en los entubados, tirados en la cama llenos de dolor; en las familias, de los que van partiendo hacia el hospital, sin saber si volverán a verlos; en los que han perdido su medio de vida… Qué importante sería que abriéramos los ojos para ver a Dios, donde solamente vemos sufrimiento. Porque aunque no lo veamos o no queramos verlo, Dios está. Porque, Dios siempre está donde alguno de sus hijos sufre.

  • ¿Qué luces alumbran mi vida?
  • En este momento ¿las tengo encendidas o apagadas?
  • ¿Soy capaz de ver a Dios, en medio de la humanidad sufriente?

 

SAN JOSÉ CONSAGRÓ SU VIDA A DIOS

El día de la Candelaria, la Iglesia celebra La Jornada Mundial de la Vida Consagrada, pero ¿qué tiene que ver eso con S. José? Pues aunque nos parezca raro, tiene muchísimo que ver; tanto que, muchas congregaciones llevan su nombre.

  1. José como cualquier consagrado, le ha dicho sí a Dios, le ha consagrado su vida. Y, al decir Sí a Dios, su vida ha experimentado un éxodo, ha salido de sí mismo, para entregarse a Él en cuerpo y alma.
  2. José ha obedecido a Dios, en algo imposible de aceptar, porque en lo más profundo de su ser, ha escuchado esa moción interior que, la persona sabe distinguir, de cualquier otra propuesta que recibe.
  3. José, ha escuchado que Dios le decía: “te basta mi gracia” y se ha olvidado de su debilidad. Ha entendido, como luego diría el apóstol San Pablo que, la fuerza se realiza en la debilidad. (2 Co 12, 9)

Y, cómo no, S. José vivió la pobreza. Esa pobreza que, “enriquece” a las personas; que las hace humildes y les ayuda a vivir desde la humildad. Esa pobreza que se aprende tocando la carne de Cristo en los pequeños, en los desfavorecidos, en los despreciados de la sociedad. Esa pobreza que, S. José aprendió –en directo- queriendo, abrazando, acogiendo a su hijo en lo más profundo de su corazón.

  • ¿Cómo veo yo la Vida Consagrada?
  • ¿Significa algo para mi vida?
  • ¿A qué creo que se debe la falta de vocaciones que sufre la Iglesia?

Esta semana, vamos a dedicarla a orar por la vida.

  • Por la vida de los que se nos han ido.
  • Por los que no respetan la vida.

= Tanto de los no nacidos, como de los ancianos=

  • También por los que se dedican a dar vida y a salvar vidas.
  • Oraremos, por todos los consagrados,

en especial, por los que estén pasando momentos de duda.

  • Y, de una manera especial, oraremos por el Papa Francisco.
  • Oraremos, también, por todo el clero.

Y por todos los que, cada día ofrecen su vida al Señor

desde la situación que están viviendo.

Esta lista se puede alargar todo lo que queramos.

Que cada uno la haga suya y la alargue cuanto quiera.